El rumor de las multitudes y la fragilidad de las sociedades sostenibles
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por la ONU mantienen una ideología excesivamente moderna y occidentalocéntrica que pretende legitimar su posición privilegiada mediante una concepción desarrollista de la sostenibilidad imposible de mantener desde un punto de vista sistémico.
Enrique Cano
El 25 de septiembre de 2015 la ONU aprobó la Agenda 2030 en la que se especificaban los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ―desglosados en 169 metas― que, al menos oficialmente, los 193 Estados miembros adoptaron como fines hacia los que orientar no únicamente sus políticas públicas, sino también la actuación del sector privado, la sociedad civil y los individuos. Una agenda que sustituía a los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) vigentes entre 2000 y 2015, fortaleciendo la ideología desarrollista de los mismos mediante la inclusión del crecimiento económico (ODS 8), la innovación en infraestructura industrial (ODS 9) o la producción “responsable” (ODS 12).
Si bien los ODS ya han recibido fuertes críticas tanto en España como en el extranjero, resaltando entre otras cuestiones la falta de análisis sistemáticos sobre las causas subyacentes de los fenómenos que se pretenden resolver (o cuanto menos mitigar), así como la confusión entre medios y fines que conlleva la inclusión de los ODS antes citados, la realidad es que tanto instituciones públicas como entidades privadas continúan implementando una versión ingenua y bienpensante de los mismos como una forma rápida y fácil de mostrar públicamente su conciencia social y medioambiental.
Por solo poner un ejemplo, mientras que la campaña mediática de los ODM pasó prácticamente desapercibida por gran parte de las instituciones de enseñanza ―tanto de primaria como de secundaria y universidad―, actualmente parece no existir un solo centro educativo que no haya adaptado sus planes docentes con el objetivo de concienciar a sus estudiantes en algunos de los 17 ODS que componen la Agenda. Del mismo modo, algunas Agencias de Calidad y Prospectiva del sistema universitario español (los organismos públicos que evalúan y acreditan los grados, másteres y planes de doctorado) ya han incluido en sus normativas la obligación de valorar positivamente aquellos planes docentes que vinculen sus contenidos materiales con alguno de los ODS.
DESARROLLO Y POSTCOLONIALISMO
Enrique Cano
El 25 de septiembre de 2015 la ONU aprobó la Agenda 2030 en la que se especificaban los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ―desglosados en 169 metas― que, al menos oficialmente, los 193 Estados miembros adoptaron como fines hacia los que orientar no únicamente sus políticas públicas, sino también la actuación del sector privado, la sociedad civil y los individuos. Una agenda que sustituía a los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) vigentes entre 2000 y 2015, fortaleciendo la ideología desarrollista de los mismos mediante la inclusión del crecimiento económico (ODS 8), la innovación en infraestructura industrial (ODS 9) o la producción “responsable” (ODS 12).
Si bien los ODS ya han recibido fuertes críticas tanto en España como en el extranjero, resaltando entre otras cuestiones la falta de análisis sistemáticos sobre las causas subyacentes de los fenómenos que se pretenden resolver (o cuanto menos mitigar), así como la confusión entre medios y fines que conlleva la inclusión de los ODS antes citados, la realidad es que tanto instituciones públicas como entidades privadas continúan implementando una versión ingenua y bienpensante de los mismos como una forma rápida y fácil de mostrar públicamente su conciencia social y medioambiental.
Por solo poner un ejemplo, mientras que la campaña mediática de los ODM pasó prácticamente desapercibida por gran parte de las instituciones de enseñanza ―tanto de primaria como de secundaria y universidad―, actualmente parece no existir un solo centro educativo que no haya adaptado sus planes docentes con el objetivo de concienciar a sus estudiantes en algunos de los 17 ODS que componen la Agenda. Del mismo modo, algunas Agencias de Calidad y Prospectiva del sistema universitario español (los organismos públicos que evalúan y acreditan los grados, másteres y planes de doctorado) ya han incluido en sus normativas la obligación de valorar positivamente aquellos planes docentes que vinculen sus contenidos materiales con alguno de los ODS.
DESARROLLO Y POSTCOLONIALISMO
Más allá de la efectiva deseabilidad de muchos de sus objetivos ―¿quién va a querer oponerse a cuestiones como la erradicación de la pobreza, la igualdad de género o la acción por el clima?―, el problema de fondo que se plantea con los ODS es doble. En primer lugar, conllevan una ideología que vincula necesaria y unívocamente la consecución de los objetivos que se pretenden lograr con un desarrollo (entiéndase crecimiento) económico y técnico-industrial medido según los cánones materiales y conceptuales de Occidente. En segundo, presuponen a priori que no existe contradicción alguna entre la sostenibilidad y el desarrollo, entendidos según el paradigma occidental.
