Tiempos líquidos: vivir en una época de incertidumbre




La idea de la época contemporánea como un tiempo de modernidad líquida dibuja un nuevo escenario caracterizado varios aspectos que hacen referencia al poder, la política, los espacios de convivencia y la nueva responsabilidad del individuo. ¿Cómo afectan estas modificaciones a la vida diaria de las personas? Gran parte del análisis de Zigmunt Bauman gira en torno al miedo. “Incertidumbre quiere decir miedo” afirma Bauman y el miedo provoca grandes tranformaciones y concesiones a distintos niveles: global, local e individual.
Bauman identifica cinco aspectos que han provocado la configuración del nuevo escenario líquido:
  • el paso de una modernidad sólida a una modernidad líquida en la que las formas sociales ya no sirven como referencia para las acciones humanas y las estrategias a largo plazo porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas.
  • la separación entre política y poder debido al desplazamiento del poder hacia el incontrolable espacio global y el irremediable destino de la política a actuar únicamente en el ámbito local
  • la gradual pero sistemática supresión o reducción de los seguros públicos que priva a la acción colectiva de gran parte de su antiguo atractivo y socava los fundamentos de la solidaridad social.
  • el colapso del pensamiento, de la planificiación y la acción a largo plazo
  • la responsabilidad del individuo de soportar las consecuencias de sus elecciones que ya no tienen unas normas a las que ceñirse sin oque deben guiarse por la flexibilidad: la presteza para cambiar de tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las oportunidades según las disponibilidad del momento.
A nivel global, la transformación se aborda desde las consecuencias de la sociedad abierta y el mercado sin fronteras como “receta perpetua para la injusticia y  para el nuevo desorden munidal”. “Como si se tratara de capital líquido listo para cualquier inversión, el capital del miedo puede transformarse en cualquier tipo de rentabilidad, ya sea económica o política. La seguridad persona se ha convertido en un argumento de venta importante (quizás del más importante)…” que justifica cualquier política con tal de salvaguardar la forma de vida de la población local. De esta manera los flujos migratorios de personas que huyen de un país en guerra se solucionan con la creación de campamentos de refugiados temporales que se convierten en un callejón sin salida para sus habitantes pues ni pueden volver a sus lugares de origen, devastados y desaparecidos tras la guerra, ni pueden emigrar a otro país que no les permitirá la entrada.
A nivel local las obsesiones por el miedo y la seguridad provienen de la desaparición de las comunidades y las corporaciones que antiguamente definían las normas de protección y velaban por su cumplimiento (Robert Castel). En la actualidad, es el individuo el que debe ocuparse de sus asuntos y hacer frente a cualquier contingencia. Como respuesta a esta situación, el Estado se ocupó de crear una red de seguros sociales que ofreciera protección al individuo y sustituyera a las antiguas comunidades. En un primer momento las redes de protección “fueron construidas a propósito y a partir de un proyectos -servicios sanitarios, educación, vivienda- , o fueron el resultado de una evolución espontánea a partir de otras actividades constructivas a gran escala -sindicatos-, propias de la fase sólida de la modernidad”.
Bauman habla de la necesidad de garantizar los derechos personales para poder ejercer los políticos en un estado democrático. “La lucha por los deseos personales estaba animada por el deseo de quienes ya eran afortunados o esperaban serlo la próxima vez para poder conservar los dones de su buena suerte sin tener que recurrir a esfuerzos costosos y engorrosos, pero sobre todo poco fiables e infructuosos” (Thomas H. Marshall). “…una vez conquistados los derechos personales era necesario defenderlos; de lo dicho, puede concluirse que los dos grupos de derechos, personales y políticos, sólo podían ser reivindicados, conquistados y consolidados juntos…”. La forma de ejercer los derechos políticos a través del voto fue extendiéndose gradualmente hasta que “se cruzó la línea que dividía a quienes solicitaban los derechos políticos para estar seguros de que no les serían sustraídos o alterados los derechos personales de los que ya disfrutaban, y aquellos que necesitaban los derechos políticos para obtener los derechos personales (o también políticos) que no tenían, y que hubieran encontrado inútiles si los hubieran obtenido con independencia de los derechos sociales”
“En ese momento, la apuesta del juego político experimentó un cambio decisivo. En vez de adaptar las instituciones y los procedimientos políticos a las realidades sociales existentes, la democracia moderna pasó a encargarse de desarrollar instituciones y procedimientos con el fin de reformar las realidades sociales.”
