Los límites del patrón energético actual. Combustibles fósiles y medio ambiente.

Por Gian Carlo Delgado Ramos*
Desde su explotación como combustible, el petróleo ha registrado consumos exponenciales. Las cifras indican que se pasó de unos miles de barriles de crudo al año a mediados del siglo XIX, a más de 65 millones de barriles al día para fines del siglo XX. Los principales sectores de consumo de petróleo son la generación de electricidad, el transporte y la petroquímica.
El consumo energético sin embargo es desigual. Se calcula que los habitantes de los países con mayores ingresos consumen unas 21 veces per capita más que los de bajos ingresos. Cifras a nivel mundial precisan además que 2.4 millardos de personas utilizan biomasa tradicional (e.g., madera) para cocinar, mientras que 1.6 millardos no tienen acceso a la electricidad.
En plena discrepancia, algunas estimaciones calculan que el conductor estadounidense consume en promedio su peso en petróleo crudo cada semana. Esto dicho de otro modo, significa a nivel mundial, que los automóviles sobrepasan en peso a la población en una relación de 4 a 1 y consumen en combustible una cantidad de energía cercana a esa misma proporción que lo que la gente consume en alimentos.
De modo similar, la transportación aérea de pasajeros pasó de 25 millones en 1950 a casi medio millardo en el año 2000. El consumo de kerosene (base de la turbosina) representaba en ese último año el 10% del petróleo extraído.
Los datos anteriores son un botón de muestra sobre el hecho de que el grueso del consumo de combustibles fósiles está vinculado a los ingresos y por lo tanto a la variable de clase social puesto que a nivel mundial, según el Banco Mundial, hay conservadoramente alrededor de un millardo de personas sumidas en la pobreza extrema (menos de un dólar al día) y unos 2.5 millardos con menos de dos dólares diarios. Esto es: la mitad de la población mundial está prácticamente fuera de los supuestos “beneficios de la modernidad”. Por tanto, cuando se habla de patrones intensivos de consumo energético, en buena medida nos referimos al de una fracción de la población mundial; al de unas clases medias y altas que, carentes en general de conciencia socio-ambiental, presiona y avala en su cotidianidad la permanencia de patrones de consumo insostenibles. De ahí que según la Energy Information Agency (EIA), la demanda global de petróleo aumentará en un 60% para el año 2020 con un monto de unos 120 millones de barriles diarios.
Se trata de un escenario en el que, por si fuera poco, se está llegando al punto máximo de producción de petróleo convencional “barato” y de fácil acceso (excluye arenas bituminosas y otras formas de petróleo pesado; un factor que incrementa no sólo los costes económicos y ambientales de la producción de energía en base a combustibles fósiles, sino también aquellos relacionados tanto a garantizar el acceso a las reservas, como a velar por la “seguridad” de su extracción y transportación.
Diversos estudios de geólogos petroleros han calculado que la punta de la campana de producción mundial de petróleo convencional se alcanzará entre el 2007 y el 2020. Conocida como la “campana de Hubbert”, fue calculada por el ingeniero Marion King Hubbert para el caso de EUA, quien estimó que el punto cumbre (peak) se alcanzaría entre 1966 y 1972. El año pico de EUA fue en 1970 aunque no fue visible hasta 1971. Hubbert también estimó que el pico mundial se alcanzaría entre 1990 y 2000, sin embargo muchos de los datos de pozos petroleros que empleó no eran del todo precisos, además de que, desde entonces, la tecnología de extracción posibilitó ampliar ligeramente las reservas probadas de crudo.
Colin J. Cambell, otro geólogo petrolero, ha hecho cálculos actualizados y estima que el “pico” se tocará entre el 2008 y el 2010, esto es porque considera que el 80% de los pozos petroleros conocidos fueron descubiertos en 1973, mismos que en su gran mayoría ya están en fase de declinación. En el mismo sentido, Kenneth Deffeyes habla de un pico de entre 2003 a 2009, mientras que L. F. Ivanhoe, fundador del Hubbert Center for Petroleum Supply Studies en la Colorado School of Mines, coincide al señalar que el pico se alcanzará entre el 2000 y el 2010. Otros, como el geólogo Thomas Magoon del US Geology Survey (USGS) o el Oil & Gas Journal, son relativamente más optimistas y hablan de un rango de años de entre el 2003 y el 2020.
En este contexto, hoy por hoy, existen alrededor de unos 40 mil campos petroleros a nivel mundial. Cuando fueron descubiertos, menos del 5% comprendían el 95% de las reservas totales de petróleo. Geográficamente, dos terceras partes del petróleo se encuentran en Medio Oriente y más de tres cuartas partes en países musulmanes, de ahí que no sorprenda que en momentos en que la curva de la campana de Hubert llega a su pico, el mundo musulmán convenientemente se convierta, desde los ojos de ciertos países de Occidente, en anfitrión del “terrorismo global”.
