Poder y decrecimiento (2)








Escrito por Vicente Manzano Arrondo

Por lo general, el concepto poder llama al sustantivo el poder. Se habla de él, además, en singular como si fuera único, si bien repartido entre pocos agentes. Se construye entonces una imagen desequilibrada sobre las relaciones interpersonales: señor y vasallo, amo y esclavo, gobernante y gobernado, etc.

Frente a esta concepción se encuentra el poder como verbo, con el que se construyen expresiones del tipo “yo puedo” o “nosotros podemos”. John Holloway (2002) menciona estos dos tipos, respectivamente, con las denominaciones poder-sobre y poder-hacer. Tiene bastante sentido. Lisbona (2006), con no menos acierto, habla de poder-sustantivo y poder-verbo, también respectivamente.

El poder-hacer o verbo es el que permite logros, sean de mucho o poco calado. El poder-sobre o sustantivo es el que requiere control sobre otras personas, el que se ejerce sobre las demás para conseguir logros. El mecanismo entre ambos es muy clarificador.

Tomemos como ejemplo la visión del contrato, con que se justifica la existencia de un gobierno. Los ciudadanos ceden parte de su poder-hacer a un nodo central, que lo acumula para ejercer diversas funciones relativas a seguridad, legislación, etc. El poder-sobre vuelve a los ciudadanos en forma de coerción y coacción, obligaciones y prohibiciones, guías y gestiones diversas de aspectos comunes. La figura 1 muestra esta relación.


Figura 1. Cesión de poder en el contexto político de gobierno.



Algo parecido ocurre con otras dimensiones. Pensemos por ejemplo en los medios de comunicación. Los espectadores donan su poder-hacer en forma de atención (ver figura 2). Los medios devuelven construcción de realidad. Las personas ven el mundo a través de los ojos de los medios y construyen realidad a partir de esas percepciones seleccionadas, matizadas, con inevitables sesgos, ya digeridas.


Figura 2. Cesión de poder en el contexto de los medios de comunicación.





En el campo que más nos interesa aquí, el del consumo, sustitúyanse los elementos anteriores por “renta” y “persuasión”, obteniendo la figura 3. El poder-hacer se encuentra en manos de los consumidores, que lo acumulan en las empresas que han ganado su favor. ¿Qué hacen éstas con el poder que acumulan? Han de conseguir persuadir a los consumidores que les otorguen su poder.


Figura 3. Cesión de poder en el contexto de mercado.



En todos los casos, el poder emigra desde el individuo y vuelve transformado en control sobre su comportamiento. En cualquiera de las dimensiones el esquema es el mismo: las personas renuncian a cuotas de su poder-hacer, facilitando la acumulación de poder-sobre en nodos que se comportan como agujeros negros de poder, absorbiendo exponencialmente las opciones. Las herramientas de persuasión, coerción, coacción y construcción de realidad son cada vez más efectivas.

En términos generales, el consumo responsable, el comercio justo, el ecológico, etc. plantean el mismo objetivo: llevar a cabo decisiones de consumo que vayan en la línea de moldear un mundo concreto (Lucena, 2002).

El decrecimiento va más allá, pues combina el consumo responsable con el mínimo: consumir lo menos posible y llevarlo a cabo de forma responsable. Esta intención genera una pérdida de control por parte del poder-sobre en los dos componentes: su control sobre la conducta del consumidor-ciudadano-espectador es mínimo porque éste ha tomado sus decisiones de forma consciente, sabia, responsable, superando los procesos de creación de necesidades para el consumo o de creación de realidades para visiones monolíticas del mundo. Es mínimo también porque la reducción del consumo disminuye drásticamente las oportunidades de control y porque el aumento de las relaciones interpersonales y del tiempo disponible para la creatividad y la reflexión generan importantes barreras para la injerencia de control externo.

El decrecimiento es, por tanto, una opción para la liberación, para la emancipación. Es una máquina de creación de poder-hacer. En la medida en que yo puedo hacer más cosas, las que quiero y las que quiero conscientemente y no como reacción a procesos de control externos, entonces soy también más libre. Es obvio que no soy libre de hacer lo que no puedo hacer. Ocurre además que en la medida en que las personas incrementen su poder-hacer, el poder-sobre va quedando obsoleto, desinflado, invirtiéndose el ciclo y situándose el agujero negro, el imán, en los individuos y sus comunidades en lugar de en los nodos externos y concentrados.

