El irresoluble problema de los residuos nucleares de alta radiactividad
Las 12.000 toneladas métricas que se generan en el mundo van a ser peligrosos durante cientos de miles de años y no disponemos de una forma de gestión satisfactoria
Francisco Castejón
Francisco Castejón
Uno de los problemas que tiene la energía nuclear de fisión es la generación de residuos radiactivos de alta actividad. Para los legos en esta materia me permito una breve explicación de qué son, aunque resulte un tanto árida. Se trata de una combinación de sustancias que contienen dos tipos de radionucleidos: los productos de la fisión y los transuránidos o actínidos menores. En el reactor de la central nuclear se introduce uranio enriquecido, esto es, uranio natural en el que se ha incrementado la proporción de uranio-235 desde el 0,7% del total al 3 o 4%. El resto hasta el 100% es sobre todo uranio-238. Sólo el uranio-235 es fisible en las condiciones de la mayoría de los reactores que funcionan en el mundo. Este isótopo se rompe mediante las reacciones de fisión y da lugar a dos isótopos más ligeros, conocidos como productos de fisión, que son altamente radiactivos. Los actínidos menores son elementos que se forman por la captura de neutrones por el uranio-238 y son, por tanto, muy pesados y tienen tiempos de semidesintegración de decenas de miles de años. El más conocido es el plutonio-239, tristemente famoso por ser útil para fabricar bombas atómicas de fisión, con un tiempo de semidesintegración de 24.200 años. Cuanto más tiempo está el uranio enriquecido en el reactor, más cantidad de productos de fisión y actínidos menores se producirán y más radiotóxico será el combustible gastado.
A estas sustancias que se generan en el combustible nuclear, hay que añadir los llamados internos de la vasija del reactor. Se trata de las piezas metálicas que están sometidas al intenso baño de neutrones y que, a su vez, se vuelven muy radiactivas y hay que tratarlas con las mismas precauciones que al combustible gastado.
Los residuos de alta actividad son muy peligrosos, tanto por irradiación externa como por contaminación interna por ingestión o inhalación, y deben ser apartados de la biosfera mientras son radiactivos. En los primeros años desde su producción son muy activos y calientes y, después de unos miles de años, decaen más lentamente.
Si no se consigue neutralizar la radiactividad de alguna forma, será necesario guardar a buen recaudo los reiduos durante cientos de miles de años. Y este es el principal problema. Cómo garantizar que la instalación que guarde los residuos dure tanto tiempo, cómo predecir lo que sucederá en el futuro para preverlo y defender el almacén frente a esos sucesos. Un elemento que hay que tener en cuenta es que esos tiempos de los que estamos hablando son ya de la escala de la evolución del clima o de los tiempos geológicos.
Por otro lado tenemos el problema económico. ¿Cuánto costaría el mantenimiento de estas instalaciones durante cientos de miles de años? Si pensamos en una plantilla de unas 100 personas que trabajen en un cementerio nuclear, con un sueldo de unos 50.000 euros brutos durante 250.000 años llegamos a la cifra insensata de 1,25 billones de euros. Y esto aceptando que todo irá bien y que no habrá que gastar sumas de dinero significativas en reparaciones y posibles reubicaciones de los residuos. Y queda todavía una cuestión crucial: ¿quién pagará el mantenimiento de las instalaciones dentro de, digamos, unos cientos o miles de años? En buena lógica deberían ser las empresas que los generaron, pero es más que dudoso que esas empresas sigan existiendo.
Estamos, por tanto, ante un escabroso problema que engloba aspectos técnicos, sociales y políticos. Es algo tan espantoso que cuesta aceptar que alguien piense aún en la tecnología de fisión como una fuente de energía de futuro que puede, por ejemplo, ayudar a luchar contra el cambio climático.
Los métodos de gestión
A la hora de buscar un método de gestión apropiado para estas sustancias, hay que pensar en la protección ambiental, los aspectos económicos y la justicia para perjudicar lo menos posible a personas y comunidades que no son responsables de la generación de los residuos. Cuando se tienen en consideración todos estos aspectos, uno se encuentra con que no hay solución satisfactoria.
