Douglas Tompkins: Pensando En El Retiro
Por Roberto Farías
Douglas Tompkins (72) cumple 25 años en Chile, puso a la venta tres de sus granjas agrícolas y donará próximamente el Parque Pumalín al Estado. Se quedará solamente con un terreno y una renta para vivir los últimos años y, dice, “terminar su misión en la Tierra”.
La mañana en que lo entrevisto, el taxi que lo traía desde el aeropuerto hasta Puerto Varas a las cinco de la mañana, pasó por encima de sus anteojos. Douglas Tompkins dice:
“Wow, cuando no encontraba mis anteojos en el taxi pensé: ‘¡Oh, no! Alzheimer’. Pero se habían caído silenciosamente debajo de las ruedas”. E imita el sonido de un amasijo de alambritos y cristal.
Tompkins (72) viene llegando de Argentina. Desde hace una década pasa la mitad del año allá y la otra en el sur de Chile en su casa en Reñihué, en Palena. Con su mochila al hombro y su camisa abierta, no parece un millonario filántropo. Desde 1990, cuando dejó el mundo de los negocios, es un activista ecológico las 24 horas del día, junto a su segunda mujer Kris McDivitt. La suya es la obra filantrópica conservacionista más grande del mundo, con 8.000 km² de terrenos donados a Chile y a Argentina. Y, en cuanto a dinero, el donativo más grande en Latinoamérica con 500 millones de dólares.
Quizás porque algo así era demasiado bueno para ser cierto, desde 1990 ha sido blanco de sospechas. De él se ha dicho que es agente de la CIA; líder de una secta ecológica que quería cortar Chile en dos; que compraba tierras para revenderlas en un mercado dudoso; que se estaba apropiando del agua del futuro. Hasta que quería crear un nuevo Israel en la Patagonia.
Y ahí está: un viejecillo bajito, fibroso y sagaz como un animal salvaje. Como esos maratonistas africanos en versión neoyorquina, que tras 25 años de carrera parece haber dejado atrás a todos sus enemigos.
“Hemos visto pasar docenas de políticos: ministros, gobiernos, seis presidentes y nosotros seguimos con nuestro rumbo fijo como un buque”, afirma.
Y ha dejado atrás a algunos de sus enemigos como Longueira, Pérez-Yoma, Orpis…
Sí y otro que fue ministro, Gabriel Valdés. Cuando llegamos, ellos nos comenzaron a dar con un palo grande y quedamos un poco shockeados y sorprendidos. Comprar grandes extensiones de tierra genera desconfianza. Era algo nuevo y pasa en cualquier país. ¡Pero Eduardo Frei, el presidente de Chile! Él sí que fue nuestro enemigo. Incluso intervino en negocios entre privados. Hizo que la Universidad Católica de Valparaíso rechazara nuestra oferta por el fundo Huinay y se lo vendiera a Endesa.
Para muchos, el proyecto propiedad de Endesa Chile es solo parte de un freno al avance de Tompkins en esa provincia. En efecto, el fundo Huinay divide en dos el Parque Pumalín, cuestión que da cuenta de los resultados del intenso lobby realizado por el ex presidente Eduardo Frei y el ministro Belisario Velasco, entre otros, ante las autoridades de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, anteriores dueños del fundo. Desde entonces, el Parque Pumalín está cortado en dos; esa es la espina que tiene clavada Tompkins y que por 25 años ha impedido que se convierta en Parque Nacional de uso público, estatus que ya tienen otras donaciones suyas: las dos mil hectáreas de Corcovado y Yendegaia; y los que se están creando: el Parque Patagonia en la ex Hacienda Chacabuco, el Parque Alacalufes en Magallanes, el Melimoyu y dos reservas marinas y un par de zonas protegidas en las islas Guaitecas.
