Mirar al mar sin miedo: El tiburón no es nuestro enemigo sino todo lo contrario

El miedo a lo desconocido, junto a la desconfianza hacia cualquier ser vivo superior a nosotros, es lo que ha llevado al ser humano a perseguir y difamar al tiburón desde tiempos pretéritos

José Luis Gallego

La soleada mañana del pasado sábado transcurría apaciblemente en la playa de Calahonda, en la costa de Granada. Superado el estado de alarma por la Covid-19 los visitantes, en un número mayor a lo que la prudencia obliga, disfrutaban relajadamente de su primer baño de la temporada. Cuando de repente alguien pronunció la palabra más temida por todo bañista: “¡tiburón! ¡hay un tiburón en el agua!”
Tras que todos los asistentes salieran del agua se pudo comprobar la aleta dorsal de un tiburón de aproximadamente 4 metros emergiendo del agua. Una imagen que hace ahora 45 años el cine se encargó de convertir en icono del miedo dando origen a una de las psicosis más absurdas e injustificadas.
Desde el estreno en el verano de 1975 de la famosa película Tiburón, dirigida por Spielberg y convertida en uno de los mayores éxitos de la historia del cine, el pánico hacia estos fascinantes animales no ha dejado de ir en aumento. Pero, volvamos a la playa granadina para comprobar hasta qué punto es infundado.
La aleta que aterró a los bañistas pertenecía a un inofensivo tiburón pelegrino (Cetorhinus maximus) quien, pese a ser el segundo pez más grande del mundo y poder alcanzar los diez metros de longitud, es tan impresionante como pacífico e inofensivo ya que se alimenta de plancton y pequeños peces e invertebrados marinos.
El tiburón peregrino capturado en el Puerto de Tarragona ya estaba muerto cuando los pescadores
lo han sacado del agua. (Port de Tarragona)

La reacción de pánico por parte de los bañistas respondía a un temor instalado en el imaginario colectivo, tan real como absurdo. Un temor que yo mismo experimenté en la única ocasión en que me topé con un tiburón en mar abierto.
Fue hace muchos veranos. Nadaba con unas gafas de buceo en un estrecho canal submarino entre las calas de Aiguafreda y Sa Riera, uno de los tramos mejor conservados del litoral de la Costa Brava. Era a última hora de la tarde, esa hora mágica en la que el azul del mar empieza a hacerse cada vez más intenso y el paisaje del fondo inicia un lento fundido a negro, lo que le hace a uno sentirse suspendido en el espacio.
Mientras observaba una hermosa colonia de peces de roca (doncellas, serranos, tordos, gobios y sargos, entre otros) una presencia inesperada me hizo desviar la mirada hacia mar adentro. Fue entonces cuando lo descubrí, a escasos metros de distancia, venía derecho hacia mí.
Recuerdo nítidamente sus llamativos ojos (cierro los míos y los sigo viendo), sus alargadas aletas pectorales como las de una gaviota submarina, hasta que con un ligero y elegantísimo movimiento de aleta caudal cambió de rumbo y se alejó hacia el azul oscuro para desaparecer como un fantasma.
(BBC)

