Los visitantes

Todos los medios de comunicación del mundo reportan desde hace años las aventuras de la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci en el museo de Louvre. La pintura que no impresionó a María Antonieta (“es muy chica y muy oscura” dijo la Reina, y no le faltaba razón), es una obsesión al margen de su importancia artística. En su historia hubo robos y plagios, pero lo que le pasa hoy es más extraño que su devenir como pintura valiosa e invaluable. La Gioconda recibe 30 mil visitantes por día. Se puede estar frente a ella, protegida bajo un cristal anti balas y anti reflejo, menos de un minuto. Básicamente es imposible verla, de modo que la gente le saca fotos con las cámaras de celular y esa es la experiencia Gioconda, se la ve después, en la pantalla del teléfono, porque no se la puede ver en la realidad.

Por Mariana Enriquez

En enero de 2024, dos activistas ambientales le tiraron sopa de calabaza al vidrio como protesta, preguntando qué era más importante, si una obra de arte o darle de comer al mundo con hambre. Con la creciente complejidad del escenario internacional y la desigualdad congénita, estos ataques simbólicos dejaron de tener sentido y resultan una noticia para generar reels con muchas visualizaciones, bien lejos de cualquier acción efectiva de cambio. De todos modos, influenció en la decisión de mudanza que tomó Emmanuel Macron en enero de este año, dentro del plan de renovación del Louvre. La Mona Lisa tendrá su espacio, su ticket y su entrada independiente en un patio del Museo. La idea es dar una oportunidad más sensata de relacionarse con la obra, recaudar más dinero y cuidar a la obra maestra.

En el diario The Guardian, el crítico de arte Jonathan Jones escribió que la decisión de Macron es esnob. “En mi última visita al Louvre, hice la fila. Es intenso. Hay barreras que sostienen a las personas, muchas de los cuales parecen fijadas en tomar fotos. Pero, ¿quién soy yo, y quién es Macron, para asumir que esta gente no descubre o siente algo en esta experiencia?” Después continúa diciendo que el aura de misterio de la pintura es imbatible. La verdad es que Jones se quiere hacer el distinto. La experiencia de ver a la Mona Lisa es horrible. Sí, es maravilloso que un Museo reciba tanta gente, pero no la recibe para ver arte. La recibe porque París está asfixiada por el macroturismo, y el macroturismo llegó este punto de saturación por, entre otros factores, el estímulo de las redes sociales.

Estas últimas semanas, y en rigor hace años, varias ciudades europeas protestan contra este desborde. En Barcelona, las imágenes causaban sentimientos ambiguos: por un lado daba malhumor ver a la gente tirándole agua e insultando a los turistas –la principal industria de la ciudad es el turismo: lo necesitan-- y por otro, toda persona que conozca Barcelona sabe que la situación es imposible. Ahí y en las Baleares y en casi toda España. El malestar no va a mejorar y amenaza con volverse xenofobia.

Algunas estadísticas –de Statista, la mayoría--: el 78% de los estadounidenses admiten que los influencers online los estimulan a elegir destinos turísticos; fuera de EE.UU. el porcentaje es menor pero sigue siendo altísimo, de un 35 %. La mayoría usa Instagram y TikTok: la generación Z, globalmente, se guía por redes sociales en un 53% . Para elegir lugares dónde ir, usamos TripAdvisor. Para alojarnos, AirBnB, que le quita posibilidades habitacionales a los inquilinos, porque son alquileres temporales y en dólares. Me parece escuchar a los moralmente superiores de siempre diciendo “eso YO no lo hago” o “hay que apagar el teléfono”, ignorando olímpicamente que su conducta ejemplar no le importa a nadie y es absoluta minoría, que la gente usa las redes para trabajar y que la adicción al smartphone es irreversible. Ya no se trata de luchar contra el “enemigo”: es parte de nuestra vida y cuanto antes lo aceptemos, seremos más capaces de pensar cómo solucionamos este desastre.