Pero parece que por fin Tompkins ganó la maratón. Luego de la intensa campaña Patagonia Sin Represas (que apoyó con 8 millones de dólares) Endesa parece haberse rendido: está en conversaciones para devolver el fundo al proyecto original.
¿Cree sinceramente que Endesa le cederá Huinay?
Los dueños ya no son españoles. La política de Endesa ha cambiado. Va bien encaminado un acuerdo para que lo traspasen al Estado junto con unas tierras del Ejército, y después se integren a Pumalín. Pero si tengo que ir a Italia o a Suiza a hablar con los nuevos dueños de Endesa, lo voy a hacer. Y si tengo que seguir esperando, también.
Ese es el doble 7 que necesita Tompkins para convertir a Pumalín en su Parque Nacional más grande y suturar la cicatriz que le hizo Frei a su proyecto en 1997. Sobre esto, dice:
“Pienso que Frei no me dañó a mí, sino a su propio país. Al final de su gobierno sus propios ministros Heraldo Muñoz, Ricardo Lagos y políticos como Letelier, Girardi y otros, me organizaron una cena para pedirme disculpas por el trato que nos había dado su gobierno”.
¿Ahí se hizo amigo de Ricardo Lagos? Se dice que usted le financió la campaña.
No. Con Lagos somos amigos desde que era ministro de Obras Públicas de Frei y apoyó por debajo, como se dice, nuestro proyecto. Pero jamás hemos aportado a candidatos. Solo financiamos campañas ecológicas. Sí han venido políticos a pedir. Uno de Chiloé fue el primero. Y le dimos unas camisetas a ver si se las ponía (se ríe).
Oír hablar a Tompkins de dinero no es muy común. Dice que casi se atraganta cuando vio sus lentes de titanio de 650 dólares mandados a hacer en Londres, hechos trizas en las manos del taxista. “¡El viaje en taxi más caro de mi vida!”, exclama.
¿No será, en el fondo, un tacaño?, pienso. Se dice que no dejará herencia a sus hijas cuando muera. Incluso el departamentito que tiene en el altillo de la casa Kuschel –una casona alemana de 1917 que restauró y donde funciona Tompkins Conservation– es bello y austero, como la celda de un monje. Pero por la cantidad de visitas que atiende, más parece el confesionario de un cardenal. Desde muy temprano recibe a arquitectos, abogados, agricultores orgánicos, ecologistas que quieren una palabra suya como una bendición. O sacarle un cheque, vaya uno a saber.
“No sé si es por falta de coraje que ahora mismo no estoy viviendo como un monje”, dice Tompkins. “Pero Kris (su mujer) y yo, tratamos de no gastar en lujos innecesarios, en simple consumo, usamos madera reciclada, restauramos casas antiguas, sacamos cosas de ferias de las pulgas, usamos la plata en cosas importantes”.
Nunca toman vacaciones. En este último invierno viajaron a Islandia, donde visitaron a activistas, estudiaron museos en pueblos chicos, porque están desarrollando una idea de museos locales, estudiaron agricultura orgánica y entrevistaron a distinta gente.
“Y, al mismo tiempo, recorrimos Islandia. Pero no fueron vacaciones tirados en la arena de una playa exótica. ¡Estaría muriendo de aburrimiento! Para mí, el primer paso a la tumba es detenerse. El que se jubila, ¡shuiff!, muere rápido”.
¿Le teme a la muerte?
Noooo. Nada de temor. No pienso en eso, pero últimamente le presto más atención a mi reloj biológico. Tic, tac, tic, tac.
¿Y qué le dice? ¿Que pare?
Noooo. Me dice que me apure, que tengo que hacer todo esto antes de que me pille la muerte. Uno tiene cuánto tiempo en la tierra, ¿80, 100 años como máximo? A nivel geológico la vida de un hombre es un abrir y cerrar de ojos.
Escribió en un libro: “Ser dueño de la tierra es algo totalmente transitorio”. ¿Por lo mismo no quiere dejar herencia?
