Los seres humanos sólo dan mucho si son libres de darlo todo.
Luigino Bruni
Nuestra generosidad tiene mucho que ver con la transmisión de la vida, con la familia, con la gente que nos rodea, con el ambiente en el que crecemos y aprendemos a vivir. La recibimos en herencia cuando venimos al mundo. Es una dote que nos dejan nuestros padres y familiares. Se forma dentro de casa.
La generosidad que descubrimos dentro de nosotros depende mucho de la de nuestros padres, de cómo y cuánto se amaron antes de que naciéramos, de las elecciones de vida que hicieron y siguieron haciendo cuando empezamos a fijarnos en ellos. Depende de su fidelidad, de su hospitalidad, de su actitud con los pobres, de su disponibilidad para “perder” tiempo escuchando y ayudando a los amigos, de su amor y gratitud hacia sus propios padres.
Esta generosidad primaria no es una virtud individual, sino un don que pasa a formar parte de la dotación moral y espiritual de eso que llamamos carácter.
Es un capital con el que llegamos a la tierra, formado antes de nuestro nacimiento y alimentado por la calidad de las relaciones durante los primeros años de vida.
Depende también de la generosidad de nuestros abuelos, bisabuelos, vecinos y de muchos otros que, aun no contribuyendo a nuestro ADN, están presentes, de modo misterioso pero muy real, en nuestra generosidad (y también en la falta de ella).
Nuestra generosidad está influenciada por los poetas que nutren el corazón de la familia, por los libros que leemos, por las músicas que escuchamos y nos gustan, por las historias que se cuentan en las fiestas del pueblo, por los mártires de todas las resistencias, por la infinita generosidad de las mujeres de siglos pasados (hay una gran afinidad entre mujer y generosidad), que muchas veces antepusieron el bien de la familia al suyo propio y siguen haciéndolo.
La generosidad genera agradecimiento hacia aquellos que nos hicieron generosos con su generosidad.
Vivir con personas generosas nos hace más generosos, exactamente igual que ocurre con la cultura, la danza, la belleza… Cultivar la generosidad produce muchos más efectos que los que logramos ver y medir. Y lo mismo ocurre con la falta de generosidad propia y ajena. El stock de generosidad de una familia, de una comunidad o de un pueblo, es una especie de suma de la generosidad de cada uno. Cada generación aumenta el valor de este stock o lo reduce, como está ocurriendo hoy en el Hemisfero Norte donde nuestra generación, empobrecida de ideales y de pasiones grandes, está dilapidando el patrimonio de generosidad que ha heredado. Un país que deja a la mitad de sus jóvenes sin trabajo no es un país generoso”.
Nuestra generosidad tiene mucho que ver con la transmisión de la vida, con la familia, con la gente que nos rodea, con el ambiente en el que crecemos y aprendemos a vivir. La recibimos en herencia cuando venimos al mundo. Es una dote que nos dejan nuestros padres y familiares. Se forma dentro de casa.
La generosidad que descubrimos dentro de nosotros depende mucho de la de nuestros padres, de cómo y cuánto se amaron antes de que naciéramos, de las elecciones de vida que hicieron y siguieron haciendo cuando empezamos a fijarnos en ellos. Depende de su fidelidad, de su hospitalidad, de su actitud con los pobres, de su disponibilidad para “perder” tiempo escuchando y ayudando a los amigos, de su amor y gratitud hacia sus propios padres.
Esta generosidad primaria no es una virtud individual, sino un don que pasa a formar parte de la dotación moral y espiritual de eso que llamamos carácter.
Es un capital con el que llegamos a la tierra, formado antes de nuestro nacimiento y alimentado por la calidad de las relaciones durante los primeros años de vida.
Depende también de la generosidad de nuestros abuelos, bisabuelos, vecinos y de muchos otros que, aun no contribuyendo a nuestro ADN, están presentes, de modo misterioso pero muy real, en nuestra generosidad (y también en la falta de ella).
Nuestra generosidad está influenciada por los poetas que nutren el corazón de la familia, por los libros que leemos, por las músicas que escuchamos y nos gustan, por las historias que se cuentan en las fiestas del pueblo, por los mártires de todas las resistencias, por la infinita generosidad de las mujeres de siglos pasados (hay una gran afinidad entre mujer y generosidad), que muchas veces antepusieron el bien de la familia al suyo propio y siguen haciéndolo.
