300 ricos atesoran más que 3000 millones de pobres


Las 300 personas más ricas del planeta acumulan más riqueza que los 3000 millones de pobres, afirmó el profesor de la Escuela de Economía de Londres, asesor del movimiento 'The Rules', que lucha contra la desigualdad, Jason Hickel.
"Citamos estas cifras porque nos ofrece una comparativa clara e impresionante, pero en realidad la situación es aún peor: las 200 personas más ricas tienen aproximadamente 2,7 trillones de dólares, y eso es mucho más que lo que tienen 3500 millones de personas, que tienen un total de 2,2 trillones de dólares", explica el economista.
Jason Hickel en referencia a un estudio hecho recientemente por la ONG Oxfam, reiteró que el 1 % de los más ricos aumentó sus ingresos en un 60 % en los últimos 20 años, con la crisis financiera acelerando este proceso en vez de frenarlo.
Este economista que también es el autor de un video titulado 'La Desigualdad de la Riqueza Mundial', en su obra expone el crecimiento gradual de esta desigualdad en diferentes países, en este sentido, muestra que durante el período colonial, la brecha entre los países ricos y los pobres aumentó de 3:1 a 35:1. Desde entonces, la brecha ha crecido hasta un nivel de 80:1.
Hickel atribuye el crecimiento de la brecha en parte a las políticas económicas neoliberales impuestas por las instituciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) a los países en desarrollo durante las últimas décadas.
"Estas políticas están diseñadas para liberalizar los mercados a la fuerza, abriéndolos a fin de dar a las multinacionales un acceso sin precedentes a tierra barata, recursos y mano de obra. Pero a un precio muy alto: que los países pobres pierdan alrededor de 500.000 millones de dólares por año de su Producto Interno Bruto (PIB)", explica el profesor citando al economista Robert Pollin, de la Universidad de Massachusetts.
tmv/kt/msf
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¿Pueden darme pistas sobre lo qué es el movimiento por el decrecimiento?

 
Armando Jaén - Blog de un ecologista

En 1971 el economista americano de origen rumanés, Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994) publicaba una investigación The entropy law and the economic process sobre la relación entre la física, la economía y la ecología en la cual mostraba la contradicción de la teoría económica del crecimiento mostrando que sólo el decreciente, es factible en el mundo finito que es la realidad de nuestro planeta. Este economista, que se considera el padre de la llamada bioeconomía, ha sido olvidado por la ciencia económica actual. Sus obras aportan las claves de esta intuición sobre la necesidad de afrontar como nuevo enfoque no el crecimiento sino el decrecimiento. Encontramos raíces de su pensamiento en John Stuart Mill y su maestro, Joseph A. Shumpeter (1883-1950) que ya planteaba lo que el llamaba la “destrucción creativa”.
Hoy el Institut d'études économiques et sociales pour la décroissance soutenable recoge la herencia ideológica de Nicholas Georgescu-Roegen y profundiza en el decrecimiento como una filosofía vital de nuevo cuño. El decrecimiento no es una teoría económica sino una consecuencia inevitable de las leyes de la entropía aplicadas a nuestra realidad vital. Vivimos en un planeta finito y con una determinada capacidad para asimilar los procesos vitales de las especies que alberga. La civilización humana lo ha puesto en jaque al aumentar la población de 600 millones a más de 6.000 millones junto con montones de residuos no biodegradables desde la adopción del capitalismo y la industrialización. Los promotores de este movimiento argumentan que no es un concepto sino un eslógan político con implicaciones teóricas y que apunta a romper con la adicción del productivismo y como consecuencia del crecimiento por el crecimiento que no conduce más que engrosar las arcas de unos pocos mientras se dilapida el futuro del planeta para una civilización humana digna. Apuntan también que en la medida que es una ideología en rigor debería hablarse de un “acrecimiento” de la misma forma que se plantea el término de “ateismo”, por que en realidad el decrecimiento inspira a abandonar la fe en la economía del crecimiento, del progreso y del desarrollo aunque se adjetive de sostenible.
Entre las medidas prácticas que puede adoptar la ciudadanía interesada en profesar el decrecimiento sus autores apuntan:
    1. Volver a la producción material de los años sesenta-setenta con una huella ecológica igual o inferior a un planeta
    2. Internalizar los costes del transporte y evitar los kilométricos viajes de todas las mercancías
    3. Relocalizar las actividades y que la producción se sitúe cerca del consumidor
    4. Adoptar el programa de la agricultura cercana a la población como propugna la Confederación campesina de José Bové
    5. Impulsar la producción de bienes relacionales que fomenten la democracia ecológica
    6. Adoptar el escenario del negavatio y del Factor 4 para reducir el despilfarro energético
    7. Penalizar contundentemente el gasto publicitario
    8. Decretar una moratoria sobre la innovación tecnológica que nos permita hacer un balance serio y reorientar la investigación científica y técnica en función de las nuevas aspiraciones
    9. Adoptar un estilo de vida más frugal que reduzca nuestra adicción al consumo.
En definitiva, el movimiento del decrecimiento advierte y demuestra que el llamado desarrollo sostenible se ha convertido en el concepto más pernicioso desde su adopción en 1987 porqué nos impide como si de un espejismo se tratara reconocer que nos estamos introduciendo en el desierto estéril que queda tras nuestros pasos tanto en el Norte como el Sur. En cualquier caso, el decrecimiento no pretende más que favorecer la reflexión para empujar a la humanidad hacia una verdadera democracia ecológica. Una ideología digna de pensar en ella, porqué como decía Gandhi, "quizás debemos vivir de forma más simple para simplemente que los demás puedan vivir". El movimiento del decrecimiento aunque va más allá comparte el espíritu del movimiento de la simplicidad voluntaria.
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El camino al decrecimiento


