La biodiversidad, clave en la lucha de ciertos problemas actuales. Memoria, comprensión y acción
Por Alfredo Jesús Escribano Sánchez
Parece que estamos perdiendo la capacidad de mirar atrás, de recordar, de poner en práctica y de buscar el porqué de lo que funcionó siempre, de lo que ha venido perfeccionándose durante miles de millones de años. Parece que en el pulso pipeta-evolución natural, la primera vence por una goleada de apoyo logístico y económico (en el año 2008, en España, se dedicaron 54,3 millones de euros a la investigación en biotecnología agraria y alimentaria, 60 veces más que a la investigación en agricultura ecológica), justificado por promesas y caracterizado por una mudez de precauciones voluntaria.
Actualmente, el proceso de selección genética llevada a cabo por la selección natural, los conocimientos campesinos, la observación y el entendimiento y colaboración con los ciclos naturales no parecen ser dignos ni suficientes para ser tenidos en cuenta en nuestro avance hacia superar problemas de toda índole (económicos, ambientales y sociales: los tres pilares de la sostenibilidad se desmoronan), si no que parece necesario que el sistema cree soluciones artificiales, el mismo sistema que ha provocado los daños. Del mismo modo, no se entiende ni se pone en práctica la preservación de la biodiversidad como pieza clave de la seguridad alimentaria (cantidad y salubridad de los alimentos), si no que ésta se entiende únicamente como un conjunto de especies patrimonio, que son objeto de conservación para cubrir cuestiones éticas (no podemos dejar que se extingan las especies, no está bien), de identidad (el lince es tan español como la paella) y económicas (son un buen reclamo turístico).
La reafirmación diferenciadora y absolutista del ser humano, en vista de pájaro, con aires de inconsciente superioridad (fruto de la ignorancia) sobre el resto de seres vivos, es hoy más que nunca, reflejo del profundo “Alzheimer social” de nuestras civilizaciones modernas y desarrolladas. Son tiempos en que la verdad absoluta de la ciencia acalla las bocas de los observadores, de los empíricos, de las memorias pragmáticas que no parcelan el conocimiento sino que integran sus experiencias gracias a una visión holística basada en hechos, cuyo cauce es el respeto y la mirada silenciosa y comprensiva de los acontecimientos, y no una vereda investigadora encasillada y previamente marcada y presupuestada que obvia rastros y bifurcaciones que le asaltan en el camino de la búsqueda del conocimiento, de la verdad. No es correcto crear realidades, sino buscar porqués.
Parece que estamos perdiendo la capacidad de mirar atrás, de recordar, de poner en práctica y de buscar el porqué de lo que funcionó siempre, de lo que ha venido perfeccionándose durante miles de millones de años. Parece que en el pulso pipeta-evolución natural, la primera vence por una goleada de apoyo logístico y económico (en el año 2008, en España, se dedicaron 54,3 millones de euros a la investigación en biotecnología agraria y alimentaria, 60 veces más que a la investigación en agricultura ecológica1), justificado por promesas y caracterizado por una mudez de precauciones voluntaria.
Hoy, cuando más se necesita de la memoria, investigación, mejora y selección genética ya hecha y perfeccionada lenta y profusamente (la selección natural), es cuando, a golpe del dedo pulgar y entre paredes blancas y luces ultravioleta, se idealizan los pares de bases artificiales, los clones, los campos de homogeneidad, de simplicidad, de facilidad y de rendimiento aparente. Se está intentado crear un mundo desnaturalizado al margen de la esfera que nos condiciona y de la que no podemos salir (la naturaleza, su funcionamiento y limitaciones), pero dentro de ésta; curiosa ambición.
No hay más que entender que la biodiversidad es “sólo” un complejo entramado de piezas flexibles que encajan cual puzzle pero que no posee esquinas, sino que tienen forma de espiral, practicando juegos de presión, desajuste y ajuste constantes buscando el equilibrio, recibiendo estímulos y activando el efecto mariposa hoy obviado por la estimación de las consecuencias a corto plazo, por el encajonamiento de las visiones, por afirmaciones que manejan una “incuestionable” fórmula en que los actores son los beneficios y los costes.
La variedad de formas de vida es, por tanto, la consecuencia de una serie de ajustes y adaptaciones para buscar la supervivencia y, entre ellas, para obtener alimento, es decir, la biodiversidad es reflejo de la necesidad de llevar a cabo una soberanía alimentaria en esencia, en el sentido más primitivo del concepto, esto es, la obtención de alimento por uno mismo. Por lo tanto, considero que la práctica de la soberanía alimentaria nos ha proporcionado una rica diversidad, tanto biológica como cultural, que es necesario recordar y tener en cuenta como proceso investigador gratuito, ya llevado a cabo y que continúa incansable, muy significativo y digno de ser tenido en cuenta debido al largo ajuste y puesta en práctica real del mismo. Además, los conceptos de soberanía alimentaria y biodiversidad tienen su tira y afloja recíprocamente necesario, ya que sin biodiversidad no habrá alimentos debido a una falta de variedades adaptadas a diferentes condiciones climáticas y edafológicas, a la falta de equilibrio ecológico, de polinización y al olvido y silenciamiento de los conocimientos necesarios para convertir dichas variedades en fuentes suficientes de alimento.
