Reseña de «El Cambio climático y el Curso de la Historia Global. Un viaje áspero», de John L. Brooke
Luis González Reyes
Este libro no es un libro más. Es una aportación novedosa y muy relevante a la historia de la humanidad llamada a convertirse en un texto de referencia internacional. Además, a pesar de su longitud, de que está en inglés y de que no escamotea tecnicismos y rigor, es de fácil e incluso amena lectura.
Los dos puntos de partida del autor lo sitúan en un escenario privilegiado para el análisis. El primero es mirar la historia en gran perspectiva, en ciclos largos, lo que le permite tener una vista general para interpretar lo que pudo haber sucedido. Brooke recoge en ese sentido la mejor tradición de la Gran Historia (aunque se circunscribe únicamente a la de los homínidos). El segundo punto de partida es su inclusión del entorno en devenir humano. El plantear que no se pueden entender los cambios sociales sin atender a las mutaciones en la biosfera.
A partir de estos dos ejes, el libro entrelaza los cambios sociales con los climáticos, energéticos y de patógenos para aportar explicaciones sólidas y complejas de las grandes (y a veces más pequeñas y localizadas) transformaciones humanas.
Este libro no es un libro más. Es una aportación novedosa y muy relevante a la historia de la humanidad llamada a convertirse en un texto de referencia internacional. Además, a pesar de su longitud, de que está en inglés y de que no escamotea tecnicismos y rigor, es de fácil e incluso amena lectura.
Los dos puntos de partida del autor lo sitúan en un escenario privilegiado para el análisis. El primero es mirar la historia en gran perspectiva, en ciclos largos, lo que le permite tener una vista general para interpretar lo que pudo haber sucedido. Brooke recoge en ese sentido la mejor tradición de la Gran Historia (aunque se circunscribe únicamente a la de los homínidos). El segundo punto de partida es su inclusión del entorno en devenir humano. El plantear que no se pueden entender los cambios sociales sin atender a las mutaciones en la biosfera.
A partir de estos dos ejes, el libro entrelaza los cambios sociales con los climáticos, energéticos y de patógenos para aportar explicaciones sólidas y complejas de las grandes (y a veces más pequeñas y localizadas) transformaciones humanas.
El texto va realizando un recorrido en el que muestra que durante el grueso de la historia humana (hasta poco antes de la Revolución Industrial), el clima y, en menor medida las enfermedades, fueron elementos absolutamente centrales del proceso social. Desde ahí, Brooke explica la aparición del Homo sapiens, su extensión por el planeta, la aparición del metabolismo agrícola, o el auge y decadencia de Estados e imperios en todo el mundo. Durante la gran mayoría de la historia de nuestra especie, el motivo inicial de los grandes cambios no fueron decisiones humanas, sino fundamentalmente cambios ambientales.
Algunos ejemplos son cómo los cambios dinásticos en la China imperial estuvieron siempre asociados a modificaciones en los monzones. Cómo las decadencias de los Estados americanos precolombinos se produjeron con los cambios en los patrones del fenómeno Niño-Niña. Cómo la Edad de Bronce terminó en un momento de enfriamiento climático. O incluso cómo el auge del esclavismo con la población de la costa occidental africana estuvo favorecido por perturbaciones climáticas.
Una parte de especial relevancia, y que ha sido poco trabajada en los análisis históricos, es cómo los cambios climáticos fueron un factor determinante en la aparición de los primeros Estados en los distintos sitios del planeta donde esto se produjo de forma independiente. Esta evolución tuvo acoplado un cambio energético de primer orden: la Revolución de los productos secundarios. Además, el libro aborda, pero con menor profundidad, cómo la evolución de sociedades igualitarias a otras basadas en la dominación (pero sin Estados todavía) también se produjo en contextos de estrés climático.
Cuando Brooke analiza los cambios demográficos durante todos estos milenios (la cantidad y la salud de las personas) argumenta que los descensos no fueron debidos a un exceso de población respecto a los recursos disponibles (por razones malthusianas), sino más bien por cambios climáticos y aumento de pandemias. Tal vez este sea un tema que podría haber abordado con algo más de complejidad, interrelacionando más los órdenes sociales con la demografía, pues no era irrelevante el nivel de desigualdad para la extensión de las pandemias, por ejemplo. En cualquier caso, su refutación del malthusianismo durante toda esta larga fase histórica es sólida.
