Deconstruyendo el trabajo
Antonio García Salinero
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«Cada pancarta que proclama “queremos trabajo” proclama la victoria del capital sobre una humanidad esclavizada de trabajadores que ya no son trabajadores pero que no pueden ser nada más»
“Avanzar hacia formas de trabajo que contengan la finalidad en sí mismas significa buscar mecanismos para recuperar el tiempo de vida, es decir, para suprimir en la medida de lo posible la necesidad que tenemos de comprar nuestro derecho a la vida (prácticamente sinónimo del derecho al salario), alienando nuestro tiempo, nuestra vida” (André Gorz)
Introducción
En nuestra sociedad entendemos el trabajo como una actividad realizada por las personas o las máquinas mediante el cual se obtiene un beneficio económico; esta actividad nos permite a su vez estar incluidos en el triángulo producción-trabajo-consumo que define el mundo que vivimos. Esta idea de trabajo se fraguó en el siglo XVIII, junto con la idea de riqueza, de producción y la propia idea de sistema económico que dio lugar a la economía.
Evolución histórica
Las primeras sociedades humanas no estaban estructuradas por el trabajo, ni tan siquiera tenían un término para enunciarlo, ya que las actividades realizadas para el aprovisionamiento y la subsistencia estaban mediadas por la redistribución o la reciprocidad que configuraban su forma de estar-ser-hacer en los lugares que habitaban. Marshall Sahlins habla de la edad de la abundancia para destacar que la escasez no es una cualidad de estas sociedades, sino que las sociedades primitivas permitían cubrir sus necesidades con satisfactores técnicos-culturales que les eran propios.
Con la aparición de las sociedades jerarquizadas el desprecio aristocrático a las tareas rutinarias más comunes que implicaran la manualidad o el esfuerzo se empezaron a calificar de serviles o degradantes; derivadas de la aparición de la acumulación, las hazañas militares y el prestigio social, estas tareas que fueron quedando a cargo de mujeres y esclavos, quedando éstas en una relación de dependencia respecto a una élite que ejercía el poder.
En el siglo XVIII se produce una violenta ruptura con las condiciones precedentes, la tierra y el trabajo se convirtieron en mercancías y se les aplicaba el mecanismo del mercado, es decir, se trataron como si hubieran sido creados para la venta. Por supuesto, no eran realmente mercancías, ya que no habían sido producidas (como la tierra), y de ser así, no podían estar en venta (como el trabajo). Había oferta y demanda de trabajo; oferta y demanda de tierra. Por lo tanto, había precios de mercado para utilizar la mano de obra, los salarios, y un precio de mercado para el uso de la tierra, la renta.
Se extendió entre la población un afán continuo e indefinido de acumular riquezas, una visión utilitarista de la vida forjando la ilusión de que las personas podían crear riqueza monetaria mediante el trabajo, mirando a la tierra como un almacén de recursos a esquilmar al servicio de las ambiciones humanas.
El trabajo hoy
Vivimos rodeados de basura, el vertedero es el símbolo de nuestro tiempo, como nos recordó la película Wall-E, el trabajo se torna en un esfuerzo despilfarrado inútilmente en forma de empleo basura basado en la absurda idea de producir sin descanso cosas de usar y tirar.
Una vez que el trabajo es una meta social e individual, los pobres pasaron de pedir pan a pedir trabajo, y el burgués pasó a convertirse en un ‘creador de puestos de trabajo’. Una vez eliminadas las instituciones que daban sustento y cobijo a las personas en las sociedades anteriores al capitalismo (la familia, la comunidad, la tribu… o el gremio) como elementos que arropaban física y socialmente al individuo, el trabajo cobró cada vez más importancia como medio de relacionarse y promocionarse en el terreno profesional, económico y social.
El moderno individualismo no vino a liberar a las personas de las relaciones de dominación y explotación presentes en las sociedades jerárquicas anteriores, sino a justificarlas y mantenerlas bajo nuevas formas.
El valor del trabajo
Así el trabajo, presenta una percepción dual; por una parte se entendería como una condena atendiendo a su origen etimológico (tripalium: instrumento de tortura para amarrar al ganado y a los esclavos); y por otra parte un potencial medio de autorrealización, emancipación y responsabilidad ética hacia la sociedad.
Ante estas percepciones unos soñaron con la erradicación completa del trabajo penoso y degradante a través de la máquinas y otros vislumbraron una humanización del trabajo y las relaciones laborales, estos deseos se demostraron ilusorios; cuidar niños, enfermos y mayores son tareas que necesariamente han de hacer las personas , los trabajos pesados y repetitivos siguen siendo ineludibles. La escasa valoración de las tareas más duras y rutinarias ligadas al suministro y al cuidado diario tiene en nuestra sociedad escasa retribución monetaria que llevan a cabo principalmente las mujeres, además el abanico de retribuciones que se observan en las actuales sociedades tiende a distribuirse de forma inversamente proporcional a la penosidad de las tareas realizadas.
Trabajo y decrecimiento
Decrecer no puede significar otra cosa que plantar cara al proceso continuo de acumulación, desde la insoslayable urgencia ética de barrer de la historia humana el dominio y la explotación de las personas por otros seres humanos.
Romper el proceso productivo actual [producción-trabajo-consumo] requiere de diferentes ejes de acción como plantear la frugalidad como modo de vida. Consumiendo menos, poseyendo menos objetos de uso y menos bienes inútiles, alargando la vida de los que tenemos, compartiéndolos y reutilizándolos, cambiándolos por otros, socializando los bienes culturales. Disfrutando de la vida y buscar el placer en uno mismo y con los demás, desalineándonos de las necesidades inducidas por el marketing y la publicidad.
Debemos entender que todo proceso productivo y de generación de bienes y servicios se sustenta en un flujo de materia y energía finito y escaso, que afecta negativamente al equilibrio ecológico del territorio y del planeta en su conjunto. Promover servicios colectivos de transporte, restaurante, guarderías, etc.; haciendo que los cuidados sean responsabilidad social y cooperativa; repartiendo el trabajo y trabajando menos…
Habría que valorar y distribuir los trabajos más duros y socialmente necesarios aderezándolos con fiestas, canciones u otras distracciones gratificantes en aras de una cooperación social en la que todas las personas participen solidariamente; también compensando positivamente las tareas más laboriosas e ingratas a las personas que las soportan, penalizando a los escaqueadores que intentan aprovecharse de los demás.
El crecimiento constante implica el dominio de la lógica del mercado contra la lógica de la vida y de su sostenibilidad.
En este contexto decrecimiento significa vivir mejor con menos, eliminando las estructuras de dominación y opresión, liberándonos en lo posible de ese trabajo como condena, subvirtiendo valores y transmutando conciencias.
publicado en Ssociologos
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