Por qué es razonable ser anticapitalista










Por Olivier Bonfond

Millones de seres humanos no pueden satisfacer sus necesidades fundamentales. Les falta agua potable, comida en cantidad suficiente y alojamiento decente, y tampoco tienen acceso a la sanidad y a la educación. Por lo tanto, el sistema capitalista no consiguió mejorar la vida de la gente ni poner fin a las grandes plagas que hacen sufrir a la humanidad. Peor aún, en los últimos treinta años, es decir, desde la implantación del capitalismo neoliberal, la situación se ha degradado tanto en el Norte como el Sur del planeta. Al considerar la situación desde un punto de vista global, el balance del capitalismo es sumamente negativo.


El hombre siempre hizo la guerra; el hombre es fundamentalmente egoísta; el capitalismo siempre existió y siempre existirá; no obstante sus defectos, el sistema capitalista es el menos malo de los sistemas; el capitalismo es el único modelo que ha demostrado sus aptitudes. Todas las demás sociedades acabaron en catástrofes. Estas afirmaciones que se escuchan por doquier, y desde hace mucho tiempo cumplen una función muy precisa: anular cualquier debate serio, cualquier análisis crítico y cualquier propuesta alternativa al modelo económico en el que vivimos. Aceptar estas afirmaciones nos impide ver lo fundamental: vivimos en un mundo basado en la explotación, la pobreza y las desigualdades. Vivimos también en un mundo que está inmerso en una crisis global, planetaria, sin precedentes en la historia de la humanidad. Estas afirmaciones, al llevarnos a un repliegue sobre nosotros mismos y al fatalismo, nos impiden también devenir ciudadanos responsables que ponen sus energías e inteligencias al servicio de un proyecto emancipador. Si queremos luchar de la manera más eficiente posible contra la injusticia social, es necesario deconstruir, combatir y superar estas aseveraciones que no son más que antífrasis e ideas preconcebidas. Es necesario aceptar que la humanidad debe encontrar los medios para avanzar en forma concreta por otra vía que no sea la del capitalismo. No será nada fácil. El camino será largo y con múltiples obstáculos, pero es la única solución si queremos construir ese otro mundo posible, socialmente justo y respetuoso con la naturaleza. Hoy en día ser anticapitalista, es urgente, necesario y razonable.
1. Ser anticapitalista, es sencillo, coherente y moralmente justo
En primer lugar, ¿qué significa ser anticapitalista? Según el diccionario, es anticapitalista (1) él o la que se opone al capitalismo. Pero ¿qué es el capitalismo? Es un modelo económico y social cuyos valores fundamentales son: el lucro, la propiedad privada de los medios de producción, la competencia, y el crecimiento económico.
Efectivamente, ser anticapitalista es muy simple: sólo es estar en contra de que el lucro, la propiedad privada de los medios de producción, la competencia, el egoísmo y el crecimiento económico constituyan los valores fundamentales que determinan nuestras sociedades humanas.
Ser anticapitalista no es lo mismo que ser comunista, leninista, estalinista, trotskista, anarquista, u otros «-istas» de este tipo. Ser anticapitalista no significa «defender» regímenes tales como el de la Unión Soviética de Stalin, el de Camboya de Pol Pot, el de la China de Mao o el de la China actual. Ser anticapitalista tampoco significa rechazar el «progreso» y vivir de manera miserable negándose a aceptar todo lo que proviene de esta sociedad. Vivir en un sistema y estar en contra de éste, no es lo mismo ni tampoco es incompatible.
Ser anticapitalista es pensar que estos valores (lucro, propiedad privada, competencia y crecimiento) no deben ni pueden constituir la base de una sociedad socialmente justa, respetuosa de la naturaleza, solidaria y emancipadora para la humanidad.
2. El sistema capitalista no logró mejorar la vida de la gente
Del lado de los defensores del capitalismo, a menudo se oyen afirmaciones tales como: Evidentemente, el capitalismo no es perfecto, ningún sistema lo es. Pero no hay que olvidar que el capitalismo ha permitido una mejora de las condiciones de vida para millones de personas. Por ejemplo, la gente nunca había llegado a una edad tan avanzada. Tampoco olvidemos que es gracias al capitalismo que millones de personas pudieron acceder a tecnologías tales como la televisión, la aviación, los coche, los teléfonos móviles, Internet.