Cuando se produce una recarga de combustible en una central nuclear, los residuos de alta se depositan en piscinas en el propio recinto de la central con el doble fin de refrigerarlos y de que el agua haga de blindaje para la radiactividad. Pero la capacidad de estas piscinas es limitada y, además, deben vaciarse cuando se procede al desmantelamiento de la central, si es que se quiere dejar expedito el emplazamiento.
A estas sustancias que se generan en el combustible nuclear, hay que añadir los llamados internos de la vasija del reactor. Se trata de las piezas metálicas que están sometidas al intenso baño de neutrones y que, a su vez, se vuelven muy radiactivas y hay que tratarlas con las mismas precauciones que al combustible gastado.
Los residuos de alta actividad son muy peligrosos, tanto por irradiación externa como por contaminación interna por ingestión o inhalación, y deben ser apartados de la biosfera mientras son radiactivos. En los primeros años desde su producción son muy activos y calientes y, después de unos miles de años, decaen más lentamente.
Si no se consigue neutralizar la radiactividad de alguna forma, será necesario guardar a buen recaudo los reiduos durante cientos de miles de años. Y este es el principal problema. Cómo garantizar que la instalación que guarde los residuos dure tanto tiempo, cómo predecir lo que sucederá en el futuro para preverlo y defender el almacén frente a esos sucesos. Un elemento que hay que tener en cuenta es que esos tiempos de los que estamos hablando son ya de la escala de la evolución del clima o de los tiempos geológicos.
Por otro lado tenemos el problema económico. ¿Cuánto costaría el mantenimiento de estas instalaciones durante cientos de miles de años? Si pensamos en una plantilla de unas 100 personas que trabajen en un cementerio nuclear, con un sueldo de unos 50.000 euros brutos durante 250.000 años llegamos a la cifra insensata de 1,25 billones de euros. Y esto aceptando que todo irá bien y que no habrá que gastar sumas de dinero significativas en reparaciones y posibles reubicaciones de los residuos. Y queda todavía una cuestión crucial: ¿quién pagará el mantenimiento de las instalaciones dentro de, digamos, unos cientos o miles de años? En buena lógica deberían ser las empresas que los generaron, pero es más que dudoso que esas empresas sigan existiendo.
Estamos, por tanto, ante un escabroso problema que engloba aspectos técnicos, sociales y políticos. Es algo tan espantoso que cuesta aceptar que alguien piense aún en la tecnología de fisión como una fuente de energía de futuro que puede, por ejemplo, ayudar a luchar contra el cambio climático.
Los métodos de gestión
A la hora de buscar un método de gestión apropiado para estas sustancias, hay que pensar en la protección ambiental, los aspectos económicos y la justicia para perjudicar lo menos posible a personas y comunidades que no son responsables de la generación de los residuos. Cuando se tienen en consideración todos estos aspectos, uno se encuentra con que no hay solución satisfactoria.
Cuando se produce una recarga de combustible en una central nuclear, los residuos de alta se depositan en piscinas en el propio recinto de la central con el doble fin de refrigerarlos y de que el agua haga de blindaje para la radiactividad. Pero la capacidad de estas piscinas es limitada y, además, deben vaciarse cuando se procede al desmantelamiento de la central, si es que se quiere dejar expedito el emplazamiento.
Desde que en 1942 Enrico Fermi y su equipo realizaran la primera reacción de fisión controlada bajo las gradas de un estadio de Chicago, se han gastado enormes sumas de dinero para intentar solventar este problema. Se han propuesto muchas formas de gestión tan insensatas que, afortunadamente, no llegaron a ponerse en práctica. Se pensó en enviarlos al sol, lo que se desechó por los enormes costes y por el riesgo: no hay más que recordar los accidentes del Columbia y del Challenger para horrorizarse ante la idea. Se propuso enterrarlos en las zonas de subducción entre dos capas tectónicas, pero son justo estas zonas donde más orogénesis se produce y no sería descartable ver cómo un volcán expulsa los residuos de nuevo. Se consideró enterrarlos en el hielo de la Antártida y, de hecho, los residuos se podrían sepultar por sí mismos debido al calor que emiten, pero esta idea se desechó para mantener la Antártida como paraíso natural. Incluso se propuso enterrarlos en los estratos de los fondos oceánicos, lo que también se descartó para no contaminar estos ecosistemas de forma definitiva.
