Chile: Villa el manzano: El primer pueblo autosustentable de Biobío

Comen de lo que cosechan, pretenden obtener independencia energética y proponer al mundo soluciones para disminuir el impacto climático. A 20 kilómetros de Cabrero, tres hermanos y sus familias decidieron dejar la ciudad para vivir en el campo y crear la primera aldea transición del país.

Hacer las compras en el supermercado, moverse de un lugar a otro en auto o ir de shopping a un mall son actos cotidianos para quienes viven en una ciudad. Para algunos, incluso, el uso de las tecnologías como teléfonos inteligentes o tablets es prácticamente incuestionable.
Así, para una sociedad en la que lo inmediato es valorado, la vida en el campo se vuelve un tema casi del pasado, al menos para la mayoría. Sin embargo, no es tal para los cerca de 80 habitantes de la villa El Manzano, que involucra un fundo de 120 hectáreas (de la familia Carrión Raby) y un caserío ubicado a 20 kilómetros de Cabrero.
Emplazado en los arenales del río Bío Bío y a poca distancia de la central Charrúa, un pequeño letrero de madera da la bienvenida tras un frondoso bosque de pinos. Allí los niños se divierten subiendo a los árboles o comiendo frutas del huerto, y la bicicleta es el principal medio de transporte para desplazarse por los caminos de tierra y ripio.
Los alimentos, en su mayoría, provienen de la crianza de ganado y de los cultivos orgánicos en los que no utilizan productos artificiales, por lo que conservan los colores, aromas y sabores de antaño. Hasta las viviendas del lugar han ido incorporando de a poco elementos más amigables con el medio ambiente.
Desde 2007, en El Manzano se trabaja a diario para volver a lo natural y lograr que, en un futuro cercano, las familias que ahí conviven sean ciento por ciento autosustentables en alimentos, infraestructura y energía, además de entregar soluciones al mundo urbano a través de esta experiencia.
Cambio de vida
La tarea en el fundo El Manzano, y que da trabajo a los habitantes de la villa, la lideran, desde hace ocho años, los hermanos Carrión Raby: Jorge y Javiera, ingenieros agrónomos, y José, técnico agrícola, quienes luego de haber vivido y estudiado en Santiago y en otras partes del país, decidieron regresar al lugar que heredó su madre y que disfrutaron en su niñez.
Aquí cada uno hizo su propia casa, además de infraestructura comunitaria en la que se hospedan quienes llegan a visitar el lugar o a los cursos que dictan sobre el manejo responsable de recursos, compostaje, construcción en permacultura o manejo orgánico de frutas y hortalizas, entre otros. Todo ello bajo el alero de la Ecoescuela El Manzano, que es la rama educativa para adultos que implementaron los hermanos.
Las prácticas las realizan en los huertos, de los que las familias del sector se autoabastecen y además venden sus productos. También se dedican a la apicultura, a la crianza de ganado y cuentan con un aserradero para el área forestal.
“Teníamos el acceso a estas tierras para echarlas adelante, una comunidad con un problema de migración rural por la falta de trabajo y el contexto global: problemas con la economía, el petróleo, también un desacuerdo con la educación que tenemos y todo eso se conjugó. Así llegamos los tres, más o menos al mismo tiempo, con ideas similares de cambio”, recuerda Jorge Carrión.
“A eso hay que sumarle la crianza de los hijos”, agrega su hermana, Javiera. Dice que El Manzano les da la posibilidad de que los niños crezcan libres, sin miedos, en contacto con la naturaleza y con otras personas.
Su marido, el neozelandés Grifen Hope, asegura que en la villa pudieron encontrar la calidad de vida que hoy la ciudad no es capaz de ofrecer. Cuenta que en su país trabajaba en una ONG vinculada a cambiar el paradigma y hacer que las comunidades pudiesen ser autónomas de manera sustentable.
