Argentina está entre los diez países que más destruyen sus Bosques y Selvas.


Lo advierte un informe de la ONU presentado ayer. Cada año se deforestan casi 300 mil hectáreas. A este ritmo, en cien años no quedaría un solo arbol en el país.
En el último cuarto de siglo, la Argentina ha venido talando unas 300.000 hectáreas de bosques nativos cada año, y a ese ritmo le tomarían los próximos cien años para no dejar un solo árbol en pie en su territorio. Esta fotografía, fría y clara, surgió de la Evaluación de los recursos forestales mundiales 2015, un informe presentado ayer por las Naciones Unidas que ubicó a la Argentina como uno de los 10 países que más deforestan en todo el mundo.
El top ten de “países que han comunicado las mayores reducciones anuales en el área de bosque” ocupa solo una parte pequeña del trabajo de la FAO (el brazo de la ONU para la Agricultura y la Alimentación). Pero resulta muy significativa al identificar a los peores alumnos dentro de una comunidad internacional de 234 naciones. El listado está encabezado por Brasil (que deforestó en el último quinquenio un promedio de 984 mil hectáreas anuales) y se completa con países de África y América del Sur, las dos únicas regiones que a nivel global muestran un deterioro de sus recursos forestales.
En el cuadro de al lado, liderando el ránking de “buenos alumnos”, aparece China, que incrementa sus bosques a razón de 1,5 millones de hectáreas por año, la misma superficie boscosa resignada por la Argentina entre 2010 y 2015. Cualquiera hubiese podido imaginar todo lo contrario. Aquí en Durban, un sereno puerto mercante a orillas del Océano Indico, donde esta semana se realiza el Congreso Forestal Mundial, el mundo parece estar patas para arriba.
Lo cierto es que, según la FAO, la Argentina figura novena entre los países que más superficie boscosa perdieron en el último quinquenio. El organismo multilateral se ocupa de medir la evolución de los bosques desde 1990, con la aparición en el escenario internacional de los primeros signos de preocupación por el cambio climático y la necesidad de proteger los recursos naturales. De acuerdo con este registro histórico, la Argentina contaba entonces con 34,7 millones de hectáreas de bosques. Ahora –25 años después– se han reducido a 27,11 millones. Es decir que el país perdió en el último cuarto de siglo el 22% de sus bosques, unas 7,6 millones de hectáreas.
De este modo, la Argentina viene contribuyendo con vigor al proceso de deforestación del planeta. Según la FAO, desde 1990 se han perdido 129 millones de hectáreas, una superficie equivalente a toda Sudáfrica, país que alberga este congreso forestal con más de 4.000 especialistas. O a la mitad de las 273 millones de hectáreas contenidas por las fronteras argentinas.
Eduardo Mansur, uno de los responsables de esta medición global, explicó a Clarín que en el 80% de los casos el desmonte se produce por un cambio en el uso de la tierra, sobre todo debido al avance de la agricultura. Aquí se produce una paradoja notable; no todos los “malos alumnos” son iguales: mientras los países africanos talan sus bosques para enfrentar la hambruna de sus poblaciones, las naciones sudamericanas (también Paraguay sufre una deforestación alarmante) lo hacen para producir comodities de exportación. Es decir, reducen su masa boscosa para alimentar a naciones extranjeras.
Pese a que Brasil lidera con comodidad el ránking de países que más desmontan (en su caso, por la masiva tala en la región amazónica), la situación de la Argentina y Paraguay –que comparten el llamado Gran Chaco, una de las regiones forestales más amenazada a escala global, con 10 millones de hectáreas en peligro– es bastante más complicada. Aunque erradiquen menos superficie boscosa que su vecino, este país dispone de enormes recursos y por lo tanto el impacto de la deforestación alcanza apenas 0,2% de su masa de bosques. En el caso argentino, en cambio, las 297 mil hectáreas desmontadas en promedio anual implican 1% del área total. De allí que el ritmo de los desmontes resulte preocupante. Para Paraguay la misma cuenta da un resultado peor: 1,9%. A nivel global, el caso más escalofriante es el de Nigeria, que arrasa con 4,5% de su superficie boscosa cada año.
“Nosotros brindamos una información objetiva, que construimos en base a los datos oficiales que recogemos de cada uno de los Estados”, aclara Mansur, que enfatiza que cada país es “soberano” para fijar políticas que limiten la deforestación o que impulsen la implantación de bosques cultivados. En el mundo quedan en pie 3.999 millones de hectáreas, que cubren cerca de una tercera parte de la superficie terrestre: en 1990 el mundo contaba con 4.128 hectáreas forestales mientras que en 2015 este área ha descendido hasta los 3.999 millones de hectáreas, lo que supone pasar de ocupar el 31,6 por ciento de la superficie total mundial en 1990 al 30,6 por ciento en 2015. La pérdida total de bosques es de 129 millones de hectáreas en 25 años, lo que supone una superficie aproximada como el tamaño de Sudáfrica. Desde 2010 a 2015 los naturales han experimentado una pérdida neta de 6,6 millones de hectáreas al año.
El director del Programa Global de Bosques de WWF, Rod Taylor, ha subrayado que el estudio confirma la "enorme pérdida" de los bosques tropicales en los últimos 25 años y ha advertido de que la tendencia continuará con pérdidas que se concentran en once frentes de deforestación. Por ello, ha advertido de que si no se toman medidas "enérgicas y urgentes" se destruirán en solo 20 años unos 170 millones de hectáreas de bosques, el equivalente al tamaño de Alemania, Francia, España y Portugal juntos. La ONG considera que "no hay una única solución" para detener la pérdida y la degradación de bosques sino que se necesitan un conjunto de medidas que pasan por ampliar las áreas protegidas a fomentar patrones de consumo más sostenibles para lograr que los bosques sobreviven a la "elevadísima presión" que existe sobre el suelo. En este contexto, apunta que la demanda anual de madera se triplicará en 2050, lo que generará más presión en los bosques. La ONG propone también recuperar la cobertura forestal perdida con una combinación de plantaciones de árboles nativos, restauración de bosques naturales y el fomento de la agricultura responsable, al tiempo que se protejan los derechos y medios de vida de los pueblos indígenas y las comunidades locales.

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