El Dante es un niño de pecho
Eduardo Montes de Oca
Sí que podrían hacerse palpitante carne de la realidad las tan llevadas y traídas visiones infernales del Dante, si no se ataja a tiempo el antropogénico cambio climático –pocos dudan ya de que el mayor culpable es el bípedo pensante- aunque una buena interrogante sería si queda algún resquicio para la salvación. Y no es que pequemos de alarmistas. Las noticias que calzan el párrafo anterior se arraciman.
No en balde, como reseña Prensa Latina, entre otras agencias, la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos confirmó que 2016 sobrepasó a 2015 y 2014 como el período más caluroso de los registrados desde mediados del siglo XIX: aproximadamente 0,83 grados centígrados por encima de la media de 14 grados del lapso 1961-1990.
Esto obedeció a una combinación de calentamiento global a largo plazo y uno de los fenómenos más fuertes desde 1950: El Niño. Según la Organización Mundial de la Meteorología (OMM), la cantidad media de CO2 acumulado en la atmósfera ha sobrepujado ya la barrera simbólica de las 400 partes por millón (ppm).
Por su lado, la NOAA coincide en que los gases de efecto invernadero resultan los más altos de la historia. Un ejemplo a la mano: la concentración de CO2 mundial en 2015 fue de 399,4 ppm, que supone un aumento de 2,2 ppm en comparación con los niveles reportados en los 12 meses anteriores.
Asimismo, la temperatura oficial global (TSG) y la de la superficie del mar devinieron las más ardientes desde que se guarda memoria. Con la ayuda de El Niño, amplía PL, los termómetros que miden la TSG anual de 2105 subieron 0,42 grados Celsius por encima de la media de 1981 a 2010, excediendo la marca precedente, establecida en 2014. En las aguas, varió entre 0,33 y 0,39 por sobre el promedio, rompiendo también la de hace dos años. Pero, como alguien aseveraba, las penas se agolpan cuando deciden arremeter. El informe apunta que el Ártico continúa en fase de caldeamiento y se mantuvo baja su extensión de hielo marino, así como el ascenso del nivel del piélago tuvo un máximo en 2015, con unos 70 milímetros más que lo observado en 1993.
A todo ello, sumemos el que los ciclones tropicales se comportaron muy por arriba de la media. Conforme al medio citado, se formaron 101 en todas las cuencas oceánicas en 2015, dejando detrás el promedio del lapso entre 1981 y 2010, de 82 tormentas…
Sí que podrían hacerse palpitante carne de la realidad las tan llevadas y traídas visiones infernales del Dante, si no se ataja a tiempo el antropogénico cambio climático –pocos dudan ya de que el mayor culpable es el bípedo pensante- aunque una buena interrogante sería si queda algún resquicio para la salvación. Y no es que pequemos de alarmistas. Las noticias que calzan el párrafo anterior se arraciman.
No en balde, como reseña Prensa Latina, entre otras agencias, la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos confirmó que 2016 sobrepasó a 2015 y 2014 como el período más caluroso de los registrados desde mediados del siglo XIX: aproximadamente 0,83 grados centígrados por encima de la media de 14 grados del lapso 1961-1990.
Esto obedeció a una combinación de calentamiento global a largo plazo y uno de los fenómenos más fuertes desde 1950: El Niño. Según la Organización Mundial de la Meteorología (OMM), la cantidad media de CO2 acumulado en la atmósfera ha sobrepujado ya la barrera simbólica de las 400 partes por millón (ppm).
Por su lado, la NOAA coincide en que los gases de efecto invernadero resultan los más altos de la historia. Un ejemplo a la mano: la concentración de CO2 mundial en 2015 fue de 399,4 ppm, que supone un aumento de 2,2 ppm en comparación con los niveles reportados en los 12 meses anteriores.
Asimismo, la temperatura oficial global (TSG) y la de la superficie del mar devinieron las más ardientes desde que se guarda memoria. Con la ayuda de El Niño, amplía PL, los termómetros que miden la TSG anual de 2105 subieron 0,42 grados Celsius por encima de la media de 1981 a 2010, excediendo la marca precedente, establecida en 2014. En las aguas, varió entre 0,33 y 0,39 por sobre el promedio, rompiendo también la de hace dos años. Pero, como alguien aseveraba, las penas se agolpan cuando deciden arremeter. El informe apunta que el Ártico continúa en fase de caldeamiento y se mantuvo baja su extensión de hielo marino, así como el ascenso del nivel del piélago tuvo un máximo en 2015, con unos 70 milímetros más que lo observado en 1993.