No se puede negar que hay una parte de verdad en esa afirmación pero es muy pequeña, casi minúscula. ¿Por qué? Debemos comenzar por recordar que la mayoría de las riquezas de las que algunos de nosotros/as se benefician se crearon sobre la base de la explotación de los pueblos y del saqueo de sus recursos naturales. ¿Cuál ha sido el precio pagado por permitir a una minoría de seres humanos «beneficiarse» o «gozar» de un nivel de vida elevado y del pretendido «progreso»”? ¿Cuántas guerras, cuántos crímenes contra la humanidad, catástrofes humanas y ecológicas han sido necesarias para llegar a tal «progreso»?
Por otra parte, el capitalismo está vigente en casi todas las economías del planeta y se ha mundializado, o sea, todas estas economías están interconectas. Eso implica que un balance serio del capitalismo sólo puede hacerse a escala mundial y hay que plantearse la pregunta: ¿cuántos seres humanos se han beneficiado y se benefician realmente de este sistema?. Recordemos aquí que según el Banco Mundial más de la mitad de la humanidad vive en la pobreza. Para estos 3.000 millones de seres, la preocupación no es la televisión, Internet u otros bienes tecnológicos. Se trata de trabajar 12 horas al día, 7 días a la semana, para conseguir los recursos suficientes para que la familia sobreviva, simplemente para no morir. Y si hablamos de «llegar a una avanzada edad», no hay que olvidar que todos los informes de Naciones Unidas muestran que la esperanza de vida retrocedió en varios países llegando, por ejemplo, a 41 años en la Republica Democrática del Congo.
En el Sur como en el Norte, la mayoría de los ciudadanos, movimientos sociales e instituciones internacionales admiten que la situación actual es inhumana e intolerable. Millones de seres humanos no pueden satisfacer sus necesidades fundamentales. Les falta agua potable, comida en cantidad suficiente y alojamiento decente, y tampoco tienen acceso a la sanidad y a la educación. Por lo tanto, el sistema capitalista no consiguió mejorar la vida de la gente ni poner fin a las grandes plagas que hacen sufrir a la humanidad. Peor aún, en los últimos treinta años, es decir, desde la implantación del capitalismo neoliberal, la situación se ha degradado tanto en el Norte como el Sur del planeta. Al considerar la situación desde un punto de vista global, el balance del capitalismo es sumamente negativo.
3. La crisis a la que nos enfrentamos es, ni más ni menos, una crisis del sistema capitalista
La situación (social, económica, ecológica...) actual es pésima, ya que se ha ido deteriorando en el curso de estos últimos treinta años, y esa es la realidad que se debe tener en cuenta. Además, hay que plantear otra pregunta fundamental: ¿Cómo evolucionará la situación a corto o mediano plazo? ¿En que dirección vamos? ¿Hacia una mejora o hacia un empeoramiento? Sin ser adivino, la respuesta a esta pregunta es bastante evidente. Es dolorosa pero debemos aceptarla de forma honesta y sin caer en el catastrofismo: no solo existe el riesgo de que la situación continúe degradándose sino que puede llegar a que la mera supervivencia humana esté en peligro. Está claro que la humanidad debe enfrentarse con varias crisis de alcance planetario sin precedentes: crisis alimentaría, financiera, económica, ecológica, migratoria, energética, de civilización.
Cuando se investiga los pormenores de estas crisis, rápidamente se comprueba que no son el resultado de una «mala gestión» o de la ausencia de reglas, sino el producto de la naturaleza y de la lógica del capitalismo en sí. Un sistema cuyo único objetivo es el máximo de ganancia a corto plazo, cualesquiera sean las consecuencias sociales y ecológicas provocadas. Este análisis nos ofrece una razón suplementaria para ser anticapitalista, y buscar, encontrar e implementar soluciones que se enmarquen en un proceso de ruptura contra este sistema y que, por lo tanto, coloquen la satisfacción de las necesidades fundamentales en el centro de todas las opciones políticas y económicas.
4. No se puede humanizar el capitalismo
Otra cuestión muy importante es saber si el capitalismo es capaz de revertir esta tendencia. Según el discurso dominante deberíamos hacer razonable un capitalismo que se habría vuelto loco. La crisis financiera seria el resultado de un comportamiento inaceptable de algunos capitalistas y por lo tanto se trataría de «salvar al capitalismo de los capitalistas». Para revertir la tendencia actual y salir de la crisis, deberíamos volver a fundar el capitalismo, humanizarlo, volviendo a una mayor regulación.
