El cambio climático va en serio, y muerde ¡Mejor no tocarle las orejas!

A menudo, parece que lo que no se ve no existe. Pero ya lo decía el principito, lo esencial es invisible a los ojos. En este caso, sin embargo, no podemos ponernos sentimentales. No se trata de andar mirando hacia adentro, sino más bien de tomar medidas urgentes para evitar el desastre que se nos viene encima. El cambio climático no se anda con chiquitas, y estamos acercándonos demasiado a la línea roja.
Los científicos nos advierten en vano. Aunque el negacionismo ha perdido fuelle, su llamada de socorro sigue sin obtener respuesta. Mientras, el cambio climático avanza como un tsunami que se nos va echando encima a cámara lenta, sin prisa pero sin pausa…
¿Pero, acaso hay un tiempo límite? La cuenta atrás se acerca a su fin. Se esperan consecuencias irreversibles si el aumento de temperatura supera los dos gratos antes de mediados de siglo, y para evitarlo habríamos de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, especialmente el CO2, entre un 40 y un 70 por ciento.
De no actuar a tiempo, y en vistas del objetivo así será, el avance disparará los eventos extremos, el deshielo y un rosario de desgracias de los que no se salvará nadie. Como un ruleta rusa, sufrir eventos extremos será cuestión de (mala) suerte, pero también es cierto que éstos serán más frecuentes y virulentos, y que se ensañarán con los más débiles. De hecho, ya lo está haciendo.
Desde 1880, la temperatura ha aumentado 1,4 grados de media y, teniendo en cuenta la inoperancia política y de organismos internacionales sumada a la falta de conciencia ciudadana, solo por la dieta occidental, rica en carne, para 2050 la temperatura podría dispararse 4 grados, según un reciente estudio del instituto londinense Chatham House. Y si ocurriese, los efectos serían catastróficos..
Un cambio climático que no perdona


¿Podemos hablar de un fin del mundo inminente a consecuencia del cambio climático? Los científicos no dejan de hacerlo, y el culpable es el ser humano. Sus tres jinetes del apocalipsis: la superpoblación, la explotación de recursos y la contaminación.

Si los negacionistas son un lastre para actuar, la indiferencia de la gran mayoría todavía lo es más. Entre tanta pasividad, la ciencia sigue elevando la voz, aconsejando no jugar con el cambio climático. No ponerlo a prueba, pues luego podría ser ya demasiado tarde. Y es que, sin ser rencoroso, ni perdona ni olvida.
Su aviso es machacón. Predicar en el desierto exige ser inasequibles al desaliento, pero la ciencia es muy tozuda, la amenaza acecha, y ellos siguen errer que erre, insistiendo en la importancia de reaccionar con urgencia. Científicos de la NASA que ya advirtieron del colapso de la civilización acaban de anunciar que existen evidencias de que los hielos “están despertando”.

Aunque todavía no se atreven a a firmar que estamos en una nueva era de rápida pérdida de hielo, concluyen que el aumento del nivel del mar consecuencia del calentamiento global es inevitable y esperan que en los próximos 100 ó 200 años el nivel del mar aumentará al menos un metro. Para hacernos una idea, el agua se cobraría 100 metros de costa, tragándose acantilados, diques y otras barreras naturales.
Estimaciones anteriores del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) pronosticaron un “probable aumento” de un metro para finales de este siglo, cuando desde 1992 la subida ha sido de unnos 7,6 centímetros, si bien algunas zonas han alcanzado los 23 centímetros. Y, de producirse esa rápida pérdida de hielo, en un siglo el nivel del mar podría aumentar hasta tres metros, un aumento dramático de consecuencias catastróficas a las que habría que añadir transformaciones de distinta índole provocadas por el cambio climático.
Un hilito de esperanza
¿Hay motivos para la esperanza? Es lo último que se pierde, por lo tanto, las hay. Si queremos ser optimistas, un acto de volición que es más bien un acto de fe, algún que otro clavo ardiendo encontramos, como la próxima cumbre del clima que se celebrará a finales de año en París (COP21).
Tras la gran decepción que trajo la COP20, el mismo fiasco que ya ocurrió ya las anteriores citas, la reunión parisina se presenta como una gran incógnita. Si bien “los grandes temas se han postergado: las reglas para el próximo año y cómo lograr acción y ambición climática”, tal y como denuncia el responsable de cambio climático de Care International, Sven Harmeling, París sigue siendo un interrogante con respecto al tema crucial: lograr un acuerdo vinculante global y con una financiación clara.
La actitud y rol estadounidense en la COP21 se espera distinta. El anuncio de su histórico plan contra el cambio climático las vísperas de la Cumbre se han interpretado como una declaración de in tenciones. Como gran potencia mundial, demostrar un mayor compromiso para alcanzar el acuerdo podría ser decisivo de cara a un futuro acuerdo.

Durante la reunión gala todas las miradas estarán puestas en Estados Unidos y, en especial en el papel que decida jugar su presidente, Barack Obama, impulsor del plan, un ambicioso programa de reducción de gases de efecto invernadero que aspira a hacer una gran diferencia. Igualmente, será crucial el rol que demuestren otras superpotencias, grandes contaminadores, de cuya actitud depende el futuro del planeta.
Aunque en París no se consiga un acuerdo capaz de reducir de forma efectiva los gases de efecto invernadero, un cambio de discurso apoyado con un compromiso real podría ser todo un hito. El tiempo apremia, es cierto, y por mucho que crece el uso de las energías renovables no por ello se reduce la combustión de carbón.
Por ahora, tenemos buenas promesas y nada concreto, con lo que el inclemente cambio climático seguirá avanzando. El problema sigue siendo el mismo de siempre, la ceguera humana, para la que lo importante es completamente invisible. Y, aunque la rosa es lo importante (en esto también estamos con el principito) esta vez no hay que elegir entre la rosa o el dinero. Es simple cuestión de supervivencia y, al menos por ahora, encontrar la solución solo depende de nosotros.
Jugando, jugando, hemos despertado a la fiera. Más vale no seguir molestándola. Eso sí, después de tocarle las orejas, lo suyo es salir corriendo. Pero va a ser complicado, más que nada porque no tenemos dónde ir. O quizá sí, quizá encontremos nuevos mundos que conquistar (léase explotar) y entonces, por fin, el planeta podrá librarse de nosotros.

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