En el Brasil de Bolsonaro crece el nazismo tropical: Existen 69 grupos que pregonan la superioridad racial en el estado sureño de Santa Catarina y que lo convirtieron en el territorio con más seguidores del führer en América del Sur.
¿Existe un nazismo tropical? como se pregunta en su tesis doctoral de 2007 la historiadora brasileña Ana María Dietrich. Todo indica que sí y está en su país. El estado de Santa Catarina y en especial el valle de Itajaí, es el Lebensraum o espacio vital alemán, que deviene de la doctrina de colonización hitleriana. En esa región del sur de Brasil, con la ciudad serrana de Blumenau como epicentro, Jair Bolsonaro sacó el 83,95 por ciento de los votos en la segunda vuelta que lo llevó a la presidencia contra el 16,05 de Fernando Haddad del PT. Sus guarismos electorales incluso fueron superiores en Timbó, un municipio de 7 mil habitantes donde elevó la cifra al 89 %. No es casualidad. La primera célula nazi en el país se fundó ahí en 1928 y germinó varias semillas.
Por Gustavo Veiga
Las corrientes migratorias germana e italiana les dieron su impronta a la zona. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial prevalecían las dos lenguas sobre el portugués. Había un estado alemán dentro del estado. Casi noventa años después, hoy existen 69 grupos que pregonan la superioridad racial en Santa Catarina y que lo convirtieron – solo por detrás de San Pablo – en el territorio con más seguidores del führer en América del Sur.
La doctora en Antropología Social de la Universidad de Campinas, Adriana Dias, realiza investigaciones sobre los discursos nazis en las redes sociales desde 2002. A fines de 2019 los medios brasileños difundieron su último trabajo que arrojó la constatación de que hay 334 células hitlerianas en todo Brasil. 69 de esos grupos los ubicó en Santa Catarina y 99 en San Pablo, pero la proporción sobre la población da un índice mucho mayor en el estado del sur. Hasta encontró secciones locales del Ku Kux Klan. La especialista declaró en una entrevista el 26 de noviembre pasado: “Este gobierno ciertamente alienta la existencia de células neonazis. Se sienten muy seguras hoy. La mayoría son pro-Bolsonaro y como éste ahuyenta a las minorías, con eso pueden continuar haciendo discursos de odio”.
En sus exposiciones Dias alega que los mensajes nazis llegan a unas 500 mil personas y comprobó hace años que se da “una explosión del movimiento de extrema derecha, así como una situación que empeora y se vuelve más radical. En mi panel de tesis me preguntaron si estamos cerca de que algún estado se convierta en neonazi. No tengo idea, pero mis datos son correctos. No sé si este tsunami podría ser detenido por un tsunami de izquierda”.
Blumenau es una ciudad que contando todo su municipio tendrá una población estimada para este año de 350 mil personas. La historia de su fundación en 1853 arroja un dato curioso. Porque le debe el nombre a un farmacéutico alemán de origen judío, Hermann Blumenau. Negado por los grupos supremacistas locales que ni lo mencionan, aun cuando hizo grandes contribuciones al crecimiento de la zona, se codeó con el célebre explorador Friedrich Humboldt y compartió experiencias con el naturista alemán Fritz Miller. La localidad se caracteriza por su arquitectura alemana con frentes de madera y su fiesta típica, la Oktoberfest que se realiza durante buena parte de octubre. Bolsonaro fue invitado a ella en 2019 pero declinó ir por problemas de salud.
A fines de la década del ’30, el 70 por ciento de los habitantes de Blumenau eran alemanes o descendientes de estos. Apenas un 10 por ciento hablaba el portugués y el 30 por ciento que comprendía la lengua oficial del imperio de Pedro II no se consideraba brasileño. El estado Novo de Getulio Vargas, primero aliado y después enemigo tardío de Hitler al que le declaró la guerra, votó la constitución de 1937 que prohibió cualquier tipo de lengua extranjera en las escuelas. Unas 138 de ellas fueron cerradas en Santa Catarina por esa y otras razones. La matriz alemana arraigada en el estado era compatible con el intercambio económico que existía entre los dos países: el Tercer Reich fue el segundo socio comercial de Brasil para la época, detrás de los Estados Unidos.