Ahora se ha producido un cambio en relación con los discursos neoliberales de estos últimos treinta años. Pero hay que tener cuidado en no confundir los discursos con la realidad. Las intervenciones del Estado en la economía, como por ejemplo los planes de salvataje del sector financiero no tienen como objetivo defender a las clases populares, sino salvar el sistema capitalista para reanudar el crecimiento y, en consecuencia, restaurar los beneficios de los capitalistas. Se trata de gestionar la crisis regulando el sistema en forma provisional para evitar la quiebra total, para luego repartir sobre las mismas bases de siempre. Las posibilidades de que consigan relanzar el crecimiento son escasas. Todas las cifras y todos los informes de las instituciones internacionales indican que, sin un cambio radical, entraremos en una crisis profunda y larga. La bancaria y financiera prosigue; la económica se ha generalizado. La crisis es ahora mundial.
En todo caso, en el marco de la actual correlación de fuerzas, no hay ningún gobierno que ponga en el orden del día un cambio de sistema. No lo ha hecho hasta ahora y no se prepara para hacerlo. Lo que los gobiernos si preparan (y ya lo han comenzado) es hacer pagar la crisis a los trabajadores y a los pueblos. Se trata de aplicar la receta habitual, o sea, la privatización de las ganancias y la socialización de las perdidas. Para ellos la cuestión se resuelve en esperar que la crisis termine y que los negocios resurjan. ¿Es eso fundar de nuevo el capitalismo? ¿Es eso lo que queremos? Algunas reglas limitadas, un poco de intervencionismo, discursos sobre la necesidad de acabar con los paraísos fiscales. Sin embargo, ninguna medida enunciada es verdaderamente apremiante para evitar lo peor en este momento, sino para recaer en una crisis aún mas profunda en los próximos años. Y decimos: ¡No!
En una perspectiva de largo plazo no es posible humanizar o racionalizar el capitalismo. No hay un capitalismo «bueno» y uno «malo». La búsqueda de la ganancia máxima a corto plazo, la propiedad privada de los grandes medios de producción, la explotación sin limites de los trabajadores, la especulación, la competencia, la promoción del interés privado individual en detrimento del interés colectivo, la frenética acumulación de riquezas por un puñado de individuos o las guerras son características inherentes al sistema capitalista. El capitalismo no tiene cara humana sino la de la barbarie. Al capital le importa poco la destrucción del planeta, que los niños trabajen, que la gente coma o no coma, que tenga una vivienda o no la tenga, que tenga medicinas cuando se enferme o una pensión cuando envejezca. No, nada de eso le importa al capitalismo. Para enfrentar la crisis es necesario ir a la raíz del problema y poner en marcha lo más rápidamente posible alternativas para acabar con el sistema capitalista.


5. La utopía no es lo que se dice
El capitalismo no es capaz de realizar esta «alternativa», puesto que no puede garantizar la satisfacción universal de las necesidades humanas fundamentales. El capitalismo no puede y no quiere implicarse en los grandes desafíos sociales y ecológicos de nuestra época. Una vez aceptada esta idea, lo lógico es plantearse el abandono del capitalismo y la construcción de otro modelo. Y es en este instante que el combate contra la ideología capitalista empieza realmente. En efecto, la gran victoria del capitalismo es haber logrado inculcar en la mayoría de las mentes la idea de que otro modelo no sólo es imposible sino, y sobre todo, es muy peligroso.
“No hay que soñar. El capitalismo siempre existió y siempre existirá. Siempre hubo guerras y siempre las habrá. ¡Siempre hubo pobreza y desigualdades y siempre la habrá! Los que pretenden lo contrario son utopistas. Hay que mirar la verdad de frente: el hombre es fundamentalmente egoísta y desde la noche de los tiempos siempre ha buscado el lucro y el capitalismo lo asume. El capitalismo es el orden natural de las sociedades humanas. Crear otro modelo en el cual se compartiera todo no es sólo impensable sino que conduciría automáticamente a una catástrofe. Basta con mirar lo que pasó en Rusia con sus 100 millones de muertos para estar convencido de esto.”
A primera vista, estas ideologías tienen una coherencia de conjunto e impregnan de tal manera nuestra vida cotidiana que no es nada fácil luchar contra ellas. No es fácil pero es posible y es necesario hacerlo.
Primero: Es necesario recordar que el capitalismo, bajo su forma actual, existe desde hace apenas tres siglos. En todos los continentes, se desarrollaron civilizaciones durante los milenios precedentes que no conocieron el capitalismo. No siempre existió, nació en los intersticios de la sociedad feudal hace una decena de siglos y llegó a dominar la escena occidental en su forma industrial desde hace tan sólo dos. En otras partes del mundo, su imposición fue posterior. Por lo tanto, sólo representa una parte mínima en la historia de nuestra humanidad. El capitalismo no ha existido siempre y no existirá para siempre. Por otra parte, se trata de la pura supervivencia de la humanidad. Y ésta puede organizarse de otra manera, sin el capitalismo.
