Chile: Marchas y protestas
Álvaro Cuadra
Las marchas y protestas son parte del paisaje urbano, en las sociedades democráticas modernas. Una marcha es la expresión de una protesta ciudadana, protagonizada - las más de las veces -, precisamente, por quienes no han tenido otras vías para manifestar sus puntos de vista. La marcha y la protesta es la voz de los sectores sociales más alejados del poder. Marchan y protestan los ciudadanos de a pie: trabajadores, estudiantes, minorías étnicas y sexuales. En una democracia marchan y protestan todos los ciudadanos que sienten vulnerados sus derechos.
Desde los balcones del poder y los privilegios resulta casi imposible comprender lo que significa una marcha y una protesta. De manera invariable, este tipo de manifestaciones son tenidas por amenazas, ante las cuales – por tanto - solo cabe la represión violenta. Este prejuicio es alimentado, casi de inmediato por las voces esclavas y serviles de muchos medios que hacen de la mentira su negocio y rasgan vestiduras contra el “vandalismo” y la “delincuencia”, olvidando de paso las dolorosas razones de quienes protestan en las calles. Cuando los estudiantes claman contra el lucro en la educación, por una educación gratuita o por un papel protagónico del estado en el ámbito educacional, están conquistando su propio pasado, están recordando decenios de luchas sociales que lograron avances significativos en esta materia en nuestro país. No estamos ante una quimera, estamos ante un reclamo moral frente a una situación vergonzante e inaceptable en un país que se reclama civilizado. Las marchas estudiantiles se instalan en un presente que nos trae la memoria de un otrora para restituir un principio de equidad y justicia social.
Las protestas y marchas actuales resultan ser una trama compleja de signos que acusan y reclaman. Ni parada militar ni carnaval, la marcha callejera posee la impronta de la comunicación no regimentada. Una marcha, habla y lo hace desde abajo, desde la vida común. Hablan, desde luego, las consignas que como un “mantra” urbano resuenan entre los edificios, hablan las pancartas que sintetizan en una palabra o en una frase tanta indignación contenida, hablan los rostros de quienes manifiestan juntos. Cuidado, en el paso de los miles subyace tenue y sutil el espíritu, el anhelo de justicia: Vox populi. Vox Dei. Diríase que el avance de la multitud por las avenidas de la ciudad resulta ser la metáfora inquietante de una historia siempre vigilada por las “fuerzas del orden”.
En la historia de las sociedades contemporáneas, las marchas y protestas suelen ser el preámbulo de un nuevo clima cultural que lucha por hacerse visible. Así, las protestas en París, Praga o Ciudad de México en los años sesenta, así en Madrid o el Cairo hace muy poco. Ante las marchas y protestas en las calles conviene no olvidar jamás que, finalmente, se trata de “nuestros” estudiantes, hijos, nietos, hermanos, “nuestros” trabajadores, en fin, “nuestros” ciudadanos que anhelan y reclaman una vida mejor. No olvidar este precepto básico es ya comenzar a desentrañar la dosis de verdad que se lee en tantas improvisadas consignas y pancartas, la dosis de futuro que se esconde detrás de cada grito apasionado, la dosis de libertad que se adivina en cada gesto.
(especial para ARGENPRESS.info)
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La coyuntura actual
Movimientos sociales y crisis de legitimidad
Mario Garcés D.
Eco
En las últimas semanas, se suceden las demandas a la autoridad política para que autorice la realización de manifestaciones públicas por el centro de Santiago y algunas capitales de provincias. Primero, fueron las marchas de rechazo al proyecto de HidroAysen (unas espontáneas, otras más organizadas, en mayo y junio), y luego las marchas estudiantiles (entre 12 de mayo y 16 fines de junio, ya van tres marchas y se anuncia una más para esta semana). Lo sorprendente de estas movilizaciones es que han llevado a muchas personas a sumarse a la expresión pública del descontento. Las marchas en contra de HydroAysen llegaron a convocar a 40 mil personas y la primera marcha estudiantil sumó a 20 mil mientras que sobre la última se discute si fueron 70 mil o 100 mil. Sorprendente: ¡los chilenos vuelven a la calle!
En realidad, la sorpresa es doble, por una parte, hacía mucho tiempo que no se veían en Santiago de Chile, manifestaciones de esta magnitud (distinto era en los años sesenta, que nos acostumbramos a marchas de 200 mil, 500 mil y hasta un millón de personas); por otra parte, muchos sostienen que en estas marchas se está expresando no solo el descontento, sino la pérdida de credibilidad en el actual gobierno (de hecho, las encuestas refuerzan este último argumento, la popularidad del presidente cae especialmente porque la gente cada día cree menos en sus dichos).
