Mi vida como peakoiler

por: Antonio Turiel

Un día más, otra vez el tren de las siete menos cuarto de la mañana. El grupo habitual, las conversaciones ligeras (y no tan ligeras) de rigor, y en un momento concreto, cuando la mayoría del grupo ya se preparaba para apearse en Gerona, el nuevo miembro del improvisado grupo saca a colación la expresión peak oil. Resulta que sólo él y yo continuábamos viaje hasta Barcelona y comenzamos una animada conversación, que duró hasta que llegamos a nuestro común destino.

Yo no quería empezar a avasallar a mi contertulio con muchos datos y tenía principalmente interés en saber qué es lo que él sabía, sobre todo en relación con el contexto del cual el provenía. Y cuando trajo a colación la expresión Tasa de Retorno Energético y fue desgranando una serie de temas me di cuenta de que estaba bien informado (lo cual es poco habitual aún hoy en día, desgraciadamente). Al preguntarle acerca de sus fuentes de información me sorprendió que no había oído hablar de esta página ni de mi, y tengo que decir que me sorprendió gratamente. Y es que en demasiadas ocasiones tengo la impresión de estar predicando al coro, de que cuando encuentro así, de esta manera espontánea y no pretendida, a alguien que está interesado en estos temas resulta ser alguien que, por decirlo de alguna manera, está en mi círculo de influencia, es decir, es un lector más o menos habitual de The Oil Crash y/o me conoce de alguna manera. Que alguien que demuestra tener formación y preocupación por la cuestión del declive de la producción de combustibles fósiles, además en conexión con su propia actividad como era en este caso, haya recibido esta formación en otros foros me hace albergar la esperanza de que el problema se está haciendo más transversal, de que hay cada vez más gente trabajando independientemente sobre esta temática y que eso favorece que se llegue a más gente, puesto que nuestros círculos de influencia no son necesariamente los mismos. Sería bastante triste que toda la gente que en España conoce la problemática que con tanta frecuencia aquí se discute proviniera solamente de Crisis Energética y de otras dos o tres páginas, como ésta, más o menos conocidas en castellano. Y es que si se aspira a que esta temática sea verdaderamente transversal para la sociedad es muy importante que la manera de tratarla sea transversal, y así que es fundamental que haya páginas que aborden el peak oil desde diversas perspectivas, inclusive la del mundo de los negocios. Es precisamente en ese mundo de los negocios, hasta ahora bastante refractario a las "malas noticias" del declive del suministro de materias primas, donde se van comenzando a escuchar algunas voces que aún predican en el desierto: primero fue Juan Carlos Barba en El Confidencial y más recientemente Knownuthing en Rankia (el cual escribe unos excelentes artículos sobre el declive productivo del petróleo, extraordinariamente contextualizados en clave macroeconómica, lo cual alterna con otros artículos profusamente documentados en clave negacionista sobre el cambio climático - como digo, transversalidad). Ya sólo cabe desear que esta transversalidad se traduzca en el ámbito político español y no sólo desde los partidos más a la izquierda, algo que quizá también se está tímidamente comenzando apuntar - recordemos que la Secretaria General de Esquerra Republicana de Catalunya, Marta Rovira, en el debate de investidura del actual president de la Generalitat de Catalunya, mencionó explícitamente el peak oil.