A Chile llegó por amor a Javiera, pero también enamorado del proyecto que comenzaban los hermanos Carrión. “Empezamos a soñar con algo grande. Con tener un nivel de autosuficiencia de alimentos, que pudiéramos hacer nuestras propias casas de barro y generar una vida rural, aprovechando nuestras  disciplinas profesionales”, afirma.
Carolina Heidke, la mujer de Jorge, también decidió quedarse en El Manzano por amor, y en busca de una nueva alternativa de vida que la ciudad no le estaba entregando. Destaca que “aquí podemos generar y proponer soluciones al mundo. Ésta era la oportunidad de venir a vivir al campo, pero seguir conectado con la ciudad, porque estamos a una distancia relativamente corta”.
Las tres familias, más los padres de los hermanos Carrión, viven en comunidad. Cada pareja tiene dos hijos y casas en distintas ubicaciones del fundo, aunque comparten sectores comunes, como la casa de juegos en la que los primos se divierten mientras sus padres trabajan en el campo.
Respeto por la tierra
El primer paso fue romper con las expectativas del terreno. Muchos les decían que no era fértil para el cultivo de frutas y hortalizas, ya que el fundo está asentado en los arenales del río Bío Bío.
“Donde yo estudié nos decían que era imposible producir acá, y menos algo orgánico. Pino, con suerte, pero nada más. Nos decían que nos deshiciéramos del terreno por la arena, las termoeléctricas. Entonces fue un desafío demostrar que se puede”, recuerda Javiera Carrión.
Contra todo pronóstico, pusieron sus conocimientos universitarios y de otras disciplinas al servicio del campo, y lo lograron. Es así como hoy en sus terrenos crecen arándanos orgánicos de exportación, frutillas, lechugas, tomates, porotos y diferentes tipos de trigo, entre otros productos.
Una vez que consiguieron cultivar los alimentos necesarios para el consumo, lo siguiente fue mostrar esa evidencia e instruir a los pocos pobladores que quedaban en la villa. Ellos, con conocimientos en el campo, aprendieron cómo hacer sus propios fertilizantes con desechos orgánicos y lombrices.
“Antes usaban líquidos, como les dicen. De a poco se fueron dando cuenta que esta nueva manera no sólo es más amigable con la naturaleza, sino que más barata. Por ahí también engancharon, porque vieron que vivir en el campo no era tan caro como antes creían”, asegura Carolina Heidke.
Es así como los habitantes de El Manzano comenzaron a trabajar codo a codo con los Carrión para llevar adelante el fundo en las áreas agrícola, forestal y ganadera. Les enseñaron cómo realizar un compost, lombriceras y a manejar recursos de forma eficiente. De una manera distinta a la habitual, ya que además de tener certificación orgánica, en la villa rige el comercio justo, lo que implica una mejor distribución de las ganancias.
Los animales también tienen un trato diferente y ayudan en el ciclo productivo de las frutas y hortalizas. Los cerdos y ovejas andan libres por ciertos sectores para arar la tierra o desmalezar las praderas y así evitar el excesivo uso de maquinaria. O las “gallinas felices” que pastorean y sus desechos sirven para regenerar y  abonar los cultivos.
“Se les denomina felices porque no están encerradas produciendo huevos como es lo tradicional. De este modo no se estresan, están libres y en medio de eso ponen los huevos y los recogemos”, explica Carolina.
Todo lo que ahí se produce, además de servir para el autoabastecimiento, se vende a locales especializados en comercio orgánico, principalmente en tiendas en Santiago y Viña del Mar, y también se exporta.
Pero el tratamiento de los alimentos, vegetales y animales no es la única manera que tiene los Carrión para mantener el respeto por la tierra. Ellos reciclan, reutilizan y aprovechan al máximo los recursos. Para eso, sus propias casas o parte de ellas, las construyen de forma tal que el gasto energético se minimiza.
