Leucemia en Fukushima





Un Chernóbil a cámara lenta, apuntó Eduard Rodríguez Farré pocos días después del mayor desastre nuclear de todos los tiempos. No se equivocó. Seguimos en ello. Por primera vez hasta el momento el Gobierno nipón ha reconocido –martes, 20 de octubre- que un ex trabajador de la central nuclear de Fukushima Daichi, dedicado a trabajos de limpieza tras la hecatombe, sufre una leucemia.

¿Cuál es el origen de la enfermedad? Las radiaciones que se generaron tras el accidente nuclear de marzo del año 2011.
Se sabe que otros trabajadores de Fukushima Daiichi, una zona seriamente afectada por el tsunami de 2011, sufren de cáncer. Pero es la primera vez que el Ministerio de Sanidad nipón, la primera vale la pena insistir, “admite oficialmente una relación de causa y efecto entre las radiaciones y la enfermedad”.
Hay que solidarizarse con los trabajadores afectados, por supuesto, con los ciudadanos que pudieron ver dañada su salud. Hay que apoyar en lo que se pueda. Pero hay que seguir manifestando nuestra radical oposición a la más que peligrosa y no controlada industria nuclear.
El gobierno pro-atómico nipón piensa y apuesta por los intereses de las multinacionales niponas y no, en cambio y en primer lugar, en los riesgos que conlleva su apuesta para salud de la ciudadanía al defender de nuevo este tipo de energía y permitir la puesta en funcionamiento de muchas centrales atómicas del país. Estas noticias del primer caso de leucemia de Fukushima llegan después de una semana en la que Japón reabriera de nuevo su segundo reactor nuclear en el complejo Sendai en Kyushu. Como se recuerda, los reactores comerciales de Japón fueron parados, tras la movilización ciudadana, en mayo de 2012.
"Esto es un golpe masivo para la Agencia Internacional de Energía Atómica, la cual comunicó en septiembre de este año [2015] que no se esperaban ningún efecto a la salud debido a la exposición a la radiación emitido por el accidente", dijo la agencia ambiental NGO Greenpeace en un comunicado. Tienen razón.
Unas 44.000 personas han trabajado hasta el momento en la planta de Fukushima como parte de una limpieza de proyectos. Se calcula que unos 15 mil trabajadores han sido expuestos a radiación excediendo los 10 milisieverts. La exposición ocurrió en las proximidades de los edificios de los reactores dañados.
Hay que tomar tomas las medidas que sean necesarias para la protección de la ciudadanía, no para seguir abonando la cuenta de resultados de TEPCO, la corporación propietaria de Fukushima y otras centrales atómicas.
Nota:
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La primera víctima de cáncer de Fukushima no ha sido la primera, ni será la última