Volviendo a mi conversación en el tren, una buena parte de ella giró en torno al fracking. Mi interlocutor sabía que el fracking no era en absoluto la maravilla que se había vendido durante los últimos años, pero desconocía los últimos datos: la caída de producción de hidrocarburos líquidos ("todos los líquidos del petróleo") en los EE.UU. durante los últimos meses, que los bancos canadienses, estadounidenses y europeos tienen créditos de dudoso cobro en petroleras por valor de 80.000, 123.000 y 200.000 millones de dólares, respectivamente (y eso sin contar con los productos financieros derivados), que este mismo mes de marzo vencen créditos a empresas de fracking por valor de hasta 9.000 millones de dólares que aún no se sabe cómo van a afrontar y eso les lleva a una liquidación apresurada de activos con tal de conseguir efectivo, que las compañías británicas que operan en el Mar del Norte han pedido una sustancial reducción de impuestos para poder hacer frente a sus pérdidas, que la consultora Deloitte avanza que este mismo 2016 podría quebrar un tercio de todas las compañías petrolíferas, ... Y cómo, a pesar de la evidencia que se acumula día a día, los medios españoles hacen oídos sordos a la realidad de que el fracking fue, simplemente, una lamentable burbuja más: aún hace dos días un diario generalista español sacaba un publirreportaje disfrazado de noticia, en el cual se aseguraba que cuando el petróleo vuelva a los 50$ por barril el fracking va a volver a ser rentable. No es de extrañar: viendo la bola de deuda y productos derivados que está a punto de explotar, en medios financieros se está apostando a que una próxima subida de precio del petróleo pueda venir al rescate. Sin embargo, como explica el geólogo Art Bertman, aún hay demasiado petróleo en los stocks de la industria y la demanda aún sigue débil, así que los recientes movimientos al alza del precio del petróleo responden más a sentimiento y no a razones fundadas. Para cuando la caída de la oferta de petróleo, propiciada por una avalancha de quiebras en el sector, debiera llevar el precio nuevamente a valores altos, la crisis económica que se desatará por todas las derivadas financieras de la alucinada apuesta por el fracking llevará a una mayor reducción de la demanda que impedirá que el precio vuelva a subir, y causará aún más estragos en el sector petrolero. En suma, que al intentar aplazar un nuevo giro de la espiral de destrucción de oferta- destrucción de demanda lo que hemos conseguido es una falsa estabilidad durante cuatro años, en el que las empresas productoras se ha descapitalizado por tal de mantener esta apuesta absurda, y por tanto ahora la caída será más abrupta de lo que debería haber sido. Mi interlocutor y yo estuvimos de acuerdo en que el panorama para los próximos años se presentaba negro, aunque se sorprendió cuando yo le hablaba de plazos concretos (por ejemplo, que en 10 años la producción de crudo convencional será la mitad de lo que es ahora). Y es que el peak oil era eso, precisamente.

