Una ideología de la dominación fundamentada en la Razón
Como la no pertenencia de los indios al cristianismo no era suficiente para justificar su extinción –porque era posible convertirlos- ni la brutalidad de los conquistadores –desde el momento en que había tenido lugar la conversión-, muchos pensadores y sabios se dedicaron a buscar los fundamentos del derecho a disponer de la vida y la muerte de los autóctonos que se habían arrogado los nuevos dominadores. La mayoría de los pueblos han tenido, ciertamente a considerarse elegidos por sus dioses y más humanos que sus vecinos, y han utilizado esta elección para justificar sus rapiñas. Por tanto, en la actitud europea se podría ver simplemente una nueva versión de una creencia tradicional.
Pero en esta época el discurso europeo emprendió un camino singular, y comenzó a producir una ideología de la dominación fundamentada en la Razón. El argumento religioso, utilizado con profusión en las regiones del mundo donde primaba el monoteísmo por ejércitos deseosos de santificar sus empresas guerreras –del 'Dios lo quiere' de los cruzados, que ensangrentaron Jerusalén al 'Dios es el más grande' de los caballeros árabes en su carrera conquistadora desde el Golfo hasta el Atlántico-, ya no era suficiente para justificar la amplitud de la usurpación ni la brutalidad de la dominación.
Se esgrimió entonces el argumento de la superioridad del conquistador. España, que había fundamentado su existencia nacional en la noción de la pureza de sangre, basó la legitimidad de su imperio en la de la superioridad de la raza. Europa en su conjunto no se lo impidió.
¿Debemos ver en este paso de un repertorio religioso, a un registro racial uno del os efectos de la progresiva separación de las esferas religiosa y temporal, cada vez más visible a partir del siglo XVI?. Lo cierto es que, para los europeos, se trataba menos de propagar una verdad revelada que de basar su derecho a la dominación en la Razón. La generalización de esta evolución se percibe en el hecho de que los mayores propagandistas de la teoría de la superioridad de la raza son eclesiásticos célebres. Juan de Sepúlveda, famoso por su oposición al defensor de los indios Bartolomé de Las Casas, fue el principal defensor de un derecho 'natural' de dominación.
Siempre será justo y conforme al derecho natural que estas gentes (las 'naciones' bárbaras e inhumanas') estén sometidas al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas (...), y si rechazan este imperio, podemos imponérselo por medio de las armas, y esta guerra será justa, tal como lo declara el derecho natural (...). En conclusión: es justo, normal y conforme a la ley natural que hombres probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen a todos aquellos que no tienen estas virtudes
Juan Sepúlveda. Dialogum de Justis belli causis.
Pero en esta época el discurso europeo emprendió un camino singular, y comenzó a producir una ideología de la dominación fundamentada en la Razón. El argumento religioso, utilizado con profusión en las regiones del mundo donde primaba el monoteísmo por ejércitos deseosos de santificar sus empresas guerreras –del 'Dios lo quiere' de los cruzados, que ensangrentaron Jerusalén al 'Dios es el más grande' de los caballeros árabes en su carrera conquistadora desde el Golfo hasta el Atlántico-, ya no era suficiente para justificar la amplitud de la usurpación ni la brutalidad de la dominación.
Se esgrimió entonces el argumento de la superioridad del conquistador. España, que había fundamentado su existencia nacional en la noción de la pureza de sangre, basó la legitimidad de su imperio en la de la superioridad de la raza. Europa en su conjunto no se lo impidió.
¿Debemos ver en este paso de un repertorio religioso, a un registro racial uno del os efectos de la progresiva separación de las esferas religiosa y temporal, cada vez más visible a partir del siglo XVI?. Lo cierto es que, para los europeos, se trataba menos de propagar una verdad revelada que de basar su derecho a la dominación en la Razón. La generalización de esta evolución se percibe en el hecho de que los mayores propagandistas de la teoría de la superioridad de la raza son eclesiásticos célebres. Juan de Sepúlveda, famoso por su oposición al defensor de los indios Bartolomé de Las Casas, fue el principal defensor de un derecho 'natural' de dominación.
