Vivir mejor con menos



Por J. Cristóbal Juffe V.

El crecimiento económico se encuentra equiparado a desarrollo, sin considerar que la acumulación de bienes no necesariamente lleva al bienestar de las personas. El decrecimiento plantea una forma de vivir mejor con menos y sin destruir nuestro planeta.

Cuando se cuestiona el crecimiento económico, inmediatamente se piensa que la alternativa es volver a la época de las cavernas, perder todo lo que hemos ganado con el progreso; sin embargo, existen alternativas claras a este devastador sistema económico que tiene como consigna el crecimiento sin importar sus consecuencias.
Bután y el Índice de Felicidad Bruta 
Bután es un país pequeño, de dos millones de habitantes, pero tiene algo especial: Hace algunos años se decidió remplazar el PIB como forma de medir el desarrollo del país y lo remplazaron por el FNB: Índice de Felicidad Nacional Bruta, que mide bienestar psicológico, salud, educación, buen gobierno, vitalidad de la comunidad y diversidad ecológica. Sin embargo, el punto de partida es bastante bajo: los primeros estudios arrojaron que el 68% de los habitantes no estaban felices según los factores que mide el índice, por lo que los desafíos a futuro son muchos para llegar a ser un país feliz.
Para comprender estas alternativas, primero hay que reconocer cuales son los estándares actuales para medir el desarrollo de nuestras sociedades: Simplemente se iguala desarrollo con crecimiento económico, como si la adquisición de “cosas” fuera todo lo que importa. Por lo tanto, en la mayoría de los países del mundo se mide el Producto Interno Bruto (PIB), que es la suma de bienes y servicios consumidos en un lugar determinado durante cierto periodo de tiempo (por lo general, en un país durante un año).
El PIB aumenta sólo cuando se consumen más bienes y servicios que en el periodo anterior. Por ejemplo, para una compañía que fabrica automóviles, que vendió 500.000 vehículos en el año 2010, solo se considerará crecimiento positivo si vende más de medio millón de unidades en el año 2011, sin importar las condiciones de las carreteras del país, el nivel de contaminación u otros factores sociales y ambientales en los que su negocio podría tener impacto.
En consecuencia, el crecimiento económico se alimenta a sí mismo; es un crecimiento sin motivo ni razón, y que en nada va ligado al bienestar de las personas. Es altamente absurdo que el desarrollo de un país se mire sólo a partir del crecimiento económico, ya que sabemos que el aumento de bienes en ninguna medida asegura la felicidad humana.
¿Qué nos hace felices?
Antes de plantear mecanismos de desarrollo acordes a las necesidades humanas debemos preguntarnos qué nos hace felices, y las respuestas son muy simples: A las personas nos interesa la salud propia y de los seres queridos, deseamos ser amados y disfrutar de las relaciones y nuestro entorno.
Por lo tanto, el dinero y los bienes materiales son sólo medios para conseguir lo que nos interesa, no fines en sí mismos. Esto demuestra la contradicción de nuestro actual sistema, basado en la idea de que se puede producir infinitamente, considerando que los recursos son ilimitados, pero nos encontramos con la dura realidad de que nuestro planeta tiene recursos finitos, que se pueden acabar (incluso muchos de ellos ya se han agotado), por lo tanto el planeta es un bien escaso. El modelo de crecimiento eterno simplemente no es sustentable.
Cómo sostener lo insostenible
En las sociedades occidentales, hace bastante rato que la población con poder adquisitivo ya logró satisfacer sus necesidades básicas, por lo tanto, debería haber bajado su nivel de consumo. Sin embargo, una sociedad que requiere que el consumo aumente cada año debe crear nuevas formas para motivar las compras innecesarias, y para ello existen básicamente tres vías:
* Creación de nuevos mercados: Que consiste básicamente en vender productos o servicios que antes eran gratis, como el agua embotellada, los cuidados interpersonales o los espacios de recreación (el remplazo de la plaza por el mall).
* Creación de nuevas necesidades: Se refiere básicamente a la invasión publicitaria que provoca que no estemos contentos con nuestro estado actual; por lo tanto, es una industria de crear insatisfacción, ya sea con nuestra apariencia, con nuestra forma de comportarnos o con nuestra forma de ser.
* Obsolescencia programada y percibida: Consiste en convencernos de tirar a la basura bienes que se encuentran perfectamente funcionales o de aceptar que los artículos tengan una duración mínima. 
“¿Qué pasaría si un día despertamos dándonos cuenta de que somos mayoría?”– Extracto del poema “¿Qué Pasaría?” de Mario Benedetti.
Economía a escala humana
En forma paralela, existen alternativas al crecimiento económico que en ningún caso significan deteriorar nuestra calidad de vida, ya que el crecimiento económico no la mide, como lo dijo el mismo Robert Kennedy en 1968: “El PIB lo mide todo, excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida.” (Ver recuadro.) Por lo tanto, el desafío consiste en desarrollar un modelo que tenga que ver con la calidad de vida, con priorizar aquellas cosas que realmente nos importan.
