Debatiendo sobre Decrecimiento

La palabra Decrecimiento tiene, como probablemente su virtud principal, la de ser un buen ariete contra el muro del pensamiento dominante. El presentar un decrecimiento voluntario como algo bueno y deseable supone una “blasfemia” tan grande que rompe bloqueos y mueve al debate. Pero también, como se ha visto a menudo, una vez superado ese punto, presenta un cierto grado de ambigüedad: ¿qué es exactamente lo que tiene que decrecer? Es un punto que genera polémicas en personas que ya están fuera del dogma del crecimiento inevitable, pero que quizá no conocen en profundidad la propuesta decrecentista.
Otra cuestión es si realmente todo crecimiento implica un aumento insostenible del consumo de recursos naturales; si no habrá una forma de reorientar la producción para hacerla más eficiente a base de energías renovables, reciclaje, etc. y así poder seguir creciendo sin agotar el planeta.
Estos dos elementos se dan cita en el artículo de Vicenç Navarro Los errores de las tesis del decrecimiento económico, publicado en el blog de Público el pasado 6 de febrero y que hace referencia a La crisis económica es una crisis ecológica, de Florent Marcellesi. Es un texto honesto y con varios puntos interesantes, pero en el que lamentablemente demuestra estar poco informado sobre el movimiento decrecentista, como argumenta Antonio Turiel en una elaborada respuesta en su blog “The Crash Oil”, comenta también Jorge Riechmann en una nota con bastantes referencias a seguir, y continúa Lucas S. Ferro en un artículo que intenta arbitrar y acercar posturas.
La lectura de todos estos enlaces es muy recomendable para quien quiera profundizar un poco en la teoría del Decrecimiento y también para conocer más a todos estos intelectuales y activistas, algunas de las personalidades más relevantes de este mundillo.
Pero por aportar un toque personal, y a modo de resumen para perezosos, podríamos decir un par de cosas: en primer lugar, ¿qué es lo que decrece? nuestra teoría aboga por reducir la producción de bienes materiales y su mejor reparto (por lo que algunas personas tendrán menos que ahora y otras más, aunque el total sea menor). Lo cual no impide seguir mejorando (o “creciendo”) en otros bienes no materiales, incluso bienes que no se valoran en dinero, y por tanto no contribuyen al PIB.
Lo cual nos lleva al segundo punto. Porque la crítica de Navarro se dirige al supuesto catastrofismo decrecentista, aduciendo que la reducción de la producción no es necesaria si se hace bien: usando tecnologías con menor impacto ambiental y, claro, repartiendo los recursos con más justicia.
Sin embargo, el Decrecimiento es cualquier cosa menos “malthusiano“. Es cierto que lo primero que dice es que el nivel de producción actual es insostenible; incluso si elimináramos la desigualdad para repartir bien lo que tenemos, seguimos muy por encima de lo que soporta el planeta. Como argumenta Turiel con abundantes datos, la reducción acabará llegando, de una forma u otra. Lo que no es verdad es que esto deba ser necesariamente una catástrofe: sabemos, como mínimo desde que Abraham Maslow enunció su “pirámide“, que las necesidades materiales humanas no son ilimitadas; una vez alcanzados unos mínimos, el seguir acumulando bienes no aumenta nuestra felicidad. De la misma forma, si una vez alcanzados los límites debemos reducir para poder repartir, esto no sólo no tiene por qué ser un problema, sino que puede ser una ventaja, tener menos cosas pero más tiempo para dedicar a nuestras necesidades afectivas, creativas, de cuidados, de relaciones… Esto es lo que significa el mejor slogan del Decrecimiento: “vivir MEJOR con menos”.
DecreceMadrid


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