El significado del federalismo: la Organización Política de la Sociedad Ecológica

autor : Murray Bookchin

Pocos argumentos han sido usados más comunmente para desacreditar a la “Democracia Paticipativa” (o “Directa” o “Cara a Cara”) que la afirmación que dice que “vivimos en una sociedad compleja”. Los centros poblacionales modernos, se nos dice, son demasiado grandes y demasiado concentrados para permitir la toma directa de decisiones a nivel de la gente común. Y también se nos dice que “la economía es demasiado global”, presumiblemente, para desenmarañar el intrincamiento de la producción y el comercio. Se nos aconseja que, en nuestro actual sistema social transnacional y a menudo altamente centralizado, “es mejor aumentar la representación en el Estado (la “Democracia Representativa”) e incrementar la eficiencia de las instituciones burocráticas”, que aconsejar “esquemas localistas utópicos” de control popular sobre la vida política y económica.
Después de todo - tales argumentos a menudo postulan - los centralistas son en verdad enteramente “localistas”, en el sentido de que ellos creen en la consigna “más poder para la gente” - o al menos para sus representativos. Y se supone que un buen representativo querrá entusiastamente saber los deseos de sus representados o “constituyentes” (para usar otro de aquellos arrogantes sustitutos para la palabra “ciudadanos”).
Pero, ¿Democracia Cara a Cara?. Se nos dice “¡Olvídense del sueño de que en nuestro “complejo” mundo moderno podamos tener alguna alternativa democrática al Estado-Nación!”. Mucha gente pragmática, incluyendo a los socialistas, a menudo desechan argumentos a favor de ese tipo de “localismo” como si fuera de otro mundo - con bondadosa condescendencia la mejor de las veces y categórica burla la peor. De hecho, algunos años atrás se me desafió a que explicara cómo mis pareceres descentralistas impedirían, digamos, que la ciudad de Nueva York botara sus desechos no tratados en el río Hudson, del cual ciudades corriente abajo como Perth Amboy sacan su agua potable.
Superficialmente, argumentos como éste a favor de gobiernos centralizados parecen convincentes. Se postula que una estructura que sea “democrática”, con seguridad, pero en gran parte con un tipo de gobierno de arriba hacia abajo, es necesaria para evitar que una localidad dañe a otra ecológicamente. Pero los argumentos económicos y políticos convencionales contra la descentralización, que van desde el destino de la ciudad de Perth Amboy hasta nuestra supuesta “adicción” al petróleo, descansan en un número de supuestos muy problemáticos. Más preocupante es que ellos descansan en una aceptación inconsciente del sistema económico prevaleciente.
Descentralización y Autosustentabilidad
El supuesto que dice que lo que actualmente existe debe necesariamente existir, es el ácido que corroe a todo pensamiento visionario. ¿Debe existir necesariamente la actual extravagante división internacional del trabajo para satisfacer las necesidades humanas?. ¿O ha sido creada ésta para proporcionar extravagantes beneficios lucrativos a la corporaciones multinacionales?. ¿Debemos ignorar las consecuencias ecológicas de saquear los recursos del Tercer Mundo, ligando insanamente la vida económica moderna con áreas ricas en petróleo cuyos productos finales incluyen contaminantes del aire y sustancias cancerígenas derivadas del petróleo?. Ignorar el hecho de que nuestra “economía global” es el resultado de burocracias industriales burguesas y de una economía de mercado del tipo “crece o muere” es increiblemente miope.
Hay sólidas razones ecológicas para alcanzar una cierta medida de autosustentabilidad local. Una enorme división nacional e internacional del trabajo es extremadamente derrochadora en el sentido literal del término. La excesiva división del trabajo no sólo constituye una sobre-organización en la forma de enormes burocracias y un gasto tremendo de recursos para el transporte de materiales sobre grandes distancias. Además, ésta reduce las posibilidades de reciclar efectivamente los desechos para evitar así la contaminación - que tiene su fuente en centros industriales y poblacionales áltamente concentrados -, y de hacer un uso sano de las materias primas locales y regionales.