El sentido del PIB Si tratamos de definir el valor e impacto del PIB, no hay mejores palabras que las de Robert Kennedy en marzo de 1968:“Nuestro PIB tiene en cuenta, en su cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos de nuestras autopistas. Registra los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares y las cárceles en las que encerramos a los que logran irrumpir en ellos. Conlleva la destrucción de nuestros bosques de secuoyas y su sustitución por urbanizaciones caóticas y descontroladas. Incluye la producción de napalm, armas nucleares y vehículos blindados que utiliza nuestra policía antidisturbios para reprimir los estallidos de descontento urbano. Recoge […] los programas de televisión que ensalzan la violencia con el fin de vender juguetes a los niños. En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida.”
Es ahí donde el decrecimiento plantea la posibilidad de “vivir mejor con menos”, bajo el precepto de una disminución regulada de la producción económica. El concepto surge en la década de los ’70, pero ha cobrado fuerza durante los últimos años a partir de las crisis económicas mundiales, que han generado un decrecimiento forzado en gran parte del mundo (por lo menos de forma temporal).
El aumento de la percepción de que el modelo de crecimiento económico no puede ser eterno ha provocado que los políticos y economistas reconozcan que si no ocurre un cambio de modelo, nos podemos ver enfrentados a un decrecimiento económico forzado, lo cual, desde cualquier punto de vista, implica sufrimiento y pobreza de muchas personas, motivo por el cual la idea de un “crecimiento selectivo acompañado de un decrecimiento elegido” ha tomado fuerza a nivel político, económico y social.
Las bases del decrecimiento
El decrecimiento no plantea que no tengamos objetos materiales, sino que tengamos los que realmente necesitamos y que obtengamos bienes que duren y que no produzcan un nivel de contaminación absurdo. Así, se plantea la necesidad de utilizar energías renovables, de consumir productos elaborados de forma local, usar vehículos no contaminantes y, básicamente, el concepto plantea transformar los sistemas macroeconómicos en una economía a escala humana, donde cada uno de los eslabones de la cadena de producción tenga en consideración la calidad de vida de las personas y del planeta que habitamos.
Como corriente política y económica, el decrecimiento es muy amplio y, por lo tanto, tiene muchos pensadores con ideas muy diversas entre sí; sin embargo, el concepto común tiene que ver en todo momento con aumentar la felicidad de las personas que formamos parte de los sistemas.
Planeta feliz
La mayor fortaleza del decrecimiento es que no plantea una nueva economía a partir de un “borrón y cuenta nueva”, sino que tiene que ver con una transformación que puede darse dentro de nuestras sociedades, por lo que cualquier presidente puede generar un cambio importante adoptando pequeñas medidas.
Cosas que hacen que valga la pena vivir la vida 
Si se trata de ser feliz, podemos tomar el consejo de Nick Marks y aplicar 5 prácticas cotidianas para incrementar nuestro bienestar:
Estar conectado con las personas que queremos, darse el tiempo para la familia y los amigos.
Estar en movimiento: No hay mejor remedio para el mal humor y el estrés que moverse. Sale a caminar, toma aire o ¡prende la música y ponete a bailar!
Darse cuenta: Es importante estar alerta de lo que ocurre a nuestro alrededor y en el mundo. El aislarse no ayuda a la felicidad.
Seguir aprendiendo: Durante toda la vida, y no necesariamente a través de la educación formal, lo importante es mantener la curiosidad, experimentar cosas nuevas cada día, no cerrarse.
Entregar: No hay nada que dé mayor satisfacción que la entrega, mucho más que recibir. El dar es el camino más corto a la felicidad.
Un modelo que me parece interesante es el planteado por Nick Marks, experto en estadísticas de la “New Economics Foundation”, quien cuestiona seriamente la forma en que en la actualidad los países miden su desarrollo, por lo que creó una escala llamada “Happy Planet Index” (Índice de felicidad planetaria) y bajo la consiga “Porque el bienestar no tiene que costarnos el planeta”, propone una nueva forma de medida, basada en dos variables: La felicidad que logra producir cada país en sus habitantes y el nivel de consumo de recursos que utiliza para lograrlo. En términos simples, se considera el planeta Tierra como un bien escaso y se toma como objetivo la felicidad humana; y por lo tanto, mide cuán eficiente es cada país en lograr el bienestar de sus habitantes.
Y los resultados son impactantes, ya que el país que resulta mejor evaluado es Costa Rica, lo que no es extraño, ya que tiene características que favorecen la calidad de vida: El 99% de su energía proviene de fuentes renovables, y en 1948 abolió el ejército y destinó ese dinero a programas sociales y a la conservación de los recursos naturales.
Los siguientes lugares fueron obtenidos por República Dominicana, Jamaica y Guatemala. Es decir, los primeros lugares no son obtenidos por los países que solemos denominar como “desarrollados”. Por ejemplo, Estados Unidos se encuentra en el lugar número 114, principalmente por su consumo de recursos (si todos viviéramos como ellos necesitaríamos 4 planetas como el nuestro para abastecernos), mientras que Chile se encuentra en el lugar 46 del ranking mundial, con expectativas de vida de 78,3 años, un índice de satisfacción de 6,3 (en una escala de 0 a 10) y un consumo equivalente a 1,5 planetas “no más”.
 ¿Qué se puede hacer para vivir mejor?
Básicamente, se trata de poner los sistemas a disposición de las necesidades humanas en vez de hacer crecer la economía sin sentido. De interesarnos por las personas en vez de invertir energía en un sistema económico cada vez más inhumano y que desajusta el planeta. Aunque suene absurdamente simple, la mejor forma de mejorar nuestra calidad de vida es haciendo las cosas que más nos hacen felices.


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