La simbiosis política, económica y cultural era muy fuerte. El partido nazi brasileño se convirtió en el más numeroso fuera de Alemania. Pero con la entrada de Brasil en la Segunda Guerra Mundial el 22 de agosto de 1942, la situación cambió radicalmente. Los simpatizantes del nazismo empezaron a ser detenidos, perdían sus trabajos, se les bloqueaban las cuentas bancarias y en Santa Catarina se prohibió hablar en alemán, italiano o japonés. El gobierno de Vargas temía que podría estimularse una secesión en los estados del sur: Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul. Los vínculos afectivos y políticos con la Alemania hitleriana y la Italia de Benito Mussolini eran muy grandes. Estos datos pueden leerse en trabajos de especialistas como Marlene de Faveri y Aluízio Batista de Amorim que estudiaron aquella época.
También en el artículo Entre la feijoada y el chucrut publicado en 2007 por Carlos Haag en la revista Pesquisa se detalla que “el partido nazi brasileño funcionó durante diez años en el país, actuando en 17 estados (incluyéndose improbables Bahía, Pará y Pernambuco), con 2.900 integrantes, un contingente sólo superado por el partido en Alemania. De los 83 países que tuvieron una ‘filial’ del NSDAP hitleriana, Brasil ocupa el primer lugar, delante de Austria, país natal del Führer”. El autor se apoya en el trabajo de Dietrich quien introduce el enunciado de “tropicalización” del nazismo.
La posta que tomaron con sus investigaciones la historiadora y la antropóloga Dias alienta la discusión del resurgimiento nazi en Brasil. La primera investigó que la Alemania de Hitler, a través del Instituto Tropical de Hamburgo, mandó a un grupo de científicos en 1936 para estudiar las condiciones en que vivían los alemanes que residían en el estado de Espírito Santo. La segunda ya había declarado en 2009 que en Santa Catarina vivían unos 45 mil seguidores de Hitler. El estado es gobernado por alguien que llegó al poder como aliado de Bolsonaro y empezó a darle la espalda: el llamado Comandante Moisés, abogado y coronel de reserva del cuerpo de bomberos militar.
Fuewnte: gveiga@pagina12.com.ar - Imagen: AFP
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Se acelera la militarización del gobierno en Brasil
Por Gustavo Veiga
Las corrientes migratorias germana e italiana les dieron su impronta a la zona. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial prevalecían las dos lenguas sobre el portugués. Había un estado alemán dentro del estado. Casi noventa años después, hoy existen 69 grupos que pregonan la superioridad racial en Santa Catarina y que lo convirtieron – solo por detrás de San Pablo – en el territorio con más seguidores del führer en América del Sur.
La doctora en Antropología Social de la Universidad de Campinas, Adriana Dias, realiza investigaciones sobre los discursos nazis en las redes sociales desde 2002. A fines de 2019 los medios brasileños difundieron su último trabajo que arrojó la constatación de que hay 334 células hitlerianas en todo Brasil. 69 de esos grupos los ubicó en Santa Catarina y 99 en San Pablo, pero la proporción sobre la población da un índice mucho mayor en el estado del sur. Hasta encontró secciones locales del Ku Kux Klan. La especialista declaró en una entrevista el 26 de noviembre pasado: “Este gobierno ciertamente alienta la existencia de células neonazis. Se sienten muy seguras hoy. La mayoría son pro-Bolsonaro y como éste ahuyenta a las minorías, con eso pueden continuar haciendo discursos de odio”.
En sus exposiciones Dias alega que los mensajes nazis llegan a unas 500 mil personas y comprobó hace años que se da “una explosión del movimiento de extrema derecha, así como una situación que empeora y se vuelve más radical. En mi panel de tesis me preguntaron si estamos cerca de que algún estado se convierta en neonazi. No tengo idea, pero mis datos son correctos. No sé si este tsunami podría ser detenido por un tsunami de izquierda”.