En lo relativo al primer problema, ha sido mérito de la filosofía postcolonial y decolonial de las últimas décadas incidir en la idea de que el término “desarrollo” no es más que un nuevo eufemismo con el que sustituir el término “civilización”, de modo que aquellos que antes eran desacreditados por “bárbaros” o “salvajes”, ahora lo son por subdesarrollados. A este respecto, la ideología presente en los ODS es un buen ejemplo de lo que Enrique Dussel denomina “la falacia desarrollista”. Una expresión con la que se refiere a la persistencia en Occidente de un esquema lineal propio de la ideología universalista desarrollada por la filosofía moderna, que considera que todas las culturas y naciones tienen que pasar por las mismas fases de desarrollo histórico, al menos en lo que a economía (ODS 8), tecnología (ODS 9) o instituciones políticas (ODS 16) se refiere. Un esquema que según Gayatri Spivak conlleva negar la palabra ―en el sentido de negar su validez crítica o “científica”― a todo discurso producido espacial o conceptualmente fuera del canon occidental definido por la modernidad.
Tal y como el pensamiento postcolonial y decolonial ha mostrado durante las últimas décadas, el término “desarrollo” no es más que un eufemismo con el que el Occidente (post)moderno evita emplear los conceptos “civilización” o “colonización”.
Más recientemente, Sirin Adlbi Sibai ha mantenido tras un trabajo de campo sobre las tareas desarrolladas en el norte de Marruecos por las ONGs para el desarrollo, que “el sistema internacional de la cooperación al desarrollo […] desarrollará los sistemas de explotación y saqueo de los recursos materiales, culturales y humanos de África, Asia y Latinoamérica, [y únicamente] servirá para promocionar los intereses de las potencias europeas en el exterior […] y promocionar la industria y la tecnología de los países del Norte [como] un instrumento que incita a los países del Sur a comprar sus productos y servicios endeudándose”.
Según este punto de vista, una de las funciones estructurales y menos reconocidas de los ODS consiste en promover un discurso universalista con el que posicionar el conocimiento y la tecnología producida en Occidente, como la única forma con la que implementar el logro de los mismos en los países a los que se pretende exportar lo productos y tecnologías social y medioambientalmente “sostenibles”. Antes que una lucha por la sostenibilidad a largo plazo, los ODS deberían ser vistos como parte de una batalla geopolítica a corto plazo por imponer el predominio de los valores y sistemas productivos de Occidente al resto del mundo. Cuestión esta que nos lleva directamente al segundo problema.
SOSTENIBILIDAD Y SISTEMAS AUTO-EXPANSIVOS
En lo relativo al primer problema, ha sido mérito de la filosofía postcolonial y decolonial de las últimas décadas incidir en la idea de que el término “desarrollo” no es más que un nuevo eufemismo con el que sustituir el término “civilización”, de modo que aquellos que antes eran desacreditados por “bárbaros” o “salvajes”, ahora lo son por subdesarrollados. A este respecto, la ideología presente en los ODS es un buen ejemplo de lo que Enrique Dussel denomina “la falacia desarrollista”. Una expresión con la que se refiere a la persistencia en Occidente de un esquema lineal propio de la ideología universalista desarrollada por la filosofía moderna, que considera que todas las culturas y naciones tienen que pasar por las mismas fases de desarrollo histórico, al menos en lo que a economía (ODS 8), tecnología (ODS 9) o instituciones políticas (ODS 16) se refiere. Un esquema que según Gayatri Spivak conlleva negar la palabra ―en el sentido de negar su validez crítica o “científica”― a todo discurso producido espacial o conceptualmente fuera del canon occidental definido por la modernidad.
Tal y como el pensamiento postcolonial y decolonial ha mostrado durante las últimas décadas, el término “desarrollo” no es más que un eufemismo con el que el Occidente (post)moderno evita emplear los conceptos “civilización” o “colonización”.
Más recientemente, Sirin Adlbi Sibai ha mantenido tras un trabajo de campo sobre las tareas desarrolladas en el norte de Marruecos por las ONGs para el desarrollo, que “el sistema internacional de la cooperación al desarrollo […] desarrollará los sistemas de explotación y saqueo de los recursos materiales, culturales y humanos de África, Asia y Latinoamérica, [y únicamente] servirá para promocionar los intereses de las potencias europeas en el exterior […] y promocionar la industria y la tecnología de los países del Norte [como] un instrumento que incita a los países del Sur a comprar sus productos y servicios endeudándose”.