Por el otro lado, no podemos ignorar el hecho de que las comunidades relativamente autosustentadas - en las cuales las artesanías, la agricultura y las industrias sirven a redes definidas de comunidades organizadas confederadamente - enriquecen las oportunidades y estímulos a los cuales los individuos están expuestos, contribuyendo a personalidades más redondeadas, con un rico sentido de individualidad y capacidad. El ideal Griego del ciudadano redondeado en un ambiente redondeado - uno que reaparece en los trabajos utópicos de Charles Fourier - era grandemente apreciado por los anarquistas y socialistas del siglo diecinueve.
No debiéramos, yo creo, perder de vista lo que se supone significa vivir según un modo de vida que sea ecológico, siguiendo meramente prácticas ecológicas sanas. La multitud de manuales que nos enseñan cómo conservar, invertir, comer y comprar de una manera “ecológicamente responsable” son una burda parodia de la necesidad más básica de reflexionar en qué significa pensar - sí; razonar - y vivir ecológicamente en el pleno sentido del término. De este modo yo opino que jardinear orgánicamente es más que una buena forma de cultivo y una buena fuente de nutrientes; es, sobre todo, un modo de ubicarse a uno mismo de modo directo en la cadena alimenticia de la naturaleza, al cultivar personalmente las mismas substancias que uno consume para vivir, retornando al propio ambiente lo que uno saca de él. El alimento entonces llega a ser así más que una forma de nutrimiento personal. El suelo que uno escaba, las cosas vivas que uno cultiva y consume, el cómpost que uno prepara … todo se une en un contínuo ecológico que alimenta el espíritu tanto como al cuerpo, formando la propia sensibilidad hacia el mundo no-humano y humano que nos rodea. Entonces cambios monumentales tales como la disolución del Estado-Nación y su sustitución por una democracia participativa, no ocurren en un abstracto vacío psicológico donde sólo se cambia la estructura política. En el caso del agua potable de Perth Amboy, yo opino que en una sociedad que haya girado radicalmente hacia la democracia descentralizada y participativa - guiada por principios comunitarios y ecológicos - es muy razonable suponer que la gente no escogerá una tan irresponsable dispensa social que permita que las aguas del río Hudson estén tan contaminadas. El Descentralismo, la democracia participativa cara a cara y un énfasis localista en los valores comunitarios deben ser vistos como formando una sola pieza. Esta “una pieza” envuelve no sólo una nueva política sino que también una nueva cultura política, que incluye nuevos modos de pensar y sentir, un nuevo modo de interrelación humana, incluyendo los modos en que experienciamos el Mundo Natural No-Humano. Palabras tales como “política” y “ciudadanía” serían redefinidas por los ricos significados que ellas adquirieron en el pasado y agrandadas por la experiencia presente.
No es muy difícil mostrar cómo los problemas de la división internacional del trabajo pueden ser en gran parte atenuados al usar recursos locales y regionales y al implementar eco-tecnologías, redimensionando el consumo humano según líneas racionales (de hecho, m‡s saludables); y al enfatizar la producción de calidad que proporcione medios duraderos de vida (en vez de desechables). Existe la necesidad, también, de integración inter-regional y de intercambiar recursos entre comunidades. Porque las comunidades descentralizadas - al compartir una sola Biosfera - son inevitablemente interdependientes unas de otras.
Problemas del Descentralismo
Sin tales cambios culturales y políticos holísticos, las nociones de Descentralismo que enfaticen el aislamiento localista y un grado de autosuficiencia extrema, pueden llevar al parroquialismo cultural y al chauvinismo. El parroquialismo puede llevar a problemas que son tan serios como una mentalidad “global” que no considere el carácter único de las culturas, las peculiaridades de los ecosistemas y eco-regiones y la necesidad de una vida comunitaria a escala humana que haga la democracia participativa posible. Debemos encontrar un modo de compartir armónicamente el Mundo con otros humanos y con las formas de vida no-humanas, una visión que es a menudo difícil de alcanzar en comunidades demasiado “autosuficientes”.