Desde la teoría de los movimientos sociales, aparentemente no es tan sorpresiva la emergencia pública de los movimientos sociales, ya que estos, podríamos afirmar, tienen su propia temporalidad, que no es la misma que la de la actividad política. Mientras esta última esta regulada por las coyunturas electorales o ciertos ritos institucionales, la temporalidad de los movimientos sociales se relaciona más bien con el carácter y la naturaleza de sus demandas. Por ejemplo, los estudiantes se manifestaron el 2000 en el denominado ”mochilazo”; en el 2006, en la “revolución pingüina”; y, hoy en 2011, por la defensa de la “educación pública”. En las tres coyunturas, bajo distintos gobiernos, hay demandas que evolucionan o se reiteran de nuevas maneras. Pero, se trata del mismo movimiento, que se desenvuelve o desarrolla, en su propia temporalidad.
Desde la teoría política, la cuestión de la credibilidad en el gobierno y más ampliamente en el sistema político, es más complejo, ya que nos introduce necesariamente en la cuestión de legitimidad. ¿cuál es la legitimidad del sistema político chileno, que surge de una Constitución heredada de la dictadura y débilmente modificada en el contexto de una transición pactada en las alturas? ¿qué legitimidad puede tener el sistema binominal que solo hace posible la expresión de grandes bloques políticos y niega la posibilidad de expresión de las minorías en el sistema político? Y finalmente, ¿en qué medida pueden gozar de prestigio los políticos chilenos que han constituido su acción en un asunto mediático y retórico separado de las dificultades de la vida de la gente común?
Pues bien, en la actual coyuntura, pareciera que ambos problemas se acercan y superponen: los movimientos sociales adquieren nuevos desarrollos y mayor visibilidad y paralelamente el sistema político, alejado y sordo de la vida de los ciudadanos, pierde legitimidad, y es entonces progresivamente horadado por el “sentir ciudadano”.
Estamos, al menos inicialmente, en medio de una coyuntura particular, que hace visible el doble fenómeno: En primer lugar, la revalorización de la acción colectiva de los ciudadanos o de grupos sociales en temas con ya cierta antigüedad (la educación, al menos desde los años 80) y otros más nuevos (la ecología, al menos desde los 90). Podríamos agregar las demandas de los mapuches, que tienen la dificultad que no alcanzan expresión pública de grupos organizados en Santiago, pero ahí están persistentemente desde el inicio de la transición, cuando más de alguien pensaba o sostenía que el fin de la historia era también el fin de los movimientos sociales.
En segundo lugar, la crisis de “la política” en sus formas institucionales actuales, se manifiesta como “crisis de credibilidad” en el gobierno y el actual presidente, pero hay que admitir también que es refractaria de una crisis anterior, la de la Concertación, que no solo pierde la elección presidencial, sino que no logra remontar el desanimo de los ciudadanos con relación a sus propuestas y sus liderazgos (ni siquiera alcanza, en la actualidad, para ser una oposición efectiva en medio del desastre del gobierno).
Lamentablemente no somos “argentinos” para salir a las calles y gritar “que se vayan todos” como lo hicieron nuestros hermanos trasandinos en el año 2001; tampoco somos egipcios para instalarnos en la plaza hasta hacer caer al gobierno, como aconteció en el verano pasado. No! no hay que exagerar con la coyuntura, pero además, hay que admitir que “somos chilenos”. ¿Qué puede significar esta última afirmación? A falta de una buena sociología histórica –de la que somos deficitarios- solo se pueden formular hipótesis. Algunas de ellas podrían ser las siguientes: a) En Chile, la “acción colectiva”, pero más precisamente, la expresión pública del descontento se produce cuando se ha acumulado suficiente desencanto o frustración (dicho en chileno, cuando el agua nos comienza a llegar al cuello); b) Los movimientos sociales (movimiento obrero, campesino, pobladores, mujeres, etc.) se han desplegado en los tiempos largos de la historia, en ciclos de movilización, dependiendo de sus propias fuerzas (capacidades asociativas) y de la “oportunidades políticas” que se les presentan (mayor porosidad del Estado, espacios de participación, aliados, declinación o moderación de la represión etc.); c) El sistema político, como expresión de una forma constitucional, habitualmente se impone a la sociedad –Constituciones de 1833, de 1925 y 1980- de tal manera que la historia política que sigue a la imposición de la Carta Fundamental es el tiempo de sus sucesivas reformas, para ajustar las relaciones de poder en la elite (siglo XIX); para asegurar un mínimo de responsabilidad económica y social del Estado (desarrollismo y procesos de democratización, entre 1930 y 1973); para asegurar la “gobernabilidad post-dictatorial” (transición y “democracia de los acuerdos” entre los bloques en el poder).