A todo ello, sumemos el que los ciclones tropicales se comportaron muy por arriba de la media. Conforme al medio citado, se formaron 101 en todas las cuencas oceánicas en 2015, dejando detrás el promedio del lapso entre 1981 y 2010, de 82 tormentas…
Agoreros
Mas los perjuicios no permanecen varados en lo anterior. Conforme a la digital Ecología Verde, 22 prestigiosos científicos acaban de anunciar, en la revista Nature, la debacle planetaria en un futuro estremecedoramente cercano. Tres serían las principales causas: nuestro desmedido consumo de recursos y la consiguiente destrucción de hábitats naturales, el cambio climático y la imparable superpoblación.
“Si no se remedia in extremis, la Tierra acabará cayendo al fondo de un abismo del que ya nunca podrá salir. Traducido a cosas concretas, esto significa que si no se detiene la atroz actividad humana, en cuestión de varias décadas nos veremos abocados a un colapso inminente e irreversible de los ecosistemas naturales. Resultado: la humanidad se las verá negras ante un ´nuevo régimen para el que no estamos preparados´, con una bestial inseguridad alimentaria y de agua potable, tremendas sequías, más enfermedades infecciosas, una pandémica extinción de especies y poblaciones desplazadas que abandonarán sus hogares y deambularán en cantidades ingentes, ´como nunca hemos visto en la historia´”. Nada comparable con las cinco extinciones masivas relacionadas con metamorfosis del clima.
Como nos recuerdan los expertos, en esta ocasión, “el tremendismo que conlleva anunciar un próximo colapso planetario viene acompañado de medidas preventivas que le dan verosimilitud. Entre otras cosas, la solución exigiría reducir la población humana y dejar de expoliar los recursos del planeta. El plan de emergencia que proponen los científicos intenta evitar que lleguemos a ese punto de no retorno que alcanzaríamos en breve de seguir como hasta ahora. En este plan, por lo tanto, no sólo hay que controlar la superpoblación mundial, sino que también habría que apostar por una doble eficiencia, en lo energético (fuentes renovables) y en la producción alimentaria. Y, evidente, habría que cuidar los ecosistemas naturales, sobre todo evitando el deterioro de los parajes que todavía no ha pisoteado el ser humano”.
Mas los perjuicios no permanecen varados en lo anterior. Conforme a la digital Ecología Verde, 22 prestigiosos científicos acaban de anunciar, en la revista Nature, la debacle planetaria en un futuro estremecedoramente cercano. Tres serían las principales causas: nuestro desmedido consumo de recursos y la consiguiente destrucción de hábitats naturales, el cambio climático y la imparable superpoblación.
“Si no se remedia in extremis, la Tierra acabará cayendo al fondo de un abismo del que ya nunca podrá salir. Traducido a cosas concretas, esto significa que si no se detiene la atroz actividad humana, en cuestión de varias décadas nos veremos abocados a un colapso inminente e irreversible de los ecosistemas naturales. Resultado: la humanidad se las verá negras ante un ´nuevo régimen para el que no estamos preparados´, con una bestial inseguridad alimentaria y de agua potable, tremendas sequías, más enfermedades infecciosas, una pandémica extinción de especies y poblaciones desplazadas que abandonarán sus hogares y deambularán en cantidades ingentes, ´como nunca hemos visto en la historia´”. Nada comparable con las cinco extinciones masivas relacionadas con metamorfosis del clima.
Como nos recuerdan los expertos, en esta ocasión, “el tremendismo que conlleva anunciar un próximo colapso planetario viene acompañado de medidas preventivas que le dan verosimilitud. Entre otras cosas, la solución exigiría reducir la población humana y dejar de expoliar los recursos del planeta. El plan de emergencia que proponen los científicos intenta evitar que lleguemos a ese punto de no retorno que alcanzaríamos en breve de seguir como hasta ahora. En este plan, por lo tanto, no sólo hay que controlar la superpoblación mundial, sino que también habría que apostar por una doble eficiencia, en lo energético (fuentes renovables) y en la producción alimentaria. Y, evidente, habría que cuidar los ecosistemas naturales, sobre todo evitando el deterioro de los parajes que todavía no ha pisoteado el ser humano”.
Causas más puntuales
Empero, no todos los estudiosos refieren las razones de la probable hecatombe a la actividad humana en general. Para analistas tales Luciano Andrés Valencia (Rebelión), si bien es cierto que la Tierra ha sufrido ciclos de calentamiento y enfriamiento a lo largo de su historia geológica producidos por causas naturales, los actuales procesos de cambio climático y fomento global del calor hallan su origen en el siglo XVIII, como secuela de la Revolución Industrial, que no solo incrementó la cantidad de gases de invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso) en la atmósfera, sino que también aceleró la destrucción de ecosistemas a fin de contar con materias primas y suelos para la conquista colonial. “Es decir, que el cambio climático comenzó junto con la expansión del capitalismo industrial”.
