Crimen ecológico patrocinado por el Estado boliviano




Noticias de fuentes distintas han informado que el Supremo Gobierno ha dado luz verde a dos nuevas centrales hidroeléctricas en el Departamento de Cochabamba, con un financiamiento de setecientos millones de dólares. La primera se halla en la provincia Chapare (Banda Azul) con potencia estimada de 100 megavatios, generación de 324 gigavatios/h y una presa de 30 metros de alto más siete kilómetros en túneles. La segunda en la provincia Carrasco (Ivirizu) Sehuencas, Totora, con potencia estimada de 250 megavatios, generación de 1095 gigavatios/h y una presa de 80 metros de altura más 6,7 kilómetros en túneles.

El Presidente de la República ha exteriorizado su optimismo diciendo: “Tenemos un lindo proyecto” e “Imagínense nuevas plantas eléctricas…”; también, que aquello posibilitará la exportación de energía eléctrica a los países vecinos.
Como puede verse, todo marcha color de rosa. Ni por asomo se ha expresado sobre el impacto negativo que ocasionan las represas hidroeléctricas en contra del medioambiente. Este impacto lo vamos a entender a la luz de ángulos concretos y específicos:
Desde el ángulo del embalse de las aguas . El sólo acumular aguas en un enorme recipiente forzado y casi estático –tipo lago-charco– es antinatural y anula la dinámica positiva de todo río o corriente de agua.
Las aguas estancadas reúnen tanto materiales químicos como biológicos de distinta naturaleza y no tardan en producir malezas acuáticas en exceso. Si existe actividad minera próxima, hace su aparición el mercurio que, ingerido por los peces, provoca malestares en el sistema nervioso central a quien coma su carne, más otros males como el cáncer de hígado. De otro lado, el proceso de descomposición hace desaparecer especies conocidas de peces y, en su lugar, surge una fauna peligrosa de anfibios, parásitos e insectos extraños. 
Las aguas negras de las poblaciones próximas y otros deshechos acaban en los embalses y se mezclan con aquellos, dada la acción de las lluvias. De acuerdo a la gravedad de la contaminación, la pesca se convierte en perniciosa y el agua provoca enfermedades de tipo tropical con el consiguiente movimiento de los mosquitos transmisores. Así sucedió en la India, Brasil, Argentina y varios países de África. 
El clima de los alrededores cambia porque los ríos –convertidos en playas secas y álveos secos– ya no pueden ejercer su producción benéfica brindar de aire fresco. No habiendo corrientes de agua que se circulen ya nada empuja ni activa al aire para generar bresca brisa a los vientos. Aumenta el calor global y comienzan las sequías, desapareciendo para siempre los ecosistemas generados por la bondadosa acción de la naturaleza. 
Ante la falta de agua circulante en los cauces, más la ausencia de humedad, se secan plantas, plantitas y flores, mueren los insectos útiles, gusanos de abono, pequeños animales como conejos, perdices, ratones de campo, tortugas y desaparece el verde general que exhibe la vida en su existencia original conocida. Ocupa su lugar una longitud enorme –el ex río– de ambiente seco, materiales calcáreos y/o salinos sobre el relieve. Las aves mueren o emigran y ya no dejan abonos naturales. Con el ya seco ambiente, el polvo entra en acción y los vientos lo distribuyen, dañando cultivos, ambientes pueblerinos y la salud pulmonar. 
Las obligadas construcciones civiles de diques, túneles, plantas, caminos de acceso y otros, para instalar la planta hidroeléctrica, necesariamente traen destrucciones y contaminaciones adicionales, más la probada deforestación. 
Tampoco las centrales hidroeléctricas se hallan exentas de provocar daño. Una publicación de “Ecoportal.net”, prestigiosa entidad ecologista argentina, nos ilustra: 
“Las represas constituyen una de las principales causas directas e indirectas de pérdida de millones de hectáreas de bosques y muchas de ellas abandonadas bajo el agua y en descomposición. De ahí que todas las represas emiten gases de efecto invernadero que aportan al calentamiento global por la descomposición y putrefacción de la biomasa que emite grandes volúmenes de dióxido de carbono y de metano, los dos gases del efecto invernadero más importantes. Por otro lado, el río también va arrastrando más sedimentos orgánicos al embalse aumentando la biomasa en putrefacción.”
Le consta personalmente al autor del presente artículo, como es verdad que a la salida de las aguas que activan las turbinas se produce un mal olor característico. En la planta de Niágara Falls (Nueva York, Estados Unidos), que tiene la gran suerte de contar con afluentes poderosos de ríos –que no precisan ser embalsados, sino sólo dirigidos– gran cantidad de peces de los ríos – no obstante las rejillas para evitarlos– cae dentro la maquinaria que acaba triturándolos. También ese material desperdiciado contamina las aguas que descienden y atrae aves que, volando en círculo, tratan de ingerir lo que pueden de sus residuos. 
Desde el ángulo de los negocios. – Estudiosos internacionales han demostrado que toda represa tiene, al menos, un forzado sobreprecio del 56% sobre el costo inicial, situación que provoca negociado y corrupción. Quien lo dude puede encontrar cómo en “la represa de Yacyretá en Argentina y Paraguay, el dinero robado en corrupción fue de más de 6 mil millones de dólares” según la misma fuente anterior. Escandalosas denuncias por prensa en China e India se han publicado en contra de los responsables, sin librarse gobernantes.