En la actualidad se barajan técnicas de almacenamiento, sean temporales o definitivas, en superficie o enterrados, en seco o en piscina, y también se trabaja en la transmutación que sería la hipotética solución final. La transmutación consiste en bombardear los residuos con partículas energéticas con el fin de transformarlos en sustancias estables o, al menos, con el fin de reducir su vida radiactiva hasta unas cifras sensatas. Una de las líneas de trabajo de la transmutación es fisionar los actínidos menores como el plutonio para convertirlos, a su vez, en productos de fisión, con tiempos de semidesintegración mucho más cortos. En la industria nuclear se llega a hablar de “reciclaje” puesto que se recuperaría la energía que queda en los actínidos menores de los residuos. De hecho en algunas centrales nucleares, como la de Fukushima e Japón o la de Garoña en España, se introdujeron óxidos mixtos de uranio y plutonio para producir electricidad. El uso de los residuos de alta con el fin de la extracción de isótopos como el plutonio se conoce como reproceso y es una técnica que tiene varios problemas. El primero es que es de doble uso militar y civil y contribuye, por tanto, a la proliferación de armas atómicas. Además, conlleva una serie de procesos muy contaminantes que, a su vez, generan enormes cantidades de residuos radiactivos líquidos y sólidos. Y, por si fuera poco, no resuelve el problema totalmente, puesto que siguen quedando productos de fisión y sustancias de vida larga. Es necesario seguir investigando en transmutación antes de considerarla como una alternativa realista.
Para el almacenamiento definitivo de los residuos se planea el enterramiento profundo en zonas geológicas estables, lo que se conoce en el argot como AGP o Almacenamiento Geológico Profundo. Este método tiene varios problemas relacionados con el enorme tiempo que es necesario mantener esos residuos aislados. En primer lugar, no se puede garantizar que las formaciones geológicas sean estables durante tanto tiempo. En particular, la hidrogeología puede variar por los cambios naturales de clima: los periodos de tiempo entre glaciaciones, que cambian radicalmente las propiedades del subsuelo, pueden ser de unos 15.000 años. En segundo lugar, es imposible prever los avatares de la historia humana en ese larguísimo tiempo: cómo mantener la instalación vigilada, cómo comunicar a las generaciones futuras lo que ahí hay almacenado, cómo garantizar que nadie se apodere de los residuos con fines maliciosos… En tercer lugar, sería necesario transportar los residuos desde las centrales hasta el AGP, lo que obligaría a que el territorio fuera surcado por transportes especiales muy peligrosos, con los consiguientes efectos negativos sobre las rutas de transporte. Finalmente, estos residuos deberían ser recuperables por si dentro de unos miles de años funciona alguna forma de transmutación. Y queda un detalle más: ¿dónde se construirán los AGPs? ¿qué zonas del planeta serán condenadas a convivir con esa amenaza?
En el mundo existe un único proyecto de construcción de un AGP. Se trata de Onkalo en Finlandia, bien retratado en el documental titulado Into Enternity. Aparte, ha habido varios intentos de investigación en emplazamientos, ente los que destacan el de Yucca Mountain en EE.UU. y el de Asse, en Alemania. En el primer caso se invirtieron más de 3.000 millones de dólares en un emplazamiento que se abandonó en 2010 por su falta de idoneidad, mientras que en el segundo hubo que movilizar los residuos que se habían almacenado en un domo salino cuando éste fue invadido por una corriente de agua y los bidones amenazados de corrosión por la salmuera que se formó. Como han puesto de manifiesto estos casos, el principal temor en torno al AGP viene de las posibles inestabilidades geológicas y, en especial, hidrogeológicas.