El efecto resulta particularmente beneficioso a nivel planetario: más poder, más libertad, menos desequilibrio y, por lo tanto, más dificultades para poner en marcha y mantener procesos de opresión. Desde luego que el decrecimiento no es la panacea. Para construir un mundo mejor no basta con apuntarse a este barco, pero navegar en él nos aproxima muy sensiblemente a una sociedad soñada sin desequilibrios entre las personas ni entre éstas y nuestro hábitat compartido.

Es importante añadir dos aspectos relevantes a cuanto he mencionado hasta el momento: la calificación de imperiosa a la reducción de consumo y la necesidad de que el marco de acción sea colectivo. En primer lugar, se trata de una acción imperiosa porque las consecuencias se padecen ya y las padecen quienes menos recursos tienen a su alcance para hacer frente a tales desdichas.

En segundo lugar, la potencia del decrecimiento no debe llevar al engaño de que un individuo es todopoderoso ni autosuficiente. Pongamos por caso que llego a reducir tanto mi consumo que no consumo absolutamente nada. Moriré. Pero aún moribundo estaré participando en una cuota del daño que realiza el sistema. Si se calcula mi participación en la huella ecológica de mi país, una parte depende de mi consumo pero no todo. Otra parte se corresponde con los efectos de gestión derivados de las actividades del Estado, como la Administración Pública o el Ejército. Aunque jamás utilice una carretera ni consuma nada que haya sido transportado por carretera, vivo en un país cuyo ejército las utiliza. Mis actos de consumo no pueden intervenir en esta dimensión.

Trabajar por un mundo más justo, más digno, más coherente con la lógica aplastante de los equilibrios y de la finitud, no se agota en ningún acto individual. El papel como consumidor es muy importante, pero no agota la función ciudadana y planetaria. La acción colectiva es una pieza fundamental en el proceso. Sin trabajar en comunidad en asociación con otras personas desde el conocimiento y compromiso con un mundo mejor, la tarea de concretar ese compromiso se encuentra notablemente incompleta. La presión a los gobiernos para promover estilos diferentes de hacer político, la educación de la ciudadanía para catalizar consciencia colectiva, la acción ejemplar mediante el trabajo en grupo son frentes altamente necesarios. Ocurre, además, que suelen ser ocupaciones muy gratificantes, que generan bienestar (Blanco & Díaz, 2005) y donde se establecen condiciones ideales de realización interpersonal y satisfacción de necesidades humanas.

 

Desde el auditorio


Tras exponer estos o similares contenidos ante un auditorio, emergen algunas intervenciones desde la sala, principalmente agrupables en dos asuntos: qué hacer, especialmente cuando no se encuentran facilidades en el entorno inmediato para llevar propuestas de decrecimiento a la práctica, y cómo solucionar el problema de paro que genera la implementación de reducir el consumo.

Lo habitual cuando se desea poner en práctica comportamientos acordes con el consumo responsable y con el decrecimiento es tomar consciencia de que el contexto no es propicio para ello, que está orientado específicamente a lo contrario. Es cierto que es un problema. Es cierto que siempre lo ha sido, pues nunca los contextos se encontraban específicamente orientados a los cambios tan sustanciales y radicales que llamamos revoluciones. Es cierto que ello no ha sido inconveniente suficiente, de tal modo que finalmente los cambios han tenido lugar.

Cuanto disfrutamos hoy que merece la pena ser catalogado de trascendente es una criatura de las acciones colectivas pasadas. Hay personas concretas, individuos identificables, que han protagonizado cambios tecnológicos o descubrimientos científicos. Hay nombres con apellidos que han iniciado movimientos intelectuales o formas diferentes de ver el mundo. Pero ni las visiones ni mucho menos la tecnología hacen revoluciones. Son las personas en grupo. La conciencia medioambiental, laboral o de género y sus frutos observables son obra de la acción colectiva. Lo importante aquí, al hilo de las inquietudes expresadas desde la sala, es que tales acciones se pusieron en marcha cuando no había nada y precisamente porque no había nada en el contexto que hiciera viables los logros anhelados. Había que provocarlo. El principio es: si no existe, hay que crearlo. El método es la acción colectiva.