En conclusión, nos estamos fijando en la fachada y el sonido de las palabras y no en su sentido ni en las relaciones existentes entre ellas, parcelando el conocimiento y dejándonos llevar por promesas, sin atender a precauciones ni dignificar lo natural, simplemente porque parezca menos científico, sin dar la oportunidad, el apoyo social, político y económico a ciencias y prácticas menos populares en nuestro estilo de vida (como las agriculturas alternativas y sus modelos de mercado, consumo, etc.) que son, en cuantiosas situaciones, una buena herramienta de lucha contra diversos problemas actuales: acceso al alimento, crisis ambiental, crisis económica y altas tasas de paro (la agricultura ecológica requiere mayor número de puestos de trabajo -25 veces más (1)- y parece ser una opción más atractiva para trabajar el campo y poblar zonas rurales).
Además, las agriculturas tradicionales, familiares, locales y ecológicas son positivas para la integración de la mujer en el mundo rural (lo cual, es positivo para luchar contra el desempleo y el despoblamiento rural, permitiendo incrementar la natalidad en estas zonas y rejuveneciendo la edad media de sus pobladores) y a reconocer y mantener el importante papel que ha venido desarrollando ésta en el mundo campesino, en labores como la siembra, la recolección, la selección de semillas, la limpieza de alimentos y la venta en mercados. En relación con la agricultura industrial (especialmente si es de transgénicos), considero que ha habido una falta de consideración y un grave error en la puesta en práctica de estos avances. Creo que, por un lado, debe ir la investigación, que puede ser correcta y los hallazgos muy beneficiosos, pero al margen de esto, y antes de aplicar estas tecnologías debe tenerse en cuenta y legislarse rigurosamente la aplicación práctica, para evitar los efectos secundarios propios de la implantación de estas tecnologías (destierros, hambrunas, muertes, expolio y agotamiento de recursos, contaminación y un largo y grave etcétera).
Apoyar tan incondicionalmente las nuevas agriculturas y crear esta “neobiodiversidad biotecnológica” reduce la diversidad cultural y la biodiversidad real (natural), adaptada a climas y de funcionamiento comprobado empíricamente, además es contraria a estimar costes ambientales, sociales, culturales, económicos (si, tampoco son rentables a medio y largo plazo), el eterno problema del desarrollo rural, los puestos de trabajo y los costes sanitarios.
Habitualmente, estos costes suelen desglosarse, perdiendo información, coherencia y contextualización; todo ello en contra de la realidad, en la que no es posible imponer una frontera entre ellos ni establecer prioridades, pues las interrelaciones entre los diversos campos provocan vaivenes de consecuencias (también denominadas diplomáticamente “daños colaterales”) con efecto mariposa, que pueden llegar a ser muy graves (por ejemplo, cuando se reflejan como crisis económicas -muy de actualidad- o dificultades de acceso al alimento -menos famoso pero más longevo-), pero que sin embargo, pueden tener orígenes tan primarios, simples y ausentes en la vida y en la mentalidad actual como son las cosas del terruño.
Si queréis acabar con el hambre y la sed en el mundo, con el cambio climático, con el desierto rural, con los costes sanitarios, las resistencias a antibióticos, la desaparición de las abejas, las enfermedades emergentes de causa y cura desconocida, y tantas otras cosas, la biodiversidad es pieza clave en el puzzle.
Con espíritu constructivo os recomiendo que no os olvidéis de ella ni la releguéis a fundaciones, jornadas, especialistas ni a ser un adorno legislativo y de campaña que os ayude a acallar nuestras voces, debe ser un tema transversal, porque nos afecta a todos como especie. En definitiva, se le está dotando de esterilidad semántica al omnipresente continente llamado biodiversidad y muchas vueltas en la boca, pero pocas en la cabeza y a pie de granja, sin tomar conciencia de la relevancia de este concepto (no se trata sólo de proteger especies ni de conservar espacios).
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Alfredo Jesús Escribano Sánchez - Veterinario y becario de investigación en ganadería ecológica. España
Referencias bibliográficas
(1) Amigos de la Tierra. Modelos de agricultura en tiempos de crisis. Disponible en: http://www.tierra.org/spip/spip.php?article1087