No creo que las herencias sean buenas para la formación de los hijos. Mis dos hijas hace mucho tiempo que ya saben eso. No voy a dejar una zanahoria para que mis nietos la tengan ahí delante de su cara, esperando recibirla. Eso frena el desarrollo de las personas, no las motiva a crecer, a desarrollarse. ¡Con Kris vamos a dejar cero peso en herencia! Solo dejaremos un poco de dinero para vivir bien en el último tiempo y nada más. Todo nuestro capital se destinará a donaciones en Chile y en Argentina para conservación. Sé que en Chile es mal visto no dejar herencia.
Pero sus nietos de todos modos están asegurados, pues Susie, su ex mujer y la madre de sus dos hijas siguió con la ropa de marca Esprit y hoy es aún más rica que el propio Douglas.
“¡Ella sí apoya a políticos. Hoy es una de las principales financistas de Hillary Clinton!”, se ríe Tompkins.
¿Qué piensa de los millonarios chilenos?
Que no son generosos. Pero no por sí mismos, sino porque la cultura filantrópica no es muy fuerte en Chile. En cambio, es parte de la cultura norteamericana. Cuando yo tenía 10 años, en las cenas sociales mi padre discutía sobre filantropía. Era el premio por haber obtenido una vida acomodada: devolver algo a la sociedad. Es muy gratificante contribuir al bienestar de la sociedad: en el caso mío salvando algo de naturaleza para la humanidad. Yo creo que hay millonarios chilenos que han cambiado. Sebastián Piñera es conservacionista; Nicolás Ibáñez nos compró un fundo con fines conservacionistas, Juan Claro, también. Otros donan “para callado” a iglesias, niños y otras causas. Si nuestro ejemplo ayudó a formar esa noción filantrópica, somos felices.
“Pienso que (los millonarios chilenos) no son generosos. En Chile la cultura filantrópica no es muy fuerte, como sí lo es en la Norteamericana (…) Es gratificante contribuir al bienestar de la sociedad: en mi caso, salvando algo de naturaleza”.
Pero su tipo de filantropía no es firmar cheques, sino luchar por una causa, hacer Parques Nacionales.
Sí, claro. ¡Y es un dolor de cabeza en burocracia! ¡Hasta para los propios burócratas! La gente no sabe que para convertir una tierra en parque intervienen cinco ministerios y muchos servicios. Hacen informes, emiten objeciones. Luego viene otro gobierno. Cambia todo y vuelta a empezar.
Tompkins, como hijo de un anticuario y una decoradora de Millbrook, NuevaYork, es un obsesionado por la estética. Aunque nunca terminó la secundaria ni estudió en Yale como sus padres y abuelos, amasó 500 millones de dólares en la industria de ropa de montaña y deportiva (era dueño de la marca Esprit junto a su primera mujer), debido principalmente a su buen gusto en el diseño.
Cuando adquirió la casa Kuschel en 1993 en Puerto Varas la mandó a repintar una y otra vez hasta que dio con el color preciso: una mezcla inigualable de verde, gris, blanco y celeste tan precisa que Sherwin Williams la bautizó en su catálogo sureño como “verde Tompkins”. Mandó a hacer los sillones y los muebles a medida. También los cuadros con enormes fotos en blanco y negro. Hasta las repisas de la tiendita de souvenirs salieron de un croquis suyo, cuenta una asistente.
Lo mismo ha hecho desde hace 25 años en Pumalín, Corcovado, otros 8 grandes parques, 22 estancias, 16 fundos y 4 campos agrícolas que posee junto a su segunda mujer, Kris, y que en parte ya ha donado a Chile y a Argentina.
“Todas las instalaciones, caminos, restoranes y casas que hemos hecho. Toda la infraestructura, es muy bella y de un diseño muy particular. De nivel internacional. Cuando entreguemos Pumalín, lo haremos llave en mano. Aquí está, úselo”, dice.
