Las manos visibles del capitalismo echan un pulso por el control del 5G

Como sabemos por la publicidad de operadores móviles y grandes superficies, el 5G ya está aquí. ¿Pero en qué consiste esta tecnología? A nivel técnico, el término 5G hace referencia a la quinta generación de redes sin cable que, supuestamente, tendrá 100 veces mayor velocidad que las actuales redes 4G. Su despliegue total requerirá nuevas torres de emisión y baterías para los dispositivos móviles. No hay muchas empresas en el mundo que puedan comprometerse a construir las infraestructuras necesarias. De este pequeño número, la líder en la mayoría de países es la china Huawei. Esto es porque su tecnología está ya presente en redes de generaciones anteriores. Así, Huawei es el contratista más fiable para implementar el 5G a ojos de muchos gobiernos.

Roy William Cobby
 
En Washington no lo ven tan claro. Las primarias demócratas se están caracterizando por los esfuerzos de los candidatos para distanciarse de Trump. Pero, en el asunto 5G, todos respaldan al presidente. Tanto la portavoz demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, como la administración Trump, coinciden en la peligrosa “sinificación” de la tecnología 5G y de futuros sistemas en la nube. El establishment norteamericano considera que construir sistemas informáticos clave sobre infraestructura china, ya sea para agencias públicas o empresas privadas, puede ser un riesgo para la seguridad nacional de los países de la OTAN.
Así, los estadounidenses han tomado medidas sin precedentes contra Huawei, arrestando a su director financiero, acusándolos de robo de propiedad intelectual y en general difundiendo noticias sobre sus supuestas relaciones con Corea del Norte y otros regímenes autoritarios.
Todo ello, a pesar del impacto de las sanciones sobre empresas autóctonas, como Apple. De hecho, dentro de la administración Trump, comercio (que promueve mayores sanciones) y defensa (dependiente de la tecnología china) pugnan por llegar a un acuerdo en el grado asumible de sanciones que se pueden imponer a China.
En el exterior, la ofensiva Trump se ha caracterizado desde el inicio por su campaña para reordenar las cadenas de valor global. Todas estas negociaciones comerciales se han producido de manera progresiva y relativamente informal; el reverso de la preferencia de Obama por grandes cumbres multilaterales y tratados como el TTIP. Al principio de su mandato, algunas voces en Wall Street y el mundo empresarial mostraron preocupación cuando el presidente Trump comenzó por centrar su atención en la Unión Europea. Los países exportadores del norte del continente dependen del mercado estadounidense, particularmente en el sector del automóvil.
Sin embargo, el foco estadounidense se redirige ahora a las incursiones de Huawei en el Viejo Continente. Paradójicamente, el primer golpe ha venido del “amigo especial” de Donald Trump, Boris Johnson.
A finales de enero de 2020, el Consejo de Seguridad de Reino Unido (presidido por Johnson y otros altos funcionarios) decidió aceptar a Huawei como suministrador de redes 5G en Gran Bretaña. Al mismo tiempo, se le aplicaron condiciones especiales de seguridad. Entre otras, se le prohibió superar el 35% de cuota de mercado, u operar en infraestructuras vitales como instalaciones nucleares. Esto se considera suficiente para prevenir posibles injerencias chinas. La decisión británica fue seguida por la de la Unión Europea, que ha permitido a sus miembros decidir unilateralmente su futura relación con Huawei.
Inmediatamente, la administración Trump reaccionó con furia, amenazando con medidas punitivas contra aquellos que permitan la entrada del gigante chino. Estados Unidos también ha sugerido excluir de inteligencia vital al gobierno de coalición español si no prioriza los servicios de las europeas Ericsson o Nokia; o de la surcoreana Samsung. Sin embargo, ninguna de las tres alternativas tiene presencia suficiente en redes 3G y 4G españolas, italianas, francesas o británicas como para generar confianza a los gobiernos y operadoras de telecomunicaciones del continente.
Solo Australia y Japón, actores importantes en la contención de China en el Pacífico, han sucumbido a la presión y roto sus relaciones con la empresa china.
Para las autoridades en Bruselas, es irónico que el Presidente Trump busque la aquiescencia europea en el asunto Huawei mientras que sigue presionando por lo que considera normas europeas “injustas” en sectores como la agricultura o el automóvil.
El fracaso de la estrategia punitiva podría llevar a los estadounidenses a buscar alianzas puntuales entre sus empresas y otros gigantes europeos, priorizando la zanahoria en lugar del palo.
Trump, como individuo, tiene una concepción de la política basada en su experiencia como heredero y magnate de los negocios. Su gestión del conflicto comercial con China se ha caracterizado por el énfasis en conseguir “el mejor trato posible”, como si se tratase de un intercambio inmobiliario. Incluso antes de la crisis del coronavirus, el presidente y su entorno concebían la relativa desaceleración industrial china como un síntoma de debilidad. Efectivamente, parecía el momento perfecto para lanzar un ataque agresivo.
Pero el poco entusiasmo que su visión genera en sus supuestos aliados constata la pérdida de hegemonía de los EE UU.
La falsa guerra comercial y el verdadero problema del capitalismo digital
La nueva directora del FMI, Kristalina Georgieva, lamentaba a principios de este año esta “guerra comercial” y sus efectos sobre la estabilidad de la economía mundial. Bajo los principios del Consenso de Washington, desarrollados durante los años 80 y 90, los aranceles o las sanciones de cualquier tipo son siempre negativas para el desarrollo económico.
