La cultura del humus



Después de sacar el té del fuego, Pierre se sentó junto a la mesa de la cocina. Al servir las dos tazas humeantes me llamaron la atención sus manos magrebís llenas de surcos donde habían penetrado miles de minúsculas partículas de color negro que generaban en su piel un verdadero grabado japonés. Es el fruto de mi pasión me dijo anticipándose a mi indiscreción. Y si las hueles abrió sus manos junto a mi nariz formando con ellas un cáliz podrás descubrirla. Efectivamente olían como el compost que preparo en el huerto.
Aproveché ese detalle, un tanto cohibido como estaba, para iniciar la conversación que tanto anhelaba. Pierre, ¿por qué tantos años destacando el papel del humus para la agricultura?
Supongo contestó que en tu país también funciona el dicho de que una persona no debe morirse sin antes plantar un árbol y tener un hijo, ¿verdad? Pues bien, está claro que son dos cuestiones fundamentales para que la vida de nuestra especie siga siendo posible en este Planeta que nos acoge. Efectivamente, plantar árboles -tantos como nos sea posible- y evitar la deforestación que provoca el ansia capitalista de los monocultivos de soja, de agrocombustibles o la crianza de ganado a gran escala es fundamental para disponer del oxígeno que necesitamos para respirar. Es importante mantener la conciencia y la tensión en este aspecto pero creo que nos olvidamos de algo aún más relevante. Nuestros cuerpos, también el de los árboles y el resto de seres vivos, los alimentos que tenemos aquí sobre esta mesa, todo es mayoritariamente un conjunto ordenado de millones de moléculas de carbono. Mirándolo con lupa, también: la glucosa que nos permite caminar, las vitaminas que nos dan vitalidad o las proteínas que son nuestros diminutos esqueletos, todo, son compuestos de carbono. Incluso el oxígeno que la fotosíntesis que los vegetales nos regalan, es el proceso de digestión del dióxido de carbono de la atmósfera.
Se detiene un momento su hechicera voz para dar el primer sorbo al té y a continuación me interpela ¿Has pensado alguna vez que tu mismo no eres más que cadenas de carbono recicladas de anteriores seres vivos? Quizás en tus huesos hay carbono que en su momento fue un olmo o fue un pelícano. Pues así es… la Tierra contiene una cantidad concreta de carbono que no varía a lo largo del tiempo, simplemente, en un ciclo continuo, cambia de una fase a otra. Del aire, a la tierra, al agua, a la materia, al aire, a la tierra… y sus manos dibujan en una pizarra ficticia un círculo. Entonces, ¿no es cierto que no somos conscientes de la importancia del carbono para nuestra vida? Solo parece que lo tengamos en cuenta cuando revisamos las reservas de petróleo, porque claro, también el petróleo no es más que carbono. Carbono viejo y arrugado de tanto esperar.
Pues bien continua Pierre en un tono algo más relajado pero sin perder la contundencia que tanto me llamó la atención en sus charlas yo creo que es obvio que nuestra civilización está desbaratando radical y peligrosamente el ciclo del carbono. El abuso del uso del petróleo hace que se almacene en la atmósfera más carbono, más CO2, del natural. Yo digo que somos la civilización cocacola, una civilización más carbonizada de lo normal.
Entonces, nuestra obligación como verdaderos seres de carbono, es devolver el carbono a su lugar apropiado, la tierra, y compensar así este desfase que calentará el planeta. Hemos de devolverle el carbono que nos presta, devolverle todo el que nos sea posible. Por eso, apreciado amigo, por eso hago compost, humus, y jugueteando con los ojos igual que juega en este momento con las palabras, concluye porque soy humano es mi humilde contribución por la humanidad. Mi trabajo de los últimos treinta años ha consistido en difundir y explicar la necesidad de volver a la tierra, de hacer tierra fértil, de trasmitir y apoyar proyectos e iniciativas en esta ‘cultura del humus’. Ojalá veamos en esas pequeñas acciones la gran capacidad de cambio que puede generar, ojalá entendamos que hemos de apoyar una agricutura ‘humanizada’ en lugar de una agricultura ‘industrializada‘.
Se levanta de mesa y con cariño me indica que le siga, que me enseñará ese humus del que estamos hablando. Muy cerca del huerto, frente a tres grandes lineas de acúmulos de materia orgánica en descomposición, hunde su mano en el interior del compost y me señala que está bien caliente, al dente, dice, cual cocinero probando su guiso.
Elaborar compost, humus, a partir de los restos de nuestras cosechas, de los excrementos de animales, de las sobras de nuestra comida debería de enseñarse en las escuelas igual que enseñan a sumar y restar. En los programas de los partidos políticos debería figurar, en el lugar más destacado, planes para reciclar de esta forma toda la materia orgánica posible.
Como buen maestro que fue en su juventud para dar por finalizada la respuesta a mi pregunta, resume: Elaborar humus es esencial para corregir nuestros excesos, nos permitiría combatir con certeza el cambio climático. Pero además, devolviendo materia orgánica a nuestras tierras la hacemos más fértil, más sana, más fuerte frente a plagas, más productiva y desde luego, como nunca debimos olvidar la gente del campo, nos hace más autónomos, nos sitúa al margen -fuera- del modelo criminal de agricultura industrial que la castiga con fertilizantes químicos. Más humus es más soberanía


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