Blumenau es una ciudad que contando todo su municipio tendrá una población estimada para este año de 350 mil personas. La historia de su fundación en 1853 arroja un dato curioso. Porque le debe el nombre a un farmacéutico alemán de origen judío, Hermann Blumenau. Negado por los grupos supremacistas locales que ni lo mencionan, aun cuando hizo grandes contribuciones al crecimiento de la zona, se codeó con el célebre explorador Friedrich Humboldt y compartió experiencias con el naturista alemán Fritz Miller. La localidad se caracteriza por su arquitectura alemana con frentes de madera y su fiesta típica, la Oktoberfest que se realiza durante buena parte de octubre. Bolsonaro fue invitado a ella en 2019 pero declinó ir por problemas de salud.
A fines de la década del ’30, el 70 por ciento de los habitantes de Blumenau eran alemanes o descendientes de estos. Apenas un 10 por ciento hablaba el portugués y el 30 por ciento que comprendía la lengua oficial del imperio de Pedro II no se consideraba brasileño. El estado Novo de Getulio Vargas, primero aliado y después enemigo tardío de Hitler al que le declaró la guerra, votó la constitución de 1937 que prohibió cualquier tipo de lengua extranjera en las escuelas. Unas 138 de ellas fueron cerradas en Santa Catarina por esa y otras razones. La matriz alemana arraigada en el estado era compatible con el intercambio económico que existía entre los dos países: el Tercer Reich fue el segundo socio comercial de Brasil para la época, detrás de los Estados Unidos.
La simbiosis política, económica y cultural era muy fuerte. El partido nazi brasileño se convirtió en el más numeroso fuera de Alemania. Pero con la entrada de Brasil en la Segunda Guerra Mundial el 22 de agosto de 1942, la situación cambió radicalmente. Los simpatizantes del nazismo empezaron a ser detenidos, perdían sus trabajos, se les bloqueaban las cuentas bancarias y en Santa Catarina se prohibió hablar en alemán, italiano o japonés. El gobierno de Vargas temía que podría estimularse una secesión en los estados del sur: Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul. Los vínculos afectivos y políticos con la Alemania hitleriana y la Italia de Benito Mussolini eran muy grandes. Estos datos pueden leerse en trabajos de especialistas como Marlene de Faveri y Aluízio Batista de Amorim que estudiaron aquella época.
También en el artículo Entre la feijoada y el chucrut publicado en 2007 por Carlos Haag en la revista Pesquisa se detalla que “el partido nazi brasileño funcionó durante diez años en el país, actuando en 17 estados (incluyéndose improbables Bahía, Pará y Pernambuco), con 2.900 integrantes, un contingente sólo superado por el partido en Alemania. De los 83 países que tuvieron una ‘filial’ del NSDAP hitleriana, Brasil ocupa el primer lugar, delante de Austria, país natal del Führer”. El autor se apoya en el trabajo de Dietrich quien introduce el enunciado de “tropicalización” del nazismo.
La posta que tomaron con sus investigaciones la historiadora y la antropóloga Dias alienta la discusión del resurgimiento nazi en Brasil. La primera investigó que la Alemania de Hitler, a través del Instituto Tropical de Hamburgo, mandó a un grupo de científicos en 1936 para estudiar las condiciones en que vivían los alemanes que residían en el estado de Espírito Santo. La segunda ya había declarado en 2009 que en Santa Catarina vivían unos 45 mil seguidores de Hitler. El estado es gobernado por alguien que llegó al poder como aliado de Bolsonaro y empezó a darle la espalda: el llamado Comandante Moisés, abogado y coronel de reserva del cuerpo de bomberos militar.
Fuewnte: gveiga@pagina12.com.ar - Imagen: AFP
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Se acelera la militarización del gobierno en Brasil
Desde principios de febrero Jair Bolsonaro, el ultraderechista presidente brasileño, viene reforzando de manera vehemente sus reiteradas muestras de agresividad y desequilibrio emocional. Ese cambio en su siempre muy oscilante postura se hizo más evidente a partir de la ejecución del excapitán de la Policía Militar de Rio, Adriano da Nóbrega, en una acción conjunta de fuerzas de seguridad de su estado de origen y de Bahía, donde se encontraba refugiado desde hacía meses. Nóbrega formó parte de la élite de la Policía Militar de Río hasta 2014, cuando fue expulsado luego de tres detenciones bajo acusación de asesinato. De inmediato pasó al comando de la milicia conocida como “Oficina de la Muerte”, una agrupación de asesinos de alquiler que controla vastas áreas del conurbano de Río de Janeiro. Sus vínculos con la familia Bolsonaro son evidentes: como cuando el diputado provincial por Río, el hijo Flavio, actualmente senador, empleó en su despacho a la hija y a la ex mujer de Nóbrega, cuya única función era devolverle parte substancial de sus sueldos.
