Abel Aparicio, cartero rural: «No te va a pasar nada por no recibir un pantalón hoy»
Abel Aparicio (San Román de la Vega, León, 44 años) llegó tarde a su oficio, pero con los pies firmes. Y con la necesidad de escribirlo. Dejó su trabajo como informático en la ciudad y volvió a su pueblo para convertirse en cartero. De ahí nace Cartero rural, un poemario que mezcla los detalles de lo cotidiano –las rutas, las cartas, las conversaciones a pie de calle– con una crítica clara a la prisa por producir que se nos impone. Aparicio se rebela contra la velocidad absurda que marca el día a día. La misma a la que someten a su hija, aún niña, cuando le preguntan qué quiere ser de mayor, y que inspira sus primeros poemas. Escribe con la mirada atenta y el pulso pausado de quien ha entendido que, al final, lo urgente pocas veces coincide con lo importante.
Entrevista de Ana Iglesias Mialaret
¿Escribes versos mientras repartes?
No. Mientras reparto no. Porque, además, me echarían la bronca, claro. Cuando veo que algo me llama la atención, quizás un paisaje, un momento concreto o cuando entrego una carta, lo guardo en la cabeza. Como una fotografía de un instante. Luego, al llegar a casa por la noche, lo plasmo en el papel. Bueno, en el portátil. Lo del papel, lamentablemente, quedó atrás.
¿Qué te impulsó a dejar Madrid y una carrera como informático para volver a tu pueblo y ser cartero?
Cuando terminé informática, en 2005, había muchísimo trabajo, entonces me fui a Madrid. Luego llegó 2010 y me quedé en el paro. Volví a León y encontré trabajo de informático otra vez y otra vez me fui a la calle. Varias personas me dijeron que había unas oposiciones a cartero y me animaron a intentarlo. Así que, ¿por qué no? Entré en la bolsa y ahora llevo ya tres años seguidos trabajando. Empezó como una oportunidad de empleo sin más, un poco de rebote, yo nunca había tenido vocación de ser cartero, pero encontré un trabajo que me gusta mucho. Cuando era informático me consideraba un mercenario. Trabajaba, me pagaban y hasta luego.
¿Qué has perdido y qué has ganado con el cambio?
Para mí Madrid fue una etapa de la vida. Llegué con 25 años y se me abrió un mundo de posibilidades: culturales, deportivas, sociales… Pero a medida que avanzaban los años, empecé a quemarme. Me cansé de tardar mucho en llegar a los sitios, al trabajo, a quedar con alguien, de tener que hacer planes a tres días vista. Aquí, donde he nacido, la vida es más cómoda y más fácil, también la paternidad es menos complicada. Así que lo puse todo en una balanza y volví.
En Cartero rural hay guiños a poetas como Benedetti o Machado, que navegaban entre la ternura de lo cotidiano y el compromiso social. ¿Sigue teniendo sentido hoy, en medio del ruido y la prisa, una poesía que parte de lo cercano para nombrar lo injusto?
Yo creo que sí. Ya no por ideales, sino casi por supervivencia. Estamos viendo unos niveles de estrés y ansiedad enormes, relacionados con el modo de vida que llevamos. Yo lo hago por supervivencia, me gusta estar en un sitio más tranquilo. Creo que no es sana tanta prisa. Al final, mi poesía habla de lo rural como una reivindicación porque creo que merece la pena hacerlo. Pero no quiero decir que todo en el entorno rural sea idílico.
¿Crees que hay una romantización del mundo rural desde las ciudades?
Sí. Yo lo veo muchísimo. A veces alguien me dice que se va a ir a un pueblo, a plantar un huerto y a ser feliz y pienso: “Tú no aguantas en un pueblo ni 10 minutos”. No todo el mundo en los pueblos tiene huerto, yo no tengo. Para eso hay que saber de agricultura. Y en muchos pueblos no hay médicos, ni escuela, en algunos el panadero no pasa o pasa solo un día. Dependiendo del sitio, puede ser complicado y, como todo, tiene sus pros y sus contras.
¿Todavía se escriben cartas con emoción o ya todo son notificaciones?
Cartas escritas a mano muy pocas. Tan pocas que hasta las recuerdo. Suelen ser de nietos y nietas a abuelos y abuelas. Pero ya no lo hacemos, y es una pena. Ahora mandamos e-mails y mis sobrinos adolescentes creo que ya no mandan ni e-mails. Y yo el primero. Creo que llevo unos 25 años sin escribir una carta.
Yo sí que he enviado hace no mucho alguna postal a mi abuela estando de viaje.
¿Ves? [risas], es eso. Aunque sea una simple postal, en la que pones tres frases… Pero ver tu letra es algo muy personal. Al escribir a mano, estás poniendo un esfuerzo mayor que merece la pena. Entregas más de ti a ese acto de escribir. Para mí es muy bonito ver sus caras cuando las entregas.
