Fumigaciones en la mira


Darío Aranda

Médicos e investigadores afirman que la utilización de tóxicos que promociona la industria química-farmacéutica contra el Aedes aegypti no soluciona la propagación del virus del dengue y el zika y además afecta la salud de la población.
 
Con más de 16.000 casos de dengue en Argentina y el avance del zika en América latina, las empresas de agrotóxicos llevan adelante una campaña de promoción de fumigaciones con numerosos químicos para, sostienen, controlar los mosquitos. Médicos e investigadores afirman que, otra vez, la industria química-farmacéutica hace negocios con la salud de la población. “La bibliografía científica y la praxis en promoción de salud permiten sostener que la química tóxica y la biotecnología transgénica están muy lejos de formar parte de la solución, y podríamos decir que son parte del problema”, afirmó Damián Verzeñassi, de la Universidad Nacional de Rosario.
La Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (Casafe) envió un comunicado el 10 de febrero con el título “evitar el dengue, fiebre chikungunya y zika es posible”. Anunció un “importante brote” para marzo y alertó que “puede ser potencialmente mortal”. Propuso “tomar medidas de prevención” y ofreció sus productos: “Existen diversos insecticidas que nos permiten frenar la proliferación del mosquito y así salvar vidas humanas y malformaciones”.
Entre los socios de Casafe sobresalen Syngenta, Monsanto, Basf, Bayer, Dow, Dupont, Nufarm y Rizobacter. Cinco días después, volvió a enviar el comunicado y el 29 de febrero insistió: “En todo el país se están desarrollando tareas de fumigación; para lograr que el trabajo se realice de manera adecuada y eficaz se recomienda mantener abiertas las puertas y ventanas de las viviendas para que entre la ‘nube de pulverización’”.
Javier Souza Casadinho, docente de la Facultad de Agronomía de la UBA y coordinador regional de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas de América latina (RAPAL), explicó que el insecticida permetrina (recomendado por Casafe) impacta “en el sistema nervioso central, pudiendo provocar convulsiones, temblores, ansiedad, alergias, malestares gástricos; también está incluida en la lista de plaguicidas relacionados con problemas de fertilidad masculina y la EPA (agencia regulatoria de Estados Unidos) advierte de posibles efectos en el sistema reproductivo femenino e incidencia en el cáncer de mama”.
Souza Casadinho afirmó que el químico fenitrotion (otro de los recomendados por las empresas de agrotóxicos) está prohibido en la Unión Europea y “severamente cuestionado por instituciones en Argentina (entre ellos, el defensor del Pueblo) porque puede causar disrupción endocrina, afectando el crecimiento y reproducción de los seres humanos”.
El ministro de Salud, Jorge Lemus, admitió el 6 de febrero que “se está trabajando fuerte en las fumigaciones”, aunque reconoció que el mosquito Aedes aegypti (transmisor de la enfermedad) “ya es resistente a los químicos”. Lejos de abandonar la vía tóxica, el ministro propuso “cambiar las sustancias” para fumigar.
Damián Verzeñassi, de la Cátedra de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, comenzó con una pregunta: “¿No llama la atención que los mismos que ‘descubrieron’ la epidemia de la gripe A H1N1 (luego reconocida como falsa), y que beneficiaron a la industria farmacéutica hoy aparezcan con este ‘nuevo mal’ al mismo tiempo que florecen como única opción el regreso a venenos químicos como el DDT o similares y junto a ello infestar nuestros territorios de un mosquito transgénico que fracasó ya en Brasil (donde fue liberado para controlar al A. aedes)?”. Y cuestionó que “los mismos responsables de las fumigaciones denunciadas por las comunidades y por la epidemiología como responsables de daños graves en la salud (como malformaciones, neoplasias, abortos espontáneos, entre otros) se presenten como los portadores de la solución a partir de sus químicos tóxicos”. Recordó que los investigadores de la Asociación Brasileña de Salud Colectiva (Abrasco) cuestionaron el uso de larvicidas para combatir a los mosquitos y también explicitaron la sospecha de que los químicos (y no el virus del zika) están involucrados en el incremento de casos de microcefalia.
La Organización Mundial de la Salud difundió la supuesta relación directa entre zika y microcefalia. La entidad informó el 29 de febrero que se detectó zika en 49 países, pero sólo microcefalia en Brasil. Otro elemento lo sumó el Instituto Nacional de Salud de Colombia, que acaba de informar de 47.000 casos de Zika, de los cuales 8.900 son mujeres embarazadas y no se presentó ningún caso de microcefalia.
Rafael Lajmanovich es investigador del Conicet, doctor en ciencias naturales y profesor de ecotoxicología en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Hace 18 años que estudia el impacto de los agroquímicos y cuenta con más de 80 publicaciones científicas. “Todos los insecticidas (piretroides, fosforados y BT) que se utilizan contra los mosquitos son tóxicos para la fauna silvestre y en mayor o menor medida también para los humanos”, aseguró. Y remarcó que el dengue-zika tiene directa relación con la tropicalización del clima, el recalentamiento del planeta y la agricultura industrializada. “Es conocido que este vector (el mosquito) prolifera más en sitios mal urbanizados y pobres. Está de más explicar la relación entre el modelo productivo argentino, la pobreza y la precarización de las grandes ciudades. Sin dudas hay que plantear a corto plazo el ‘control’ de la epidemia pero si no cambiamos el modelo es claro que ningún insecticida nos salvará”, alertó Lajmanovich.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-294226-2016-03-10.html
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Zika, la Revolución Verde y Monsanto
Fumiga, que algo queda