Segundo: Como fue creado por el hombre, se puede decir que el capitalismo es un modelo humano. Pero, sobre todo, es necesario agregar que el capitalismo es inhumano, ya que alimenta todo lo que hay de más negativo en el hombre: competencia, egoísmo, individualismo, etc. No hay que equivocarse, la competencia y el egoísmo, a escala individual y en forma moderada, no tienen nada de malo y hasta pueden tener algunos aspectos positivos. Hay egoísmo en cada uno de nosotros, nadie puede negarlo, pero también hay solidaridad y altruismo. Y es eso lo más importante: ¿vivimos en una sociedad que alimenta y refuerza la solidaridad y la cooperación o en una sociedad que lo hace para la competencia y el egoísmo? En forma más general, hay que preguntarse si el egoísmo y la búsqueda del beneficio, que son la base del sistema capitalista, pueden ser los motores de la construcción de una sociedad socialmente justa, respetuosa de la naturaleza, solidaria y emancipadora para la humanidad. ¡Claro que no!
Tercero: Hay que afirmar rotundamente que la sociedad que debemos construir no debe, en ningún caso, parecerse a las experiencias llamadas socialistas del siglo XX. Si bien los regímenes estalinistas en el bloque soviético, de Pol Pot en Camboya o de la China de Mao son experiencias traumáticas que se deben criticar con energía y seriedad, no hay que olvidar que sistemáticamente han sido subestimados los factores externos en la explicación de los fracasos de experiencias socialistas anteriores. Es evidente que un sistema socialista, es decir, un sistema que pone las necesidades sociales por encima de las del capital, entra en contradicción con los intereses de los capitalistas. Si se tuviera la certeza de que un modelo basado en la cooperación y el intercambio no puede funcionar, entonces ¿por qué las potencias capitalistas han dedicado tanto tiempo, energía y dinero para combatir ideológicamente, desestabilizar políticamente, ahogar financieramente y derrocar militarmente los regimenes que querían avanzar por ese camino? ¿Por qué Patrice Lumumba en el Congo, Salvador Allende en Chile, Mossadegh en Irán y Thomas Sankara en Burkina Faso fueron asesinados por las potencias del Norte? Lo hicieron porque estos dirigentes querían aplicar políticas que iban contra la lógica del lucro. ¿Por qué Mobutu, Pinochet, el Shah de Irán o Compaoré fueron apoyados técnica y económicamente durante más de treinta años? Porque aceptaban mantener un sistema basado en la transferencia de riquezas de las clases trabajadoras hacia las clases capitalistas.
¿Y acaso Adolf Hitler, Benito Mussolini, el régimen expansionista y militarista japonés (de antes y durante la segunda guerra mundial), el general Franco, el general Salazar, el régimen del apartheid no eran adeptos entusiastas del capitalismo? Fueron responsables de decenas de millones de muertos.
Por fin, a los que afirman que pensar otro modelo y actuar para implementarlo no es realista, hay que contestar simplemente que lo que no es realista es pensar que la humanidad podrá seguir viviendo dentro del actual modelo. Recordemos que el balance del capitalismo habla por sí solo: no ha traído más que pobreza, desigualdades y un planeta exhausto. Por consiguiente, es necesario y urgente abandonar este modelo e inventar otro. Otro modelo es posible y hay que pensar en forma colectiva en cómo ponerlo en marcha. Es una afrenta a la creatividad humana pensar que no somos capaces de hacerlo. La humanidad necesita una utopía que en vez de ser un freno sea un motor para romper con la lógica de la fatalidad y proponer medidas concretas, aquí y ahora, y al mismo tiempo ofrecer perspectivas interesantes para la colectividad humana.
6. Hay que reinventar el socialismo del siglo XXI
Frente a las experiencias dramáticas del socialismo real del siglo pasado, la sociedad por construir, que podría llamarse socialismo del siglo XXI o ecosocialismo, debe constituir una respuesta profundamente democrática y autogestionada a las experiencias negativas del pasado. Frente a esta crisis global del sistema capitalista, es necesario implantar políticas anticapitalistas, socialistas y revolucionarias que integren obligatoriamente la dimensión feminista, ecologista, internacionalista y antirracista. Hace falta articular estas diferentes dimensiones en forma coherente para que estén completamente integradas en los proyectos del socialismo del siglo XXI.