Ahora bien, aunado a las limitantes que impone lo antes señalado, debe advertirse que la relación existente entre la cantidad de energía producida (dígase petróleo) y la energía requerida para dicho proceso (e.g., extracción de petróleo) ha caído constantemente y en relación directa al alcance del pico producción de cada pozo puesto que la extracción de la mitad restante se complica crecientemente. Para el caso del petróleo producido domésticamente en EUA, esa relación o EROEI (energy return on energy invested) ha sido crecientemente negativa al pasar de una correspondencia de 28 a 1 en 1916, a una de 2 a 1 en 1985 cuando comenzó su rumbo hacia números rojos. Tal tendencia negativa llega a tal punto que a principios del siglo XXI, EUA extrae y quema entre 5 y 6 barriles de petróleo por cada uno que es descubierto. La situación se compensa con importaciones de crudo, sin embargo la EROEI de ése también está cayendo al calcularse, hoy por hoy, en 8.4 / 11.1 a 1 (dependiendo de su origen); una caída constante al pasar de 100 a 1 antes de 1950; de 40 a 1 entre 1950 y 1970; y de 30 a 1 ya para 1970.
Y es que es de notarse entonces que, conforme la complejidad de las sociedades modernas incrementa el consumo o flujos/ciclos de energía, aumenta en igual medida la generación de entropía (o aquella energía que ya no puede ser convertida en trabajo) al tiempo que la capacidad de carga de los ecosistemas se disminuye como consecuencia de la generación exponencial de residuos. Así, a diferencia de civilizaciones pasadas, la dimensión y velocidad con que el sistema capitalista de producción depreda los recursos (incluyendo los energéticos) y produce entropía lo coloca en una situación en la que su propia sobrevivencia es puesta en cuestión. El sistema, sin embargo, ‘sigue con el acelerador a fondo’, siendo optimista del futuro, creyendo que el avance tecnológico será la solución. Como lo expresa Homer-Dixon, "…muchas personas son sólo pasajeros en este alocado viaje…a las que les gustaría bajar la velocidad […y es que] Todos necesitamos reconocer que el camino adelante no va a ser en línea recta, liso y sin obstáculos. Nos es imposible saber cuándo viene una curva u otros vehículos o cuándo aparecerán cruces inesperados, pero de lo que sí podemos estar seguros es que habrá muchos sucesos de ésos. Y, sin embargo, seguimos manejando todavía demasiado rápido […] Tenemos que darnos cuenta que, como nunca antes, la humanidad está haciendo más cosas, más rápido y a través de mayores espacios; generando cambios de una amplitud y velocidad nunca antes vistos en la historia".
El fenómeno de calentamiento global ya es ampliamente aceptado como producto, en gran medida, de la quema indiscriminada de combustibles fósiles pues se pasó de una cantidad constante de carbono en la atmósfera en los últimos 10 mil años de unas 280 partes por millón (ppm), a las 360 ppm en 1998 y a las 383 ppm en 2006.
No obstante, pese al notorio incremento en la presencia pública de discursos “verdes”, países como EUA y China siguen negándose a tomar medidas formales, puntuales y calendarizadas que mitiguen los efectos del calentamiento global, de ahí que se buscara pactar el principio de “responsabilidad diferenciada”, en vigor a partir de 2009, puesto que permite un vacio de compromisos puntuales y deja abiertas todas las “opciones” incluyendo la nuclear.
La negativa de parte de esos dos países, y más recientemente -en la reunión de Bali de diciembre de 2007- también de parte de India, es por demás llamativa. Tan sólo los primeros dos países devoran en conjunto el 40% de la energía mundial. Mientras China, con una gran población, se ha convertido en el centro maquilador del planeta, tan solo EUA con el 4% de la población contribuye con una quinta parte de la emisión de gases de efecto invernadero.
Tal polarización en las contribuciones de destrucción del medio ambiente es nítidamente observable en los mapas del Proyecto WorldMapper que han sido “ajustados” dimensionalmente en proporción a diversos datos que conforman lo que se conoce como huella ecológica, así como a las cifras sobre emisiones de CO2 del año 2000 (Imagen 1). Es de subrayarse que la huella ecológica mundial (indicador que calcula, en base al actual modo de vida, el espacio territorial necesario para producir los recursos y energía empleados y para asimilar los residuos generados por la humanidad), ya sobrepasa entre un 25% y un 39% al planeta Tierra, dependiendo de los cálculos. Es decir, necesitamos, en el mejor de los casos, un cuarto de planeta adicional para mantener los ritmos de consumo y desecho de principios del siglo XXI, mismos que en su gran mayoría corresponden a los países metropolitanos, seguidos por las economías asiáticas, principalmente China y Japón.
