Cómo la ciencia ha cambiado nuestro sentido de identidad de los seres vivos

En un reciente artículo publicado en la Revista Nature, Nathaniel Comfort nos hace esta provocativa pregunta. ¿Cómo la ciencia ha cambiado nuestro sentido de identidad?. El autor sugiere que muchos de los peores capítulos de esta historia son el resultado del cientificismo: la ideología de que la ciencia es la única forma válida de entender el mundo y resolver problemas sociales. El añade que, donde la ciencia a menudo ha expandido y liberado nuestro sentido de identidad, el cientificismo lo ha limitado.

A lo largo de los últimos 150 años, podemos ver que tanto la ciencia como el cientificismo han moldeado la identidad humana de muchas maneras. La psicología del desarrollo se centró en el intelecto, lo que llevó a la transformación del coeficiente intelectual, de una herramienta educativa en un arma de control social.
La inmunología redefinió el “yo” en términos de “no-yo”.
La teoría de la información proporcionó nuevas metáforas que reformulaban la identidad como residiendo en un texto o un diagrama de cableado.
Más recientemente, los estudios celulares y moleculares han relajado las fronteras del yo.
La tecnología reproductiva, la ingeniería genética y la biología sintética han hecho que la naturaleza humana sea más maleable.
La epigenética y la microbiología complican las nociones de individualidad y autonomía.
La biotecnología y la tecnología de la información sugieren un mundo donde el yo está distribuido, disperso, atomizado.
El autor de este artículo hace un recorrido histórico de la ciencia positivista occidental, empezando con Huxley, el llamado bulldog de Darwin. El señala que, si Copérnico sacó al Planeta Tierra del centro del Universo, el darwinismo sacó al ser humano, al Homo sapiens del centro del reino animal.
Huxley, Francis Galton, primo de Darwin desarrollan la idea de “eugenesia”. Ellos estaban convencidos de que el dominio del Imperio Británico dependería del carácter inglés enérgico y emprendedor. Surge entonces la idea de “mejorar” la herencia humana y se convierte en una potente herramienta del imperio. Huxley creía en el progreso y el triunfo humano estaba relacionado con la marcha inexorable de la ciencia, pero que esto chocaba con los llamados valores de la ilustración, como que todos los humanos son iguales, incluidos los aristócratas.
En el campo de la psicología, la identidad humana estaba en la inteligencia. Varios científicos como Binet y Théodore Simon y William Stern el estadístico británico y eugenista Charles Spearman, el psicólogo estadounidense Henry Goddard, con el eugenista Charles Davenport desarrollan las pruebas para medir el coeficiente intelectual (que se llegó a considerar como un rasgo heredado), y paso a paso científico, éste pasó se ser una medida del rendimiento de un niño, a un predictor del rendimiento futuro de cualquier niño; que te dice quién eres, una puntuación para el valor inherente como persona.
Desde inicios del Siglo XX, los eugenistas se obsesionaron con el tema de la inteligencia. Sostenían que ahí encontraba la raíz del crimen, la pobreza, la promiscuidad y la enfermedad. Cuando Adolf Hitler expandió la eugenesia para cubrir grupos étnicos y culturales enteros, decenas de miles de personas en todo el mundo ya habían sido “retiradas del acervo genético”, esterilizadas, institucionalizadas o ambas.
Otra ciencia que cambió nuestro sentido de identidad es la inmunología. A través de esta ciencia, la identidad humana se ubicó en el cuerpo. El rechazo a un injerto de tejido, las alergias y las reacciones autoinmunes se entendía como una crisis de identidad. El autor cita al historiador Warwick Anderson sostiene que durante los últimos treinta años, las metáforas, motivos y modelos inmunológicos han dado forma a mucha teoría y filosofía social, puesto que la inmunología a menudo ha servido para naturalizar afirmaciones sobre el yo, la identidad y la soberanía. El añade que la ciencia inmunológica que funciona como “naturaleza” en estos argumentos sociales y filosóficos se deriva de la teoría y filosofía social de entreguerras y la Guerra Fría, donde se moldearon fundamentalmente la ciencia del yo. Definir el yo se convirtió en la misión principal de la inmunología, lo que empezó como una metáfora, pero que rápidamente se sumergió en la preocupación dominante de definir el yo inmunológico en términos moleculares.”
