El futuro de la sociedad también se labra en el campo

Sin atender las necesidades del mundo rural, no hay posibilidades reales de desarrollo sostenible para nadie. Aunque no siempre se tenga presente, la correcta aplicación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en el campo redunda en el bienestar de las grandes ciudades: recursos esenciales dependen de que se desarrollen nuevas formas de cooperación entre ambas realidades para poder asumir, de forma urgente, los grandes desafíos del siglo XXI.

Por: Eva Brunner, Ricardo Grande

Más allá de las carencias de infraestructura o inversión, una de las grandes dificultades que afrontan las zonas rurales es ser percibidas como un problema y no como solución. No se trata sólo de considerar su valor cultural o ecológico: su aportación como proveedoras de recursos tan básicos como alimentos, agua o incluso oxígeno —tan importante y tan dado por sentado— convierten estas áreas en verdaderamente estratégicas.

Ese pilar fundamental de nuestras sociedades sigue relegado en la agenda política, que continúa poniendo el foco del desarrollo en las ciudades. A pesar de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) nacen del principio básico de “no dejar a nadie atrás”, hoy las sociedades rurales siguen estando peor que las áreas urbanas en la mayoría de los indicadores de estas metas.
Unas tres cuartas partes de las personas más pobres del mundo viven en las zonas rurales de los países en desarrollo. Es decir, alrededor de 767 millones de personas viven con menos de 1,90 dólares al día y la mayoría dependen de la agricultura para sobrevivir.
“Me preocupa que los ODS se queden, como muchas otras de estas iniciativas de estos organismos, en grandes declaraciones de intenciones que los gobiernos entonan sin cambiar prácticas ni políticas —apunta Héctor Robles, responsable de la Oficina para México y Centroamérica del Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP)—. En México, los ODS han sido más un discurso que una realidad, particularmente en el mundo rural. Las políticas públicas siguen poniendo en el centro a la gran ganadería o a la industria que se vale de insumos contaminantes y, por supuesto, a las urbes”.
Como ha señalado la FAO, sin desarrollo rural no hay desarrollo sostenible; ambos conceptos son “sinónimos”. La importancia del campo debería bastar para que las políticas públicas de los gobiernos no lo desatendieran, especialmente desde que existe un compromiso global para asegurar el cumplimiento de los ODS. Para lograr la gran mayoría de dichas metas e indicadores, es indispensable avanzar en una profunda transformación de las sociedades rurales y de las formas en que nos relacionamos con el campo.
“Al menos ocho de cada 10 de los indicadores de la Agenda 2030 están íntimamente vinculados a lo que sucede en las sociedades rurales, y dos de cada 10 solo se pueden lograr en y con el campo”, apunta Auxtin Ortiz, director y coordinador regional para Asia del Foro Rural Mundial (FRM), una red que promueve la agricultura familiar y el desarrollo rural sostenible, compuesta por más de 31 millones de agricultoras y agricultores.
Invertir en la población rural es una solución a largo plazo para muchos de los grandes problemas que están enraizados, sobre todo en estas zonas, como el hambre, la pobreza, el desempleo juvenil o la migración forzada. Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), en el África Subsahariana, la inversión en agricultura es hasta 11 veces más efectiva a la hora de reducir la pobreza extrema que la inversión en cualquier otro sector.
Fuerzas productoras invisibilizadas
La agricultura familiar supone el modo de vida de más del 40% de la población mundial, unos 2.500 millones de personas. La mayoría dependen de pequeñas granjas familiares o cultivos para obtener sus ingresos y, a su vez, alimentar a sus compatriotas.
Las grandes urbes dependen del campo más de lo que suelen recordar. Alrededor del 70% de los alimentos en el mundo son producidos por pequeños productores. No obstante, la RIMISP señala que en América Latina la mayor parte del presupuesto destinado a actividades productivas rurales se concentra en la gran agricultura. El crucial papel de los pequeños productores, imprescindibles —pero invisibles—, cobra más importancia cuando se espera que para 2030 la demanda de comida aumente un 35%, (pese a que hoy en día se estima que un tercio de todos los alimentos producidos a escala global se pierden o se desperdician), y la demanda de agua y energía aumente un 40% y un 50% respectivamente, según el PNUD.
Una comunidad indígena del Amazonas recolecta cacao. CRIS BOURONCLE/AFP/Getty Images

