La Biomímesis

La humanidad vive cambios sin precedentes cada vez más acelerados. En los últimos 50 años, los seres humanos han transformado los ecosistemas más que en ningún otro período de tiempo comparable de la historia humana. Sin embargo todas las personas dependemos de la naturaleza y de los servicios de los ecosistemas para poder llevar una vida digna, saludable y segura. Además, sólo ahora se están poniendo de manifiesto los verdaderos costes asociados con los supuestos beneficios de esta transformación a favor de una minoría de la población mundial.

Luis González Reyes

 El cambio climático avanza; se ha puesto en peligro la producción de alimentos; la biodiversidad disminuye a un ritmo escalofriante; los recursos se agotan, con especial mención a los combustibles fósiles; el acceso al agua cada vez se complica más; y además, la crisis ambiental se da en unas circunstancias de desigualdad social cada vez más agudizada. La crisis es, por tanto, ecológica, pero también política, económica, cultural y social.

Los tímidos y escasos avances en la concienciación ambiental y en las políticas puestas en práctica no guardan relación con la gravedad del problema que tenemos delante. Seguimos sin afrontar el elemento central de la crítica ecologista desde hace varias décadas: el conflicto básico entre, por un lado, un planeta Tierra con recursos limitados y finitos y, por otro, un capitalismo globalizado, basado en la necesidad de crecimiento y acumulación constantes.
Decrecer en el gasto global de energía y materiales, así como en la generación de residuos no es simplemente una opción, es una necesidad que impone un planeta con recursos limitados. Obviamente, quien puede decrecer es quien gasta de forma mayoritaria los recursos y genera los residuos, es decir, los países más enriquecidos. Sin embargo, la propuesta del decrecimiento es un camino, no un fin. El fin es una sociedad sostenible [1].

Biomímesis

Una sociedad sostenible es la que tiene los satisfactores más adecuados para cubrir universalmente las necesidades humanas de manera armónica con el entorno. Un concepto fundamental es la biomímesis [2] (imitar a la Naturaleza), ya que la Naturaleza ha sabido encontrar, a lo largo de la evolución, las mejores soluciones a las necesidades de los seres vivos y de los ecosistemas. Pero no sólo eso, sino que también ha sido capaz de evolucionar hacia estadios cada vez más complejos y ricos. Además, la biomímesis implica que el entorno no es parte de la economía, sino al revés: la economía es un subsistema del ambiente. Los principios básicos para alcanzar la biomímesis son:
Cerrar los ciclos de la materia
En la naturaleza la basura no existe, todo es alimento, de manera que los residuos de unos seres son el sustento de otros y los ciclos están cerrados. Los modos de producción humanos, en contraposición a lo anterior, son lineales y, partiendo del petróleo, llegamos a un montón de plásticos tirados en un vertedero.
Esto se traduce en adecuar nuestras actividades a la capacidad del planeta para asimilar los contaminantes y residuos, es decir, evitar los materiales que la naturaleza no puede degradar/asimilar y frenar la producción de residuos hasta alcanzar un ritmo menor al ritmo natural de asimilación/degradación.

Consumir y producir residuos en función de las capacidades naturales
Este criterio está íntimamente relacionado con los conceptos de límite y justicia, con entender que vivimos en un planeta de recursos limitados. Es decir, debemos autolimitarnos con un modelo de vida más austero. Sólo una disminución drástica del consumo en los países sobredesarrollados permitirá el moderado, pero necesario, aumento en los empobrecidos.
La disminución del consumo también implica obtener en primer lugar las materias primas y la energía del reciclaje de los bienes en desuso y, en segundo término, de fuentes renovables.

Centrar la producción y el consumo en lo local
Es necesaria una minimización del transporte, puesto que en la naturaleza su mayor parte es vertical [3] (intercambio de materia entre el reino vegetal y la atmósfera y el suelo). El transporte horizontal sólo lo realizan los animales, que suponen muy poca biomasa respecto a los vegetales (el 99 por ciento de la biomasa) y que además sólo se desplazan a cortas distancias. El transporte horizontal a largas distancias, como es el caso de las migraciones, es una rareza [4].
Esta idea supone una tendencia paulatina hacia la autosuficiencia desde lo local. Este principio minimiza el transporte de recursos y bienes, facilita la gestión de los recursos y los residuos, y favorece las actividades económicas adaptadas a las características del entorno.
Esto significaría un funcionamiento confederal de los distintos territorios con un alto grado de autonomía, pero con una importante interconexión entre ellos.