Desde el ángulo de los lugareños. – Al comienzo, los naturales creen –con ingenua buena fe– en toda la maravilla que se les cuenta sobre la construcción de la central hidroeléctrica y reciben toda clase de promesas para el mejoramiento de sus condiciones de vida. Empero, pasa el tiempo y cuando se percibe que aquello fue solo una historia de cebo para su aceptación, ya es tarde para reclamar por el incumplimiento amañado. Muchos naturales lo perdieron casi todo y no ganaron nada pese sus protestas violentas, actos de desesperación y suicidios públicos. En Indonesia ocho personas se lanzaron al embalse; en Guatemala los aborígenes fueron baleados por la policía, directamente, y no se conoce lugar donde no hayan sufrido palizas. En la represa Miguel Alemán de México hubo de incendiarse viviendas de 21 mil indígenas mazatecos. En Zambia y Zimbawe se expulsaron a 57 mil de la etnia Tonga, con derramamiento de sangre.
No obstante que todos aquellos hechos llegaron a conocimiento de los organismos financieros internacionales no pasó nada. Se negó la existencia de tales masacres en unos casos; en otros nadie aceptó responsabilidad alguna. No sin razón se dice que los primeros corrompidos son los mega banqueros.
Desde el ángulo de las consecuencias. – El problema de las centrales hidroeléctricas ya se ha hecho de importancia internacional, al extremo que existen numerosas entidades de asociación continental, con asesores de solidez científica e ideológica, dedicadas a concientizar, colaborar con los perjudicados y para evitar el surgimiento de similares. La indignación producida con los engaños ha llevado a muchos naturales a emplear slogans de pocas palabras: En Panamá dicen: “Aguas para la vida, ¡no para la muerte!”. En Ecuador: “M archamos contra el secuestro del agua y por los ríos libres ”. En Chile: “ Nosotros los chilenos ya decidimos: Patagonia chilena sin represas”.
“Las represas constituyen una de las principales causas directas e indirectas de pérdida de millones de hectáreas de bosques y muchas de ellas abandonadas bajo el agua y en descomposición. De ahí que todas las represas emiten gases de efecto invernadero que aportan al calentamiento global por la descomposición y putrefacción de la biomasa.” (Gustavo Castro Soto: “I mpacto y consecuencias de las represas”)
Desde el ángulo de la radiación. – Las plantas hidroeléctricas producen súper enormes montos de energía para el gran consumo, especialmente industrial. Comienza a transportarse aquella mediante cables de alta tensión, soportada por enormes torres. Nadie puede negar que aquellas portan también enormes cantidades de radiofrecuencia, que actúa en firma permanente e ininterrumpida. Cualquiera pensaría que mientras más altas sean las torres existe menos peligro; sin embargo es a la inversa. A mayor altura se irradia más lejos.
En la esencia de toda central hidroeléctrica, el secreto de su éxito es económico: producir la electricidad al por mayor. Por ello la radiación es consecuencia inevitable y produce efectos directos en contra de la salud de las personas. La alta tensión provoca también malformaciones físicas en el bebé por nacer. Mucha gente ha contraído cáncer, leucemia, y otras irremediables dolencias contra el sistema nervioso.
Desde el ángulo de la confianza en el optimismo. – No se entiende cómo el Primer mandatario pueda mostrarse tan optimista con semejante daño medioambiental, que también hace trabajar la mente y produce algunas dudas. Es peor si se anuncia vender aquella energía eléctrica a países colindantes, incluyendo la República de Chile.
Tampoco se entiende cómo pueda arriesgarse semejante inversión sin tener mercado asegurado, basándose solo en un mercado potencial. No reviste seriedad pensar, creer y admitir que semejante deuda –que es deuda nacional– pueda ser amortizada sin saber lo que va a pasar dentro de seis años, cuando se concluyan las obras civiles. ¿Y qué pasa si las cosas cambian en ese lapso de tiempo y los países colindantes ya han solucionado su problema de otra forma? ¿Podríamos obligarlos a comprar nuestra energía? ¿Cómo se amortizaría entonces el negociado fracasado? ¿Quizá produciendo devaluaciones y haciendo pagar –con hambre y penurias– al pueblo el pecado ajeno, pecado de la burocracia?
Desde el ángulo internacional. – Volvamos atrás. Los chilenos no son tontos. La presidenta Michelle Bachelet revocó una decisión de calificación ambiental y dejó sin efecto la construcción de la planta patagónica de HidroAysén en el sur de su país. Cumplió además su obligación de proteger su medioambiente, determinando nuevas formas alternativas no contaminantes de energía para aquella región. Es claro que demostró habilidad e inteligencia con tan sagaz determinación.
Podemos preguntarnos si resulta más inteligente el sagaz, que prefiere –sin problemas ecológicos para su país– comprarle electricidad al vecino, o el torpe vecino que decide venderla a costa de arruinar su medioambiente y aumentar su deuda nacional con un capricho antinatural, riesgoso e inseguro en lo económico.
Lo evidente de todo es que Bolivia debería seguir el ejemplo anterior –alentador– de los aborígenes chilenos que, en forma airada y enérgica, impusieron a su gobierno paralizar y suspender definitivamente aquél proyecto devastador.
Hasta el momento no se conoce una sola voz de las llamadas: “organizaciones sociales” bolivianas. ¿Qué las tiene tan ocupadas? ¿Son sus dirigentes parte de la burocracia? Lo evidente es que la razón obliga a seguir el ejemplo dado –de Patagonia chilena sin represas– e imponer una “Bolivia sin represas”.

Gustavo Portocarrero Valda, licenciado en filosofía, es abogado, periodista y escritor. 

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