Los conceptos de autodependencia local y autosustentabilidad pueden ser grandemente malinterpretados. Y puedo ciertamente estar de acuerdo con David Morris (del Instituto para la Autodependencia Local) en, por ejemplo, que si una comunidad puede producir las cosas que necesita, ésta debiera probablemente hacerlo así. Pero las comunidades autosustentadas no pueden producir todas las cosas que ellas necesitan - a no ser que esto signifique un retorno a un modo de vida en aldea agobiante, que históricamente a menudo envejecía prematuramente a hombres y mujeres, obligándolos a hacer trabajo duro y permitiéndoles muy poco tiempo para la vida política más allá de los confines inmediatos de su propia comunidad inmediata.
Hoy en día podemos producir los medios básicos de subsistencia - y buena parte más - de un modo ecológico, focalizado en la producción de bienes útiles de alta calidad. Esto no es lo mismo que abogar por un tipo de “capitalismo colectivo”, el cual funcione con un sentido excesivo de propiedad sobre los recursos. Un tal sistema de cooperativas marca una vez más el comienzo de un sistema de mercado de distribución, ya que las cooperativas terminan enredadas en una red de “derechos burgueses” - esto es, en contratos y cálculos de contabilidad que se focalizan en las “cantidades exactas” que recibiría una comunidad “a cambio” de lo que ésta reparta a otras. Este deterioro ocurrió entre algunas de las empresas controladas por los trabajadores que funcionaron como empresas capitalistas en Barcelona después que los trabajadores las expropiaron en la Revolución Española de 1936.
Es un hecho problemático que ni la Descentralización ni la Autosuficiencia en sí mismas sean necesariamente democráticas. La ciudad ideal de Platón en La República estaba diseñada para ser autosuficiente, pero su autosuficiencia significaba mantener tanto una élite militar como filosófica. De hecho, su capacidad para preservar su autosuficiencia dependería de su habilidad , como Esparta, de resistir la aparente influencia “corruptora” de culturas exteriores (una característica que aún aparece en muchas sociedades cerradas de Oriente).
De modo similar, la Descentralización en sí misma no proporciona la seguridad de que tengamos una Sociedad Ecológica. Una sociedad descentralizada puede coexistir fácilmente con jerarquías extremadamente rígidas. Un llamativo ejemplo lo constituye el feudalismo histórico que primó en Europa y Oriente, un orden social en el cual las jerarquías principescas, ducales y baroniales regían en comunidades altamente descentralizadas. Con todo el debido respeto a Fritz Schumacher, lo pequeño no es necesariamente hermoso.
Tampoco se sigue de esto que las “comunidades a escala humana” y las “tecnologías apropiadas” constituyan en sí mismas garantías contra sociedades tiránicas. De hecho, la humanidad ha vivido por siglos en aldeas y pequeños poblados, a menudo con apretados lazos sociales organizados, e incluso formas comunistas de propiedad. Pero éstas proporcionaron la base material para Estados imperiales altamente despóticos. Lo que estas comunidades autosuficientes y descentralizadas temían casi tanto como a los ejércitos de bárbaros que las asolaban era a los recaudadores de impuestos que las saqueaban.
La Descentralización, el Localismo, la Autosuficiencia e incluso la Federación - cada una tomada aisladamente - no constituyen una garantía de que alcanzaremos una sociedad racional y ecológica. De hecho, todas ellas han en un tiempo u otro sustentado a comunidades parroquiales, a oligarquías e incluso a regímenes despóticos. Con seguridad, sin las estructuras institucionales que se agrupan alrededor de nuestro uso de estos términos, y sin tomarlos en combinación unos con otros, no podemos esperar alcanzar una sociedad libre y ecológicamente orientada.
Federalismo e Interdependencia
Lo que lleva a menudo a serios malentendidos entre los descentralistas es su fracaso en demasiados casos de ver la necesidad de formas libertarias de Federación - que al menos tiendan a contrarrestar la tendencia de las comunidades descentralizadas a moverse hacia la exclusión y el parroquialismo.
