‘The Economist’ llama a salvar el capitalismo… de los propios “compinches” capitalistas

Por: Carlos Enrique Bayos

“Igual que en América [por EEUU] al comienzo del siglo XX (…) Se ha puesto en marcha una revolución para salvar el capitalismo de los propios capitalistas”, asegura el prestigioso –y todavía más conservador– semanario The Economist en su cover story titulada The new age of crony capitalism, calificativo este último que aunque suele traducirse en español por “clientelar”, en realidad procede del término “compinche” en inglés.
Tan preocupados están los editores de The Economist con La nueva era del capitalismo de los amigotes (como también se podría traducir su tema de portada) que incluso han creado un nuevo y elaborado “índice del crony-capitalism” con el que se puede registrar la tendencia de cada país (siempre que sea capitalista, claro) a crear plutócratas cuya fortuna se ha multiplicado gracias a sus estrechas relaciones con el poder político, que a su vez fomenta el desmesurado enriquecimiento de esa élite de magnates bendiciéndoles con el favoritismo de medidas fiscales discriminatorias, adjudicaciones de obras públicas a dedo, subvenciones gubernamentales privilegiadas, permisos oficiales arbitrarios, etc. ¿Les suena?
La revista publica la primera tabla internacional de ese index, con “el ranking ordenado por la riqueza del sector del enchufismo”, en el que los primeros lugares los ocupan milagros del capitalismo como Hong Kong (1º) o Singapur (5º) pero donde también figuran en lugares destacados Reino Unido (15º), EEUU (17º), Francia (20º) y Alemania (23º). Curiosamente, España no figura en el listado, no sé si porque nos salimos de la tabla o porque han sido incapaces de aplicar su econométrica a nuestras corruptelas.
En cualquier caso, The Economist reconoce que “el 1% más rico de la población se ha beneficiado desproporcionadamente de 20 años de globalización y forma una nueva nación virtual de la codicia”, tal como descubre Chrystia Freeland en su obra Plutocrats. The Rise of the New Global Super-Rich and the Fall of Everyone Else (Plutócratas. El ascenso de los nuevos super-ricos globales y la caída de todos los demás). Más aún, la revelación sobrevenida a la biblia del neocapitalismo le ha mostrado la luz:
“Los precios inmobiliarios disparados han enriquecido a los promotores que dependen de las recalificaciones para sus proyectos. El boom de las materias primas ha inflado el valor de yacimientos petrolíferos y minas, que invariablemente están entrelazados con el Estado. Algunas privatizaciones han permitido que los potentados ordeñen los monopolios públicos o se hagan con el capital a bajo precio (…) El rescate de los bancos ha implicado la transferencia de una enorme cantidad de riqueza a los financieros; los lobistas han adquirido una influencia desmesurada…”
¡Vaya por Dios! ¡The Economist se ha caído del caballo camino de Damasco! Parece mentira que en todos estos años sus eminentes analistas hayan sido incapaces de vislumbrar tan irrefutables evidencias.
En resumen, escribe el anónimo –como es habitual– redactor de Planet Plutocrat: “Los megamillonarios de los sectores corruptos han disfrutado hasta ahora de un siglo excelente. En los países emergentes, sus fortunas se han duplicado en relación al tamaño de la economía y ya equivalen a más del 4% del PIB, frente al 2% del año 2000”.
Pero esta prodigiosa conversión del que fuera gran paladín del capitalismo no basta. El premio Nobel de Economía y catedrático de la Princeton University (Nueva Jersey), Paul Krugman, está dedicado a una auténtica cruzada contra las tremendas desigualdades que generan políticas conservadoras como las de nuestro inefable ministro Montoro, siempre dispuesto a aleccionarnos sobre la trivialidad del abismo entre pobres y ricos, frente a los inmensos beneficios que deberá reportarnos el futuro crecimiento económico que nos traerá su inestimable austeridad presupuestaria.
En la última entrada de su blog La conciencia de un liberal, que publica en The New York Times desde hace 15 años, Krugman cita a uno de los teóricos del desarrollismo (Robert Lucas, del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis) quien afirma: “Entre las tendencias dañinas para una economía saludable, la más seductiva y en mi opinión más venenosa, es la que se centra en la [re]distribución” de la riqueza. Eso mismo es lo que debe pensar Montoro cuando le dice a Cáritas que “no provoque” con sus informes que revelan que España es el segundo país con mayor pobreza infantil de Europa, sólo por detrás de Rumanía.
Krugman rebate elegantemente el argumento de Lucas citando un nuevo informe que revela que “uno de los aspectos más cruciales del bienestar, la malnutrición infantil, no mejora en absoluto por un crecimiento más rápido” de la economía. Eso se puede medir muy fácilmente en los países en desarrollo, ya que sus consecuencias en los niños son muy claras: la malnutrición provoca discapacidades a muy temprana edad. Pero el estudio descubrió que el rápido crecimiento económico “tiene un efecto general prácticamente nulo” en los índices de subdesarrollo metabólico y de raquitismo de la población infantil.
¿Por qué? Bien fácil. Porque las causas de esas lacras son “la desigualdad en la distribución de la riqueza y la falta de implementación eficaz de los servicios públicos” básicos. Carencias que no se solventan en absoluto con el crecimiento dentro de un sistema de crony-capitalism, como diría The Economist. Sólo hay que mirarnos en el espejo de EEUU: el 1% más rico se apropió del 93% de todas las ganancias obtenidas en el primer año de recuperación económica.
Ése es el inmediato futuro que nos espera con las recetas económicas de Montoro. ¿Cuál es el tratamiento que propone para los 2.826.549 niños españoles que viven en riesgo de pobreza o de exclusión social (el 33,8% de la población infantil de nuestro país)?
Ah, no. Ahora caigo. Esas cifras no figuran entre los cálculos del ministro de Economía.

 Publicado en: El tablero Global - Imagen: Peña Moron www.laestrella.com.pa

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