Surgen nuevas metáforas, ahora provenientes de la cibernética y la teoría de la información. En 1954 Burnet (que hizo estudios sobre la tolerancia inmunológica a los tejidos trasplantados), propone “una teoría de las comunicaciones de los organismos vivos”. En el mismo período, a los biólogos moleculares les gustó las metáforas de la información. Después de la propuesta de la doble hélice del ADN en 1953, los biólogos moleculares encontraron nuevas analogías con las ciencias de la información, cuando se empezaron a usar palabras como ‘transcripción’, ‘traducción’, ‘mensajeros’, ‘transferencias’ ‘y’ señalización ‘; que el genoma “se deletrea” en un “alfabeto” de cuatro letras. Se discute como si se tratara un texto, ya sea un libro, manual o lista de partes.
De esa manera, las tecnologías de la informática y la industria informática crecieron juntos; y el yo de la posguerra se convirtió en una cifra para ser decodificada, las secuencias de ADN podrían ser digitalizadas, sus mensajes podrían ser interceptados, decodificados y programados, y en el ADN se conocía estaba el “secreto de la vida”.
En 1978, Patrick Steptoe y Robert Edwards consiguieron la primera fertilización in vitro humana, con el nacimiento de Louise Brown, y en 1996, con la clonación de una oveja Dolly con el equipo de Ian Wilmut, no se descartó la posibilidad de la clonación humana, lo que por mucho tiempo ha provocado una gran fascinación, y en torno a ésta, surgen algunas preguntas ¿Tendrían los individuos clonados los mismos derechos que los nacidos naturalmente? ¿Se deshumanizaría de alguna manera a un bebé concebido o diseñado para ser donante de tejidos? ¿Tenemos derecho a alterar los genes de los no nacidos? Ahora, nos enfrentamos a las herramientas de edición de genes, como CRISPR y otras.
Un profundo reduccionismo genetista localizó a la naturaleza humana en el núcleo celular. En 1902, el médico inglés Archibald Garrod habló de la “individualidad química” basada genéticamente. En la década de 1990, cuando los primeros se genera una gran cantidad de datos de secuencias genómicas, se puso en evidencia la variabilidad genética del ser humano, se habla de la “medicina personalizada”, del diagnóstico y de la terapia basada en el genoma. Se abarató el costo de la secuenciación del ADN, y es posible que pronto, el hacerse uno su propia secuenciación sea parte la cultura de masas. Garrod se ha convertido en el referente de la edad del genoma y en las sociedades con tecnologías avanzadas, la secuencia se ha convertido en el yo.
Pero eso no es todo. Ahora se sabe que el cuerpo humano contiene al menos tantas células no humanas (principalmente bacterias, arqueas y hongos) como las humanas, con profundos efectos sobre la digestión, el cutis, la resistencia a las enfermedades, la visión y el estado de ánimo. El ser biológico ha sido reformulado como un grupo de comunidades, todas en comunicación entre sí.
Se puede entender que una parte del cuerpo, un pozo negro, un vagón de metro, un aula, cualquier lugar con una comunidad característica, tienen una identidad genética. En dicha comunidad, la información genética pasa dentro y entre los organismos individuales, a través del sexo, la depredación, la infección y la transferencia horizontal de genes.
Esto se complica con la epigenética, que disuelve aún más los límites del yo. Los mensajes codificados en el ADN pueden modificarse de muchas maneras, y como respuesta al medio ambiente. El ADN se mezcla, recombina, hay secuencias que se ocultan, que no puedan leerse, se cambia el mensaje después de haber sido leído, su significado modifica en la traducción.
En la década de 1960, se creía que el ADN era un texto sagrado transmitido fielmente a las generaciones. Ahora se sabe que esto no es del todo así; que nuestra identidad no está en la secuencia de 4 letras codificadas en el ADN.
El autor concluye que el cientificismo define la identidad y el valor humanos en términos de los valores de la ciencia misma, como si solo la ciencia pudiera decir quiénes somos, y que frente al colonialismo, la esclavitud, las epidemias de opioides, la degradación ambiental y el cambio climático, la idea de que la ciencia y la tecnología occidentales son las únicas fuentes confiables de autoconocimiento no es sostenible.
Ahora bien, todo lo dicho para los seres humano se extiende a otros seres vivos. En el siguiente texto se analiza un proyecto que mira a la naturaleza como un cúmulo de genes listos para ser explotados.