El gobierno japonés ha reconocido por primera vez un caso de cáncer provocado por la exposición a la radiación en la siniestrada central nuclear de Fukushima. Que las autoridades lo reconozcan, no significa que haya sido el primer caso ni el único. En términos de salud ambiental, se puede afirmar que lo peor de Fukushima está por venir. Se trata de un paciente varón, de 41 años, que participó entre 2012 y 2013 en las labores de limpieza y descontaminación de la central. Un año después de llevar a cabo dichas tareas ha desarrollado leucemia (cáncer de médula ósea), por lo que fueron evaluados los niveles de radiación acumulados en su medidor o dosímetro personal, resultando una exposición anual tres veces superior (15,7 milisieverts) a lo legalmente permitido (5 mSv). Las autoridades japonesas no han tenido más remedio que reconocer e indemnizar al sujeto como víctima de enfermedad laboral.[1] No obstante, es necesario recordar que los efectos cancerígenos de la radiación son estocásticos, es decir, no dependen sólo de la dosis, sino también del azar o “mala suerte”: incidencia de una partícula radiactiva en el lugar más inapropiado y en el momento menos oportuno. 
Que sea el primer caso reconocido, no significa ni mucho menos que sea el primer o único caso hasta la fecha. En Julio de 2013 falleció por cáncer de esófago Masao Yoshida, que dirigió las operaciones en el interior de la central desde que sonaron las alarmas por el maremoto. A los nueve meses de la catástrofe/accidente se vio obligado a dejar su puesto para recibir tratamiento médico [2]. La mayoría de los cánceres asociados a radiación tienen un periodo de latencia (asintomático) que puede extenderse de 1 a 20 años desde la exposición, con un pico máximo de casos entre los 4 y 10 años, por lo que podría decirse que lo peor está por venir [3]. 
La radiación nuclear daña nuestras células y las moléculas que las componen. Si la célula no muere, pero su código genético es dañado por la radiación (ADN), puede reproducirse y dar lugar a una estirpe celular anómala, es decir, puede originar una neoplasia o cáncer. Esto sucede con más frecuencia en los tejidos que presentan mayor tasa de reproducción, como la médula ósea, donde se forman las células sanguíneas y linfáticas. Por ello, leucemias y linfomas son tumores frecuentemente asociados a la exposición a radiaciones ionizantes, aunque no son los únicos. 
La fusión descontrolada del uranio en el núcleo de los reactores de Fukushima y la explosión de los edificios de contención, ocasionó la liberación de enormes cantidades de yodo radiactivo (yodo-131) al medio, sustancia muy volátil y efímera, pero altamente cancerígena. Un mes después de la catástrofe los niveles de yodo radiactivo en el mar superaban 5.000.000 de veces los límites máximos permitidos. La glándula tiroides, encargada de regular el metabolismo, necesita yodo para funcionar; si se ingiere o inhala yodo radiactivo, éste se acumula fácilmente en la glándula y acaba produciendo cáncer. En agosto de 2014 ya se habían detectado 57 casos de cáncer de tiroides en niños de los alrededores de Fukushima, 15 veces más casos de los que se dan en otras regiones del país no afectadas por la radiación [4]. 
Por ello la mafia japonesa (Yacuza) ha llevado a cabo una peculiar y macabra selección de personal para las tareas de limpieza de las inmediaciones de la central: indigentes, jubilados sin recursos, desempleados en apuros, todos varones, mayores de 40 años, y preferiblemente sin descendencia, con el fin de ahorrar costes y evitar demandas e indemnizaciones por enfermedades adquiridas durante dichas labores [5]. 
Huelga decir que la gran mayoría de estos costes ambientales, médicos, sociales, etc… son asumidos por el Estado, es decir por todos los japoneses/as, y no por la compañía eléctrica TEPCO, que es la que se ha estado beneficiando durante años de la explotación de la central. Actualmente quedan 130.000 personas evacuadas, que jamás podrán regresar a sus hogares, sembrar sus tierras, ni pescar en sus aguas, sin arriesgar su vida. Por desgracia, nada ni nadie pudo evitar el maremoto y sus víctimas directas, pero sí se podía haber evitado el mayor accidente nuclear de la historia: no parece muy prudente ubicar seis reactores nucleares junto a la fosa tectónica más activa del mundo. 
Pese a todo ello, la Agencia Internacional de la Energía Atómica, dirigida por Yukiya Amano, propone fomentar la construcción de nuevas centrales nucleares en todo el mundo “para reducir emisiones de gases de efecto invernadero y combatir el calentamiento global” [6]. Es posible que emita menos gases que la minería y combustión del carbón, pero la energía nuclear genera los residuos más duraderos y cancerígenos que se conocen, sin existir actualmente ninguna forma satisfactoria de almacenarlos ni desactivarlos, por no mencionar la amenaza militar/terrorista que suponen. 
Tampoco hace referencia al reparto de los inasumibles costes de una catástrofe como la de Fukushima, que ya ha costado a los japoneses 1.600.000.000 €, y cuyo coste integral superará los 80.800.000.000 € [7]. El mencionado informe de la AIEA ignora intencionadamente la eficacia y el menor impacto de las energías renovables como sustitutas de los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas), así como del uranio. En este sentido, es oportuno señalar que Alemania ha sido capaz de producir sólo con energía fotovoltaica 33 gigavatios/hora en los nueve primeros meses de 2015, el equivalente a 30 centrales nucleares [8]. 

Notas
Job Moya (tel. 639 119 729) es miembro de la "Plataforma Contra el Cementerio Nuclear en Cuenca" y ha sido portavoz de la misma.


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