Ángel Calle Collado
eldiario.es
 
Las noticias repiten las imágenes de técnicos pertrechados en uniformes de seguridad fumigando a diestro y siniestro. Así entraba el virus del Zika en nuestros imaginarios: asaltos a casas de apariencia muy humilde en busca de un enemigo que parece invisible. Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hablaba de una expansión “explosiva” de una enfermedad vírica, con riesgo de alcanzar 6 millones de casos. Según algunos titulares se trata de otra “enfermedad viajera” más. Para corroborar la amenaza de un "nuevo peligro global", se mencionaban algunos antecedentes de epidemias internacionalizadas en el último año, como los brotes de chikunguña o el dengue, también transmitidas por el mosquito Aedes y también focalizadas en países empobrecidos. Acto seguido, el pasado 1 de febrero, acontecía la declaración de emergencia internacional por parte de la OMS.

¿Y qué se proponen hacer las autoridades sanitarias nacionales e internacionales? La mayor parte de las informaciones insiste y reitera que el problema ha de focalizarse en un vector (el mosquito) controlable a base de químicos. La OMS aconsejaba el uso de piriproxifeno que produce Sumimoto Chemical. Sumimoto también se dedica a recomendar la fumigación con herbicida de nuestros campos para erradicar “amenazantes” malezas como la verdolaga. Esta empresa es, en la práctica, una franquicia japonesa de la compañía Monsanto, que prefiere considerarla un “socio activo” en negocios e investigaciones con venenos. Monsanto controla el mercado mundial de semillas transgénicas y va camino de adueñarse del mercado de pesticidas. La verdolaga, uno de los “enemigos” de Monsanto que sirve de excusa para hacer negocios químicos, es una planta conocida en muchas culturas (mediterráneas y asiáticas) como alimento y como medicina por sus aportes de vitaminas, aminoácidos y antioxidantes.
Conclusión provisional: business as usual:
i) hay que matar mosquitos a cañonazos, porque si no estos pobres nos van a inundar de enfermedades;
ii) ya hay cañones químicos fabricados y disponibles para su venta en Occidente;
iii) se ruega a las autoridades (como la OMS) que no difundan en exceso sus dudas sobre lo inútil que puede revelarse en el medio plazo el tratamiento a través de plaguicidas (informe 15 del Comité de Expertos de la OMS en Biología de los Vectores);
iv) desoigan a los profesionales de la salud que vienen trabajando sobre estas epidemias y en estas zonas, como la Asociación Brasileña de Salud Colectiva, que consideran que son “las condiciones de vida en esos suburbios, el saneamiento básico inadecuado [...] el descuido con la higiene de espacios públicos y particulares, los principales responsables de este desastre”; y
v) pongan en su lugar audiovisuales que nos hagan internalizar la sensación de pánico, como cuando Cuarto Milenio emitía el reportaje: “Zika, el nuevo nombre del miedo”. Y, por supuesto, sigan regando estos países con tóxicos. Hoy en Brasil cada habitante es “obsequiado” con ¡7 litros de pesticidas al año! para atender plagas en grandes monocultivos o como respuesta a enfermedades como el Zika.
Llueven tóxicos sobre mojado, más bien sobre territorios ya empapados de químicos. El caso es no tocar el sistema económico ni el de salud, e insistir en una modernización venenosa y autoritaria. Como ocurriera también para epidemias como la gripe aviar. Llueve para mal de unos afectados que pueden llegar a encontrar la muerte, si bien en ocasiones hay mucho de alarma forzada por la presión mediática. Por ejemplo, hablamos de 600.000 casos en Colombia, pero sólo 1.000 casos de la enfermedad asociada Guillain-Barré, la cual, a su vez, tiene una mortalidad significativa del 4%. Es más, parte de la comunidad científica establece (¿paradójicamente?) conexiones entre la aplicación de piriproxifeno y el desarrollo de microcefalias en recién nacidos (uno de los efectos del Zika) a partir de estudios realizados en Brasil: incendios tratados con más fuego.