“Lo primero fue cambiar la mentalidad y hacer actos simples como cambiar las ampolletas y apagar la luz cuando no se usa. También aislar el techo, las paredes, para consumir menos. Después vino la construcción de casas de barro que mantienen el calor en invierno y en verano. Así ahorramos plata para luego invertir en producción propia”, cuenta Grifen.
Las viviendas tienen adobe de las casas que se destruyeron en Cabrero con el terremoto de 2010, residuos de paja, que habitualmente se quema, ya que los agricultores no le ven otros usos; maderas del sector y hasta botellas de vidrio, que gracias a los distintos colores funcionan como elementos decorativos. 
“Ya hemos alcanzado un 70 por ciento de autosuficiencia alimentaria y esperamos llegar al ciento por ciento. Seguimos avanzando en la infraestructura del campo. Antes utilizábamos lo que ya estaba, pero de a poco lo hemos ido cambiando y haciendo nuestras propias construcciones. Ahora el paso es ser independientes energéticamente”, dice Jorge Carrión.
“Estamos postulando a fondos para poner paneles solares y cambiar la demanda energética que tenemos hoy, por una renovable no convencional”, agrega.
Desprenderse
Carolina Heidke asegura que fue una apuesta aprender a vivir en el campo. “En realidad, más que aprender, tuvimos que desaprender muchísimas cosas”, dice entre risas. Asegura que el contacto con la naturaleza les da una vida más tranquila, pero llena de trabajo. “Todos quienes viven en lugares así saben que el campo no descansa, está vivo”, afirma.
Agrega que “obviamente al ser citadinos teníamos un montón de costumbres que se fueron modificando. Entonces tuvimos que adaptarnos, por ejemplo, en la forma de alimentarnos y eso también te cambia la onda”.
Lo inmediato que tiene la ciudad fue otra de las lecciones. “Cuando quieres algo al poco tiempo ya está en tus manos. En el campo todo es más lento, es parte de vivir acá. Tienes que esperar para comer algo, porque tiene que madurar. O también las formas de moverse son distintas. Cambiar el auto por la bicicleta”.
Otra de las innovaciones es el manejo de los residuos. En El Manzano hace un par de años “se dejó de tirar la cadena”, ya que se utilizan los “baños secos”. En éstos, los desechos caen en unas cámaras preparadas para convertirlos en compost y luego utilizarlos como abono de la tierra. Por lo mismo, estas habitaciones se ubican en el segundo piso de las construcciones para facilitar la técnica.
Aprender a trabajar en comunidad es lo que le están enseñando a sus hijos desde los primeros pasos. Los mayores, que asisten a la educación preescolar, lo hacen en la escuelita rural de la localidad que tiene modalidad unidocente. El establecimiento cuenta con dos profesores, uno para pre- kínder y kínder y el otro de primero a sexto básico.
Los Carrión ven como un gran desafío la proyección educativa de sus hijos. Aseguran que en lo inmediato no les preocupa tanto, ya que aún son pequeños, pero esperan que a medida que crezcan, se puedan impartir cursos superiores y así lograr quedarse en el sector.
La segunda alternativa, dentro de lo legal, es dar exámenes libres como lo permite el Ministerio de Educación. “La mayoría envía a sus niños a los colegios de Cabrero, pero yo prefiero que se eduquen cerca, bajo nuestras alas y apoyándolos. Pero estamos constantemente rediseñando ese plan para ver qué vamos  a hacer”.
Comunidad global
Al recorrer parte de las 120 hectáreas del fundo de los Carrión, a poco andar se ven algunas carpas en medio del bosque de pinos. Unos metros más allá, de una gran construcción de barro con un techo de jardín, a la que denominan cocó (cocina-comedor), entran y salen personas. Al escucharlos se nota de inmediato que la mayoría de ellos es extranjero. Peruanos, uruguayos, alemanes, mexicanos. Todos colaboran para disponer lo necesario para almorzar.