Creo que la acción colectiva toma forma a partir de tres verbos:
1. Crear de conocimiento. Aquí conocimiento se refiere tanto a lo teórico o modélico como a lo práctico o vivencial. La creación surge de multitud de ámbitos, desde la investigación científica a la introspección individual. Creamos conocimiento al favorecer el surgimiento de consciencia, al obtener información, al indagar comportamientos, al registrar consecuencias, al seguirle la pista a las causas. Sin tener ni idea de lo que pasa, de por qué pasa, ni de qué habría que hacer, no hay acción colectiva imaginable.
2. Compartir conocimiento. El conocimiento debe esparcirse. Compartirlo no es sólo una operación matemática, es también un acto de creación. Al compartirlo se somete a prueba y discusión, se contrasta con las experiencias, se adapta, se reformula, crece, adquiere fuerza. Compartimos en reuniones, conferencias, mesas redondas, asociaciones, publicaciones, medios de comunicación, encuentros, etc.
3. Organizarse. La organización es la mejor de las vías para articular procesos de creación y aplicación de conocimiento. Es el mejor de los instrumentos para transformar conocimiento en acción, potencia en acto. Es una vía inmejorable para descubrir que no caminamos en soledad y que la gente que se mueve o desea moverse es siempre superior a nuestra primera impresión. Organizarse es una fuente de fortaleza.
Luego, si quiero pero no puedo porque el contexto no muestra las vías para ello, sólo queda una opción: modificar el contexto. Contactar y organizarse, crear conocimiento, compartirlo y transformarlo en acción es un camino sobradamente probado para cambiar los contextos. Así, por ejemplo, si no existe en mi ciudad oferta de alimentos ecológicos o de comercio justo, lo que hacen muchas personas es organizarse en un colectivo de familias que promueven en alguno o algunos de los establecimientos la comercialización de los productos que requieren o la puesta en marcha de cooperativas de consumidores y productores.

Con respecto al paro que genera el decrecimiento, hay tres aspectos relevantes que no deben pasarse por alto.
1. El razonamiento que lleva a pensar en que el decrecimiento generará paro es el siguiente: al disminuir el consumo disminuye la producción, al disminuir la producción disminuye la mano de obra. En efecto, ésta es una tendencia. No la única. Otra: al disminuir el consumo disminuye la necesidad de renta del consumidor, al disminuir la necesidad de renta se requiere trabajar menos, al trabajar menos se liberan horas de trabajo que serán ocupadas por otras personas. Lo que el modelo teórico no puede asegurar (y sólo seremos capaces de verlo en la práctica) es cuál de las dos fuerzas tiene más peso: el paro debido a la disminución de producción o la creación de puestos de trabajo con motivo de la reducción de la dedicación laboral individual.
2. Antes de criticar al decrecimiento por la posibilidad de que genere desempleo es necesario tener claro que el crecimiento es una fábrica insaciable de paro. No sólo la experiencia actual lo demuestra de forma contundente, también el análisis de los modelos teóricos. Sabemos que la apuesta del crecimiento es la internacionalización de las empresas y su robustecimiento para aspirar a éxitos en la dura arena de la competencia global. Para conseguirlo hay que despegarse de las empresas pequeñas y construir grandes criaturas que se descubren especialistas en la creación de paro. Pensemos que si cien pequeñas empresas mantienen doscientos puestos de trabajo, su fusión en una gran empresa conseguirá producir mucho más con mucha menos mano de obra. Esa tendencia se llama eficiencia, una de las motivaciones principales. Crecer, es decir, aumentar la producción estimulando el consumo, no crea empleo sino paro, pues la principal herramienta para estimular el consumo es hacer los productos atractivos, entre otros aspectos, mediante los bajos precios que permiten unas reducciones de gastos asentados principalmente en la reducción de los costes en mano de obra.
3. Supongamos no obstante que: 1) el decrecimiento genera paro; y 2) el crecimiento estimula el empleo. Aún así, ¿es un argumento para mantener el crecimiento? Pensemos, por ejemplo, en la violencia. Lo más esperable es que cualquier persona suscriba el deseo de que toque a su fin toda forma de violencia en el mundo: nada de guerras, asesinatos, terrorismo, violencia doméstica, robos, opresiones diversas, etc. No obstante, si se termina con la violencia, ¿qué pasa con los policías, la guardia civil, el ejército, los abogados, el ministerio del interior, el del exterior, las empresas de seguridad, las fábricas de armamento, las de cerraduras y llaves, etc.? ¿Qué pasa con todos los establecimientos comerciales donde compran y los servicios que contratan los millones de personas que se encargan de lo anterior? En definitiva ¿Qué impresionante suma de puestos de trabajo directos e indirectos se perderían si desapareciera la violencia? En otros términos ¿hemos de mantener la violencia para crecer? ¿Asumiríamos el decrecimiento derivado de su desaparición? El argumento del empleo debe ser matizado desde concepciones éticas.

http://sustentabilidades.siderpco.org/revista/index.php/2010061675/Publicacion-02/decrecimiento-y-poder.html

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