Perú: Conga, ¿cayo el telón…?


Gustavo Espinoza

Luego que las más altas autoridades de Newmont mostraran escepticismo en torno al cumplimiento del contrato minero de Conga y que el mismo Presidente del Consejo de Ministros declarara que el proyecto había quedado “suspendido”, muchos se preguntan si realmente se dio por concluido el tema. Por lo pronto, Pedro Pablo Kuczynski, uno de los más caracterizados voceros del capital transnacional en nuestro país, adelantó una opinión: “Conga, ya no va” dijo ante la sorpresa de un auditorio en el que los periodistas se mordían las uñas para arrancarle una “ampliación de sus declaraciones”, que no se produjo.
Por lo pronto, hay algunas cosas que han quedado definidas: el proyecto no marchará por lo menos hasta dentro de dos años, plazo establecido para la construcción de los cantados “reservorios” que -de acuerdo a la versión original de las autoridades- servirá para asegurar el abastecimiento de agua a los agricultores y habitantes de la zona; las garantías constitucionales han sido restablecidas en las tres provincias de Cajamarca que las tenía restringidas luego de los sucesos de Celendín, con lo que las organizaciones sociales de la zona han anunciado el reinicio de sus movilizaciones; y los sacerdotes intermediarios que asumieron el papel de “mesa de diálogo” quedaron con posibilidades recortadas de acción dadas las declaraciones del Presidente Regional de Cajamarca, Gregorio Santos, que puso agua fría de por medio.
No podría decirse, sin embargo, que en el caso de este proyecto, cayó el telón. De hecho no caerá nunca porque siempre estará despierta y atenta la voracidad de los monopolios que, si no pueden hoy, tentarán mañana una nueva oportunidad de llevarse la parte del león dejando algunos pequeños huesos para los inversionistas peruanos. Consorcios como Newmont y empresas como Yanacocha no dan fácilmente su brazo a torcer aunque de por medio estén planteadas transitorias imposibilidades materiales. Ellos lucharán hasta el fin para borrar ese escenario y promover los cambios indispensables a fin que -más adelante- el capital pueda salir con la suya tanto en bienes materiales cuanto en opción política.
En otras palabras, si las empresas llegan a la conclusión de que el gobierno no les proporciona las garantías indispensables para asegurar su inversión, no tentarán buscar esas “garantías”, sino más bien buscarán el cambio de gobierno. Poner otro, que sí reúna los requisitos que ellos exigen, haciendo uso del viejo aforisma de los años de Harry Truman, quien aseguraba que detrás de cada inversión norteamericana, habría un Destroyer para protegerla.
Nadie puede, entonces, en este marco, cantar victoria. Ni siquiera en el hipotético caso que el gobierno del Presidente Humala, finalmente resolviera cancelar el proyecto -con todos los riesgos que ello implica- podría decirse que las cosas quedaron definidas. Más temprano que tarde volverán las amenazas constantes, las presiones financieras y las acciones que los poderosos suelen aplicar en circunstancias como ésta, cuando sus intereses parecen correr peligro.
Por eso es muy importante que el movimiento popular no pierda el paso. Ni cante victoria antes de tiempo, ni precipite acciones que lesionen la cohesión del frente de lucha que se ha forjado -más allá incluso de la voluntad de sus líderes- a partir de una acción conjunta de gruesos sectores de la población. Quienes sostengan la idea que el conflicto “ya terminó”, se equivocan; como se equivocan también los que piensan que “ahora sí” será posible exigirle al gobierno una voluntad más firme.
En circunstancias como ésta es precisamente más necesario que nunca conservar -como decía Lenin- la cabeza fría y el corazón ardiendo. Hay que procurar hacer un balance objetivo del camino recorrido, reconociendo avances y rectificando yerros. Y emprender la ruta en un nuevo escenario que será distinto al anterior, aunque sí más rico en retos y en posibilidades. Por lo pronto, los dirigentes del conflicto -todos- deben entender que la ciudadanía los mira como si estuvieran en una urna de cristal, y mide cada una de sus acciones y sus pasos, juzgando todas las circunstancias de los mismos. Nada escapa a la mirada inquisitiva de los interesados, como nada, tampoco, a la de los adversarios. Cuidado. Entonces, con lo que se hace, y con lo que se dice. Medir acciones y palabras, es el consejo de un viejo conejo, que tiene plena actualidad.
En la nueva circunstancia, es indispensable renovar la confianza en el pueblo de Cajamarca, que ha demostrado una voluntad de acero y una capacidad de lucha que no asomaba en los últimos años. A lo largo de casi diez meses de acción resuelta, ha sido capaz de tensar todas sus fuerzas y mantener en vilo a la nación entera. Y hoy, no aspira al descanso, sino que se dispone a continuar con la batalla en defensa del patrimonio y de sus riquezas básicas.
Este pueblo merece que la dirección de su movimiento, sea digna de su cohesión y de su consecuencia. Por eso, sus dirigentes están llamados a colocarse a la altura de sus responsabilidades y a no confundir adhesiones de principio, con endoses partidistas o electorales. Y es que trastocar los planos y pretender usar el caudal popular en procura de beneficios de orden estrecho, sectario o personal, no tendría más efecto que minar la sólida cohesión que se ha forjado al calor de una experiencia casi inédita en nuestro tiempo.
Ahora es cuando, en efecto, hay que consolidar la unidad, organizar más y mejor a la población, elevar su conciencia política y su comprensión del proceso peruano, y promover las luchas sociales para construir victorias, y no derrotas.
No bastará, sin embargo, que eso se haga en Cajamarca. Es indispensable que la experiencia se generalice, y que en todo el país los trabajadores y el pueblo asuman la misma conducta militante.
Vivimos una etapa compleja y difícil en la que -como en el laboratorio del Doctor Fausto- no sólo existe una profusión de redomas y matraces, sino también oscuros recovecos que recorre el enemigo con soltura. Hay que tenerlo en cuenta ahora, cuando en el país se agudizan las tensiones sociales y surgen nuevos conflictos que remecen la conciencia nacional.
Los Maestros -lo hemos dicho siempre- tienen todas las razones del mundo para expresar su malestar y descontento. Sus luchas, serán siempre legítimas en el marco de una sociedad como la nuestra en la que el Estado continúa considerando a la Escuela Pública como la última rueda de un alicaído coche, y a la profesión docente como un apostolado romántico capaz de interesar sólo a la Madre Teresa de Calcuta. Por lo demás, está planteado el tema de la educación como trasfondo del conflicto, y el de los escolares, cuyo primer derecho -como lo dijera recientemente Gloria Helfer- es tener un buen Maestro.
Hay que seguir adelante en la tarea, entonces, sabiendo que siempre la lucha será dura, pero que ella será la única capaz de abrirnos un derrotero de victoria.

Fuente:  (NUESTRA BANDERA, especial para ARGENPRESS.info) - Imagenes: desdeeltercerpiso.com - 

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