El previsible crecimiento de los mercados alimenticios esboza tanto oportunidades como riesgos: “Necesitamos más políticas públicas que faciliten el acceso al crédito, a los insumos y a los mercados a los productores familiares —apunta Sylvie Guillaud, coordinadora regional para África del FRM, que organiza la VI Conferencia Global sobre Agricultura Familiarque reunió a múltiples actores del mundo rural en Bilbao durante la última semana de marzo—. Medidas que garanticen que las mujeres puedan acceder de manera igualitaria a los recursos, y que refuercen su derecho a la tenencia de la tierra”.
Si la transformación rural no es socialmente inclusiva y ambientalmente sustentable es probable que aumente la concentración de la producción alimentaria en grandes explotaciones comerciales y genere la exclusión de los pequeños productores. Si no se toman medidas para cambiar estas tendencias, la integración de los mercados agrícolas obligaría a 1.700 millones de agricultores y agricultoras a abandonar su actividad en las próximas décadas.
La inactividad política puede ahondar más en la situación de pobreza que sufren los habitantes rurales, una realidad que se ve agravada por otras problemáticas que enfrentan los habitantes de estas áreas: solo una tercera parte de la población rural tiene acceso a agua corriente frente al 80% de la población urbana, según la ONU.
El acceso a sanidad y educación se ve limitado en zonas rurales, afectando sobre todo a la infancia y a las mujeres. Tampoco mejoran los indicadores tecnológicos: apenas el 29% de los habitantes de las áreas rurales accede a la tecnología 3G.
El campo no constituye una realidad residual: “En México hay alrededor de 2.400 municipios, en 1.300 de ellos la población no supera los 2.500 habitantes —explica Robles—. Esto muestra que geográficamente seguimos teniendo una estructura rural que no se reconoce desde lo urbano. Las políticas suelen centrarse en las poblaciones urbanas por el alto número de habitantes que concentran, pero no están viendo el territorio en su totalidad”.
Con el objetivo de poner el foco en el mundo rural, la ONU aprobó a finales de 2017 el Decenio para la Agricultura Familiar 2019-2028 con el fin de promover mejores políticas públicas y ofrece una oportunidad única para equiparar los derechos reales de la población rural con la urbana. “A nivel global, los pequeños agricultores tiende a ser visto como pobres y no como productores —señala Robles—. Por ello, las políticas públicas, que generalmente se realizan en zonas urbanas, suelen orientarse a tratar la pobreza y olvidan su faceta de productores”.
“El mundo rural está infrarrepresentado en el debate de los ODS” —lamenta Guillaud—. Existe una incomprensible falta de confianza en los agricultores familiares para que alimenten el planeta. Es necesario un cambio de paradigma y dejar de pensar que el ámbito rural es arcaico y del pasado, cuando es la solución, no el problema”.
Desafíos y alianzas necesarias
Manifestación en protesta por la falta de infraestructuras en las despobladas áreas rurales de España, 
Madrid, marzo 2019.