Fuentes:
Anderson Warwick (2014). Getting Ahead of One’s Self? The Common Culture of Immunology and Philosophy. Isis 105:606 – 616
Comfort Nathaniel (2019). How science has shifted our sense of identity. Nature.
Sender Ron, Fuchs Shai y Milo Ron (2016). Are We Really Vastly Outnumbered? Revisiting the Ratio of Bacterialto Host Cells in Humans. Cell 164: 337 – 340.
Fuente: Boletín #11 de Naturaleza con Derechos -

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El banco de códigos de la biodiversidad
Una nueva asociación entre científicos y negocios apunta a secuenciar genomas de toda la vida en la Tierra, desbloquear el valor de la naturaleza, abordar la biopiratería y la pérdida de hábitat.

La iniciativa pretende replicar al Proyecto Genoma Humano, para crear una base de datos de código abierto para todas las plantas, animales y organismos unicelulares, con el argumento de que ello podría proporcionar el incentivo comercial para preservar la biodiversidad de la Tierra.
Hasta ahora, solo el 0,1% del ADN de las especies animales y vegetales ha sido secuenciado. Las nuevas técnicas que aprovechan la Cuarta Revolución Industrial están liberando valor económico de la biodiversidad, como los algoritmos de automóviles autónomos inspirados en hormigas, que a pesar de ser cientos las que transitan por un mismo espacio, no colisionan. Se quiere replicar su comportamiento para la automóviles no tripulados.
El proyecto fue anunciado en el Foro Económico Mundial.
El Proyecto Biogenoma de la Tierra (EBP) se justifica dada a la caída exponencial de los costos de la secuenciación genómica.
Mientras tanto, el Banco de Códigos de la Tierra (EBC) tiene como objetivo hacer que los “activos biológicos y biomiméticos” de la naturaleza estén accesibles para los innovadores de todo el mundo. Y de nuevo, su justificación es abordar la biopiratería y garantizar la distribución equitativa de los beneficios comerciales.
Usando como telón de fondo la llamada “sexta extinción masiva” en la que 20,000 especies están en peligro, una “aniquilación biológica” que representa un “asustador asalto a los cimientos de la civilización humana”, se lanza esta iniciativa pretendiendo decir que esta extinción se frenará si es que se llega a conocer el contenido genómico de todas las especies.
Ellos dice que la EBC impulsará los incentivos económicos para las comunidades locales y las empresas globales para preservar el medio ambiente. “Su objetivo es desbloquear el potencial de la biodiversidad del planeta e impulsar el mercado mundial de productos químicos, materiales, procesos e innovaciones bioinspirados que resuelvan los desafíos humanos emulando las estrategias probadas por la naturaleza”.
Y aquí se presentan dos falacias. La primera es que no son las comunidades locales las que son responsables de la sexta extinción, y la segunda es que una empresa petrolera o minera o de ganadería extensiva, con sus mercados y cadenas de valor ya bien establecidos no van a pasarse al negocio farmacéutico o de materiales.
Otro argumento que se usa es que de estas iniciativas surgirá la nueva generación de antibióticos, a partir por ejemplo se ranas amazónicas para combatir la amenaza de resistencia a los antimicrobianos; como si el problema de la resistencia bacteriana se resolviera con mueva moléculas, y no con un cambio en los paradigmas de la cría masiva de animales de granja o de salud pública.
Los promotores de esta iniciativa señalan que “al igual que el Proyecto Genoma Humano, que entregó al menos $ 65 a la economía de los Estados Unidos por cada dólar público gastado, así como innumerables beneficios para la salud humana, la medicina molecular y la comprensión científica, el EBP tiene como objetivo crear una bioeconomía inclusiva y permitir la conservación y regeneración de la biodiversidad”.
La asociación tomará 10 años y costará aproximadamente $ 4.7 mil millones, ahora posible debido a la caída en los costos de la secuenciación genómica. El Proyecto Genoma Humano, en comparación, tomó más de una década y costó $ 4.8 mil millones en 2017 para secuenciar el primer genoma humano.
El EBC funcionará proporcionando una plataforma abierta, global, pública y digital que registre y mapee los activos biológicos en la cadena de bloques. Este código bancario registrará la procedencia, los derechos y las obligaciones asociadas con los activos de la naturaleza, su propiedad intelectual, para rastrear su procedencia y uso. Cuando se crea valor al acceder a estos activos, los contratos inteligentes facilitarían la distribución equitativa de los beneficios a los custodios de la naturaleza y a las naciones de origen con diversidad biológica.
Se trata de un nuevo intento de instrumentalizar la naturaleza, de reducirla a códigos genéticos y de crear falsas expectativas sobre el futuro de la ciencia, la conservación de la biodiversidad, de la salud pública y de las comunidades tradicionales amazónicas.

Fuentes:
Fon Mathuros (2018). New Partnership Aims to Sequence Genomes of All Life on Earth, Unlock Nature’s Value, Tackle Bio-Piracy and Habitat Loss. WEF
Lewin et al (2018). Earth BioGenome Project: Sequencing life for the future of life
Davos, Suiza, 23 de enero de 2018. PNAS vol. 115 | no. 17 | 4325–4333
Fuente: Naturaleza con Derechos - Imagen: El Pais

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