A partir de los setenta del siglo pasado, el entuerto empezó a ser debatido, tímidamente, en diferentes foros. En 1977 el estadounidense Roger Revelle encabezó un panel, en la Academia Nacional de Ciencias de su país, que encontró que el 40 por ciento del CO2 producido por la acción del homo sapiens permanece en la atmósfera. Dos tercios de ese CO2 constituyen corolario de la quema de combustibles fósiles (carbón, petroleo), en tanto un tercio proviene de la tala de bosques. “El pronóstico era desalentador: si el calentamiento global continuaba el aumento de la temperatura produciría el derretimiento de los glaciares causando inundación y elevación del nivel del mar. En 1988 la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas crearon el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático”.
Pero ipso facto, amplía Valencia, surgió toda una “industria de la negación” interesada en posicionar este tema como una teoría más que como un hecho. “Corporaciones petroleras, automotrices, metalúrgicas y empresas de servicios públicos -que son las principales responsables del aumento de la temperatura que estamos padeciendo- crearon grupos de presión, tales como la Global Climate Coalition y el Consejo de Información del Ambiente, que rápidamente contrataron científicos y especialistas en relaciones públicas para convencer a periodistas, gobernantes y al público en general de que los riesgos del cambio climático son muy inexactos como para justificar políticas de regulación sobre los gases de invernadero”.
Y mientras continúan los reacios al reconocimiento clasista del asunto, el resto del orbe sufre los embates de este. En 2003, acota el articulista, “el Banco Mundial, a quien nadie puede acusar de simpatías ecologistas o progresistas, reconoció que anualmente morían 150 mil personas como consecuencia de la crisis climática. Desde entonces ese número se ha incrementado como consecuencia de la multiplicación de los desastres climáticos: el huracán Katrina que asoló New Orleans en 2005, los incendios forestales en Australia y Bolivia en 2010, la inundación en Birmania ese mismo año, la sequía que en Somalia mató a 100 mil personas en 2011, las diversas inundaciones que se registraron en Argentina entre 2007 y 2013, y el reciente tifón Haiyan en Filipinas, que en diciembre de 2013 causó la muerte de 10 mil personas, son un ejemplo de las consecuencias…”.
Exactamente el 9 de mayo de 2013 se rebasó la cifra de 400 ppm de CO2 en la atmósfera y, en palabras de Renán Vega Cantor, aludidas por nuestro observador, en ese instante la humanidad “da un salto hacia lo desconocido, a un punto de no retorno”. Sin embargo, la exigua cobertura de esta información muestra el poder que los negadores tienen en los grandes medios concentrados. “Al mismo tiempo el capitalismo continúa incentivando la producción y el consumo de ´necesidades´ ficticias creadas con ánimo de lucro, la explotación de minerales y combustibles fósiles con técnicas cada vez mas contaminantes (minería a cielo abierto, hidrofractura o fracking, uso de cianuro, explotaciones en el fondo marino), la tala de bosques, el consumo de carne, y la agricultura intensiva con agrotóxicos y transgénicos”.
Coincidamos en que, en definitiva, la impugnación del cambio climático tiene como objetivo salvar la formación socioeconómica que lo ocasiona. “A diferencia de lo que sostienen algunos movimientos ecologistas, ambientalistas o seguidores de Al Gore, no es posible pensar un ´capitalismo verde´. […] el respeto a los ciclos de la naturaleza generaría un enlentecimiento de las ganancias que la burguesía no está dispuesta a tolerar. Como es el capitalismo el culpable del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los bien es comunes, la solución a los problemas ambientales no va a venir de adentro de sus entrañas”.
A no dudarlo, la lucha contra la catástrofe implicaría (implica) que, tal como Valencia expone, “solo a través de un nuevo sistema basado en la solidaridad y la igualdad podremos llevar adelante la reconversión hacia fuentes de energía limpias y renovables, una forma de producción que respete los ciclos naturales, y un estilo de vida que no esté basado en el lucro y el consumismo desmedido”. Única manera en que quedarían como mera literatura las imágenes del Dante.