Ensalada de lechuga con tomates, hummus con polenta y pan de centeno son parte del menú. Es el intermedio del quinto día del diplomado en Agricultura Orgánica que Eugenio Gras, experto internacional en la materia, llegó a impartir a la Ecoescuela El Manzano. Durante la mañana recibieron clases expositivas y después de comer irán a un galpón a preparar compost con residuos lácteos. 
En la Ecoescuela de los Carrión periódicamente se dictan cursos enfocados en la bioconstrucción, el manejo amigable de los recursos o la permacultura, que se basa en el cuidado de la tierra, de las personas y la repartición justa. Todo ello con clases teóricas y prácticas que como mínimo implican dos semanas de estancia en El Manzano.
Ingeniero de profesión, Gras es mexicano y pertenece a la organización MasHumus. “La idea es compartir con quienes han venido a este diplomado los conocimientos que hemos adquirido en 30 años de experiencia en términos de regeneración de suelos, fertilidad y manejo orgánico agropecuario”, explica.
A su juicio, “el ser humano fue desplazado a la ciudad no por gusto, sino por necesidad, por una realidad económica que imponía ese movimiento para obtener el pan de cada día. Esa realidad está cambiando, gracias a las nuevas tecnologías disponibles, que le permiten a un agricultor ser altamente rentable, con bajos costos, buena productividad de alimentos sanos, regenerando su medio ambiente. Eso tiene como impacto social que las personas puedan volver al campo”. 
Para el experto, iniciativas como El Manzano son parte de un cambio global en que todo está volviendo a los orígenes. Si bien en Chile puede parecer extraño o atípico, en el mundo hay más de 400 asentamientos humanos similares.
De hecho, la villa fue certificada como la primera “transition town” (ciudades o pueblos de transición a una vida autosustentable) de Chile y Latinoamérica por la organización internacional Transition Network, movimiento que busca crear sistemas para disminuir el impacto del cambio climático, lograr independencia del petróleo y fomentar una sociedad autosuficiente, entre otros aspectos.
Por lo mismo, y con una política de puertas abiertas es que El Manzano recibe en promedio más de 500 personas al año, quienes realizan visitas guiadas o asisten a los diferentes programas que se imparten por expertos de otras organizaciones o parte del equipo del lugar.
Una de ellas es Claudia Carmen, oriunda de Perú, quien sigue el trabajo de la villa desde hace cuatro años. “Yo soy fotógrafa, pero desde siempre me interesó la vida en el campo. He aprendido de permacultura, que es una buena práctica, y también de regeneración, que es lo que necesitamos para tener un suelo más vivo, más sano y es la mejor herencia que le podemos dejar a las futuras generaciones”, afirma.
Su sueño es aprender aún más de estos temas para luego vivir en la cordillera de los Andes y trabajar con la comunidad para evitar el uso de agrotóxicos en los cultivos nativos y crear una red similar a El Manzano.
Con la misma idea llegó hasta el lugar el uruguayo Gastón Carro. Él es agrónomo y cree que hay que pensar en las consecuencias que tendrán en 100 años lo que hoy se planta. “Vine a buscar herramientas para la agricultura, pero me encontré con elementos para la construcción, para el manejo de la energía, que se pueden aplicar en lo que hago en mi país.
Me parece que vivir en el campo es la única opción que le queda al hombre para vivir dignamente. Con esto se recupera esa memoria de ser parte de la naturaleza y en definitiva del cosmos”, sostiene.
Carmen Schwartz es alemana y está cursando un magíster en cambio climático. Llegó a El Manzano siguiendo a Eugenio Gras, pero también por los buenos comentarios del trabajo que ahí se realiza. “Me encanta la tierra y la microbiología que podemos encontrar. Aquí todo es muy lindo y tienen la suerte de tener las tierras para poner en práctica todo lo que saben y enseñarlo a otros.  Eso es lo que espero poder replicar en Berlín o en otra parte del mundo”, dice, mientras se apresta para continuar aprendiendo de estos hermanos, que en una arriesgada apuesta, dieron vida al primer pueblo autosustentable del Biobío.


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