Esta fue la fórmula del Estado moderno para gestionar el miedo y la inseguridad de la sociedad. Ambos factores son unos de los principales motivos para construir ciudades desde la antiguedad (Nan Ellin). La sensación de defensa y seguridad que antes se conseguía con fosos y murallas para protegerse del exterior, en la modernidad líquida se consigue a través del urbanismo y la arquitectura para protegerse del resto de ciudadanos. “Los nuevos productos urbanísticos, publicitados  con orgullo e imitados profusamente, son los espacios vetados, diseñados para interceptar, repeler o filtrar a los posibles intrusos [..] para separar y mantener separados a los distintos tipos de ciudadanos…”(Steven Flusty).”En el paisaje de la ciudad, los espacios vetados se han convertido en los hitos de la desintegración de la vida comunitaria compartida en una localidad.”
Esta variedad de segregacionismos intraurbanos son “manifestaciones utramodernas de la ubicua mixofobia urbana. La mixofobia es una reacción -muy extendida y altamente previsible- ante la escalofriante, inconcebible y perturbadora variedad de tipos humanos y costumbres que coexisten en las calles de las ciudades contemporáneas…” Sin embargo, la ciudad “atrae y repele a la vez […]. El mismo brillo y centelleo caleidoscópico de la escena urbana, en la que nunca faltan novedades y sorpresas, constituye el embrujo irresistible de las ciudades y su poder de seducción. […] La ciudad favorece la mixofilia de la misma manera que provoca y alimenta la mixofobia.[…]Una estrategia arquitectónica y urbanística que fuera la antítesis de la actual, contribuiría al afianzamiento y al cultivo de sentimientos mixofílicos: la creación de espacios públicos abiertos, atrayentes y hospitalarios, a los que acudirían de buen grado todas las categorías de residentes urbanos, sin tener reparo en compartirlos. Como destacó Hans-Georg Gadamer en su célebre Verdad y método, el entendimiento mutuo nace de la fusión de horizontes, los horizontes cognitivos, es decir, los que se trazan y expanden a medida que se acumula experiencia vital. La fusión que requiere el entendimiento mutuo sólo puede provenir de una experiencia compartida; y compartir experiencia es inconcebible si no se comparte espacio.”
Cuando Bauman aborda el análisis del individuo que habita la modernidad líquida lo hace desde la idea de utopía como motor de progreso considerando el cambio conceptual que ha sufrido esta idea. Si antes era un fin en el que concluirían los esfuerzos por evitar la incertidumbre y lograr un mundo estable y perfecto, en la actualidad se ha convertido en un estado en sí mismo. Considera que la utopía es un concepto plenamente moderno. Antes de que el hombre pensara que podía realizarlo todo a través de la ciencia y la razón, no existía la utopía. La imagen del hombre premoderno que muestra Bauman es la de un guardabosques, ocupado en mantener el equilibrio del territorio que custodia y garantizar que nada cambie. La entrada de la modernidad sustituyó al guardabosques por el jardinero que transformaba el territorio según sus imágenes y esquemas mentales. Pero poco a poco el jardinero ha sido sustituido por el cazador, al que le da igual el equilibrio de las cosas y sólo le interesa obtener su pieza. Si su actividad interfiere en el equilibrio del territorio siempre puede desplazarse a otro lugar en el que continuar su cacería. Su actividad es constante, las 24 horas del día, en continúo movimiento para buscar la emoción constante. Su utopía no es la que promete que “los duros trabajos tendrían un final; la utopía del cazador es el sueño de un trabajo sin final.”

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