Es absolutamente posible garantizar la justicia social en Bélgica, en Europa y en cualquier parte del mundo. Es absolutamente posible avanzar hacia un modelo que, respetando la naturaleza, asegure que cada persona tenga una vivienda correcta, una alimentación de calidad, un trabajo decente y bien remunerado, protección social, acceso a la salud, a la educación y a los transportes. No obstante, se tiene que ir más lejos. Hay que instaurar una verdadera democracia. Por supuesto, la democracia política, donde los ciudadanos toman parte, en concreto, en las grandes opciones que determinan la naturaleza y el funcionamiento de nuestras sociedades. Pero también hace falta la democracia económica donde sea posible otro reparto de la riqueza, que se combine con un control de estas riquezas por parte de los y las que las producen, o sea, los trabajadores y las trabajadoras de las ciudades y del campo.
Pero eso no llegará solo. Hará falta que sea una elección consciente y colectiva. Por el momento es cierto que no hay fuerzas suficientes para derribar al capitalismo. Pero en todas partes del planeta y en diferentes escalas se ponen en marcha alternativas sociales, económicas, democráticas, originales y autogestionarias. Cada vez son más las personas que piensan que tenemos derecho a vivir en otro sistema que no sea el orden capitalista. Cada vez son más los que piensan que otro mundo no sólo es posible, sino que es necesario y urgente construirlo aquí y ahora. Como ciudadanos y ciudadanas del mundo, nuestra tarea es servirnos de esas experiencias concretas y luchar de la mejor manera para construir y organizar todas las fuerzas anticapitalistas.
Se trata de construir un modelo en el que las necesidades de la gente estén en el centro de las decisiones políticas. Un mundo en el que la cooperación, la ayuda mutua, el reparto y la solidaridad sean más importantes que la competencia y la competición. Un mundo donde haya espacio para el debate y en el que se haya dejado de considerar a los ciudadanos como unos ignorantes. Aunque no haya motivo para alegrarse de la crisis, puesto que golpeará (y ya golpea) a centenares de millones de personas, tanto en el Norte como en el Sur del planeta, ésta, no obstante, presenta una ventaja: bate en brecha todas las ideologías neoliberales y muestra la verdadera cara de los gobiernos que actúan sistemáticamente en interés de los ricos. Hace falta mirar a nuestro alrededor y reapropiarse la política. La política no son los gobiernos. La política no es complicada ni es un asunto de especialistas. La política somos nosotros, con nuestras diferencias, nuestros conocimientos, nuestra energía, nuestra creatividad y nuestra poesía.
7. La lucha no causa tristeza. Al contrario
Con injusticias tan grandes y nosotros tan débiles en relación con el poder, a menudo se escucha, particularmente entre los jóvenes que intentan cambiar las cosas, que la tarea es imposible y que, inevitablemente, el único resultado será entristecernos. No es cierto. Analizar el mundo en el que vivimos, tomar consciencia de su carácter profundamente injusto y tomar la decisión de luchar lo mejor que podamos contra esa injusticia es entender el lugar que debemos ocupar en la sociedad, y el papel que, con humildad, podemos tener. Esto, en lugar de entristecernos, debe permitirnos tomar consciencia de nosotros mismos y dar un sentido a nuestro pasaje por la tierra.
Hay que luchar. Reivindicar colectivamente medidas que van en contra de los intereses de los capitalistas y de los que los apoyan. Hará falta movilizarse y estar en la calle. Hará falta que los pueblos consigan de nuevo el control de su porvenir. La revolución se hará en la calle y en las urnas. Como Marx lo recuerda, les toca a los pueblos liberarse por sí mismos y para si mismos. El camino será largo y lleno de obstáculos. El modelo que queremos quedara como un proceso inacabado lleno de contradicciones, de fracasos, pero también de alegrías y de victorias. Sin embargo, el camino es tan importante como el ideal que queremos alcanzar. Y no es porque vamos a contracorriente que caminamos en la mala dirección. Marx nos dice que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases.
Nadie necesita la certeza de la victoria para emprender (una lucha) ni de alcanzar el éxito para perseverar (en ella). www.ecoportal.net
Autor: Olivier Bonfond - Traducción Virginie de Romanet y Griselda Piñero. Publicado en www.cadtm.org
Nota
(1) Esta es la definición que da Le Nouveau Petit Robert de 1993. En el DRAE no existe el término

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