Y es cierto: en comparación a los parques nacionales que administra Conaf –salvo los carísimos hoteles concesionados a extranjeros–, casi parecen mediaguas al lado de los parques de Tompkins.
“No es solo conservar tierras para parques. También compramos esos campos en muy mal estado para repararlos y restaurarlos. Pero todo lo hacemos con nuestro concepto de belleza”, explica.
Sus trabajadores sufren con sus gustos preciosistas. Manda a rehacer un cerco si lo encuentra feo. O a derribar una pared. O a repasar un predio una y otra vez hasta lograr una poda precisa. A allanar una pradera hasta que la inclinación sea perfecta para la vista del paisaje. En esos detalles se la pasa la mayor parte del tiempo.
“Lo bueno es bonito; si es bello, es bueno; esa es mi filosofía ¿O no le gusta a usted la chica más bonita? Lamentablemente siempre encontramos una idea nueva para construir otra cosa. No importa que salga más caro”.
Muestra las fotos de su hacienda Laguna Blanca en Corrientes, en el nordeste argentino. En 2007 decidió sembrar distintos granos en una pradera muy ondulada. Con su particular ironía puso un aviso en la prensa local: Se busca tractorista-artista.
“Porque realmente lo que necesitábamos era un hombre capaz de entender lo que estaba haciendo. No solo picar la tierra. Sino entender todo el conjunto como belleza”, dice.
Hizo una verdadera pintura agrícola en torno al río Paraná, con sinuosos cultivos rojos, amarillos, verdes. Una paleta de avena, trigo, soja, linaza, raps. “¡Llega gente de todo el mundo a ver esta maravilla!”, afirma extasiado.
En su departamento en Puerto Varas, en el altillo blanco y pulcro, hay una chimenea rodeada de hermosos canastos para leña hechos a mano. ¡Hasta la leña parece picada por un artista!
Nos interrumpe una asistente, tiene que llevar a Doug al oculista. Al salir de la casa Kuschel, dice: “Mira eso” e indica un cartel tipo municipal que declara la casa Monumento Histórico. “¡Es muy feo! Si pudiera sacarlo lo habría echado al fuego”.
En el camino le pregunta a su asistente si habrá alguien capaz de reparar sus caros lentes británicos. Ella titubea, desvía la conversación. “¿Doug con unos lentes parchados? Ni soñarlo”, dice la asistente después, en la sala de espera.
Tompkins construirá su última casa en El Amarillo, al sur de Chaitén. Pero antes está embelleciendo el pueblo. “Estamos dando subsidios para hacer un lifting a las fachadas y ayudando a que los habitantes mejoren el interior de ellas”.
Cuando se unan las dos partes de Pumalín con Huinay será un parque público de 120 kilómetros de largo por 53 promedio de ancho, que irá desde Hornopirén hasta Chaitén y desde el mar hasta la frontera. El cuarto parque público más grande de Chile y el doble de grande que Torres del Paine. Y uno de los más interesantes: tendrá las inmensas paredes de granito que hay en el valle Vodudahue; una veintena de lagos, cascadas, una docena de anchos ríos. Y todo el sistema de fiordos de Chiloé continental; uno de los siete sistemas de fiordos en el mundo y el único que está sin protección. Y al centro, dominando todo como una gallina protectora, el volcán Michimahuida.
“Será una de las últimas donaciones en Chile. Pero será la más grande: 300.000 hectáreas. Y la más querida para mí. Yo pienso que Bachelet va a aceptar nuestra propuesta antes de finalizar su mandato”, dice.
Pero también pensó eso de Piñera y no lo logró. Con Pumalín terminado, toda su fortuna y su trabajo habrá sido volcado en conservar la naturaleza: 8.000 km² y 500 millones de dólares.
Todo nuestro capital se destinará a donaciones en Chile y en Argentina para conservación”.
¿Cómo quiere que lo recuerden?