Por Eric Nepomuceno
En Brasil, muertes como esa son llamadas de “quema de archivo”: frente al riesgo de que la víctima cuente parte de lo que hizo y sabe, mejor silenciarla. En este caso, fue así: cercado por 70 policías, el solitario Nóbrega habría decidido enfrentarlos. En lugar de mantener la guardia y esperar por su rendición, optaron por liquidarlo.
Eso ocurrió al amanecer del domingo 9 de febrero. Y en los días siguientes, luego de un largo y comprensible silencio, Bolsonaro dio inicio a una profunda reforma de su ministerio.
Para la Casa Civil de la Presidencia, que funciona como una especie de jefatura de Gabinete, convocó a un militar en actividad, el general Walter Braga, que ocupaba la jefatura del Estado Mayor del Ejército. Desde 1980, todavía bajo la dictadura militar que Bolsonaro niega haber existido, ningún uniformado cometía la contradicción de ocupar la Casa Civil.
El puesto de ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, a su vez, le toca al general reformado Augusto Heleno.
Es la persona con más influencia directa (a excepción del trío de hijos) sobre Jair Bolsonaro. Conocido por su aversión radical a todo que suene a izquierda, se hizo famoso cuando comandó, bajo el mandato de Lula da Silva, las tropas “pacificadoras” que Brasil mandó a Haití, cuando ocurrieron seguidas masacres multitudinarias de haitianos.
Otro militar en activo, el almirante Flavio Viana Rocha, fue convocado para asumir la secretaria especial de Asuntos Estratégicos, que, aunque sin contar formalmente con rango ministerial, se reporta directamente a la presidencia.
Con eso, como el mismo Bolsonaro admitió, la sede presidencial, el Palacio do Planalto, que abriga cuatro ministros, fue “militarizado”: los cuatro despachos están ocupados, además del general Augusto Heleno, por otro general retirado, Luiz Eduardo Ramos, en la secretaria de Gobierno; la secretaría general de la Presidencia está en manos de un comandante retirado de la Policía Militar, Jorge Oliveira; y Braga conforma el trío formal de ministros.
De los 22 ministerios de Bolsonaro, 9 son militares. Además, conviene recordar que el vicepresidente también es un general retirado.
Sin embargo, lo que más impresiona es el número de uniformados esparcidos por todos los sectores del gobierno, que van de direcciones de fundaciones a integrantes de consejos específicos de diferentes ministerios: en total, rondan los 2.500.
Ni siquiera en tiempos de la dictadura militar (que duró de 1964 hasta 1985) hubo tantos.
Todo eso ocurre mientras queda claro de toda claridad que el tan ansiado repunte de la economía no ocurrió, la situación de más de un millón de jubilados abandonados a la propia suerte amenaza con transformarse en una más que seria crisis social, que el desempleo sigue a niveles estratosféricos, el sistema de educación pública (en especial las universidades federales) está al borde del colapso.
La vulnerabilidad del clan presidencial (un hijo senador, otro diputado nacional, otro concejal en Rio de Janeiro) frente a lo que podrá saltar a la superficie a medida de que avancen las investigaciones sobre el archivo quemado, el matador de alquiler Adriano da Nóbrega, acentuó de manera contundente la agresividad y el desequilibrio de Jair Bolsonaro.
Para enturbiar aún más el ambiente, el general Heleno decidió convocar a los simpatizantes del gobierno a salir a las calles para presionar el Congreso e impedir la implantación de un “parlamentarismo disfrazado”. Como se recuerda, Bolsonaro carece de canal de diálogo con los congresistas, que imponen seguidas amputaciones a los proyectos del Poder Ejecutivo.
Lo que se trata de entender ahora, dicen con razón analistas políticos, es si Bolsonaro decidió rodearse de militares de alta patente para imponer sus decisiones, o si los militares en actividad decidieron rodearlo en un intento inicial de contener sus desvaríos.