El Federalismo es, sobre todo, una red de consejos administrativos cuyos miembros o delegados son elegidos por asambleas populares democráticas cara a cara en las varias aldeas, poblados e incluso barrios de grandes ciudades. Los miembros de estos Consejos Federales son mandados, son retirables y son responsables frente a las asambleas que los escogen para el propósito de coordinar y administrar las políticas formuladas por las mismas asambleas. Su función es así una puramente administrativa y práctica, no una de determinación de políticas como función exclusiva de los representativos en sistemas republicanos de gobierno.
Una visión federal implica una clara distinción entre la formulación de políticas y la coordinación y ejecución de las políticas adoptadas. La formulación de las políticas es el derecho exclusivo de las asambleas comunitarias populares, basadas en las prácticas de la democracia participativa. La administración y la coordinación son la responsabilidad de consejos federales, los que llegan a ser los medios para ligar a las aldeas, poblados, vecindarios y ciudades en redes federales. El poder fluye entonces desde abajo hacia arriba - en vez de desde arriba hacia abajo - y, en las federaciones, el poder ejercido desde abajo hacia arriba disminuye con los niveles de los consejos federales, disminuyendo territorialmente desde localidades a regiones y desde regiones a áreas territoriales más amplias.
Un elemento crucial para darle realidad armónica al Federalismo es establecer el contacto interdependiente de las comunidades, para que exista un auténtico mutualismo basado en el compartir de los recursos, la producción y la formulación de las políticas que rijan la vida pública. Si una comunidad no está obligada a contar con otra u otras para satisfacer ciertas necesidades materiales - que no las más importantes - y para hacer realidad metas políticas comunes que beneficien al todo mayor, la estrechez del exclusivismo y el parroquialismo son posibilidades genuínas.
El Federalismo es así el modo de perpetuar la interdependencia que debe existir entre comunidades y regiones - de hecho, es un modo de democratizar esa interdependencia sin rendirse al principio exclusivo del control local. Mientras que una medida razonable de autosuficiencia es deseable para cada localidad y región, el Federalismo es el medio de evitar los males del parroquialismo local por un lado, y los de una extravagante división del trabajo nacional y global por el otro. Brevemente, es un modo por el cual una comunidad puede retener su identidad y redondez mientras participa de un modo compartido con el todo mayor que constituye una sociedad ecológica equilibrada. El Federalismo como principio de organización social alcanza su pleno desarrollo cuando la economía misma es federalizada al poner a las granjas, fábricas y otras empresas necesarias en manos municipales locales. - esto es, cuando una comunidad, ya sea grande o pequeña, comienza a gestionar sus propios recursos económicos en una red de lazos con otras comunidades.
Me gustaría pensar que una sociedad ecológica federada fuera una en que se comprtiera solidariamente, una que estuviera basada en el placer que se siente en el distribuir entre las comunidades de acuerdo a sus necesidades, no una en la que comunidades “cooperativistas” capitalistas se enlodaran a sí mismas en las reglas exclusivamente económicas de las relaciones de intercambio.
La Federación es así el conjunto de la Descentralización, el Localismo, la Autosuficiencia, la Interdependencia - y más. Este “más” es la indispensable educación moral, y la construcción del carácter - lo que los Griegos llamaban Paideia -que constituye la ciudadanía racional y activa en una democracia participativa, de modo diferente a la de los pasivos electores y consumidores que tenemos hoy en día. Al final, no hay otro sustituto del conflictivo sistema prevaleciente, para una reconstrucción consciente de nuestra relación armoniosa con los demás humanos y lo que llamamos el Mundo Natural.
El Federalismo como lo defino, en efecto, debe ser concebido como un todo: Un cuerpo conscientemente formado de interdependencias, que une a la democracia participativa en municipalidades con un escrupulosamente públicamente supervisado sistema de coordinación global. Esto implica el desarrollo dialéctico de la independencia y la dependencia, hacia una forma más rícamente articulada de interdependencia. El Federalismo es así un tipo de metabolismo social fluído y en contínuo desarrollo, en el cual las identidades en una sociedad ecológica planetaria son valoradas por virtud de su potencial para una siempre mayor diferenciación enriquecedora del todo. El Federalismo es el punto de partida para una nueva historia eco-social, casracterizada por una evolución participativa dentro de la sociedad; y entre la sociedad y el Mundo Natural.