La soledad de las personas mayores es un tema del que te ocupas a menudo. ¿Se alegran de verte, aunque sea para recibir facturas?
Sí. De hecho, el poemario se lo dedico a una mujer que se llamaba Amor y me bautizó como “Carterín”. Siempre me preguntaba qué le traía, aunque no tuviera nada para ella. Lo que quería era hablar con alguien, preguntarme cualquier cosa o contarme historias de su vida. Y a mí me gusta, cuando el trabajo lo permite. Creo que eso también forma parte del oficio: como el panadero o la frutera del pueblo, no solo repartes, también haces compañía. Y para mucha gente, eso vale más que el paquete.
¿Por qué dices que los paquetes son arrogantes? En uno de tus poemas escribes: “Pasan los paquetes y su arrogancia arrebatando el trono de cartas y postales.”
El paquete se ha convertido en el producto estrella, todo gira en torno al paquete. Paquete. Paquete. Paquete. Le ha comido el terreno totalmente a lo que era el origen de Correos, la carta. Si te retrasas una tarde en entregar un paquete y lo entregas el día siguiente, mucha gente se desespera. Pero no, no pasa nada. Para cosas urgentes de verdad ya hay un servicio de urgencias. No te va a pasar nada por no recibir un pantalón hoy.
En otro poema reflexionas: “El progreso es plantarle cara a la esclavitud que nos dicta la inmediatez”. ¿Crees que es paradójico? Mucha gente compra online con entrega a domicilio porque es más inmediato que ir a las tiendas.
Sí. Cuando llega el paquete, están nerviosos y te dicen: “¡Menos mal que ha llegado!”. Pero no puedes decirles: “Y si no, ¿qué?”. Ese eslogan de un anuncio: “Lo quieres, lo tienes” es mentira, las cosas tienen límites, pero nos intentan hacer creer que no.
Tienes unos versos en que describes los atascos, los peatones que cruzan cegados por la luz del móvil y acabas diciendo que no repartir en un pueblo es hacerlo en la jungla. ¿Ser cartero rural es un oficio lento?
Lento, lento, no, porque tienes que repartir. Pero sí que diría que tiene un ritmo más pausado, más humano.
¿Ese ritmo pausado tiene que ver con lo rural o con lo público? Pienso en repartidores de empresas privadas de mensajería y no sé si describirían su trabajo como pausado, aunque repartan en pueblos.
Tiene que ver con el volumen y la fuerza del sindicato. Me gusta mucho una viñeta en la que una persona va al médico y, después de contarle sus problemas, el médico le dice: “Tú no necesitas una pastilla, necesitas un sindicato”. Con sus muchos fallos, que los tienen, los sindicatos son lo que nos separa del abismo. En Correos son fuertes y se ha luchado mucho por condiciones laborales dignas. Yo hablo con compañeros repartidores de las compañías de mensajería y es muy duro. Tienen un salario base muy bajo y reparten por incentivos; si no repartes todo, no lo cobras. Los veo por la carretera pasar muy rápido, con el riesgo que eso conlleva. Y eso pasa en todas las provincias de España y en todas partes del mundo. Hay una película de Ken Loach, Sorry we missed you, en la que un repartidor de Londres tiene que mear en una botella porque no tiene tiempo de entrar a un bar. Eso es lo que está pasando. Así que sí, puedes repartir en una ciudad o en un pueblo, pero si trabajas para una empresa privada que aprieta y aprieta, estás jodido.
En tus poemas, el paisaje rural aparece a menudo atravesado por tensiones: la agricultura intensiva frente a “un pequeño huerto que se alimenta de las manos del sosiego”, o ese “océano de paneles solares” que refleja un abandono definitivo. En medio de todo eso está el cartero que no sabe a qué lado mirar. ¿Por qué no lo sabe? ¿Qué conflicto hay en esa mirada?
Donde yo vivo sigue habiendo gente como mi padre, con un pequeño huerto que trabaja a mano y eso convive con agricultores que tienen muchas hectáreas, con tractores que parecen naves espaciales y que riegan desde su casa con el móvil. El conflicto es ese; eso está muy bien, al agricultor le facilita muchísimo las cosas, pero la agricultura o la ganadería, si son muy intensivas, sabemos que dan problemas al medio ambiente.
Mi generación convive entre esos dos mundos. Pero no todo vale. Hay que pensar qué cultivamos, y cómo; qué animales tenemos, y cuántos. No todo puede ser mirar por el beneficio económico. Hay que buscar el equilibrio y tiene que haber límites.
Fuente: https://climatica.coop/abel-aparicio-cartero-rural/ - Imagen de portada: Abel Aparicio, cartero y escritor. Foto: FOTO CEDIDA