Basar la obtención de energía en el sol
El sistema energético debe estar centrado en el uso de la energía solar en sus distintas manifestaciones (sol, viento, olas, minihidráulica, biomasa...). En general, se trata de obtener la energía de fuentes renovables, es decir, de aquellas que explotemos a un ritmo que permita su regeneración.

Potenciar una alta diversidad e interconexión biológica y humana
La vida ha evolucionado, desde el principio, hacia grados de mayor diversidad y complejidad, lo que no sólo ha permitido alcanzar mayores niveles de conciencia, sino también adaptarse a los retos y desafíos que se ha venido encontrando. La mayor estrategia para aumentar la seguridad y la supervivencia de la vida ha sido hacerla más diversa, cambiante y moldeable. Justo lo contrario para lo que trabaja la Unión Europea, con sus directivas contra la inmigración o la tendencia del mercado a homogeneizar los gustos.
La alta diversidad y la interconexión naturales tienen un correlato en el plano social, que es la vida conjunta de muchas personas diversas y con muchas redes de comunicación entre ellas. Además hay que señalar que la evolución de la vida es hacia la máxima complejidad, no hacia el máximo crecimiento. Los bosques o las personas pasamos una primera etapa de nuestra vida en la que ponemos energía en crecer. Pero luego esa energía la desviamos hacia el aumento de la complejidad. Lo que llamamos "progreso" es anclarnos continuamente en esa etapa primitiva de crecimiento.
Por último, una característica fundamental de la complejidad es que permite que se produzca autoorganización de forma "espontánea".

Acoplar nuestra "velocidad" a la de los ecosistemas

Muchos de los problemas ambientales que se están produciendo tienen más que ver con la velocidad a la que se están efectuando los cambios que con los cambios en sí mismos. Por ejemplo, a lo largo de la historia de la Tierra se han producido cambios de temperatura más drásticos de los que se pronostican como consecuencia del cambio climático; sin embargo, el problema principal es que el cambio se está llevando a cabo a una velocidad que los ecosistemas no pueden soportar sin traumas.
En este sentido, es imprescindible ralentizar nuestra vida, nuestra forma de producir y consumir, de movernos. Hay que volver a acompasar nuestros ritmos con los del planeta.

Actuar desde lo colectivo
 En la naturaleza, para su evolución, ha sido mucho más importante la cooperación que la competencia, como bien lo ejemplifica la simbiosis, algo básico en el desarrollo de ecosistemas y seres vivos. Esto se transpone en la vida social como una gestión democrática de las comunidades y sociedades, de manera que nos responsabilicemos de nuestros actos a través de la participación social. Y cuando hablamos de democracia nos referimos a una democracia participativa, en la que los valores básicos sean la cooperación, la horizontalidad, la justicia, el geocentrismo (huyendo del antropocentrismo y el androcentrismo) y la libertad.
En aras del crecimiento, el trabajo productivo ha sido llevado al máximo culto, mientras el trabajo reproductivo ha sido invisibilizado y generalmente llevado a cabo por mujeres. El primero ha conllevado el aumento de la producción y el hiperconsumismo. El segundo, en cambio, ha tenido como valor principal el cuidado de la vida. Esto tiene que revertirse.

Principio de precaución
El principio de precaución postula que no se deben llevar a cabo acciones de las que no se tienen claras las consecuencias. Es entender que vivimos en un entorno de incertidumbre insalvable.

Fuente:  - Revista Pueblos - Luis González Reyes es miembro de Ecologistas en Acción. Este artículo ha sido publicado en el nº 36 de la Revista Pueblos.

Notas
[1] Este apartado está extractado del "Manifiesto de Valencia" de Ecologistas en Acción.
[2] Riechmann, Jorge (2003): "Biomímesis", El Ecologista nº36 y Riechmann, Jorge (2000): Un mundo vulnerable: ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia, Madrid, Los Libros de la Catarata.
[3] Margalef, Ramón (1980): La Biosfera entre la termodinámica y el juego, Omega.
[4] Margalef, Ramón (Ramón): Planeta azul, planeta verde, Prensa Científica./ Estevan, Antonio: "La enfermedad del transporte".
Imagenes: ‪Diario Ecologia‬ - ‪2aazaide.com‬ - ‪La Tlayuda News‬

 

Entradas populares de este blog

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Sobre transgénicos, semillas y cultivos en Latino América

Antártida: qué países reclaman su soberanía y por qué