Reseña de «Reserva de musgo. Una historia natural y cultural de los musgos»

Reserva de musgo, de Robin Wall Kimmerer, nos introduce en el fascinante mundo de los musgos, sus variedades (¡más de 22.000 especies!) y sus procesos en la comunidad humana. Dando nombre a lo ajeno para hacerlo más cercano, este ensayo de liternatura (como diría Gabi Martínez) trata de dar cuenta del papel tan importante que desempeñan los musgos en los ciclos naturales y en la vida del resto de seres, además de mostrar sus curiosos e impecables métodos de supervivencia. Es una historia de intercambio de bienes y agradecimiento, donde la interdependencia de los seres vivos en la naturaleza, incluso desde los lugares umbríos que suelen preferir los protagonistas de este libro, sale a la luz. Plantea también una mirada al pasado cuando, hace unos 350 millones de años, el musgo fue el responsable (entre los organismos vegetales) de dar el salto inicial de lo acuático a la tierra. Este gran paso fue fundamental en el desarrollo de las condiciones que permiten que la especie humana, al igual que muchas otras, hayan podido desarrollarse. La autora enseña que, al igual que estos pequeños nos cuidan, nosotros debemos cuidar de ellos.

Alicia Espada Preciado
Jimena Lobo Garcia

Robin Wall Kimmerer (Nueva York, 1953) es madre, investigadora y profesora de biología ambiental y silvicultura en la Universidad Estatal de Nueva York. Desde los inicios de su carrera como investigadora aunó su formación científica con los conocimientos adquiridos de su ascendencia potawatomi, lo que la convierte en una de las mayores defensoras del conocimiento ecológico tradicional. Este interés la lleva a fundar y dirigir el Center for Native Peoples and the Environment.

Su estilo de escritura une la precisión de la divulgación científica con la introspección y la narrativa de vivencias personales, lo cual resulta en una exposición muy completa y única de las materias expuestas. Así lo demuestra en Una trenza de hierba sagrada (uno de esos libros capaces de cambiar la vida de las personas, según atestiguan algunas lectoras y lectores), publicado por primera vez en 2013, y en su primer libro Reserva de musgo (primera edición de 2003, traducido al español en 2024 en la editorial Capitán Swing), que ahora reseñamos. El interés de Kimmerer por la briología (así se llama la ciencia de los musgos) surge durante su formación como ecóloga forestal en Wisconsin y se mantiene hasta hoy en día, pues continúa siendo profesora de ecología de los musgos.
Kimmerer advierte desde el prólogo acerca de la importancia de adoptar una mirada diferente, enriquecida por distintos intereses y contextos formativos, con tal de conseguir perspectivas completas de nuestros campos de estudio. Las comunidades indígenas lo comprenden al afirmar que para conocer algo se requiere de la unión entre «los cuatro elementos de nuestro ser: mente, cuerpo, emoción y espíritu» (pág. 8), pero la investigación científica parece olvidarlo a menudo al buscar solamente mecanismos y comprobación empírica. En el estudio de las briofitas se vuelve fundamental adoptar este valor indígena: toda apreciación y utilización del musgo nos ayuda a conocerlos, a comprender sus relaciones y a respetarlos para así poder formar parte de sus comunidades. Reserva de musgo trata de demostrarnos que las briofitas son elementos esenciales de las comunidades naturales. Para ello, Kimmerer indaga en las funciones que ejercen los distintos tipos de musgo adentrándose en sus propiedades y utilidades para las diferentes especies, incluida la nuestra.

Robin Wall Kimmerer. Foto: John D. & Catherine T. (Fundación MacArthur).


El viaje que la autora invita a realizar al lector o lectora con el fin de observar sus diversas funciones y sus propiedades beneficiosas para otros seres trascurre por los musgos como si de una selva se trataran, dado que, «al igual que la selva, el bosque de musgo es un foco para la evolución» (pág. 83). Las múltiples variedades de musgos pueden vivir en diferentes lugares, y su comportamiento varía en función de su ubicación. Es bien conocido el hábitat del musgo en las rocas, en las orillas de los riachuelos y en las cortezas de los árboles. En general, la sombra favorece su existencia, permitiendo retener una gran cantidad de humedad. La relación de los musgos con el agua resulta esencial, dado que su reproducción y su actividad dependen de ella. Sin embargo, Kimmerer advierte que pueden sobrevivir durante muchísimo tiempo desecados, manteniendo sus funciones al mínimo, hasta que el agua vuelve a llegar hasta ellos.
Los musgos tienen un funcionamiento realmente complejo para lo pequeños y simples que pueden parecer desde el exterior. En algunos, su sexualidad varía en función de sus necesidades, se pueden especializar y adaptar a entornos diferentes a los de sus compañeros para no competir y sobrevivir sin ser colonizados, son capaces de mantener partes de sí mismos muertas sin que lleguen a morir como organismo en años (como el Sphagnum) e, incluso algunos de los más difíciles de encontrar, los Schistostega pennata, pueden dar luz en la oscuridad de una cueva con solo un 0,1 por ciento de luz del exterior.
Aun con todo ello, su excelencia reside en gran medida en su solidaridad con el resto. Los musgos dan cobijo a los resilientes tardígrados —comúnmente conocidos como osos de agua—, entre otros muchos seres minúsculos. Son también corresponsables de retardar el descenso de la lluvia por la corteza de los árboles, de limpiar el agua de los ríos y de obrar como nidos para diversos animales. Sirve también a los seres humanos como medidor de los niveles de contaminación de una ciudad, en función de su color y su estado de desecación. Además, por su gran capacidad de absorción, han servido como compresas y pañales a las mujeres y niños de muchos pueblos originarios a lo largo de las generaciones.

