¿En qué momento dejamos que los coches lo invadieran todo?
Nos hemos acostumbrado a ellos hasta el punto de que su presencia pasa casi inadvertida, pero están por todas partes. Moviéndose de un lugar a otro a gran velocidad. Ocupando el espacio público. Emitiendo gases que envenenan el aire. Los coches, que antaño simbolizaron el estatus y el progreso como ningún otro bien de consumo en la sociedad capitalista, se han convertido en un problema que no se soluciona cambiando los vehículos de combustión por otros eléctricos. Hay datos que hablan por sí solos.
Dani Cabezas
Cada año, por ejemplo, se producen 11.000 atropellos en España. De ellos, la gran mayoría (unos 10.000) tienen lugar en entornos urbanos, cuyas calles y avenidas se destinan mayoritariamente al vehículo privado. Se estima que un coche pasa el 95% de su vida útil detenido, generalmente en la vía pública. Y la contaminación atmosférica es responsable directa de 3.300 muertes prematuras al año en este país.
Todo ello se recoge, analiza y critica en Autocalipsis, la traducción al castellano que se ha hecho del igualmente apropiado Carmaggedon que utilizó el británico Daniel Knowles, periodista de The Economist, para bautizar un libro que acaba de ver la luz y que invita a una reflexión colectiva sobre nuestra manera de movernos de un lugar a otro.
“Nos encontramos en un punto de inflexión en todo el mundo”, explica Knowles en conversación con Climática. “Esto es así, en parte, por las nuevas tecnologías: la transición a los coches eléctricos y el lento pero real auge de la conducción autónoma ofrecen la oportunidad de hacer que el transporte sea mucho más ecológico. Pero, al mismo tiempo, corremos el riesgo de hacernos más dependientes de los coches que nunca. Es fácil imaginar el auge de los vehículos eléctricos baratos, haciendo que la gente empiece a usarlos para desplazamientos que antes habrían hecho a pie. El resultado será más congestión, más contaminación y, en última instancia, un transporte menos efectivo”.
En opinión de Knowles, “si no implementamos las políticas adecuadas ahora, la gente comprará coches nuevos y luego será mucho más difícil cambiar. Además, en ciudades de países en desarrollo, como Bombay o Lagos, el aumento del número de coches ya está paralizando las ciudades y contaminando el aire, ya que allí las élites cometen exactamente los mismos errores centrados en el coche que los europeos y estadounidenses cometieron hace un siglo”.
De Ámsterdam a Tokio
En Autocalipsis, Knowles analiza fundamentalmente las políticas de movilidad de cuatro ciudades: Ámsterdam, Copenhague, Tokio y Nueva York. La elección no es casual. “De las dos primeras hemos aprendido que las bicicletas pueden ser una tecnología verdaderamente transformadora”, apunta. “En cuanto a Nueva York, la reciente introducción de la tarifa de congestión y sus efectos extraordinariamente positivos demuestra cómo incluso las ciudades estadounidenses pueden cambiar. Por último, Tokio me pareció el lugar más interesante de todos: es una ciudad construida casi en su totalidad después de la Segunda Guerra Mundial y, sin embargo, nunca cometió los errores de otras, o no al menos en la misma escala. La gran lección que podemos aprender de la capital japonesa es que si no se subvencionan los coches, si no ofrecemos a la gente aparcamiento gratuito y si no permitimos el acceso total a las vías públicas, la gente los usará mucho menos”.
Para el periodista de The Economist, la clave está en el bolsillo de la ciudadanía. “Somos animales económicos: la gente conduce distancias cortas porque es barato, aunque en última instancia resulte muy caro para la sociedad. Si se cobra un precio justo por el aparcamiento, por el uso de las carreteras y por la contaminación emitida por la gasolina, la gente conducirá menos. Hay muchas maneras de hacerlo. A nivel individual, las personas también pueden romper con los hábitos: dejar de conducir puede ser muy gratificante”.
Ese mensaje choca frontalmente con la imagen que se ofrece de la conducción en los anuncios: ponerse al volante es sexy, placentero, relajante y cool. Una idea que se nos ha transmitido durante décadas por parte de un lobby, el del motor, que sigue teniendo una inmensa capacidad de influencia. Para Knowles, ese poder “ha disminuido, aunque aún existe”. Y pone un ejemplo: “Existe la tecnología para obligar a los coches a respetar automáticamente el límite de velocidad, pero una ley de la UE que habría establecido ese modo como predeterminado para los coches nuevos se diluyó tras la presión de la industria: ahora hay que activarlo. ¿Y quién decide que su coche sea más lento? Muy pocos conductores”, lamenta.
Dicho lo cual, ¿es posible imaginar un futuro sin coches o, al menos, con un número mucho menor de ellos en las calles? “No creo que nos deshagamos del coche por completo: de hecho, es un invento muy útil –recuerda Knowles–, pero creo que podemos llegar a una situación en la que la mayoría de la gente no tenga un coche en propiedad y alquile uno cuando realmente lo necesite: para transportar algo grande y pesado, o para ir de viaje. En cuanto a reducir su número… creo que es algo que ya está sucediendo en algunas ciudades europeas, en las que se ha reducido su presencia. El resultado es que la gente puede desplazarse más rápido y mejor que antes; el aire es más limpio y la gente está más sana. El reto es trasladar ese tipo de urbanismo de las grandes ciudades a las afueras y a otros lugares donde el coche sigue siendo el rey. Debo decir que soy bastante optimista al respecto”.
Esa sensación de ver el vaso medio lleno es, quizá, la que permanece tras cerrar el libro: finalmente, estamos a tiempo de repensar nuestra manera de movernos y, en última instancia, detener el autocalipsis.
Fuente: https://climatica.coop/coches-daniel-knowles-autocalipsis/ - Imagen de portada: Foto: Daniel Knowles en una imagen cedida.