Fuyente: Pagina12.com.ar - Walter Braga fue nombrado por Bolsonaro al frente de la Casa Civil. Imagen: EFE
Por Eric Nepomuceno
En Brasil, muertes como esa son llamadas de “quema de archivo”: frente al riesgo de que la víctima cuente parte de lo que hizo y sabe, mejor silenciarla. En este caso, fue así: cercado por 70 policías, el solitario Nóbrega habría decidido enfrentarlos. En lugar de mantener la guardia y esperar por su rendición, optaron por liquidarlo.
Eso ocurrió al amanecer del domingo 9 de febrero. Y en los días siguientes, luego de un largo y comprensible silencio, Bolsonaro dio inicio a una profunda reforma de su ministerio.
Para la Casa Civil de la Presidencia, que funciona como una especie de jefatura de Gabinete, convocó a un militar en actividad, el general Walter Braga, que ocupaba la jefatura del Estado Mayor del Ejército. Desde 1980, todavía bajo la dictadura militar que Bolsonaro niega haber existido, ningún uniformado cometía la contradicción de ocupar la Casa Civil.
El puesto de ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, a su vez, le toca al general reformado Augusto Heleno.
Es la persona con más influencia directa (a excepción del trío de hijos) sobre Jair Bolsonaro. Conocido por su aversión radical a todo que suene a izquierda, se hizo famoso cuando comandó, bajo el mandato de Lula da Silva, las tropas “pacificadoras” que Brasil mandó a Haití, cuando ocurrieron seguidas masacres multitudinarias de haitianos.
Otro militar en activo, el almirante Flavio Viana Rocha, fue convocado para asumir la secretaria especial de Asuntos Estratégicos, que, aunque sin contar formalmente con rango ministerial, se reporta directamente a la presidencia.
Con eso, como el mismo Bolsonaro admitió, la sede presidencial, el Palacio do Planalto, que abriga cuatro ministros, fue “militarizado”: los cuatro despachos están ocupados, además del general Augusto Heleno, por otro general retirado, Luiz Eduardo Ramos, en la secretaria de Gobierno; la secretaría general de la Presidencia está en manos de un comandante retirado de la Policía Militar, Jorge Oliveira; y Braga conforma el trío formal de ministros.
De los 22 ministerios de Bolsonaro, 9 son militares. Además, conviene recordar que el vicepresidente también es un general retirado.
Sin embargo, lo que más impresiona es el número de uniformados esparcidos por todos los sectores del gobierno, que van de direcciones de fundaciones a integrantes de consejos específicos de diferentes ministerios: en total, rondan los 2.500.
Ni siquiera en tiempos de la dictadura militar (que duró de 1964 hasta 1985) hubo tantos.
Todo eso ocurre mientras queda claro de toda claridad que el tan ansiado repunte de la economía no ocurrió, la situación de más de un millón de jubilados abandonados a la propia suerte amenaza con transformarse en una más que seria crisis social, que el desempleo sigue a niveles estratosféricos, el sistema de educación pública (en especial las universidades federales) está al borde del colapso.
La vulnerabilidad del clan presidencial (un hijo senador, otro diputado nacional, otro concejal en Rio de Janeiro) frente a lo que podrá saltar a la superficie a medida de que avancen las investigaciones sobre el archivo quemado, el matador de alquiler Adriano da Nóbrega, acentuó de manera contundente la agresividad y el desequilibrio de Jair Bolsonaro.
Para enturbiar aún más el ambiente, el general Heleno decidió convocar a los simpatizantes del gobierno a salir a las calles para presionar el Congreso e impedir la implantación de un “parlamentarismo disfrazado”. Como se recuerda, Bolsonaro carece de canal de diálogo con los congresistas, que imponen seguidas amputaciones a los proyectos del Poder Ejecutivo.
Lo que se trata de entender ahora, dicen con razón analistas políticos, es si Bolsonaro decidió rodearse de militares de alta patente para imponer sus decisiones, o si los militares en actividad decidieron rodearlo en un intento inicial de contener sus desvaríos.
Fuyente: Pagina12.com.ar - Walter Braga fue nombrado por Bolsonaro al frente de la Casa Civil. Imagen: EFE