Pero, en cada etapa de “reformas a la Constitución” concurren diversos actores sociales y políticos, con variadas direcciones y efectos: 1) las disputas en la elite para ajustar sus propias relaciones de poder; 2) la convocatoria al pueblo para dirimir algunos de los conflictos que dividen a la elite; 3) la autonomización de lo popular o la sociedad civil, habida cuenta de su propia historicidad (los movimientos sociales), que pueden desembocar en represión, cooptación, reformismo atenuado o, en plazos largos, crisis de legitimidad; 4) nuevos ciclos de gobernabilidad con baja legitimidad; 5) crisis global del sistema, que impone una nueva coyuntura constitucional.
Me parece que la actual crisis de credibilidad (y legitimidad) de la política chilena y el mayor protagonismo de los movimientos sociales pueden inscribirse en la alternativa 3, de autonomización de la sociedad civil, pero no sabemos de su eventual curso. Puede resolverse con un endurecimiento de la gestión estatal (nuevas formas de represión); juegos de cooptación, pero también, con más tiempo de maduración, devenir en “crisis política” que implique reformas mayores a la constitución, recolocando la cuestión de la “soberanía” como salida democrática a la crisis (puede tratarse, en este caso desde el fin del sistema binominal hasta el retorno de la “responsabilidad” del Estado en los asuntos económicos y sociales, como a salud, la educación, la inversión productiva, etc.).
La cuestión es, sin embargo, si estamos preparados para la democracia, concebida como “proceso histórico de creciente democratización de la vida social” que hace posible: a) el reconocimiento de las diferencias, pero sobre todo del “conflicto” como un componente inherente a la vida social y a la política (sin conflicto, no hay política, hay gobernabilidad); b) la legitimidad de una diversidad de actores –no solo los partidos, sino que sobre todo los actores sociales- que tienen derecho a participar e influir en el campo de “lo público”, es decir, de lo político; c) que las disputas por el poder no suponen la “eliminación” o el “exterminio” del otro, es decir, que los DDHH representan un aprendizaje y un fundamento para la acción política; d) que los derechos políticos y civiles son inviables sin derechos económicos y sociales (en Chile y América Latina, ello implica necesariamente enfrentar las enormes desigualdades) .
Mario Garcés D. es Docente del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile y Director de ECO; Educación y Comunicaciones
http://www.ongeco.cl/la-coyuntura-actual-movimientos-sociales-y-crisis-de-legitimidad
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PATAGONIA SIN REPRESAS
La lección de Tasmania
Por Alejandra Mancilla
Periodista y licenciada en Filosofía
alejandra@verdeseo.cl
Hace 27 años tuvo lugar el fallo “Tasmania contra Commonwealth”, mediante el cual el Tribunal Supremo de Australia prohibió la construcción de una represa en el río Franklin, que prometía reactivar la economía de ese estado-isla a costa de inundar un biosistema único, declarado patrimonio natural de la humanidad por la UNESCO
A comienzos de los años ’80, la tasa de desempleo en Tasmania era de 10 por ciento (la más alta del país), y el gobierno liberal local junto a algunos grandes industriales y empresarios veían la construcción de la represa como la solución a todos los males
Contra ellos, los miembros del naciente Partido Verde y la Wilderness Society (Sociedad para la Protección de la Vida Silvestre), junto a una serie de grupos comunitarios y ciudadanos independientes, propusieron otro modelo de crecimiento: uno basado en el cuidado de sus paisajes naturales
Sumando al final el apoyo del Partido Laborista, los opositores al proyecto generaron la mayor campaña ambiental en la historia de ese país, argumentando que era inconstitucional, porque violaba tanto leyes nacionales como tratados internacionales suscritos por Australia
Tras cinco años de protestas, marchas pacíficas y difusión mediática, se anotaron un triunfo que hoy es un hito en la historia del derecho ambiental
No puedo dejar de comparar este caso con el proyecto de construcción de cinco mega-represas en la Patagonia, que pretenden generar 2.750 MW (¡15 veces más que la represa Franklin!) para saciar la sed energética del Norte
Si en Tasmania al menos la energía producida iba a ser para consumo local, en Chile el plan es llevarla por una línea de transmisión de más de dos mil kilómetros, una de las más largas del planeta (¡y perdiendo 220 MW en el camino!)
