Economía para evitar el fin del mundo


Daniel Cela

Hace dos años, el actual primer ministro griego, Alexis Tsipras, se cruzó en Bruselas con el economista francés, Serge Latouche, un enfant terrible de la sociología moderna, con 75 años de edad. Latouche es el padre de la teoría del decrecimiento, un concepto que revolucionó las ciencias sociales a principios de la década pasada porque tuvo la osadía de enfrentarse a otra corriente sociológica de la izquierda que en aquel momento estaba en auge: el desarrollo sostenible. 

El desarrollo sostenible fue abrazado con entusiasmo por los partidos socialdemócratas y por no pocos movimientos ecologistas. Les encantó porque les parecía una fórmula mágica que permitía conjugar lo imposible: la preocupación por el medioambiente con la sociedad del consumo y el capitalismo. El desarrollo sostenible venía a decir que es posible satisfacer las necesidades actuales de la sociedad moderna sin comprometer los recursos naturales del planeta ni las posibilidades de generaciones futuras. «¿En serio eso existe?», se preguntaron, excitados, los grandes partidos reformistas europeos. «¿Por qué no lo inventaron antes?» Al poco tiempo no costó mucho encontrar el concepto desarrollo sostenible en la agenda de todos los gobiernos del mundo moderno, conservadores y progresistas.
Pero Tsipras no se creía del todo aquel cuento y menos aún tras su encuentro con Latouche, que por aquel entonces era de los pocos que pensaba que el desarrollo es cualquier cosa menos sostenible. El economista francés, invitado en Bruselas por los eurodiputados verdes, trató de convencerles para caminar hacia una sociedad ecosocialista, en la que sería necesario, «¡obligatorio, urgente!» decrecer: desandar lo andado.

–¿Cómo lo hacemos?, le preguntó el líder de Syriza.
–Yo soy teórico y tú político. Yo no tengo ninguna responsabilidad y tú sí. Para mí teóricamente es sencillo, pero ponerlo en práctica te costará mucho más.

El gurú del decrecimiento estuvo el martes en Sevilla, donde pasó completamente desapercibido para el Gobierno andaluz y sus responsables en política económica y medioambiental. Pero no lo fue para el centenar de personas que abarrotó el salón de actos del centro internacional de la Hispalense que asistió a escuchar su charla Decrecimiento y barbarie. El filósofo francés no visitó Andalucía invitado por su presidenta, sino por un político miembro de un partido verde minoritario (Equo), el profesor Esteban de Manuel.
Latouche va a contracorriente de casi todo, porque su tesis de partida remite al mito de Casandra: augura el hundimiento de la civilización occidental en tres tiempos: en 2030 (agotamiento de los recursos naturales); en 2040 (contaminación atmosférica, envenenamiento del aire, del agua y de la tierra) y en 2060 (desertización y hambrunas). Pocos le creen. Pero sobre todo, pocos quieren creerle porque su propuesta de solución es antipolítica: pasa por revertir la sociedad del consumo y concienciar al mundo de que «hay que consumir menos, porque los países más consumistas no son los más felices»; «hay que comer menos carne», porque la producción de carne tiene un sobrecoste salvaje para el ecosistema: «Para producir un kilo de carne se necesitan cinco litros de petróleo (en pesticidas), y los pesticidas destruyen el suelo»; «hay que acabar con el derroche energético y limitar la publicidad, si no prohibirla, porque es el vehículo del consumismo desatado». Muchas de sus ideas están entre la revolución y la provocación.


Latouche propone que trabajemos menos horas para repartir el trabajo entre más gente. Esta vez ha venido a explicar esta tesis a Andalucía, una de las regiones de Europa con más parados (más de un millón), donde los salarios se han reducido de media un 30 por ciento en los últimos cinco años, y donde el trabajo se ha precarizado hasta tal punto que incluso la Junta optó por reducir un 25 por ciento la jornada y el salario de los médicos eventuales para no despedirlos. «Trabajar más horas sólo genera una reducción del salario. Necesitamos jornadas con menos horas para que podamos trabajar más», dice Latouche. 
Claro que el filósofo francés reconoce que es imposible cambiar radicalmente la jornada laboral si no existe antes un cambio en la mentalidad de la gente. «Se necesita una revolución cultural. Si le quitas horas de trabajo a la sociedad y no lo acompañas de un proceso de reeducación, pasarían más tiempo viendo la tele, y todo sería un desastre», explica. El decrecimiento de Latouche es un cambio drástico de paradigma, un sistema radicalmente distinto de interpretar la sociedad. Sólo así se entiende cómo cerró la ponencia del martes: «Debemos recuperar el sentido de los límites, aprender a disfrutar de una cierta forma de pobreza y comprender que escasez no es igual que miseria».

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