Según este punto de vista, una de las funciones estructurales y menos reconocidas de los ODS consiste en promover un discurso universalista con el que posicionar el conocimiento y la tecnología producida en Occidente, como la única forma con la que implementar el logro de los mismos en los países a los que se pretende exportar lo productos y tecnologías social y medioambientalmente “sostenibles”. Antes que una lucha por la sostenibilidad a largo plazo, los ODS deberían ser vistos como parte de una batalla geopolítica a corto plazo por imponer el predominio de los valores y sistemas productivos de Occidente al resto del mundo. Cuestión esta que nos lleva directamente al segundo problema.
SOSTENIBILIDAD Y SISTEMAS AUTO-EXPANSIVOS
El término “desarrollo sostenible” ha adquirido un carácter tan habitual en nuestro lenguaje que ha pasado a formar parte de esas expresiones que solamente por su mera repetición se presentan y auto-legitiman a sí mismas como algo completamente coherente y/o de sentido común, si bien cada vez son más las voces que ven una contradicción inherente en el mismo y comienzan a hablar de planes de decrecimiento como la única forma viable de sostenibilidad.
El último libro del matemático Theodore Kaczynski ―más conocido como Unabomber― desarrolla algunos argumentos que a la vez que asumen la incompatibilidad de base entre desarrollo y sostenibilidad, cuestionan también la efectividad u operatividad de las estrategias de decrecimiento para lograr una sostenibilidad estable en el tiempo a nivel global debido al carácter de sistema auto-expansivo (self-propagated systems) propio de las sociedades tecno-industriales. Según Kaczynski, un sistema auto-expansivo es aquel que promueve su propia supervivencia incrementando indefinidamente su tamaño y poder, y/o subdividiéndose en nuevos sistemas también auto-expansivos.
La paradoja del desarrollismo consiste, pues, en que un rasgo que es ventajoso o incluso indispensable para la supervivencia a corto plazo de una sociedad, conduce a largo plazo a la desaparición de la misma.
Con este concepto en mente, Kaczynski explica la fragilidad de las sociedades sostenibles y/o basadas en sistemas de decrecimiento frente a las basadas en sistemas auto-expansivos mediante el ejemplo de la tala de bosques. Concretamente, supone la existencia de una región boscosa ocupada por varios reinos pequeños y rivales. Los reinos que talan la mayor parte de los bosques y utilizan la tierra para uso agrícola pueden plantar más cultivos y, por lo tanto, pueden mantener una población más grande que los otros reinos, lo cual les da una ventaja militar. Si algún reino se abstiene de la tala excesiva de bosques debido a las consecuencias insostenibles que ello conlleva a largo plazo para su propia supervivencia, entonces ese reino se colocará a sí mismo en una desventaja militar y será eliminado ―o colonizado― por los reinos más poderosos, de modo que finalmente todo el territorio pasará a estar dominado por los reinos que talan sus bosques de manera insostenible.
Si bien en el largo plazo la deforestación resultante conducirá a un desastre ecológico que conlleve el colapso de todos los reinos, la reflexión que enfatiza Kaczynski consiste en reconocer que las sociedades con sistemas social y medioambientalmente sostenibles a largo plazo, resultan increíblemente frágiles frente a los sistemas desarrollistas auto-expansivos de sus vecinos, de modo que es suficiente con que exista un único reino auto-expansivo entre una miríada de reinos sostenibles para que, al menos en el corto plazo, sea indispensable para su supervivencia que estos últimos se conviertan a su vez en un sistema auto-expansivo. La paradoja del desarrollismo consiste, pues, en que un rasgo que es ventajoso o incluso indispensable para la supervivencia a corto plazo de una sociedad, conduce a largo plazo a la desaparición de la misma.
Como es bien conocido, la única solución que Kaczynski veía a la auto-expansividad de las sociedades tecno-industriales radicaba en destruir, por medio de la violencia armada, los centros de producción de tecnología (UNiversities) y distribución de mercancías (Airports) ―de ahí el sobrenombre de UN+A+Bomber que le dio el FBI― diseñados para garantizar e incluso incrementar exponencialmente la auto-expansividad o desarrollismo de nuestras actuales sociedades, con el objetivo de provocar un colapso del sistema tecnoindustrial que permitiera comenzar de cero una nueva civilización no desarrollista que pudiera vivir de forma sostenible hasta que surgiera nuevamente una sociedad autoexpansiva y la paradoja del desarrollismo volviera a su punto de inicio.