Dados los problemas del enterramiento, se han barajado alternativas temporales en superficie para ganar tiempo y avanzar en las técnicas de gestión y en el consenso político y social. Se estudian las posibilidades de construir almacenes centralizados, donde depositar los residuos de todas las centrales de un país, o bien en instalaciones próximas a las nucleares. El hecho de que estas instalaciones estén en superficie implica que los residuos estarían sometidos a los avatares de la historia humana, con posibles robos, sabotajes e intrusiones. Las instalaciones centralizadas implican además la realización de peligrosos transportes y son más injustas porque condenan a un único emplazamiento a sufrir todos los residuos. Mientras que la opción por las instalaciones individualizadas elimina los transportes pero obliga a vigilar varios emplazamientos. Finalmente, estos almacenamientos temporales pueden ser en seco, como en el caso de Habog (Holanda), o en piscina, como el caso del almacén centralizado de Clab (Suecia).
Estas instalaciones superficiales temporales están también sometidos a los riesgos geológicos, puesto que los terrenos en que se construyan pueden no estar exentos de inestabilidades geológicas de todo tipo. En todo caso, la diversidad entre las opciones que han tomado unos países y otros muestra el desconcierto y la inmadurez tecnológica de los métodos de gestión de estas peligrosas sustancias.
La situación española
En España funcionan hoy siete reactores nucleares, de los diez que llegaron a ponerse en marcha, tras decisión de Franco de optar por la energía nuclear. Esta decisión, por cierto, no fue cuestionada hasta 1984, cuando el Gobierno del PSOE decretó la moratoria nuclear y puso freno a los planes para construir una treintena de centrales nucleares en España. Si las centrales nucleares españolas en operación funcionaran 40 años, habría que gestionar unas 7.000 toneladas métricas de residuos de alta actividad. En nuestro país es la empresa pública ENRESA la encargada de la gestión y, desde su creación en 1984 hasta 2005, se financió con cargo al recibo de la electricidad. A partir de ese año, se cobra un canon a los productores de residuos que resulta insuficiente para cubrir los gastos.
España no es una excepción en el desconcierto técnico en torno a la gestión de los residuos de alta actividad, pues los proyectos de gestión de los residuos se han modificado en numerosas ocasiones. En 1986 se planteó trabajar para el enteramiento y se planteó el proyecto IPES (Instalación Piloto Experimental Subterránea) en Aldeadávila de la Ribera (Salamanca), con el fin de estudiar un emplazamiento para construir un AGP. Las fuertes protestas de los habitantes de la zona y las presiones del gobierno portugués dieron al traste con este proyecto. Cuando se paralizó en 1987, empezó a estrudiarse la opción del enterramiento, pero esta vez en Nombela (Toledo). Estos trabajos duraron aproximadamente hasta 1992 cuando se abandona de nuevo la idea por las protestas populares. En ese momento ENRESA pone en marcha los Proyectos AFA y ZOA (acrónimos de Zonas Favorables y Áreas Favorables), que consisten en estudiar zonas cada vez menos extensas del territorio español y cada vez en más detalle. Los resultados de estos dos proyectos aún están disponibles para que ENRESA pueda tomar una decisión sobre un hipotético AGP en el futuro. Las numerosas protestas que se produjeron en los emplazamientos estudiados por ENRESA forzaron la paralización de estas actividades.
Todos los intentos antes citados contaron con una amplia oposición social y política. Cada uno de los proyectos fue contestado con fuertes protestas ciudadanas. Esto motivó que en diciembre de 2004 el Parlamento optara por la construcción de un Almacén Temporal Centralizado (ATC), donde se depositarían en seco y en superficie los residuos de alta de todas las centrales españolas. Esto se fijó en el 6º Plan General de Residuos Radiactivos que contemplaba el desmantelamiento de las instalaciones nucleares y radiactivas y presupuestaba los fondos necesarios para todas estas actividades. Según este plan, el ATC debería haber empezado a funcionar en 2010, pero hoy en día aún no ha empezado a construirse. El pueblo de Villar de Cañas (Cuenca) fue el lugar elegido por el Gobierno de Rajoy, pero cuenta con la oposición de la Junta de Castilla-La Mancha, que ha anulado el Plan de Ordenación Municipal y protegido los terrenos incluyéndolos en una ZEPA, y de los vecinos de las localidades cercanas, que realizan numerosas movilizaciones y actividades culturales. El proyecto ha sido detenido por el Gobierno de Pedro Sánchez, que está estudiando la idoneidad de la política de gestión de los residuos de alta.