Al final de la conversación hubo tiempo, también, para hablar del cambio climático. Comenzando por este invierno que ha sido tan extraño y tan dañino para el hielo marino en el Ártico el cual, rompiendo todas las tendencias conocidas, dejó prácticamente de crecer (con un pequeño repunte hace unas semanas) hace cosa de mes y medio, y ahora ya está a punto de comenzar la estación de deshielo.
El hielo marino ártico debe ser tan fino este año que lo más probable es que si alguna tormenta de mediana intensidad llega al Ártico durante los próximos seis meses la mayoría de este hielo podría resultar destruido y dado que el agua absorbe más radiación que el hielo y por tanto se calienta más, puede favorecerse un cambio más permanente en la dinámica del hielo ártico, incluso cuando el próximo otoño vuelva a comenzar la estación de crecimiento del hielo marino ártico. Y a pesar de que estos extremos se han visto favorecidos por El Niño, lo cierto es que una vez desaparecida la banquisa ártica en verano (cosa que acabará pasando en alguna fecha no demasiado lejana), seguramente las cosas no volverán más a ser como antes.  Estuve después comentando alguno de los efectos esperables, más allá de la subida del nivel del mar que espontáneamente evocó mi interlocutor (y a la cual el deshielo ártico sólo afecta indirectamente, por efecto estérico), en particular por los previsibles cambios en la circulación atmosférica del hemisferio norte. ¿Vendrá un año sin verano después de un año con poco invierno? Nadie lo sabe, pero ésa es una de tantas otras loterías a la que estamos jugando. En este contexto, recientemente se ha puesto de manifiesto que quizá la Tierra ya ha superado uno de sus puntos de inflexión (tipping point) y que quizá el permafrost siberiano o los clatratos marinos están liberando metano, haciendo que por primera vez el propio planeta esté contribuyendo no a frenar el efecto invernadero, sino a acelerarlo. Justamente mi interlocutor me comentaba que recientemente se quedó sorprendido, al preparar un proyecto con la universidad (según me comentó, hace tiempo que no tiene demasiada vinculación con el mundo académico) que a nivel de la Comisión Europea se habla ya más de "adaptación" y no de "mitigación", que era en lo que se incidía hace años. Como yo le comenté, justamente por nuestro trabajo en mi instituto no pocas personas tienen un contacto más o menos estrecho con los círculos de la Comisión, y gracias a eso somos muy conscientes que a nivel de la Comisión Europea se tiene muy claro tanto el problema de los recursos no renovables (el peak oil es, en palabras oídas, "common wisdom" en esos ambientes) como que el cambio climático es real, que es antropogénico y que se está acelerando. En suma, que mal que le pese a quienes hacen bandera de lo contrario, la realidad es que las altas instancias europeas son conocedoras y reconocedoras de la situación actual; sin embargo, no son capaces de proporcionar una salida políticamente aceptable al problema, y es por ello que no estamos consiguiendo avances, y es por eso que se pierde tanto tiempo en falsas soluciones tecnomágicas que, pasando los años, siguen sin solucionar nada.
El tren llegó finalmente a Barcelona, nos despedimos y yo me fui a trabajar. Mi trabajo, últimamente, se ha convertido en una actividad muy intensa, incluso estresante en algunos momentos. Por una parte, recientemente hemos logrado un logro extraordinario: hemos conseguido comenzar a generar mapas de salinidad superficial del mar en el Mar Mediterráneo usando datos de la misión satelital SMOS de la Agencia Espacial Europea, en la que hace años que estamos involucrados. Los mapas tienen una resolución espacial de 25 kilómetros y temporal diaria, y la calidad que tienen es aceptable para muchos estudios oceanográficos y climáticos. Lo que estamos produciendo desde Barcelona es un gran hito, pues por diseño la misión SMOS no estaba preparada para esto: sus objetivos eran mapas de 100 kilómetros mensuales, y nosotros estamos consiguiendo incrementar unas 50 veces su resolución espacio-temporal, y encima recuperar datos con sentido en una región, el Mediterráneo, donde se pensaba que era imposible debido a múltiples problemas de contaminación de la señal. Gracias al trabajo paciente y constante de todo mi equipo durante todos estos años (y aquí he de agradecer especialmente el esfuerzo de Estrella, Justino y Verónica) lo que todo el mundo consideraba imposible es ahora realidad.
Ser capaz de generar esos mapas nos permitirá estudiar muchos procesos oceanográficos y entender algunas de las cosas que están pasando: la salinidad es una variable clave para estudiar el ciclo del agua a escala global y era la principal variable aún ignorada que se requería para completar las ecuaciones dinámicas del océano por su papel en la determinación de la densidad del agua del mar. Y el Barcelona Expert Center que yo tengo el inmerecido privilegio de presidir es el único centro en todo el mundo que es actualmente capaz de producir estos datos, y que además los está mejorando rápidamente con el paso de las semanas.