Pero, lamentablemente, llueve para bien de unas pocas compañías y para una forma de entender la naturaleza como un gran laboratorio que hay que reajustar de vez en cuando a base de químicos tóxicos. “Tú fumiga que algo nos queda”, parecen atronar al unísono medios de comunicación, fabricantes de herbicidas y autoridades internacionales que prefieren crear “alarmas” antes que ser acusadas de intervenir de forma “tardía”, como ocurriera en la propagación del Ébola. Pero no es “tan poco” ni “tan irrelevante” lo que queda. Porque las comunidades fumigadas padecerán más contaminación de sus aguas y de sus territorios. Y por tanto, más riesgo de morir por acumulación de venenos en sus vidas. Porque son minoritarios los diagnósticos que abiertamente relacionan esta epidemia con consecuencias derivadas de la pobreza extrema, del calentamiento global o de la falta de democracia en nuestros sistemas institucionales (todo ello en aumento).
En fin, el tratamiento mediático, político y sanitario propuesto para el Zika revela muchas semejanzas con el abordaje de otras cuestiones en las que nos va la vida. Me refiero aquí concretamente a la llamada Revolución Verde y al desarrollo de un sistema agroalimentario cada vez más globalizado y cada vez más condenado a repetir crisis alimentarias: recuerden la crisis del 2008, o las revueltas que ocasiona la subida de alimentos tras cada ajuste estructural del FMI. Fumiga que así habrá menos plagas y mejores cosechas, y por tanto menos hambre en el mundo (nos dicen). Pero tras 60 años de fumigación y de mejoras genéticas nos encontramos con recurrentes hambrunas, junto con campesinos y campesinas expulsados de sus tierras, que son acaparadas por grandes potencias o declaradas como no rentables para insertarse en sus mercados globales.
Existen alternativas, pero son desoídas y las grandes empresas se esfuerzan por presentarlas como inapropiadas. La ciencia convencional funciona así: potenciando la investigación en laboratorio e invisibilizando respuestas que se construyan desde el propio contexto y que contemplen un desafío a los sistemas socioeconómicos vigentes. Lo han argumentado muy bien autores como Boaventura de Sousa Santos o Bruno Latour. En Latinoamérica existen voces muy respetadas que insisten en la aproximación socioeconómica y ambiental de muchos de los problemas de salud. Jaime Breilh es un referente en temas de epidemiología (social) crítica. Viene demostrando a través de sus investigaciones aplicadas que, por ejemplo, el dengue se cura a base de una buena salud comunitaria: favoreciendo el protagonismo de pueblos y barrios en temas de prevención pero, ante todo, generando salud mediante ciudades habitables y economías que atiendan las necesidades humanas. Es decir, propone lo que él llama las 4S esenciales para la vida: que sea sustentable, soberana, solidaria y saludable (individual, social y ambientalmente hablando).
Por estas tierras también comienzan a emerger referencias del enfoque salubrista. Sabemos que es nuestro código postal, no nuestro código genético, lo que determina que haya barrios en Madrid o en Córdoba con una diferencia de esperanza de vida de más de 10 años. De esto hablan las compañeras y compañeros de Médico Crítico. De cómo la avidez mercantil de las farmacéuticas y las industrias químicas prima sobre las políticas de construcción de derechos y de sociedades más igualitarias que garanticen a las personas el acceso a una vida digna.
En contra de los intereses de Monsanto, tanto Jaime Breilh como algunos relatores de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación y asociaciones de médicos o de campesinos, reclaman otro manejo de recursos, en clave de agroecología y soberanía alimentaria, para introducir salud en nuestros cuerpos y en nuestros territorios. La fumigación química no es la solución a nuestras enfermedades ni a nuestras deficiencias alimentarias. La relocalización de muchos de nuestros satisfactores para crear entornos más saludables y democráticos, sí.

Fuente original: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Zika-Monsanto-agroecologia-soberania_alimentaria_6_492110787.html - Imagen: ‪armonicosdeconciencia.blogspot.com‬

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