Dado el retraso del ATC y la saturación gradual de las piscinas, las centrales nucleares y ENRESA han puesto en marcha los Almacenes Temporales Individualizados (ATIs), que reciben sólo los residuos de la central a que pertenecen. Los ATIs son sencillas instalaciones consistentes en una losa de hormigón sísmico y sofisticados contenedores que blindan la mayor parte de la radiactividad. Como se ha comentado, tienen la ventaja de que no necesitan transportes y de que la amenaza de los residuos permanece cerca de la instalación. La desventaja principal es que esa opción implica mantener varios emplazamientos nucleares todo el tiempo que se mantengan estas instalaciones. En la actualidad todas las centrales nucleares tienen ya ATIs o proyectos para construirlos, lo que hace innecesaria la construcción del ATC. Ésta sería una instalación más compleja que seguiría el diseño del ATC de Habog en Holanda, pero con una capacidad diez veces mayor.
Un tipo de residuos especial son los de la central de Vandellós I (Tarragona), que se cerró tras el accidente sufrido 1989. Esta central estaba diseñada para generar plutonio en grado militar y, dado que España es un país firmante del TNP, sus residuos se enviaron a Francia para ser reprocesados. Los residuos siguen allí, en La Hague, y ENRESA está obligada a pagar unos 74.000 euros diarios en concepto de depósito, hasta que estos residuos sean devueltos a España, momento en que ENRESA recuperará esa “fianza”.
Estamos en un momento clave para diseñar una política sensata de gestión de los residuos de alta en nuestro país. De entrada es necesario suspender definitivamente el proyecto de ATC, puesto que los ATIs dan tiempo suficiente para que se produzca un debate sereno entre los técnicos, la clase política y toda la sociedad, y se pueda optar por la opción consensuada menos mala. Pero para que este debate pueda darse, el Gobierno ha de poner sobre la mesa un calendario de cierre de nucleares aceptable. Así se sabrá cuantos y qué residuos habrá que gestionar.
Conclusiones
Nos encontramos ante el grave problema de deshacernos de unas sustancias que jamás deberían haberse fabricado. Cada año se generan unas 12.000 Tm de estos residuos en el mundo, que van a ser peligrosos durante cientos de miles de años y para los que no tenemos hoy una forma de gestión satisfactoria.
El enorme lapso de tiempo que hay que vigilar los residuos implica graves problemas éticos, ambientales, económicos, sociales y políticos. Dado que no existe una forma de gestión satisfactoria, lo más sensato es dejar de producirlas y reducir el problema a la mínima expresión cerrando lo antes posible las centrales nucleares de fisión. Además, las técnicas que se han desarrollado para reprocesarlos son de doble uso, militar y civil, y aumentan la inseguridad del planeta. El camino hacia el desarme nuclear pasa, por tanto, por el abandono de la energía nuclear de fisión.