“Hace falta un cambio de mentalidad muy serio y reflexionar sobre los paradigmas del desarrollo que establecen que un país que consiguen tener una economía volcada en los servicios ha alcanzado el pleno desarrollo, mientras que se considera que los países agrícolas son subdesarrollados”, apunta Ortiz.
Aunque las economías más desarrolladas han tenido como mantra de progreso reducir el sector primario en favor de la industria y los servicios, lo cierto es que lo rural sigue teniendo un papel esencial en la economía. No ya únicamente por la agricultura y ganadería, también por su repercusión en otros sectores, como el turismo o la protección medioambiental: los territorios rurales indígenasresguardan el 80% de la biodiversidad del mundo.
A la pobreza, el hambre, la falta de infraestructuras y de oportunidades, la desigualdad de género o la falta de acceso a servicios básicos se suman otros como el extractivismo minero y petrolero o la tala de árboles (especialmente cuando se realizan de forma ilegal), que están alterando drásticamente estos entornos. La deforestación, la contaminación del agua y la destrucción de la biodiversidad son problemas que afectan a toda la humanidad, pero que tiene consecuencias inmediatas en la supervivencia de muchas comunidades, sobre todo rurales.
Ante esta situación, muchas personas tienen que abandonar el campo, incluso su país, para poder buscarse la vida. “El mundo rural necesita garantizar el relevo generacional y el talento de los jóvenes —analiza Guillaud—. En África es un tema particularmente importante: la media de edad de los agricultores supera los 70 años”. En América Latina y el Caribe, el número de personas que viven en el campo y no pueden satisfacer sus necesidades básicas ha crecido por primera vez en una década y asciende a 59 millones.
El éxodo rural no es algo exclusivo de los países en vía de desarrollo. En Europa, la cohesión territorial también es una preocupación. La pronunciada despoblación en las autonomías del interior de España, que se ha agravado desde hace unos años, es una preocupación gubernamental. Solo 4,6 millones de ciudadanos ocupan lo que equivale al 70% del territorio; el 90% de los españoles se concentran en el litoral y Madrid.
Según la ONU, la población del mundo que vive en áreas rurales se redujo del 66% al 46% en solo 55 años; para el 2030, caerá al 40%. A su vez, el crecimiento de los sectores industriales y de servicios en muchos países en desarrollo —sobre todo en Asia meridional y África subsahariana—se ha quedado rezagado, y las ciudades son y serán incapaces de absorber a los numerosos nuevos demandantes de empleo.
“Quienes pueden presionar con más fuerza a los gobiernos para que reorienten sus políticas públicas y reconozca la importancia del sector rural, son las personas que habitan en las zonas urbanas — subraya Robles—. En México se ha construido una campaña hace un par de años que se llama ‘Valor al campesino’en la que se visibiliza el aporte del mundo rural al urbano”.

Innovación y tradición: el camino de la colaboración
Recolecta de azafrán en Italia. FILIPPO MONTEFORTE/AFP/Getty Images

El futuro no pasa por el inmovilismo o por transformar las comunidades rurales reproduciendo los problemas e ineficiencias del mundo urbano. Hay que ir más allá de las políticas cortoplacistas para impulsar el desarrollo rural sostenible. La innovación juega un papel importante para conseguir sistemas más eficientes y respetuosos con el medio ambiente, comunidades de las que la juventud no se vea forzada a marcharse. De nada servirán las distintas iniciativas sino hay sinergias, si no existe voluntad por parte del sector público y privado de tomarse en serio las áreas rurales.
La FAO plantea un cambio en cinco ejes: sectores agrícolas eficientes, incluyentes y sostenibles; protección social ampliada; gestión sostenible de los recursos naturales; empleo rural no agrícola (fomentando el comercio con las zonas urbanas y explorando otros sectores); y paquetes integrados de infraestructura, que lleguen más allá de los proyectos independientes puntuales. Este tipo de enfoques contribuyen a conseguir que los esfuerzos se centren en crear comunidades rurales más atractivas.
Las frecuentes carencias en transporte, energía e infraestructura para el agua son un gran freno al potencial rural. “Hay que trabajar para que las pequeñas agriculturas y los productores indígenas estén preparados para dar respuesta a las necesidades futuras —apunta Robles—. Para ello, es necesario contar con la innovación tecnológica y combinarla con sus técnicas ancestrales. Generar infraestructuras para que el campo esté conectado con la ciudad”.
Afortunadamente, cada vez gana más aceptación la concepción de que lo rural y lo urbano deben navegar teniendo en cuenta la una a otra. Como precedente inmediato, en la conferencia de la ONU Habitat III, celebrada en Ecuador en 2016, se estableció una Nueva Agenda Urbana que enfatiza en la relación de colaboración necesaria e inclusiva entre ambos mundos para cumplir con la Agenda 2030 y los ODS.
El desarrollo sostenible implica, también, revisar la concepción de desarrollo. “Hay que cambiar el modelo y el paquete tecnológico que se promovió con la llamada Revolución Verde más centrado en la producción de pesticidas, fertilizantes químicos y semillas mejoradas que solo responden a ciertas condiciones. Un paquete que está detrás de muchas de las pérdidas de suelo ahora y de su contaminación”, apunta Roble. Esa alianza no es sólo un camino hacia el desarrollo sostenible, sino que parece, cada vez más, el único viable a largo plazo. Ahora, sólo falta que el consenso académico y discursivo se convierta en políticas y hábitos reales.

Fuente: https://www.esglobal.org/el-futuro-de-la-sociedad-tambien-se-labra-en-el-campo/ Imagen de portada:
Recolecta de tomates en Vietnam. HOANG DINH NAM/AFP/Getty Images

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