Este momento dulce a nivel del trabajo de investigación se ha visto acompañado por una prolongación de la tendencia al declive que he ido describiendo en este blog a través de los posts de la serie "Mi colapso y yo". En la recientemente resuelta convocatoria de proyectos del Plan Nacional, el proyecto que presentamos, que tenía un presupuesto ya suponía una reducción de más del 20% con respecto al concedido en el proyecto anterior (cantidad concedida en el proyecto anterior que ya era un 67% inferior a la solicitada) ha sufrido un recorte de nada menos que del 66%. Mirándolo en perspectiva, en cuestión de unos 5 años la subvención se ha reducido más de un 90%. No se puede culpar al Plan Nacional de este recorte: los gestores hacen lo que pueden con unos fondos cada vez más magros, y hay compromisos importantes que se tienen que cumplir. De hecho, comparado con otros nuestro grupo no es, ni de lejos, de los más perjudicados, y en realidad la evaluación tanto del trabajo ya hecho como de la propuesta presentada ha sido muy elogiosa. Simplemente, no hay dinero, no es culpa de nadie.
Simplemente, no hay dinero. Al menos, no en España. Es por eso que en los últimos meses estoy involucrándome en diversas iniciativas, y es por eso que en las últimas semanas viajo mucho, asistiendo a reuniones donde podría pescar "algo de pasta". Es por eso que cada vez tengo menos tiempo para escribir aquí, y es por eso que estoy, últimamente, bastante cansado físicamente.  Sé que al final voy a conseguir remontar la situación y asegurar la financiación de mi grupo, de mi gente, por unos años más. ¿Cuántos? No lo sé. Dos, tres, cuatro... No lo sé. Vivo en la permanente esquizofrenia de intentar durante el día mantener un grupo de investigación de alta tecnología, haciendo un trabajo que me gusta, y al tiempo, durante la noche, escribir profusamente sobre el final de la civilización industrial y la imposibilidad de mantener, incluso a medio plazo, las cosas que construyo durante el día. Y sin embargo, no voy a dejar de intentar seguir adelante, al menos tanto tiempo como pueda. No quiero tener que reprocharme no haberlo intentando hasta el último minuto. Si no es por mi, por lo menos por mis compañeros.
Pausa para comer y pausa para conversar con un ingeniero muy joven, peakoiler, quien hace días que quería hablar conmigo. Mi vorágine laboral hace que llegue media hora tarde a nuestra cita. El joven me explica cuál es su situación y me pregunta qué camino creo yo que es el más sensato para seguir en el futuro. Sabe que no puedo decirle nada seguro, que el futuro es incierto, pero como mínimo quiere conocer mi opinión. Hablamos durante un par de horas, muy animadamente. En el caso del joven ingeniero, lo interesante no es que él conociera mi blog y mi trabajo de divulgación, sino quién le habló de ello. Según parece, primero fue un profesor que les comentó sobre el tema (en un contexto muy curioso: un día estuvieron estudiando turbinas que funcionan con carbón en vez de de con diésel, una muestra de retroingeniería no muy usual hoy día) y les dio la referencia de The Oil Crash, y así empezó a leer algunos artículos sobre el tema. Algún tiempo más tarde otra profesora les dio una clase práctica específicamente sobre peak oil, y muchos de los materiales habían salido, de entre otros lugares, de aquí. Lo cual quiere decir que en el ambiente académico, y en particular en el que se está ocupando de la formación de los nuevos ingenieros, existe una preocupación creciente por los temas discutidos en The Oil Crash, y una voluntad de ir haciendo cambios en los currículos que se enseñan para que se vayan adaptando a una nueva y más complicada realidad. Para mi, este cambio es extraordinariamente positivo, porque siempre digo que el futuro es de los ingenieros, puesto que para que las cosas funcionen será necesario hacer un gran esfuerzo de reingeniería del mundo, adaptando los diseños no para que sean lo más eficientes desde el punto de vista económico, sino desde el punto de vista de los recursos empleados en su elaboración (en realidad, es también un criterio económico, sólo que ahora mismo no se percibe como tal). El joven ingeniero me explicaba, además de otras cuestiones técnicas, que sus preocupaciones hacen que sea visto como el bicho raro en su círculo de amistades, y ya en la calle consumimos los últimos minutos de nuestra conversación hablando sobre este sentimiento de incomprensión y exclusión. Yo le insistí bastante en que es importante darse cuenta de que el Oil Crash es un proceso relativamente rápido visto en términos históricos, pero que en términos humanos es relativamente lento, y aunque sus hijos sin duda conocerán un mundo muy diferente al nuestro él podrá ver transcurrir toda su vida haciendo siempre aproximadamente lo mismo, ciertamente en medio de un continuo descenso energético pero que no tiene por qué ser necesariamente dramático. Que sea un proceso tranquilo y soportable o que tenga cierto dramatismo, incluso que se produzca inestabilidad social, depende de las decisiones que tomemos, y que justamente mi mayor miedo es que se produzcan rupturas bruscas (guerras, revueltas, hambrunas...) que desestabilicen la sociedad, quizá incluso hasta destruirla. Pero si somos inteligentes nada de eso pasará y lo que sobrevendrá será humanamente sobrellevable. En eso estamos, y con esa reflexión nos despedimos.

Así que ya ven: la vida de un peakoiler es esto: una combinación de su BAU con la de una obligación, autoinfligida y generalmente mal valorada, de hacer difusión de un problema que a pesar de ser ninguneado es fundamental para nuestro futuro. Y así seguiremos mientras el cuerpo aguante.

Fuente: http://crashoil.blogspot.com.ar/

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