La generosidad genera agradecimiento hacia aquellos que nos hicieron generosos con su generosidad.
Vivir con personas generosas nos hace más generosos, exactamente igual que ocurre con la cultura, la danza, la belleza… Cultivar la generosidad produce muchos más efectos que los que logramos ver y medir. Y lo mismo ocurre con la falta de generosidad propia y ajena. El stock de generosidad de una familia, de una comunidad o de un pueblo, es una especie de suma de la generosidad de cada uno. Cada generación aumenta el valor de este stock o lo reduce, como está ocurriendo hoy en el Hemisfero Norte donde nuestra generación, empobrecida de ideales y de pasiones grandes, está dilapidando el patrimonio de generosidad que ha heredado. Un país que deja a la mitad de sus jóvenes sin trabajo no es un país generoso”.
Imagenes: es.paperblog.com - www.spm-be.pt
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“El modelo económico ha fracasado”
ENTREVISTA A MIKHAIL MASLENNIKOV, ECONOMETRISTA DE OXFAM
Sesenta y dos multimillonarios son tan ricos como la mitad del mundo, según el informe de Oxfam. El consejero Maslennikov sostiene que la desigualdad demuestra el fracaso del modelo y exhorta a los países a redefinir el sistema fiscal.
Por Elena Llorente
Desde Roma
El informe de la organización internacional Oxfam sobre la desigualdad en el mundo, “An economy for the 1%” (una economía para el 1%), difundido esta semana, muestra que las 62 personas más ricas del mundo –53 de ellas hombres, con los estadounidenses Bill Gates y Warren Buffet y el mexicano Carlos Slim a la cabeza– detentan en conjunto la misma riqueza que 3600 millones de pobres del mundo. Esto equivale a decir que poseen la riqueza de casi la mitad de la población mundial que hoy suma poco más de 7300 millones. Las cifras son espeluznantes si se agrega además que esta brecha está creciendo más rápido de lo que la misma Oxfam había predicho hace un año y que las mujeres están desproporcionadamente afectadas por esta desigualdad. Oxfam –cuyo nombre deriva de Oxford, Inglaterra, donde fue fundada en 1942, y de famine que en inglés significa hambre o hambruna– es una confederación de 17 organizaciones no gubernamentales que trabaja en 94 países para encontrar soluciones a la pobreza. Mikhail Maslennikov es un matemático y econometrista que trabaja en Oxfam Italia como policy advisor (consejero político) sobre temas de desigualdad económica y justicia fiscal.
–Según el informe de Oxfam 62 multimillonarios tienen la misma riqueza que casi la mitad del mundo. ¿Cómo se ha llegado a esta conclusión?
–Hemos analizado la distribución del rédito a escala global. La desigualdad es un síntoma de gran malestar social y por otra parte ahora se está transformando en un argumento llevado adelante por organizaciones económicas internacionales como el FMI, Ocde (Organización para la Cooperación y el desarrollo Económico), Banco Mundial. Porque si las desigualdades económicas no fueran tan extremas como ahora, se habría favorecido el crecimiento económico interno en distintas regiones del mundo. En Italia, por ejemplo, se estima que la pérdida del PIB (Producto Bruto Interno) del 8 por ciento en estos años se debió también a las desigualdades económicas. Por eso hay un gran interés en las organizaciones internacionales por la reducción de las desigualdades económicas, para favorecer así un crecimiento duradero y sostenible.
–Y los gobiernos, ¿qué rol han cumplido en todo esto?
–Los gobiernos en general han subestimado el fenómeno y en cierto sentido lo han favorecido con ciertas decisiones a nivel de política pública. Oxfam se ha concentrado en los efectos producidos por las políticas fiscales, especialmente en los sistemas fiscales nacionales que no son lo suficientemente progresivos (más se gana, más se paga). En muchos países –un caso llamativo es Estados Unidos– en los últimos 30 años las alícuotas fiscales para los réditos más altos han sido llevadas al mínimo. Esto ha permitido la concentración del rédito en los sectores más altos de la población que pagaron menos tasas al estado. Un ejemplo de poca progresividad en materia fiscal es Italia, donde la alícuota que paga al estado una persona que gana 80.000 euros al año y otra que gana 8 millones, es la misma.
