Turberas de la Patagonia chilena: El ecosistema de más de 18 mil años que es clave para alcanzar la carbono neutralidad
Repartidas a lo largo de 3 millones de hectáreas y con una profundidad que puede alcanzar los 12 metros, este tipo especial de humedal que hay en el sur de Chile tiene más carbono capturado que todos los bosques del país. Académicos piden su protección e inclusión en planes de mitigación del cambio climático, ya que actualmente pueden ser explotadas para proyectos mineros.
Jorge Hoyos, investigador post doctoral del Centro de Clima y Resiliencia (CR2), leyó con atención una carta publicada en la revista Science en septiembre, firmada por las investigadoras Paz Durán y Olga Barbosa, que daba cuenta de cómo la propuesta de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero de Chile aborda de manera inadecuada el rol de los bosques en la captura de carbono, ya que le da preferencia a plantaciones como el pino y eucaliptus.
Hoyos ha dedicado los últimos años de su vida a investigar las turberas, un tipo especial de humedales que contienen una gruesa capa de suelo orgánico que se encuentra en distintas partes del mundo. Las investigó en el trópico y ahora lo hace en la Patagonia chilena, de mano del CR2 y de la Universidad de Magallanes. Y si bien está de acuerdo con la carta de Durán y Barbosa, decidió buscar los números de cuánto carbono capturan las turberas. Tanto la «captura» como el «secuestro» de carbono de ecosistemas naturales son claves para la mitigación del cambio climático, pues disminuyen el exceso de CO2 que hay en la atmósfera y que contribuye al calentamiento global.
Según la Conaf, la Patagonia chilena contiene 3,1 millones de hectáreas de turberas, el 24% de toda la superficie terrestre en la región de Magallanes. Son grandes extensiones de musgos rojos y verdes, campos de lagunas y vegetación que se han acumulado por más de 18 mil años. Acumulan toda la materia orgánica que cae al piso y que, al estar inundada, no se degrada. Así se forma una especie de «colchón» de gran profundidad. La investigación «Funciones y Servicios ecosistémicos de las turberas en Magallanes» cifra en 5,49 metros el promedio de profundidad. Jorge Hoyos dice que hay registros de turberas con más de 12 metros.
Jorge Hoyos, investigador post doctoral del Centro de Clima y Resiliencia (CR2), leyó con atención una carta publicada en la revista Science en septiembre, firmada por las investigadoras Paz Durán y Olga Barbosa, que daba cuenta de cómo la propuesta de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero de Chile aborda de manera inadecuada el rol de los bosques en la captura de carbono, ya que le da preferencia a plantaciones como el pino y eucaliptus.
Hoyos ha dedicado los últimos años de su vida a investigar las turberas, un tipo especial de humedales que contienen una gruesa capa de suelo orgánico que se encuentra en distintas partes del mundo. Las investigó en el trópico y ahora lo hace en la Patagonia chilena, de mano del CR2 y de la Universidad de Magallanes. Y si bien está de acuerdo con la carta de Durán y Barbosa, decidió buscar los números de cuánto carbono capturan las turberas. Tanto la «captura» como el «secuestro» de carbono de ecosistemas naturales son claves para la mitigación del cambio climático, pues disminuyen el exceso de CO2 que hay en la atmósfera y que contribuye al calentamiento global.
Según la Conaf, la Patagonia chilena contiene 3,1 millones de hectáreas de turberas, el 24% de toda la superficie terrestre en la región de Magallanes. Son grandes extensiones de musgos rojos y verdes, campos de lagunas y vegetación que se han acumulado por más de 18 mil años. Acumulan toda la materia orgánica que cae al piso y que, al estar inundada, no se degrada. Así se forma una especie de «colchón» de gran profundidad. La investigación «Funciones y Servicios ecosistémicos de las turberas en Magallanes» cifra en 5,49 metros el promedio de profundidad. Jorge Hoyos dice que hay registros de turberas con más de 12 metros.
Turbera no intervenida. Crédito: Jorge Hoyos
Según la investigación de Hoyos, las turberas de la Patagonia acumulan 4800 millones de toneladas de CO2. El cálculo es categórico y demuestra porqué es un ecosistema clave en la lucha contra el cambio climático: Hay 1548 millones de toneladas de carbono capturado por cada millón de hectárea de turbera. En los bosques de Chile, en cambio, hay 39 millones de toneladas acumuladas por millón de hectáreas.
«Las turberas son el sistema natural más eficiente en acumular carbono. Sí, claro que tenemos que proteger los bosques nativos, pero tenemos un reservorio enorme de carbono que también hay que cuidar», afirma el investigador.
Como todos los humedales, las turberas son ecosistemas frágiles que pueden ser degradados fácilmente. Ya sea por la explotación industrial, el impacto del cambio climático hasta plagas de castores que las irrumpen para construir represas. Según la FAO, las turberas son el tercer mayor emisor mundial de emisiones de gases de efecto invernadero en el rubro Agricultura. Esto porque son utilizadas mundialmente para la silvicultura, debido a ser material fértil. Las turberas son drenadas y, al hacerlo, se cambia la cubierta vegetal, se erosiona la diversidad biológica y se reduce la calidad del agua. La intervención de las turberas provoca la degradación del ecosistema y que gran parte de ese carbono capturado vuelva a la atmósfera.
Uso minero y agrícola
La extracción de la turba en Chile está regulada por el Código de Minería, ya que está regulada como una sustancia fósil que puede ser concesionada para su explotación. Un documento de Comisión Chilena del Cobre de 2017 expone el «potencial de la turba en la minería no metálica en Chile», aunque también reconoce que se trata de un «ecosistema de alta importancia ecológica por su rol fundamental en la conservación de la biodiversidad en la regulación del ciclo hidrológico, además de ser importantes sumideros de carbono».
En Chile el 80% de las turberas se encuentran en áreas silvestres protegidas. El resto, está disponibles para su explotación. Un decreto del Ministerio de Agricultura de 2018 entregó al SAG las herramientas legales para el manejo sustentable de la especie Sphagnum magellanicum, que está asociada a las turberas. Por un lado, obliga a que su extracción sea bajo evaluación del SEA, pero también «divide la turbera», según Hoyos, ya que regula la extracción de musgos ubicados en la parte de arriba, que se utilizan para silvicultura y pueden llegar regenerarse. Como es un material muy fértil, se utiliza para cultivos, como si fuera un sustrato. El fondo, material fósil, es lo que está regulado por Minería.
«Para extraer la turba lo que se hace es sacar pilas. Cortan un pedazo de suelo, lo ponen a secar y se lo llevan. Solo hacer eso, en 5 metros de profundidad promedio, expone a toda la capa inferior al aire, y al exponer materia orgánica se puede degradar muy rápidamente. La actividad de extracción de turba viene acompañada de la degradación del ecosistema, no solo de la superficie, sino que de la parte de abajo también. Y en el momento en que se empieza a degradar se libera a la atmósfera como CO2″, afirma el investigador.
Fuente: LaTercera.com - ecosistemas