El Federalismo como un Poder Dual
El Federalismo es una tradición vibrante en los asuntos de la Humanidad, que tiene una historia de siglos detrás de él. Las Federaciones han tratado por generaciones de contrarrestar una tendencia histórica casi tan antigua hacia la centralización y la creación del Estado-Nación.
Si el Federalismo y el Estatismo no son vistos como estando en tensión entre ellos - una tensión el la cual el Estado-Nación ha usado una variedad de intermediarios como Gobiernos Provinciales en Canada y Gobiernos Estatales en los Estados Unidos para crear la ilusión del “control local” - entonces el concepto de Federación pierde todo significado. La autonomía provincial en Canada y los derechos Estatales en los Estados Unidos no son más federales que los “soviets” o consejos soviéticos, que eran el medio para el control popular que existió en el Estado totalitario de Stalin.
Este mismo concepto de totalidad que se aplica a las interdependencias entre las municipalidades también se aplica a la municipalidad misma. La municipalidad es la arena política más inmediata del individuo, el mundo que es literalmente el peldaño que lleva a las personas más allá de la privacidad de la familia y la intimidad de la amistad personal. En esa arena política primaria - donde la política debe ser concebida en el sentido Helénico del término, significando la gestión o manejo de la polis o comunidad -, el individuo puede ser transformado de una mera persona en un ciudadano activo, desde un ser privado en un ser público. En esta arena crucial, que literalmente vuelve al ciudadano un ser funcional que puede participar directamente en el futuro de la sociedad, estamos tratando con un nivel de la interacción humana que es más básico (aparte de la familia misma) que cualquier otro nivel que se exprese en formas representativas de gobierno, donde el poder colectivo se transmuta literalmente en poder encarnado en uno o unos pocos individuos. La municipalidad es así el terreno más auténtico de la vida pública, a pesar de lo mucho que ésta haya sido distorsionada en el curso de la historia.
Incuestionablemente, hay ahora ciudades que son tan grandes que están al borde de ser cuasi-repúblicas por propio derecho. En tales casos, un programa mínimo en estas líneas puede requerir que las federaciones sean establecidas dentro del área urbana - a saber, entre vecindarios o distritos definidos -, no sólo entre las áreas urbanas mismas. En un sentido muy real, estas entidades altamente pobladas, poco densamente esparcidas y sobredimensionadas, deben en último término ser desintegradas institucionalmente para formar auténticas municipalidades que estén dimensionadas al tamaño humano físico y mental y que se presten para la democracia participativa.
Donde los concejos municipales en las grandes ciudades proporcionen una arena para batallar contra la concentración del poder en crecientemente fuertes juridicciones estatales y ejecutivas - e, incluso peor, regionales, que pueden alcanzar a muchas ciudades - postular candidatos para los consejos ciudadanos puede ser el único recurso que tengamos, de hecho, para detener el desarrollo de instituciones estatales crecientemente autoritarias, y de ayudar a restaurar una democracia institucionalmente descentralizada.
Tomará sin duda un largo tiempo descentralizar físicamente una gran entidad urbana como la ciudad de Nueva York en comunidades humanas con una mejor densidad poblacional o relación con los recursos de los territorios. Pero no hay razón actualmente para que una entidad urbana de una tan enorme magnitud no pueda ser lentamente descentralizada institucionalmente. Los municipalistas libertarios deben siempre tener clara la distinción entre la descentralización institucional y la descentralización física, y reconocer que la primera es enteramente alcanzable, incluso considerando que la última pueda tomar años en lograrse.
-Extractado y traducido del libro de Judith Plant y Christopher Plant “Putting Power in its Place: Create Community Control!” (The New Catalyst Bioregional Series - P.O. Box 189, Gabriola Island B.C., Canada VOR 1XO) publicado en 1992 - Traducción de Pedro Di Girólamo A.

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