Los móviles, una adicción social



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Una adolescente española de 4º de la ESO se dirige airada a su profesora y le dice roja de ira a diez centímetros de su cara: “¡Te he dicho que me lo des! ¡Que me des el móvil ahora mismo!” Solo el peso de la educación actuó de límite para evitar que la agrediera. Estamos en la Capilla Sixtina, Roma, el grupo está de viaje de fin de curso y tienen un guía contratado para que les explique la visita. La chica, a pesar de que es buena estudiante y le gusta el arte, era incapaz de contenerse y seguía whatsappeando hasta que la quitaron el móvil. La virulenta reacción era como para ponerle un dardo tranquilizante. 

La escena es tan real como inquietante y da idea del potente nivel de enganche que están desarrollando nuestros jóvenes a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC).
Este fenómeno se detecta en el instituto cuando hablamos con el alumnado en tutoría o le pasamos un cuestionario para las evaluaciones iniciales y ver el nivel de conocimientos, expectativas académico-profesionales, disponibilidad de recursos digitales para investigar, etc. Los resultados son cada año más sorprendentes. Por ejemplo, cada vez son menos los que quieren ser futbolistas, ahora prefieren ser youtubers o ‘testeadores’ (probadores) de videojuegos. Muchos dicen no sentir afición por la lectura, la mayoría tiene ordenador y casi todos móvil. Y aquí aparecen las respuestas más alarmantes. Más de la mitad contestan que usan el móvil cuatro horas o más al día; y más de un tercio reconocen tener una adicción. El uso del móvil es múltiple:WhatsApp, Instagran, Snapchat, Twitter… Otros aparatos que utilizan son ordenador, televisión, Play Station, Xbox, tablet, Smart TV, mp3, mp4, mp5… En fin, una locura de mundo cibernético o digital. Estamos hablando de adolescentes de 13 a 18 años.
Una noticia reciente daba el dato del incremento del número de niños con móvil tras los peores años de la crisis. Lo tienen siete de cada diez niños de 10 a 15 años, y el 90% de entre 14 y 15 años. Según la encuesta del INE sobre equipamiento y uso de tecnologías de información y comunicación en hogares, el 78,7 % de ellos tiene acceso a Internet; el acceso a banda ancha (ADSL, cable) ha entrado en 830.000 hogares más en 2015, siendo los dispositivos móviles más usados para conectarse a Internet en España.
Ante esta realidad conviene plantearse algunas reflexiones. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son un gran salto cualitativo en ese campo. Yo mismo utilizo pizarra y libro digital, cañón en clase, redes sociales como Twitter o correo electrónico para comunicarme con los alumnos. Pero necesariamente esta situación tiene un impacto educativo. A las dificultades de educar en tiempos de desesperanza hay que añadir la distorsión que produce un fenómeno que, no olvidemos, es un negocio de las grandes multinacionales. Claro que estas nuevas tecnologías TIC se desarrollan para facilitar la comunicación pero, sobre todo, se hace a mayor gloria de los beneficios empresariales. Prueba de ello es la agresiva publicidad, la caza del cliente, y la innovación tecnológica para ofrecer nuevas aplicaciones que dejan obsoletos los aparatos anteriores. Se trata de convertir continuamente los móviles o videojuegos de última generación en un deseo de consumo en los adolescentes.
También hay otros efectos colaterales a tener en cuenta. Se dedican muchas horas a las TIC y se convierten en el principal centro de interés, relegando otros como el estudio y la lectura. Impactan en la forma de escribir y en la de relacionarse con los demás. La dependencia se puede acentuar en hijos únicos sin hermanos con quien jugar, en los que no cuentan con amigos en el barrio porque se desplazan a centros educativos distantes o en los que han perdido ese espacio de socialización y juego que es la calle, a la que no salen por temor de las familias. En algunos casos extremos se puede producir una dependencia que recuerda el fenómeno conocido en Japón como hikikomoris, combinándose adicción, fracaso escolar, depresión y aislamiento social.
Estamos ante un problema serio que se ha convertido en una especie de droga social, que no se consume en solitario o con vergüenza, como puede pasarle a algunas personas con el tabaco o el alcohol. Se hace colectivamente, al unísono, y quedar fuera de los grupos establecidos puede significar rechazo social. La adicción se expresa en muchos órdenes: desinterés y fracaso escolar, hiperactivación cerebral y la aparición de patologías derivadas del déficit de atención, en conductas a veces agresivas y desafiantes. Sin olvidar lo más habitual y cansino: no hay quien aguante a un niño o niña decir toda la tarde ¡qué hago! porque no tiene capacidad de gestionar su aburrimiento.
Puede afectar incluso a la felicidad. Ya desde los griegos sabemos que la hay de dos tipos en función de los medios para alcanzarla: hedónica y eudaimónica. La felicidad eudaimónica es aquella que está asociada a la idea de que la vida tiene sentido, tienes un propósito en ella y se disfruta de lo que cuesta conseguir. En cambio, la hedónica es la que se obtiene a través del logro inmediato del deseo. Y en eso consiste la adicción neuropsicológica: son las ganas de consumir más y de forma instantánea, resultando muy difícil vivir sin ello.
Este artículo se podía haber titulado “los efectos del móvil en el desarrollo cerebral de la infancia”, pero la cuestión es que no sabemos casi nada. Por ello, se deberían encargar estudios rigurosos sobre las consecuencias psicológicas, educativas y sociales, como se hace con otras adicciones. Quizá se deban señalar los riesgos del producto, como en las cajetillas de cigarrillos. Urge abrir un debate social sobre el uso y los controles de las TIC en determinadas circunstancias y edades tempranas. Si aún estamos a tiempo, intentemos hacer un uso responsable de estas tecnologías, especialmente en los jóvenes.
No deja de ser significativo que a alguno de los padres del invento, como Steve Jobs, no le gustase que sus hijos utilizaran tantos aparatos y les limitase el uso de la tecnología. Y es que, si realmente no somos capaces de poner límites y sentido común, no hay quien aguante la bronca y la tensión diaria en casa. Y las familias tendrán que soñar con algún tipo de pimentero mágico como el del vídeo (ver abajo) que desconecte la wifi y los aparatos digitales para volver a ser un grupo humano que se comunica mirándose a los ojos.

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