Luis Gabriel Urquieta - Mundo verde

El economista francés, Serge Latouche, es la cabeza más visible de uno de los movimientos ambientalistas más congruentes y de mayor repercusión global: el decrecimiento, cuyo objetivo central implica sobreponerse al anhelo consumista e individualista de un sistema económico basado en el crecimiento ilimitado, para dar pie a una sociedad menos materialista, más solidaria, más autosuficiente y menos alienada al trabajo.
Las ideas que engloban el movimiento por el Decrecimiento, encuentran innumerables precursores, como bien podrían ser Henri David Thoreau,  Mahatma Gandhi, Lev Tolstói, Iván Illich, entre muchos otros que, a lo largo de su vida, replantearon el significado de su existencia, en la búsqueda de construir una sociedad cimentada en la simplicidad voluntaria y la autosuficiencia.
Latouche, profesor de la Université de Paris-Sud, conceptualizó la palabra “Decrecimiento” en 2001, como respuesta al concepto de “Desarrollo Sustentable”, el cual comenzaba a ser ampliamente utilizado por economistas, empresarios y políticos como una “responsable” consideración ambiental vinculada al crecimiento económico.
Para el pensador francés, el concepto de “desarrollo sustentable” es simplemente un sinsentido que entrelaza dos ideas antagónicas e irreconciliables. El desarrollo entendido como crecimiento económico en un planeta de recursos finitos es por lógica insostenible, más si se considera que la población humana continúa y continuará creciendo. Por tal motivo, era necesario crear un nuevo concepto que reorientara el debate hacia el verdadero problema ambiental: la falsa concepción del crecimiento ilimitado.
La idea del crecimiento económico, considera Latouche, se transformó en el siglo XX en una religión, con dogmas que los gobiernos, teóricamente democráticos, pero cada vez más sometidos a una oligarquía económica y financiera, no han sido capaces, aún en sus discursos más progresistas, de eliminar o criticar abiertamente.
El concepto de crecimiento, explica Latouche, fue tomado de la biología evolutiva. “Una semilla que se siembra, germina y crece”. Todos los seres vivos crecen, no obstante, irremediablemente, todos llegarán a morir.  Sin embargo, pensar en un crecimiento económico ilimitado, sintetizado en una metáfora, es como si hubiéramos tomado una bicicleta y no pudiéramos dejar de pedalear jamás, aunque por propia naturaleza, ya en el camino, vayamos perdiendo toda la energía y estemos llegando a una fatiga mortal.
Las ideas de crecimiento y desarrollo han sido asimiladas por el grueso de la población como un culto religioso con sus propios rituales consumistas, sin embargo la felicidad y la plenitud personal no están intrínsecamente relacionadas a la acumulación infinita de bienes materiales. Por el contrario, cuando la obsesión por acumular riqueza aumenta, se genera una ilusión de superioridad y arrogancia que fractura el tejido social. Se premia al individualismo y  la competitividad, en vez de construir relaciones humanas comunitarias y solidarias.
La mayoría de los medios de comunicación, cuyo objetivo principal es generar ganancias económicas, tienden a vender espacios de publicidad y promover mayor consumo. Por ello, la mayor parte de la información que recibimos  conlleva de manera explícita a una sobresaturación  de oferta de productos que, en la mayoría de los casos, son innecesarios. Esta tendencia alienante, sugiere Latouche, debe ser quebrantada por lo que denomina descolonización del imaginario (decoloniser l’imaginaire) , que implica romper con el fetichismo consumista, para dar pie a una vida basada en la simplicidad voluntaria, reducir la prioridad del dinero en nuestras vidas y con ello disminuir los horarios asfixiantes de trabajo, vivir mejor en comunidad, incentivar el arte y propiciar mecanismos de colaboración para construir sociedades de mayor autosuficiencia y menor impacto ambiental.
Latouche escogió la palabra decrecimiento para provocar, para despertar conciencias. “Había que salir de la religión del crecimiento”. En un mundo dominado por los medios, explica, “no se puede uno limitar a construir una teoría sólida, seria y racional; hay que tener un eslogan, hay que lanzar una teoría como se lanza un nuevo lavavajillas”.
Por ahora, el Decrecimiento continúa siendo una propuesta incómoda y poco difundida en los medios de comunicación. En un mundo dominado por el capital, ideas como Desarrollo Sustentable y Crecimiento Verde seguirán acaparando las noticias con matices ambientales; no obstante, cada vez son más los individuos que observan con cautela el insoslayable deterioro que sufre el planeta y encuentran conclusiones afines a la postura humanista  y congruente que Latouche ha pregonado.


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