Musgos sobre un tocón de roble. Monte da Curuxa, diciembre de 2016. Foto: Casdeiro.

Conocer la completa historia de los musgos es un reto, pues la mirada necesaria para ello requiere de paciencia y de un trato poco habitual hacia la naturaleza por parte de la comunidad científica occidental: debemos «dejar a los musgos contar su historia, en lugar de sacársela a la fuerza» (pág. 110). Se trata de adquirir una noción del conocimiento más similar a la de las comunidades indígenas: como ofrecimiento de la naturaleza, y no como un bien que ha de ser explotado. Para ello, Kimmerer nos advierte ya en las primeras páginas acerca de la importancia de adoptar una nueva mirada que «se asemeja más a escuchar que a mirar» (pág. 25), pues se funda en una atención especial que conseguirá que demos cuenta del asombroso «microcosmos del musgo» (pág. 25) que pasa desapercibido bajo nuestras miras cotidianas. La autora trata de «transmitir el mensaje de que los musgos poseen sus propios nombres» (pág. 19), lo que implica que su forma de ser en el mundo no solamente se comprende bajo la investigación empírico-analítica. Por ello, esta nueva mirada que atiende y comprende su verdadero e intricado «saber estar» en sus hábitats se vuelve fundamental. Este profundo conocimiento acerca de los musgos que nos permite diferenciarlos y estudiarlos, se consolida, por tanto, sobre las bases del respeto y el cuidado hacia las briofitas.

La ciencia observa la realidad desde una perspectiva metódica y directa, y una gran parte de sus investigaciones puede encauzarse hacia los beneficios rápidos para el ser humano sin tener en cuenta las consecuencias que vendrán después. En el caso de los musgos, no fue fácil para Kimmerer encontrar información sobre su utilidad (sostenible) en la sociedad humana, dado que la comunidad científica no les ha dado la importancia que merecen ni ha tenido en cuenta el valor de las reservas de musgo. Se ha promovido por ejemplo la venta de alfombras de musgos y la destrucción de estos en sus hábitats, aun cuando su recuperación, si llegara a realizarse, tardaría años en completarse.
Otro de los puntos que la autora señala es la fetichización de la naturaleza y los peligros que ello conlleva. Escribe acerca de un hombre de clase alta que pretende recrear un paisaje de naturaleza salvaje y anciana en el patio de su casa, trasplantando musgos (entre otras plantas) de su hábitat natural para implantarlos allí. Kimmerer se enfrenta a una ardua realidad, donde los musgos son violentamente cosificados y no se tiene en cuenta su valor, su vida y sus necesidades.
Para conocer los musgos será necesario apreciarlos debidamente y comprenderlos, respetando su manera de interactuar con el entorno. La paciencia y la atención se vuelven virtudes imprescindibles para poder resolver todas las preguntas que nos surgen acerca de estas plantas. La naturaleza dio respuesta a algunos de los experimentos llevados a cabo por Kimmerer solamente tras varios años de observación respetuosa, como nos cuenta en el capítulo «Opciones» al indagar acerca de los hábitos reproductivos del Tetraphis.
La autora nos demuestra que «son las plantas más simples, y en su simplicidad, las más elegantes» (pág. 28) y que, sin embargo, pueden brindarnos grandes lecciones acerca de la convivencia y el respeto en los ecosistemas en los que residen. Entre las múltiples enseñanzas que nos aportan los musgos, una de las más fundamentales es la manera en la que forman parte de la comunidad natural. Según sus propiedades, se organizan para ocupar aquellos espacios que permiten la proliferación de las distintas especies. Observando a los musgos, además, damos cuenta de las relaciones simbióticas que se generan alrededor de ellos: necesitan a otros elementos de la naturaleza para subsistir —las cortezas de los árboles, las rocas e incluso las ardillas—, mientras que otras criaturas —como los tardígrados— hacen de los musgos sus hábitats y adoptan costumbres similares a las suyas.
En Reserva de musgo se hace evidente la necesidad de conocer la naturaleza y el entorno para comprender la gravedad de las problemáticas medioambientales a las que nos enfrentamos en nuestros días y no ignorarlas, pues «aunque todos queramos apartar la vista, haríamos bien en contemplar las consecuencias de nuestras decisiones» (pág. 191). Según las comunidades indígenas, todos los seres vivos cumplen con una función en la naturaleza, tienen su propio don; y preguntarnos por las funciones de los musgos se vuelve indispensable para dotar de sentido a la actividad ecológica. Kimmerer culmina con una última enseñanza onondaga: «las plantas vienen cuando las necesitamos. Si les mostramos respeto, utilizándolas y apreciando sus dones, crecen con más fuerza» (pág. 210). Reserva de musgo es, a su vez, una muestra de una simbiosis exitosa entre la objetividad de una divulgación científica clara y comprensible y la subjetividad de las experiencias personales de la autora, que demuestra la urgencia de convertirnos de nuevo en un eslabón más de esta cadena comunitaria y respetuosa. Respetemos y apreciemos, pues, a las plantas y a todas las especies como se merecen para que recobren la fuerza con la que crecían antes de nuestros abusos.

Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/07/14/resena-de-reserva-de-musgo-una-historia-natural-y-cultural-de-los-musgos/ Imagen de portada: Pinares Llanos, Sierra de Malagón, agosto de 2020. Foto: Jorge Riechmann.

 

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