Por esto. Lo prefiero a una estatua. La gente va a caminar encima de esa tierra; es más bonito que una tumba ¿O no?
Discretamente está preparando su retiro. Puso a la venta dos de sus granjas que tiene en Chile y el fundo Reñihué, el primer predio que compró personalmente en 1990 al verlo desde su avioneta y donde hizo la casa en la que ha vivido todos estos años la temporada que está en Chile.
“Dejaremos pronto el fundo Reñihué, es cierto. ¡Pero es solo una casa! No siento apego. Está a la venta Pillán también y casi listo Vodudahue. Pero es algo lento. Queremos que otros dueños con conciencia ambiental los protejan. Es bueno que haya un flujo de producción y trabajo en la zona”, explica.
Sus granjas y estancias (tiene 4 en Chile y 22 en Argentina) son otra forma de conservación. Restaura su degradación, hace agricultura orgánica demostrativa y las cede o las vende con fines conservacionistas. Pillán es una de ellas. Ahí produce la miel Pillán Organics que está en los supermercados y que exporta a Estados Unidos y a Japón. En Vodudahue tiene una granja sustentable de carneros de alta calidad.
En 2002 vendió tierras restauradas en Aysén al norteamericano Jeff Welsh y en 2007 a Olivier Halley, dueño de los supermercados Carrefour.
Dice Tompkins que solo se reservará para sí, el fundo El Amarillo de 430 hectáreas, colindante con Pumalín sur. Lo compró en 2002. “Nunca vendimos ese campito, por suerte. En estos años se ha restaurado luego de haber sido deforestado y degradado en 80 años de explotación maderera y ganadera”.
Ahí construirá su última casa, a 50 km de la frontera con Argentina. “Así que será un ir y venir”, dice. Como le importa tanto la estética, lo remodeló entero al estilo Tompkins.
“Estamos dando subsidios para hacer un lifting a las fachadas de las casas y ayudando a que los habitantes mejoren el interior. Haciendo paisajismo en sus 7 kilómetros de Carretera Austral. Poniendo señales (estilo Pumalín). Pusimos un supermercado, una estación de servicio. Queremos que el pueblo sea bonito porque será la entrada al Parque Pumalín y que haya una sinergia entre turismo y el pueblo”.
Hoy las 50 casas de El Amarillo parecen las de Hansel y Gretel. Se sacaron las latas y antenas de las fachadas y se rehicieron en un estilo refinado, con cercos y césped. También se rehizo el frontis de la escuela básica. Hasta los surtidores de la bomba de bencina se recubrieron de madera.
Pasado el pueblo y cruzando el río El Amarillo, está la entrada a su fundo privado; 14 kilómetros al interior, la cumbre de un cerro con vista al valle donde construirá su última casa. “Ahí va a estar mi centro de acción. ¡Pero no me pienso ir para allá tan pronto! Falta aún mucho por hacer”, dice riendo.
Reparo en que Tompkins eligió una extraña vista para su retiro. Desde su ventana verá la cumbre del volcán Michimahuida hacia el atardecer, y no hacia el amanecer, como todos los chilenos. ¿Qué querrá decir? ¿Será el vigilante de la ecología chilena?
La recepcionista del médico le pide el carné a Tompkins y le pregunta si tiene Isapre o Fonasa; él no entiende. Al final, paga su asistente y él muestra su licencia de California.
“Usaría rut si hubiera uno que dijera: ciudadano chileno-argentino. Porque así me siento, o sudamericano. Donar tierra y conservarla, ¿no es acaso la mejor forma de patriotismo?”, dice.
Desde un box llaman: “Tompkins”. Y él avanza con la mano lista para saludar al sorprendido oculista.
“Últimamente le presto más atención a mi reloj biológico. Me dice que me apure, que tengo que hacer todo esto antes de que me pille la muerte”.
Fotografía: Tompkins Conservation y Roberto Farías.Fuente: Revista Paula