Era un ejemplar de tintorera, el tiburón azul: el gran depredador de nuestras costas. Una de las especies más bellas. Seguramente tornaba a sus dominios en las profundidades después de una breve incursión en la línea de costa tras alguna presa. No hubo conflicto alguno, ningún amago de ataque: nada de eso, sino más bien lo contrario.
Lo que hubo fue un flechazo, un encantamiento y una inmensa alegría por mi parte al tener a escasos metros de distancia a una de las criaturas más evolucionadas del planeta. Sin embargo, y aunque el encuentro duró apenas unos segundos, bastaron para que el pulso y la respiración se dispararan y se desencadenara en mi interior una respuesta atávica de alerta que logré controlar de inmediato para caer en el embelesamiento.
Una vez fuera del agua la emoción dio paso a la reflexión y a una profunda sensación de privilegio por haber tenido la oportunidad de avistar a uno de los animales más fabulosos y desconocidos de la fauna ibérica.
Precisamente ese miedo a lo desconocido, junto a la desconfianza hacia cualquier ser vivo superior a nosotros, es lo que ha llevado al ser humano a perseguir y difamar al tiburón desde tiempos pretéritos. El cine y los documentales sensacionalistas solo se encargaron de abonar un terreno cultivado para que creciera nuestra aversión.
Así, lejos de aproximarnos a un ser tan apasionante, las pantallas se encargaron de acentuar la arcaica desconfianza hacia el tiburón hasta transformarla en hostilidad hacia estos magníficos animales que desempeñan un papel fundamental en la cadena trófica de los mares.
El tiburón tiene una historia evolutiva muy superior a la del ser humano. Su registro fósil es tres veces más antiguo que el de los dinosaurios y cien veces superior al nuestro. Y es que los tiburones habitan los mares desde hace más de 450 millones de años.
La tintorera es un tiburón de mar abierto, gregario y viajero, que recorre largas distancias formando grupos muy numerosos. En el Mediterráneo, y concretamente en Catalunya, acostumbra a frecuentar la línea de costa en verano, por lo que es normal que durante estas semanas se sucedan las observaciones desde lanchas y barcos o incluso desde la playa. Unos avistamientos que en ese caso suele acabar con la bandera roja izada en el mástil del socorrista y la prohibición de acercarse al agua.

Tiburón cabeza de pala (Sphyrna tiburo) (qldian / Getty)

Mi admirado y querido amigo Ricardo Aguilar, Director de Investigación y Jefe de Proyectos de Oceana Europa y uno de nuestros mejores biólogos marinos, me señaló en una ocasión que en Estepona (Málaga) se halla una de las colonias de cría de tiburón azul más importante del mundo. Pero hay más especies surcando nuestras aguas.
En la costa mediterránea española se han identificado más de 45 especies de tiburones, buena parte de ellas con rasgos característicos propios que las diferencian de sus semejantes en otras partes del planeta. Entre ellas el gran tiburón blanco: el famoso Carchorodon carcharias al que Spielberg convirtió en uno de los peores monstruos del cine y como consecuencia en uno de los animales más difamados, perseguidos y por ello amenazados de todos los mares.
Pero no trasladen a la realidad lo que ha sido creado por la ficción. Los tiburones no son peligrosos, no formamos parte de su dieta ni tienen necesidad de defender su territorio ante nuestra presencia. En el Mediterráneo además es imposible que se produzcan ataques por confusión pues no pueden confundirnos con ninguna de sus presas.
El tiburón ballena es el pez más grande del mundo (viajarbuceando.com / Viajarbuceando)

En los últimos dos siglos solo se han contabilizado dos incidentes menores con tiburones en la costa mediterránea española. De hecho, y a pesar de que periódicamente aparecen en las noticias casos remotos (buena parte de ellos en Australia) según los expertos la posibilidad de sufrir un ataque de tiburón es la más remota de todas las situaciones de riesgo a las que nos podemos enfrentar en la vida.
Por el contrario, los ataques del ser humano al tiburón son una constante desde hace años, y están conduciendo a la mayoría de las especies a la extinción. Especialmente en el Mediterráneo, tal y como nos explicaba mi compañero Antonio Cerrillo en La Vanguardia Natural hace unas semanas, ver: El agónico declive de los tiburones en el Mediterráneo español.
(YouTube)

Fuente: https://www.lavanguardia.com/natural/ecogallego/20200624/481933820685/el-tiburon-no-es-nuestro-enemigo-sino-todo-lo-contrario.html - Imagen de portada:
Diversas especies de tiburones se encuentran en peligro de extinción por la presión humana (Facebook/@shawnheinrichs)



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