Fuente: Rebelión
Empero, no todos los estudiosos refieren las razones de la probable hecatombe a la actividad humana en general. Para analistas tales Luciano Andrés Valencia (Rebelión), si bien es cierto que la Tierra ha sufrido ciclos de calentamiento y enfriamiento a lo largo de su historia geológica producidos por causas naturales, los actuales procesos de cambio climático y fomento global del calor hallan su origen en el siglo XVIII, como secuela de la Revolución Industrial, que no solo incrementó la cantidad de gases de invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso) en la atmósfera, sino que también aceleró la destrucción de ecosistemas a fin de contar con materias primas y suelos para la conquista colonial. “Es decir, que el cambio climático comenzó junto con la expansión del capitalismo industrial”.
A partir de los setenta del siglo pasado, el entuerto empezó a ser debatido, tímidamente, en diferentes foros. En 1977 el estadounidense Roger Revelle encabezó un panel, en la Academia Nacional de Ciencias de su país, que encontró que el 40 por ciento del CO2 producido por la acción del homo sapiens permanece en la atmósfera. Dos tercios de ese CO2 constituyen corolario de la quema de combustibles fósiles (carbón, petroleo), en tanto un tercio proviene de la tala de bosques. “El pronóstico era desalentador: si el calentamiento global continuaba el aumento de la temperatura produciría el derretimiento de los glaciares causando inundación y elevación del nivel del mar. En 1988 la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas crearon el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático”.
Pero ipso facto, amplía Valencia, surgió toda una “industria de la negación” interesada en posicionar este tema como una teoría más que como un hecho. “Corporaciones petroleras, automotrices, metalúrgicas y empresas de servicios públicos -que son las principales responsables del aumento de la temperatura que estamos padeciendo- crearon grupos de presión, tales como la Global Climate Coalition y el Consejo de Información del Ambiente, que rápidamente contrataron científicos y especialistas en relaciones públicas para convencer a periodistas, gobernantes y al público en general de que los riesgos del cambio climático son muy inexactos como para justificar políticas de regulación sobre los gases de invernadero”.
Y mientras continúan los reacios al reconocimiento clasista del asunto, el resto del orbe sufre los embates de este. En 2003, acota el articulista, “el Banco Mundial, a quien nadie puede acusar de simpatías ecologistas o progresistas, reconoció que anualmente morían 150 mil personas como consecuencia de la crisis climática. Desde entonces ese número se ha incrementado como consecuencia de la multiplicación de los desastres climáticos: el huracán Katrina que asoló New Orleans en 2005, los incendios forestales en Australia y Bolivia en 2010, la inundación en Birmania ese mismo año, la sequía que en Somalia mató a 100 mil personas en 2011, las diversas inundaciones que se registraron en Argentina entre 2007 y 2013, y el reciente tifón Haiyan en Filipinas, que en diciembre de 2013 causó la muerte de 10 mil personas, son un ejemplo de las consecuencias…”.
Exactamente el 9 de mayo de 2013 se rebasó la cifra de 400 ppm de CO2 en la atmósfera y, en palabras de Renán Vega Cantor, aludidas por nuestro observador, en ese instante la humanidad “da un salto hacia lo desconocido, a un punto de no retorno”. Sin embargo, la exigua cobertura de esta información muestra el poder que los negadores tienen en los grandes medios concentrados. “Al mismo tiempo el capitalismo continúa incentivando la producción y el consumo de ´necesidades´ ficticias creadas con ánimo de lucro, la explotación de minerales y combustibles fósiles con técnicas cada vez mas contaminantes (minería a cielo abierto, hidrofractura o fracking, uso de cianuro, explotaciones en el fondo marino), la tala de bosques, el consumo de carne, y la agricultura intensiva con agrotóxicos y transgénicos”.
Coincidamos en que, en definitiva, la impugnación del cambio climático tiene como objetivo salvar la formación socioeconómica que lo ocasiona. “A diferencia de lo que sostienen algunos movimientos ecologistas, ambientalistas o seguidores de Al Gore, no es posible pensar un ´capitalismo verde´. […] el respeto a los ciclos de la naturaleza generaría un enlentecimiento de las ganancias que la burguesía no está dispuesta a tolerar. Como es el capitalismo el culpable del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los bien es comunes, la solución a los problemas ambientales no va a venir de adentro de sus entrañas”.
A no dudarlo, la lucha contra la catástrofe implicaría (implica) que, tal como Valencia expone, “solo a través de un nuevo sistema basado en la solidaridad y la igualdad podremos llevar adelante la reconversión hacia fuentes de energía limpias y renovables, una forma de producción que respete los ciclos naturales, y un estilo de vida que no esté basado en el lucro y el consumismo desmedido”. Única manera en que quedarían como mera literatura las imágenes del Dante.
Fuente: Rebelión