Instrumentos internacionales, como el Protocolo de Kyoto o su eventual sustituto a negociarse en Copenhague 2009 y que entraría en operación en 2013, son pues medidas limitadas y provisionales, sobre todo por la fuerte especulación que acarrea consigo el mercado de bonos de carbono (incluyendo la venta de aire caliente y que, en los hechos, no estimula una reducción importante en la emisión de gases de efecto invernadero como producto de una modificación de los patrones de producción y consumo que ya llegan a un índice de emisión que ronda las 70 millones de toneladas de CO2 cada 24 horas. La resistencia de cambio, tanto al patrón energético imperante como del ritmo despilfarrador de consumo, fue claro en las mencionadas negociaciones de Bali. Entonces y ante la fuerte negativa de EUA y sus “socios” de reducir para el 2020 entre un 25 y 40% las emisiones según los niveles de 1990 (a fin de mantener el aumento de la temperatura durante el siglo XXI entre 2 y 2.4º C), lo único que se acordó fue una escueta “hoja de ruta” en la que están ausentes todo tipo de medidas y compromisos puntuales.
En este contexto, recuérdese que los impactos de corto-mediano plazo de los gases de efecto invernadero incluyen la contaminación de la vegetación; la filtración de contaminantes a los mantos acuíferos y de ahí al resto de la cadena alimenticia; la lluvia ácida; enfermedades diversas como asma, problemas cardiovasculares, cáncer, irritación y alergias, etcétera. Los impactos de largo plazo o “indirectos” están esencialmente vinculados con las implicaciones del calentamiento global. Según los informes más recientes (2007) del Grupo de Expertos Intragubernamental sobre la Evolución del Clima (IPCC, por sus siglas en Inglés), de continuar la actual tendencia, se prevé un aumento de la temperatura de entre +1.8º C y +4º C para el año 2100 de entre un rango mayor que va del +1.1º C a 6.4º C.
Ya para el 2006 la NASA confirmaba que, en efecto, la Tierra había alcanzado su temperatura más alta en 12 mil años. Los costes de tal calentamiento se reflejarán, advierte el IPCC, en el incremento del número e intensidad de los fenómenos climáticos (tormentas, ciclones, inundaciones, sequías, etc); el desplazamiento y alteración de las reservas de agua dulce; la proliferación de enfermedades provocadas por vectores infecciosos; la pérdida de biodiversidad marina y terrestre; el derretimiento acelerado de los casquetes polares y el consecuente incremento del nivel de los mares y océanos; entre otros. En lo que refiere al último punto, vale mencionar que en 2007 se registró un récord en el derretimiento de la capa de hielo del Océano Ártico al alcanzar, según los cálculos del National Snow and Ice Data Center (Colorado, EUA), un mínimo de 4.2 millones de km2. Se trata de un fenómeno que permitió por semanas el despeje de hielo en el Pasaje Noroeste a lo largo de las islas del norte de Canadá.
Aún así, organismos como el Banco Mundial (BM) o el Banco Interamericano de Desarrollo, mientras por un lado elaboran discursos verdes y financian proyectos de “desarrollo sustentable” (muchos de ellos cuestionables por su función como facilitadores de esquemas de saqueo de recursos; por el otro lado, financian fuertemente proyectos que generan gases de efecto invernadero –el grueso vinculados al sector energía fósil. Se calcula que el BM gasta entre 2 y 3 millardos de dólares anuales en ése tipo de inversiones. Tan sólo, desde la Cumbre de la Tierra en 1992 hasta el 2004, había aprobado 28 millardos de dólares para financiar proyectos de extracción de combustibles fósiles, construir plantas de generación eléctrica, etc. El costo ambiental estimado: unos 43 millardos de toneladas de CO2. Súmese, además, el financiamiento de otros proyectos maquillados como “sustentables” pero que también contribuyen en un grado u otro a la emisión de gases de efecto invernadero como lo son las grandes represas o el estímulo a los agrocombustibles.
Por lo indicado, llama la atención que desde Bali se creara un “Fondo de Adaptación” bajo la administración del Global Environmental Facility (GEF), ente dependiente del BM y las Naciones Unidas (ONU) y fuertemente influido por EUA. El fondo, que estima ser de unos 18.6 y 37.2 millones de dólares, más que una herramienta seria y efectiva, apunta colocarse, al menos por el momento, como un instrumento útil para el “lavado verde” de un discurso que en el fondo sigue fuertemente arraigado a los intereses vinculados al patrón energético prevaleciente.
Por todo lo antes indicado, vale cuestionarse: ¿Hasta cuándo la elite de poder capitalista seguirá insistiendo en seguir montada a toda velocidad en el patrón de los combustibles fósiles? ¿Hasta qué punto del camino rumbo a la “sexta extinción” reaccionará la Humanidad? La ecología profunda no puede dejar a un lado el problema creado por el uso masivo de carburantes y la economía dependiente de todo ello. Otro modelo social, productivo y económico es necesario ya.
Publicado por: www.ecoportal.net
* Gian Carlo Delgado Ramos es miembro del programa “El Mundo en el Siglo XXI” del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Blog: www.giandelgado.blogspot.com. Este articulo fue publicado en el número 34 de The Ecologist en su edición para España y Latinoamérica. Se trata de un monográfico íntegramente dedicado a la ecología espiritual, a la ecología profunda.

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