Venecia, Florencia, Roma, las islas griegas, Praga, son todos destinos que hace décadas no son sustentables. Es imposible visitar la Torre de Pisa sin encontrarse con la gente haciendo la foto de “sostener” a la torre, un clásico obligatorio de redes sociales (hacen cola). La foto que vemos siempre de Capadoccia, Turquía, con un café y, detrás, los globos aeroestáticos contra el cielo, es falsa: la gente también hace cola para sentarse en una mesa y tomarse la foto ensayada. La bellísima librería de Porto, Livraria Lello, que se hizo viral, es intransitable. Se entra y se sale, es un tránsito sin registro salvo la foto robada. Por cierto, no es solo cuestión de redes sociales: es también la tecnología. Los vuelos low cost. La muerte de las agencias de viaje. La aplicación Maps que ayuda a no perderse (y a no mirar alrededor), a diferencia de los mapas de papel. Claro, esta forma de viajar ofrecía aventura y lentitud, pero la aventura no da satisfacción instantánea y esto es lo que ahora quieren las sociedades: la velocidad del like. La gente que vive en estos lugares de consumo se siente usada y parte del paisaje. En cambio, los museos que se arman espontáneamente, los cafés y los negocios de chucherías necesitan a los turistas, y también los migrantes, que encuentran en la industria de la hospitalidad sus primeros trabajos. Esto se vio con la pandemia: por un lado estaban los aliviados felices de ver bambis y carpinchos por la calle, por el otro los comerciantes y vendedores ambulantes que iban a la bancarrota. Y ni hablar de problemas locales que denuncian la desigualdad de forma obscena, como lo que sucede en las ruinas de Chan Chan, cerca de Trujillo, Perú: hace poco tuvieron que desalojar, no a turistas, sino a un grupo de personas que empezó un asentamiento precario con casas de adobe. Las líneas de Nazca en el desierto de Atacama comparten trazo con el rastro de las 4x4 que corren carreras en el lugar sagrado, y que nadie controla.

Hay nuevas regulaciones: en Santorini se prohibió la construcción por miedo a incendios. La sequía no cede, falta agua y esto afecta también a la producción de vino, que cayó un 50% (no se produce mucho más en la isla). Europa es el continente que más se está “calentando”, así que ante restricciones, los operadores de cruceros se concentrarán en el Caribe, lo que tiene sus problemas particulares. En países pobres, como Tailandia, por ejemplo, el sobreturismo es tolerado –ayuda un gobierno autoritario–. En 2025 visitarán Tailandia 1.5 millones de personas. La infraestructura es ineficiente, y uno de los problemas es la basura: a la cantidad habitual del país se le suman unas 200 toneladas, que son enterradas sin solución a largo plazo. ¿Por qué va tanta gente a Tailandia, más allá de que es un país bellísimo y barato? Porque ahí transcurre la última temporada de la serie The White Lotus. La segunda, que transcurre en Sicilia, acrecentó el turismo a la costa italiana, ya saturada, en un 50%.

También hay destinos víctimas de su éxito en redes: la pequeña ciudad Fujikawaguchiko en Japón limitó el acceso a un punto en particular, con una barrera de veinte metros a modo de bloqueo. ¿Y por qué? Porque es el sitio específico desde donde tomar una foto perfecta del Monte Fuji, gran favorito de Instagram. A nadie le importa Fujikawaguchiko. ¿Y qué hacemos? ¿Desechamos para siempre el sueño de ver la Acrópolis, Machu Pichu o la selva amazónica? ¿Ese dinero que nos costó ganar no hay que gastarlo en una experiencia de viaje horrenda? ¿Buscamos nuevos lugares para arruinar? Ojalá seamos capaces de imaginar alternativas a estas catástrofes, que se solucionan solo con imaginación colectiva. El algoritmo es implacable y nos llevará al límite, porque eso hace un robot: repetir lo que funciona. Y todavía (¡todavía!) no somos robots.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/841547-los-visitantes  - . Imagen: AFP

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