Pero la influencia climática no ha sido igual en toda la historia de la humanidad. Conforme las sociedades han ido teniendo acceso a cantidades crecientes de energía (aunque Brooke no lo llega a explicitar así) han podido tener grados mayores de resistencia frente a cambios en su entorno. Esta es la conclusión a la que llega el autor cuando explica que la Pequeña edad del hielo de los siglos XVI-XVIII implicó cambios sociales mucho menores que los que sucedieron durante la aparición de los Estados o la quiebra del orden de la Edad de Bronce. Este proceso de independencia climática se haría mucho más acusado en la etapa de los combustibles fósiles. Contra lo argumentado de forma mayoritaria, el autor sostiene que es en los momentos recientes en los que sí se han podido vivir descensos poblacionales malthusianos.
Algunos ejemplos son cómo los cambios dinásticos en la China imperial estuvieron siempre asociados a modificaciones en los monzones. Cómo las decadencias de los Estados americanos precolombinos se produjeron con los cambios en los patrones del fenómeno Niño-Niña. Cómo la Edad de Bronce terminó en un momento de enfriamiento climático. O incluso cómo el auge del esclavismo con la población de la costa occidental africana estuvo favorecido por perturbaciones climáticas.
Una parte de especial relevancia, y que ha sido poco trabajada en los análisis históricos, es cómo los cambios climáticos fueron un factor determinante en la aparición de los primeros Estados en los distintos sitios del planeta donde esto se produjo de forma independiente. Esta evolución tuvo acoplado un cambio energético de primer orden: la Revolución de los productos secundarios. Además, el libro aborda, pero con menor profundidad, cómo la evolución de sociedades igualitarias a otras basadas en la dominación (pero sin Estados todavía) también se produjo en contextos de estrés climático.
Cuando Brooke analiza los cambios demográficos durante todos estos milenios (la cantidad y la salud de las personas) argumenta que los descensos no fueron debidos a un exceso de población respecto a los recursos disponibles (por razones malthusianas), sino más bien por cambios climáticos y aumento de pandemias. Tal vez este sea un tema que podría haber abordado con algo más de complejidad, interrelacionando más los órdenes sociales con la demografía, pues no era irrelevante el nivel de desigualdad para la extensión de las pandemias, por ejemplo. En cualquier caso, su refutación del malthusianismo durante toda esta larga fase histórica es sólida.
Pero la influencia climática no ha sido igual en toda la historia de la humanidad. Conforme las sociedades han ido teniendo acceso a cantidades crecientes de energía (aunque Brooke no lo llega a explicitar así) han podido tener grados mayores de resistencia frente a cambios en su entorno. Esta es la conclusión a la que llega el autor cuando explica que la Pequeña edad del hielo de los siglos XVI-XVIII implicó cambios sociales mucho menores que los que sucedieron durante la aparición de los Estados o la quiebra del orden de la Edad de Bronce. Este proceso de independencia climática se haría mucho más acusado en la etapa de los combustibles fósiles. Contra lo argumentado de forma mayoritaria, el autor sostiene que es en los momentos recientes en los que sí se han podido vivir descensos poblacionales malthusianos.
Como no podía ser de otro modo, el libro concluye mostrando el cambio climático que ya estamos viviendo. Un cambio que no podremos afrontar con altas cantidades de energía, pues coincide con una creciente dificultad para extraer combustibles fósiles de altas prestaciones, aunque en este último aspecto no entra el texto.
Como única y tímida crítica a este libro fundamental se podría decir que, en ocasiones, tal vez fuerce un poco de más el argumento climático para explicar cambios sociales. Algo que no sería necesario con la solidez y la solvencia con la que defiende sus principales conclusiones.
Imagenes: Monzón. Grabado de Charles H. Whymper. Fuente: Wikimedia Commons. - rauhhaarteckel.de
Como única y tímida crítica a este libro fundamental se podría decir que, en ocasiones, tal vez fuerce un poco de más el argumento climático para explicar cambios sociales. Algo que no sería necesario con la solidez y la solvencia con la que defiende sus principales conclusiones.
Imagenes: Monzón. Grabado de Charles H. Whymper. Fuente: Wikimedia Commons. - rauhhaarteckel.de