Siempre será justo y conforme al derecho natural que estas gentes (las 'naciones' bárbaras e inhumanas') estén sometidas al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas (...), y si rechazan este imperio, podemos imponérselo por medio de las armas, y esta guerra será justa, tal como lo declara el derecho natural (...). En conclusión: es justo, normal y conforme a la ley natural que hombres probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen a todos aquellos que no tienen estas virtudes
Juan Sepúlveda. Dialogum de Justis belli causis.
Si lo divino no está totalmente ausente de la argumentación de Sepúlveda, actúa simplemente como refuerzo "es justo y útil que sean siervos, y esto está sancionado por la ley divina misma. Porque está escrito en el libro de los proverbios: 'el tonto servirá al sabio'."
Los defensores de los indios, por su parte, destacaban la humanidad de estos últimos, pero sin rechazar del todo ésta jerarquía de seres humanos. El obispo Las Casas formula la versión humanista, en el sentido que se ha dado a este término en el siglo XX.
No hay naciones en el mundo, por más rústicas, incultas, salvajes, bárbaras, groseras, crueles e incluso estúpidas que sean, que no puedan ser convencidas, conducidas y encaminadas en el orden y en la civilización (...) con el empleo de habilidades y aptitudes (...) Así, sólo hay una raza de hombres (...) y nadie nace instruido; y así todos necesitamos al principio, ser guiados y ayudados por otros que han nacido antes que nosotros, de forma tal que, cuando encontramos en el mundo poblaciones tan salvajes, son como la tierra inculta, que produce fácilmente malas hierbas y ortigas, pero que guarda tanta virtud natural que, si se la trabaja y se la cuida, da frutos comestibles, sanos y útiles (...)
Bartolomé de las Casas. Apologética historia.
El buen eclesiástico nos proporciona aquí la primera versión del discurso de la carga del hombre blanco, y la idea según la cual el indio es un ser humano que no ha superado el estadio de la infancia estaba muy extendida entre los teólogos del siglo XVI. Los partidarios y los adversarios del método fuerte, cada uno a su manera, elevaron a los europeos a la escala de la civilización, no debido a una elección divina, sino a la preeminencia que les otorga un derecho natural de dominar a los otros.
Extraído del libro 'Occidente y los otros. Historia de una supremacía' escrito por Sophie Bessis
Los defensores de los indios, por su parte, destacaban la humanidad de estos últimos, pero sin rechazar del todo ésta jerarquía de seres humanos. El obispo Las Casas formula la versión humanista, en el sentido que se ha dado a este término en el siglo XX.
No hay naciones en el mundo, por más rústicas, incultas, salvajes, bárbaras, groseras, crueles e incluso estúpidas que sean, que no puedan ser convencidas, conducidas y encaminadas en el orden y en la civilización (...) con el empleo de habilidades y aptitudes (...) Así, sólo hay una raza de hombres (...) y nadie nace instruido; y así todos necesitamos al principio, ser guiados y ayudados por otros que han nacido antes que nosotros, de forma tal que, cuando encontramos en el mundo poblaciones tan salvajes, son como la tierra inculta, que produce fácilmente malas hierbas y ortigas, pero que guarda tanta virtud natural que, si se la trabaja y se la cuida, da frutos comestibles, sanos y útiles (...)
Bartolomé de las Casas. Apologética historia.
El buen eclesiástico nos proporciona aquí la primera versión del discurso de la carga del hombre blanco, y la idea según la cual el indio es un ser humano que no ha superado el estadio de la infancia estaba muy extendida entre los teólogos del siglo XVI. Los partidarios y los adversarios del método fuerte, cada uno a su manera, elevaron a los europeos a la escala de la civilización, no debido a una elección divina, sino a la preeminencia que les otorga un derecho natural de dominar a los otros.
Extraído del libro 'Occidente y los otros. Historia de una supremacía' escrito por Sophie Bessis