Desde lo que llamaríamos “liberalismo vulgar”, además, sería hipócrita restringir a Huawei cuando técnicamente es un competidor más en un mercado global. Atendiendo a la reacción del establishment estadounidense, da la impresión que lo más flagrante es que una empresa de un país nominalmente comunista haya logrado competir y ganar a las empresas de los países capitalistas. Sería una suerte de “momento Sputnik” 2.0, cuando el liderazgo estadounidense de la postguerra se puso en jaque tras el lanzamiento del primer satélite artificial por parte de los soviéticos.
La lucha por el 5G, sin embargo, es mucho más que un momento Sputnik o una simple guerra comercial. Es obvio que, en paralelo al conflicto Huawei, existen una multitud de frentes en otros ámbitos. Tensiones marítimas en el Pacífico, restricciones a estudiantes chinos en Estados Unidos, capital chino adquiriendo infraestructuras en Europa… Hasta el testigo menos versado en política internacional puede advertir rápidamente que este asunto no es meramente un asunto de negocios.
De hecho, algunos economistas discrepan del apelativo “guerra comercial” para describir esta intensificada discusión sobre aranceles, subsidios y barreras. Desde un punto de vista pragmático, todos los países del mundo de facto intervienen de una manera u otra en el comercio global de siglo mercancías. Prueba de ello es que el mecanismo de resolución de disputas de la Organización Mundial del Comercio es una de las entidades internacionales con mayor actividad.
En efecto, la acusación de que Huawei ha alcanzado su liderazgo por el apoyo estatal chino es simplemente la constatación de una obviedad. Desde el cambio de, la estrategia industrial de inversión público-privada china se ha esforzado por penetrar en las cadenas de valor de hardware y software; mientras que Occidente ha preferido centrarse en el mayor valor añadido del software (con la notable excepción de Apple). Sin embargo, las agencias estatales de los EEUU tampoco se han atado las manos en el asunto de las 5G. Como criticaba el campeón del libre comercio The Economist, Trump por ejemplo bloqueó la adquisición de Qualcomm (fabricante de chips 5G) por una empresa de Singapur. Paradójicamente, la misma Qualcomm ha sido acusada en varias ocasiones de prácticas monopolistas en el mercado estadounidense.
En cualquier caso, está ampliamente documentado por economistas como Mariana Mazzucato o Robyn Klingler-Vidra que la revolución digital ha sido el resultado de décadas de inversiones estatales e intervencionismo público.
El siglo XX, el siglo del auge estadounidense, habría sido imposible sin una multitud de avances desde la cadena de montaje hasta los contenedores de transporte. Por el camino, sin embargo, los Estados occidentales han olvidado su rol de “emprendedor”. Líderes como Reagan, Thatcher, y sus sucesores han preferido ceder más espacio a las finanzas. Los fondos de inversión deciden dónde conviene dirigir el capital que producimos colectivamente con nuestro trabajo, o que los grandes rentistas extraen a través de alquileres o intereses. El Estado Chino y el Partido Comunista que lo dirige han preferido ignorar estas doctrinas neoliberales. Han emulado a los estados desarrollistas del occidente previo al desmantelamiento del consenso keynesiano, y participado selectivamente en la globalización. Hoy, aun con las enormes desigualdades y crisis puntuales como la del coronavirus, han demostrado el potencial de la política industrial a un Norte Global que todavía cree que la solución a todo es “más mercado”.
Al mismo tiempo, nadie debería ver espejismos progresistas en la gran estrategia china. A finales del siglo pasado, los pensadores del llamado “sistema-mundo”, como Wallerstein y Arrighi, supieron combinar la mirada doble al régimen económico y al geopolítico. Como Adam Smith, Polanyi y, por supuesto, Marx, entendieron la relación pendular del desarrollo tecnológico, la desigualdad entre naciones y los grandes conflictos.
El antiguo imperio está recuperando su viejo lugar en el mundo y ya no recurre al lenguaje maoísta de solidaridad entre países oprimidos. Más bien al contrario, empresas como Baidu o Alibaba emulan a Google, Facebook y Amazon en sus intentos por penetrar mercados Norte y Sur y sustituir a los Estados Unidos en sus esferas de debilidad. Los sistemas de penalización social digital y otras medidas de vigilancia auguran el surgimiento de nuevos Estados-plataforma, en que las tecnológicas aumenten sus usuarios y tasas de beneficio siempre y cuando colaboren con las autoridades para modelar la conducta de los ciudadanos. De nuevo, el teorema liberal de la competición como solución a la cartelización tecnológica es una proposición peligrosa. La competición, lejos de evitar la colonización de la vida, intensificará los intentos de las empresas como Huawei por ocupar los cuellos de botella que más datos gestionen, y por tanto más información factible de ser comercializada y aplicada ofrezca. La solución solo puede ser la democratización y colectivización de estos sistemas, como ya se hiciera con los grandes monopolios como el ferrocarril o el petróleo a comienzos del siglo pasado.
En cualquier caso, es patente que el capitalismo no ha logrado salir de su “estancamiento secular” desde la última gran crisis. Globalmente, reinan los bajos retornos de inversión y una contracción de los sectores productivos de la economía. En este contexto, albergar las empresas líder en la cadena de valor tecnológico como Huawei es un gran incentivo para gobiernos y sus apoyos en la gran empresa, por su alta tasa de retorno de capital.
Pero la carrera por asegurar el máximo número de usuarios posible esconde la privatización encubierta de la vida y los recursos comunes del modelo Silicon Valley. Desde un punto de vista sistémico, quizá no son los países los que están en “guerra comercial”; sino una nueva alianza entre el capital, las tecnológicas y los estados los que están en guerra contra la mayoría del planeta.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/5g/huawei-china-estados-unidos-trump-manos-visibles-capitalismo-echan-pulso-control-5g - Imagen de portada: Publicidad de Huawei en la Gran Vía madrileña. Álvaro Minguito - Otras Imagenes: SatiiTV.com - KaosenlaRed.net

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