–Usted mencionó también los salarios...
–Para analizar la desigualdad hemos visto también el rédito del trabajo en los últimos 25 o 30 años, hemos analizado el rédito global debido al rédito del trabajo. Y concluimos que sobre la amplia desigualdad económica inciden también las variaciones retributivas. Entre los que ocupan cargos de directivos y los empleados medios la brecha se ha ampliado con el pasar de los años. En el informe hemos analizado casos significativos de grandes compañías estadounidenses. Hay datos de varios países, como Estados Unidos, India o Reino Unido, pero no todas las compañías tienen obligación de publicar los salarios de los grandes managers. En otros países no están obligados a hacerlos públicos. En los países que se pudo ver, la diferencia se está acentuando.
–¿Otros factores que han influido en agrandar la brecha entre ricos y pobres?
–Han influido también las políticas económicas de los últimos 30 años. Ha habido una reducción de las inversiones en los servicios públicos esenciales en general. La de- sigualdad económica para nosotros es también una demostración de que este modelo económico ha fracasado. Cuanto más poder económico se tiene, más riqueza se posee y más se pueden condicionar las decisiones en materia de política económica de parte de los gobiernos.
–¿Cuál ha sido el rol del dinero enviado a los llamados paraísos fiscales?
–Cuando la concentración de la riqueza llega a la cúspide de la pirámide, se trata de conservarla. Una de las formas para hacerlo es defender los privilegios fiscales o bien esconder esa riqueza en algún paraíso fiscal. Algunos economistas y Oxfam han estimado que unos 7600 billones de dólares están escondidos en los paraísos fiscales. Si sobre esta riqueza se pagaran los impuestos, los introitos fiscales para los gobiernos serían de unos 190 mil millones por año. Además los paraísos fiscales son el punto de llegada de las ganancias transferidas por las grandes multinacionales pero también por individuos, fuera de las jurisdicciones fiscales de los países donde realmente hacen su actividad. El ejemplo es el reporte 2012 de grandes compañías estadounidenses que han declarado réditos en las islas Bermudas –un paraíso fiscal– por 80.000 millones de euros, que es el 3,3 por ciento de sus réditos globales. Pero esa cifra no refleja la real presencia económica de esas compañías en las Bermudas donde tienen apenas el 0,3 por ciento de sus ventas globales y el 0,01 por ciento del costo laboral global.
–En estos días se hace el tradicional Foro de Davos, en Suiza, que concentra a políticos, economistas y empresarios de todo el mundo. ¿Qué planteará Oxfam allí?
–Queremos hacer un llamado a las elites y a los gobiernos, lanzando una petición por una mayor justicia fiscal, y queremos también recordar a las elites el nivel de desigualdad en el que vivimos y la responsabilidad que ellos tienen. Oxfam ha demostrado que de las 200 compañías analizadas –entre las que están incluidas las 120 más grandes del mundo y unos 100 socios estratégicos del Forum–, 9 de cada 10 están presentes en los paraísos fiscales. No se pretende demonizar con esto las compañías, pero queremos decir que el dinero enviado a los paraísos fiscales exacerba la desigualdad. O sea, habrá un llamado de atención sobre los niveles insostenibles de la desigualdad y por otra parte se apuntará el dedo de forma provocadora contra la evasión fiscal de las corporaciones que estén presentes en Davos.
–¿Según usted qué debería hacer cada país para tratar de disminuir las diferencias entre ricos y pobres?
–Como prioridad creo que sería necesaria una redefinición del sistema fiscal para que sea más progresivo y un análisis del impacto de ese nuevo sistema sobre los niveles de desigualdad. También mayores inversiones en servicios públicos esenciales como educación y salud, y políticas de apoyo al trabajo. Y a nivel internacional, los gobiernos deberían contribuir a una reforma de la fiscalidad internacional, poniendo fin a los paraísos fiscales.
Página/12 En Italia - Imagen: www.teinteresa.es