Por una izquierda socialista, ecologista y feminista
Por Nichi Vendola
Yo creo que nosotros, hoy, para ser analistas refinados del sistema productivo, y para poder proponer la transformación radical del mismo, debemos analizar con perspectiva de género, debemos interrogar el mundo con el saber y los ojos de las mujeres, y debemos resaltar el nexo integérrimo que une economía y ecología. Lo aclaro: la izquierda cree que tras los días de trabajo en los que está la economía, vienen luego los días de fiesta en los que nos reconciliamos con la ecología. Se piensa que la ecología es una manera de reconciliarse con el mundo tras 6 días de devastación de la biodiversidad y el medioambiente.
Quisiera agradeceros la acogida y la estima, así como el afecto que me habéis manifestado. Os lo agradezco muy particularmente, empeñados como estamos en una búsqueda común. Y con premisas comunes.
Yo no estoy interesado en trabajar en favor de la unidad de los partidos hermanos, estoy interesado en unir las partidas (combates) hermanas. Ha sido un poco duro para los compañeros de mi partido escuchar mis palabras en el congreso fundacional de Sinistra, Ecologia e Libertà , cuando dije que debíamos formar un partido, pero que no tenía intención de fundar un fetiche. No es mi voluntad la de crear una forma clerical de la idea partido. Lo que quiero es un partido que sea un instrumento, una partida (combate), y me gusta mucho que este sea el sustantivo femenino de partido.
Voy a hablar de mí. Me he encontrado frente a la siguiente estampa: conminado a tener que elegir entre dos caminos. Yo vengo de una larga trayectoria comunista. He sido miembro de la Juventud Comunista y miembro del comité central del Partido Comunista Italiano. Yo vi morir a esa extraña criatura, que vivía en una profunda contradicción. Estaba ligado a la historia comunista, y a la vez, representaba una herejía.
Me decían constantemente que había dos caminos, dos aceras a elegir: una acera lleva hacia un horizonte de nostalgia, en donde de lo que se trata es de custodiar las lápidas, de celebrar las glorias del pasado. En cambio, la otra acera ponía el acento en las derrotas, y para no seguir perdiendo, lo que había supuestamente que hacer era pasarse directamente al campo del adversario. Como los adversarios habían ganado, había que cambiar de bando para acabar alabando las leyes del mercado. De un lado, pues, los nostálgicos; del otro, los apologetas del mundo tal y como es. Así era la elección.
Un compañero me preguntó una vez qué era la identidad, la identidad de la izquierda, la identidad de las luchas de movimiento obrero del siglo XX. No fui capaz de responderle con las fórmulas que había usado a lo largo de mi vida. Respondí, simplemente, muy influido por mis frecuentaciones de Chiapas, que la identidad es un camino: no quiero irme a la derecha para recuperar un papel que esconde y cancela la identidad del pasado; ni pensar que la identidad tiene que ser una momia. Yo creo que la identidad es un camino, y en un mundo que cambia a velocidad de vértigo, nuestra identidad es hacer camino.
Luego llegó la crisis. Nos ha sido presentada como un fenómeno natural. En el debate cotidiano se alude a menudo al asalto de los especuladores como si de objetos misteriosos se tratara. Como en las series dedicadas a los alienígenas, se nos dice: ¡ha llegado la crisis! ¡Los especuladores! Los presentan como si fueran OVNIS.
Pocos aluden al hecho de que la crisis es el fruto de 30 años de [contra]revolución liberal. A que es hija de una idea de la riqueza y de la producción nacida de una palabreja tan genérica como retórica: "globalización". Nosotros hemos quedado encandilados por esta palabra: "globalización". "Globalización" puede querer decir muchas cosas; puede significar todo, y lo contrario de todo: la globalización de los derechos, de la calidad de la vida, de la educación de los niños en el mundo… Lo cierto, empero, es que se ha desarrollado como una globalización que, dirigida por los mercados financieros, ha dado pie una modificación histórica de la forma del capitalismo.
Hoy vivimos en un régimen de capitalismo financiero que ha rodeado y devorado al capitalismo industrial. Tenemos que ser capaces de razonar bien sobre ello, porque no se trata sólo del poder económico; estamos hablando de la cultura general y de la antropología, que han sido transformadas en estos últimos 30 años.
Si la riqueza se produce con la riqueza y no con el trabajo, si entramos en aquello que decía Marx del ciclo de la fabricación del dinero por el dinero, el trabajo entonces ya no vale para nada. Obviamente no es así; pero hoy podemos afirmar que el trabajo ha abandonado el centro del escenario social, ha sido dejado de lado, se ha convertido en una mera competencia sindical, no es ya el centro de gravedad con el que se mide la sociedad: dime cómo trabajas y te diré en que sociedad vives.