Fuente: http://ctxt.es/es/20180905/Culturas/21524/residuos-radiactivos-energia-nuclear-francisco-castejon-almacenes-atomicos-garo%C3%B1a.htm
Francisco Castejón es Doctor en Físicas y es especialista en temas de energía. Es Investigador Titular de OPI con el cargo de director de Unidad. Cuenta con más de 150 publicaciones en revistas internacionales. Como voluntariado, es miembro de la comisión de Energía de Ecologistas en Acción. Además es portavoz del Movimiento Ibérico Antinuclear y miembro de la ONG Acción en Red y de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético. Es autor de ¿Vuelven las Nucleares?, publicado por Talasa en 2004, Claves del Ecologismo social (2013), Alta Tensión (2015). Imagen de portada: Traslado de residuos radiactivos desde Nevada a Nuevo México. Gobierno de EE.UU
En la actualidad se barajan técnicas de almacenamiento, sean temporales o definitivas, en superficie o enterrados, en seco o en piscina, y también se trabaja en la transmutación que sería la hipotética solución final. La transmutación consiste en bombardear los residuos con partículas energéticas con el fin de transformarlos en sustancias estables o, al menos, con el fin de reducir su vida radiactiva hasta unas cifras sensatas. Una de las líneas de trabajo de la transmutación es fisionar los actínidos menores como el plutonio para convertirlos, a su vez, en productos de fisión, con tiempos de semidesintegración mucho más cortos. En la industria nuclear se llega a hablar de “reciclaje” puesto que se recuperaría la energía que queda en los actínidos menores de los residuos. De hecho en algunas centrales nucleares, como la de Fukushima e Japón o la de Garoña en España, se introdujeron óxidos mixtos de uranio y plutonio para producir electricidad. El uso de los residuos de alta con el fin de la extracción de isótopos como el plutonio se conoce como reproceso y es una técnica que tiene varios problemas. El primero es que es de doble uso militar y civil y contribuye, por tanto, a la proliferación de armas atómicas. Además, conlleva una serie de procesos muy contaminantes que, a su vez, generan enormes cantidades de residuos radiactivos líquidos y sólidos. Y, por si fuera poco, no resuelve el problema totalmente, puesto que siguen quedando productos de fisión y sustancias de vida larga. Es necesario seguir investigando en transmutación antes de considerarla como una alternativa realista.
Para el almacenamiento definitivo de los residuos se planea el enterramiento profundo en zonas geológicas estables, lo que se conoce en el argot como AGP o Almacenamiento Geológico Profundo. Este método tiene varios problemas relacionados con el enorme tiempo que es necesario mantener esos residuos aislados. En primer lugar, no se puede garantizar que las formaciones geológicas sean estables durante tanto tiempo. En particular, la hidrogeología puede variar por los cambios naturales de clima: los periodos de tiempo entre glaciaciones, que cambian radicalmente las propiedades del subsuelo, pueden ser de unos 15.000 años. En segundo lugar, es imposible prever los avatares de la historia humana en ese larguísimo tiempo: cómo mantener la instalación vigilada, cómo comunicar a las generaciones futuras lo que ahí hay almacenado, cómo garantizar que nadie se apodere de los residuos con fines maliciosos… En tercer lugar, sería necesario transportar los residuos desde las centrales hasta el AGP, lo que obligaría a que el territorio fuera surcado por transportes especiales muy peligrosos, con los consiguientes efectos negativos sobre las rutas de transporte. Finalmente, estos residuos deberían ser recuperables por si dentro de unos miles de años funciona alguna forma de transmutación. Y queda un detalle más: ¿dónde se construirán los AGPs? ¿qué zonas del planeta serán condenadas a convivir con esa amenaza?
En el mundo existe un único proyecto de construcción de un AGP. Se trata de Onkalo en Finlandia, bien retratado en el documental titulado Into Enternity. Aparte, ha habido varios intentos de investigación en emplazamientos, ente los que destacan el de Yucca Mountain en EE.UU. y el de Asse, en Alemania. En el primer caso se invirtieron más de 3.000 millones de dólares en un emplazamiento que se abandonó en 2010 por su falta de idoneidad, mientras que en el segundo hubo que movilizar los residuos que se habían almacenado en un domo salino cuando éste fue invadido por una corriente de agua y los bidones amenazados de corrosión por la salmuera que se formó. Como han puesto de manifiesto estos casos, el principal temor en torno al AGP viene de las posibles inestabilidades geológicas y, en especial, hidrogeológicas.