Creo que los chilenos deberíamos hacernos conocidos por otros récords
Aquí van un par de lecciones del caso de Tasmania que hoy podrían ser de ayuda a quienes creemos que HidroAysén no es una alternativa viable
Es sabido que las conciencias de la mayoría no se ganan tanto con argumentos cuanto con mensajes impactantes, imágenes que no dejan a nadie incólume y jingles pegajosos que hacen cantar a todo el país a coro. Mediante un sólida campaña de comunicaciones, el movimiento de “No a las Represas en Tasmania” triunfó en todos estos frentes
Primero, se ganó el apoyo de intelectuales y personajes públicos que repitieron por todos los medios y con pasión lo que se perdería de llevarse a cabo el proyecto
Éstos ocuparon la primera línea en marchas, protestas y bloqueos de carreteras, terminando muchas veces en la cárcel (que en los momentos más críticos no daban abasto con tanto manifestante detenido)
Gracias a las generosas contribuciones de los convencidos, la campaña sonó también en las radios –“Deja fluir al río Franklin”–, pero sin duda lo que selló el destino a su favor fueron las espectaculares fotografías de Peter Dombrovskis: el río de aguas esmeralda bajando tranquilo por una garganta rocosa, rodeada de árboles milenarios medio escondidos en la niebla
“¿Votaría por un partido que quiere destruir esto?”, aparecía la pregunta más abajo
Pocos se habrían atrevido a decir que sí
Otro punto clave del éxito tasmano fue lograr convertir una campaña en un comienzo reducida a un estado a una que alcanzó a toda Australia
Se organizaron demostraciones en todo el país, se publicaron avisos en diarios locales y nacionales y se realizaron frecuentes encuestas de opinión para ir mostrando el creciente rechazo al proyecto
En tercer lugar, se entendió que la decisión final no era“técnica”, sino política
Más allá del frío análisis costo-beneficio, lo que estaba en juego era una visión de lo que los tasmanos querían ser
El Partido Verde y su fundador, Bob Brown, capitalizaron esta idea, y se convirtieron gracias a su éxito en actores cada vez más importantes en la escena política australiana: hoy los Verdes son parte de la coalición de gobierno, y Brown es uno de los senadores más populares
Por último, la campaña no fue de mera oposición, sino ante todo de propuesta: el No a la represa fue un Sí al turismo sustentable
Tres décadas después, se ve que la decisión fue acertada
Hoy éste es la segunda principal actividad económica y da trabajo a medio millón de tasmanos, generando mil millones de dólares anuales y atrayendo a casi un millón de visitantes (cercano a la mitad de los ingresos totales y del número de visitantes a nuestro país)
Además, Tasmania es actualmente el estado líder de Australia en producción de energía renovable, la que equivale a un 87 por ciento de su capacidad total
Ésta proviene del viento y de la hidroelectricidad (sí, de la hidroelectricidad, pero principalmente de centrales de pasada y de pequeña escala para uso local)
¿Cómo puede iluminarnos a los chilenos la experiencia tasmana? Creo que los argumentos de por qué No a Hidroaysén son contundentes: entre otros, que la opción que hoy se cree más barata será a mediano y largo plazo la más cara (e irreversible); que no es la única alternativa, porque tenemos sol, geotermia y viento en abundancia; que si beneficia a alguien, no es a los locales; y que un número creciente de estudios científicos muestran que las mega represas no son la energía limpia que claman ser.
La campaña “Patagonia sin Represas”, del Consejo para la Defensa de la Patagonia Chilena (CDP), los ha usado todos y ha hecho hasta aquí un trabajo encomiable, generado una voz potente por medio de Internet y de marchas por todo el país
En cuanto a las imágenes de la campaña, las reforzaría con otras imágenes de lo que realmente está en riesgo: las cinco mil hectáreas que efectivamente serían inundadas, el huemul que efectivamente perdería su hogar, el bosque por el cual efectivamente pasaría la línea de alta tensión
Menos metáfora y más realidad cruda, en suma
Frente a la feroz ofensiva comunicacional de HidroAysén y a las recientes denuncias de informes adulterados por organismos gubernamentales para favorecer el proyecto, creo por último que llegó la hora de “politizar” el tema, en el buen sentido de la palabra: convertirlo en debate nacional y no a puerta cerrada, exigirles a nuestros representantes en el Senado y en la Cámara que se pongan la camiseta a favor o en contra, pero que se la pongan, al menos para saber a quién darle el voto en las próximas elecciones; hacerle entender a la opinión pública que no hay que ser ambientalista para oponerse, sino simplemente contar con un poco de sentido común
Junto al No a las represas debe fortalecerse un Sí a visiones alternativas de desarrollo
Lo que está en juego no es sólo uno de los lugares más prístinos de Chile, sino del planeta. Conociendo los antecedentes, sólo una conclusión me parece posible:
Una Patagonia vale más que mil represas
http://elcorreodiario.wordpress.com/tag/hidroaysen/