Y aquí encontramos un elemento específico de subalternidad cultural de la izquierda: el haber pensado que debíamos desviar el foco de la atención, de la producción hacia el consumo. Hemos pasado de hablar de los productores a hablar de los consumidores. La izquierda se ha sentido más moderna tratando de organizar el consumo, olvidando las relaciones sociales de producción. Recuerdo ahora el famoso poema de Bertolt Brech, exhortando a los compañeros a fijarse en las relaciones de producción.
El primer punto, por lo tanto, es éste: la desaparición del trabajo de la agenda de la política. El segundo punto es la redistribución de la riqueza hacia arriba. Nunca como en los últimos 30 años ha sido tanta la riqueza transferida del mundo del trabajo al mundo de la renta financiera. En Italia, cada año, 3 o 4 puntos del PIB han sido literalmente transferidos del moderno proletariado urbano a los circuitos de la renta financiera.
Hasta ahora esta parte de mi discurso está cerca de la ortodoxia. Pero cuando resalto la centralidad de la producción, no pretendo distraerme de la cuestión de la reproducción social en todas sus formas. Yo creo que nosotros, hoy, para ser analistas refinados del sistema productivo, y para poder proponer la transformación radical del mismo, debemos analizar con perspectiva de género, debemos interrogar el mundo con el saber y los ojos de las mujeres, y debemos resaltar el nexo integérrimo que une economía y ecología. Lo aclaro: la izquierda cree que tras los días de trabajo en los que está la economía, vienen luego los días de fiesta en los que nos reconciliamos con la ecología. Se piensa que la ecología es una manera de reconciliarse con el mundo tras 6 días de devastación de la biodiversidad y el medioambiente.
Y la crisis ha llegado a Europa. Nosotros debemos observar con atención lo que está sucediendo. No debemos confundirnos e imaginar que estamos ante una de tantas etapas de dolor social.
Me gustaría elegir el 25 de abril de 1945 como una fecha que puede considerarse el inicio de la nueva Europa. La Europa que derrota al nazifascismo –a pesar de la persistencia de ramificaciones vivas como la representada por la España franquista—, la Europa que construye entonces el consenso más avanzado entre el movimiento obrero europeo y el capitalismo. Hoy estamos en un 25 abril de 1945, pero al revés.
No están limitando el welfare; se lo están cargando. No están limitando la soberanía de los estados nacionales; están amenazando a la democracia. No están transfiriendo al mercado algunas competencias adicionales; están sacrificando al estado como lugar de gestión de lo público. El estado solamente queda como un actor para la disciplina social. Ya no hay estado; sólo hay mercado.
Por eso nuestra batalla debe ser hoy más inteligente. Tenemos que tener como objetivo la ampliación de la platea; la indignación debe convertirse en energía política. Nosotros debemos ver no sólo el problema de la reconstrucción de la izquierda, sino también de Europa. La reconstrucción de Europa y la izquierda puede llegar a ser hoy lo mismo. Nuestra crítica al neoliberalismo tiene que tener como bandera una Europa nueva, la de los derechos colectivos. Así podemos hacer nacer una nueva izquierda de consenso y hegemonía.
Por eso debemos tener mucho coraje. No podemos tener rémoras dogmáticas, tenemos que sentarnos y discutir, mezclarnos, construir redes de buenas prácticas en Europa. Las familias políticas de Europa son todas viejas. Yo quisiera ser miembro de una familia para algunos temas, y de otras para otros temas. Pero lo que de verdad quisiera es una gran familia ampliada.
Un dirigente histórico comunista italiano ha concluido un libro suyo muy bonito describiendo el incendio de Troya, y a un Eneas estupefacto ante el espectáculo de su ciudad en llamas. Eneas mira Troya por última vez, recoge las cosas sagradas de su casa y se carga a la espalda a su viejo padre. Sabe que, tanto para los individuos como para los sujetos colectivos, la relación con el que estaba antes, con la propia genealogía, es fundamental. Sí, se carga a Anquises, el viejo padre, a las espaldas, y va lejos, hacia un río, el Tíber. No para reconstruir allí una minúscula Troya, sino una nueva ciudad. Su idea no es renegar del sentido de su vida; su objetivo, y creo también el objetivo de la izquierda, es retomar el camino, arriesgando todo lo que uno arriesga cuando atraviesa la mar, no para fundar una miniatura de nuestro gran pasado, sino para echar los cimientos de una nueva civilización.
Nichi Vendola fue parlamentario italiano entre 1992 y 2005, con el PCI, y tras la disolución éste, con el grupo Refundación Comunista encabezado por Bertinotti. Actualmente es gobernador de la región de Apulia y principal dirigente del partido Sinistra Ecologia Libertà (Izquierda, Ecología y Libertad - SEL), Este es un discurso de Nichi Vendola, pronunciado en Barcelona en un acto organizado por Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y el círculo de Barcelona de SEL junto a Joan Herrera y Joan Coscubiela en el Casinet d'Hostafrancs del barrio de Sants. Lo transcribió y tradujo para SinPermiso Ernest Urtasun Domènech. Noviembre de 2011. http://www.sinpermiso.info