Dados los problemas del enterramiento, se han barajado alternativas temporales en superficie para ganar tiempo y avanzar en las técnicas de gestión y en el consenso político y social. Se estudian las posibilidades de construir almacenes centralizados, donde depositar los residuos de todas las centrales de un país, o bien en instalaciones próximas a las nucleares. El hecho de que estas instalaciones estén en superficie implica que los residuos estarían sometidos a los avatares de la historia humana, con posibles robos, sabotajes e intrusiones. Las instalaciones centralizadas implican además la realización de peligrosos transportes y son más injustas porque condenan a un único emplazamiento a sufrir todos los residuos. Mientras que la opción por las instalaciones individualizadas elimina los transportes pero obliga a vigilar varios emplazamientos. Finalmente, estos almacenamientos temporales pueden ser en seco, como en el caso de Habog (Holanda), o en piscina, como el caso del almacén centralizado de Clab (Suecia).
Estas instalaciones superficiales temporales están también sometidos a los riesgos geológicos, puesto que los terrenos en que se construyan pueden no estar exentos de inestabilidades geológicas de todo tipo. En todo caso, la diversidad entre las opciones que han tomado unos países y otros muestra el desconcierto y la inmadurez tecnológica de los métodos de gestión de estas peligrosas sustancias.
La situación española
En España funcionan hoy siete reactores nucleares, de los diez que llegaron a ponerse en marcha, tras decisión de Franco de optar por la energía nuclear. Esta decisión, por cierto, no fue cuestionada hasta 1984, cuando el Gobierno del PSOE decretó la moratoria nuclear y puso freno a los planes para construir una treintena de centrales nucleares en España. Si las centrales nucleares españolas en operación funcionaran 40 años, habría que gestionar unas 7.000 toneladas métricas de residuos de alta actividad. En nuestro país es la empresa pública ENRESA la encargada de la gestión y, desde su creación en 1984 hasta 2005, se financió con cargo al recibo de la electricidad. A partir de ese año, se cobra un canon a los productores de residuos que resulta insuficiente para cubrir los gastos.
España no es una excepción en el desconcierto técnico en torno a la gestión de los residuos de alta actividad, pues los proyectos de gestión de los residuos se han modificado en numerosas ocasiones. En 1986 se planteó trabajar para el enteramiento y se planteó el proyecto IPES (Instalación Piloto Experimental Subterránea) en Aldeadávila de la Ribera (Salamanca), con el fin de estudiar un emplazamiento para construir un AGP. Las fuertes protestas de los habitantes de la zona y las presiones del gobierno portugués dieron al traste con este proyecto. Cuando se paralizó en 1987, empezó a estrudiarse la opción del enterramiento, pero esta vez en Nombela (Toledo). Estos trabajos duraron aproximadamente hasta 1992 cuando se abandona de nuevo la idea por las protestas populares. En ese momento ENRESA pone en marcha los Proyectos AFA y ZOA (acrónimos de Zonas Favorables y Áreas Favorables), que consisten en estudiar zonas cada vez menos extensas del territorio español y cada vez en más detalle. Los resultados de estos dos proyectos aún están disponibles para que ENRESA pueda tomar una decisión sobre un hipotético AGP en el futuro. Las numerosas protestas que se produjeron en los emplazamientos estudiados por ENRESA forzaron la paralización de estas actividades.
Todos los intentos antes citados contaron con una amplia oposición social y política. Cada uno de los proyectos fue contestado con fuertes protestas ciudadanas. Esto motivó que en diciembre de 2004 el Parlamento optara por la construcción de un Almacén Temporal Centralizado (ATC), donde se depositarían en seco y en superficie los residuos de alta de todas las centrales españolas. Esto se fijó en el 6º Plan General de Residuos Radiactivos que contemplaba el desmantelamiento de las instalaciones nucleares y radiactivas y presupuestaba los fondos necesarios para todas estas actividades. Según este plan, el ATC debería haber empezado a funcionar en 2010, pero hoy en día aún no ha empezado a construirse. El pueblo de Villar de Cañas (Cuenca) fue el lugar elegido por el Gobierno de Rajoy, pero cuenta con la oposición de la Junta de Castilla-La Mancha, que ha anulado el Plan de Ordenación Municipal y protegido los terrenos incluyéndolos en una ZEPA, y de los vecinos de las localidades cercanas, que realizan numerosas movilizaciones y actividades culturales. El proyecto ha sido detenido por el Gobierno de Pedro Sánchez, que está estudiando la idoneidad de la política de gestión de los residuos de alta.
Dado el retraso del ATC y la saturación gradual de las piscinas, las centrales nucleares y ENRESA han puesto en marcha los Almacenes Temporales Individualizados (ATIs), que reciben sólo los residuos de la central a que pertenecen. Los ATIs son sencillas instalaciones consistentes en una losa de hormigón sísmico y sofisticados contenedores que blindan la mayor parte de la radiactividad. Como se ha comentado, tienen la ventaja de que no necesitan transportes y de que la amenaza de los residuos permanece cerca de la instalación. La desventaja principal es que esa opción implica mantener varios emplazamientos nucleares todo el tiempo que se mantengan estas instalaciones. En la actualidad todas las centrales nucleares tienen ya ATIs o proyectos para construirlos, lo que hace innecesaria la construcción del ATC. Ésta sería una instalación más compleja que seguiría el diseño del ATC de Habog en Holanda, pero con una capacidad diez veces mayor.
Un tipo de residuos especial son los de la central de Vandellós I (Tarragona), que se cerró tras el accidente sufrido 1989. Esta central estaba diseñada para generar plutonio en grado militar y, dado que España es un país firmante del TNP, sus residuos se enviaron a Francia para ser reprocesados. Los residuos siguen allí, en La Hague, y ENRESA está obligada a pagar unos 74.000 euros diarios en concepto de depósito, hasta que estos residuos sean devueltos a España, momento en que ENRESA recuperará esa “fianza”.
Estamos en un momento clave para diseñar una política sensata de gestión de los residuos de alta en nuestro país. De entrada es necesario suspender definitivamente el proyecto de ATC, puesto que los ATIs dan tiempo suficiente para que se produzca un debate sereno entre los técnicos, la clase política y toda la sociedad, y se pueda optar por la opción consensuada menos mala. Pero para que este debate pueda darse, el Gobierno ha de poner sobre la mesa un calendario de cierre de nucleares aceptable. Así se sabrá cuantos y qué residuos habrá que gestionar.
Conclusiones
Nos encontramos ante el grave problema de deshacernos de unas sustancias que jamás deberían haberse fabricado. Cada año se generan unas 12.000 Tm de estos residuos en el mundo, que van a ser peligrosos durante cientos de miles de años y para los que no tenemos hoy una forma de gestión satisfactoria.
El enorme lapso de tiempo que hay que vigilar los residuos implica graves problemas éticos, ambientales, económicos, sociales y políticos. Dado que no existe una forma de gestión satisfactoria, lo más sensato es dejar de producirlas y reducir el problema a la mínima expresión cerrando lo antes posible las centrales nucleares de fisión. Además, las técnicas que se han desarrollado para reprocesarlos son de doble uso, militar y civil, y aumentan la inseguridad del planeta. El camino hacia el desarme nuclear pasa, por tanto, por el abandono de la energía nuclear de fisión.
Fuente: http://ctxt.es/es/20180905/Culturas/21524/residuos-radiactivos-energia-nuclear-francisco-castejon-almacenes-atomicos-garo%C3%B1a.htm
Francisco Castejón es Doctor en Físicas y es especialista en temas de energía. Es Investigador Titular de OPI con el cargo de director de Unidad. Cuenta con más de 150 publicaciones en revistas internacionales. Como voluntariado, es miembro de la comisión de Energía de Ecologistas en Acción. Además es portavoz del Movimiento Ibérico Antinuclear y miembro de la ONG Acción en Red y de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético. Es autor de ¿Vuelven las Nucleares?, publicado por Talasa en 2004, Claves del Ecologismo social (2013), Alta Tensión (2015). Imagen de portada: Traslado de residuos radiactivos desde Nevada a Nuevo México. Gobierno de EE.UU