Si bien la radicalidad de la solución dada por Unabomber acepta como algo necesario la muerte de millones de personas con el objetivo de salvar el planeta para aquellos pocos que lograsen sobrevivir al colapso civilizatorio (lo cual la acerca peligrosamente a un ecofascismo), su argumentación sobre la fragilidad de las sociedades sostenibles frente a las desarrollistas constituye sin duda alguna uno de los problemas políticos más cruciales para el futuro de nuestra sociedad. Problema que es precisamente lo que la ideología oficial de los ODS invisibiliza, renunciando si quiera a plantearlo con cada nueva ocasión que se pronuncian las palabras “desarrollo sostenible”.
Enrique Cano
Profesor de Filosofía. Profesor de Ingeniería Mecánica. Universidad de Zaragoza
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/unabomber-y-la-fragilidad-de-las-sociedades-sostenibles - Imagen de portada: Captura del juego Age of Empires, ejemplo de sistemas auto-expansivos asociados a un desarrollismo ecocida por: Jorge León Casero
El último libro del matemático Theodore Kaczynski ―más conocido como Unabomber― desarrolla algunos argumentos que a la vez que asumen la incompatibilidad de base entre desarrollo y sostenibilidad, cuestionan también la efectividad u operatividad de las estrategias de decrecimiento para lograr una sostenibilidad estable en el tiempo a nivel global debido al carácter de sistema auto-expansivo (self-propagated systems) propio de las sociedades tecno-industriales. Según Kaczynski, un sistema auto-expansivo es aquel que promueve su propia supervivencia incrementando indefinidamente su tamaño y poder, y/o subdividiéndose en nuevos sistemas también auto-expansivos.
La paradoja del desarrollismo consiste, pues, en que un rasgo que es ventajoso o incluso indispensable para la supervivencia a corto plazo de una sociedad, conduce a largo plazo a la desaparición de la misma.
Con este concepto en mente, Kaczynski explica la fragilidad de las sociedades sostenibles y/o basadas en sistemas de decrecimiento frente a las basadas en sistemas auto-expansivos mediante el ejemplo de la tala de bosques. Concretamente, supone la existencia de una región boscosa ocupada por varios reinos pequeños y rivales. Los reinos que talan la mayor parte de los bosques y utilizan la tierra para uso agrícola pueden plantar más cultivos y, por lo tanto, pueden mantener una población más grande que los otros reinos, lo cual les da una ventaja militar. Si algún reino se abstiene de la tala excesiva de bosques debido a las consecuencias insostenibles que ello conlleva a largo plazo para su propia supervivencia, entonces ese reino se colocará a sí mismo en una desventaja militar y será eliminado ―o colonizado― por los reinos más poderosos, de modo que finalmente todo el territorio pasará a estar dominado por los reinos que talan sus bosques de manera insostenible.
Si bien en el largo plazo la deforestación resultante conducirá a un desastre ecológico que conlleve el colapso de todos los reinos, la reflexión que enfatiza Kaczynski consiste en reconocer que las sociedades con sistemas social y medioambientalmente sostenibles a largo plazo, resultan increíblemente frágiles frente a los sistemas desarrollistas auto-expansivos de sus vecinos, de modo que es suficiente con que exista un único reino auto-expansivo entre una miríada de reinos sostenibles para que, al menos en el corto plazo, sea indispensable para su supervivencia que estos últimos se conviertan a su vez en un sistema auto-expansivo. La paradoja del desarrollismo consiste, pues, en que un rasgo que es ventajoso o incluso indispensable para la supervivencia a corto plazo de una sociedad, conduce a largo plazo a la desaparición de la misma.
Como es bien conocido, la única solución que Kaczynski veía a la auto-expansividad de las sociedades tecno-industriales radicaba en destruir, por medio de la violencia armada, los centros de producción de tecnología (UNiversities) y distribución de mercancías (Airports) ―de ahí el sobrenombre de UN+A+Bomber que le dio el FBI― diseñados para garantizar e incluso incrementar exponencialmente la auto-expansividad o desarrollismo de nuestras actuales sociedades, con el objetivo de provocar un colapso del sistema tecnoindustrial que permitiera comenzar de cero una nueva civilización no desarrollista que pudiera vivir de forma sostenible hasta que surgiera nuevamente una sociedad autoexpansiva y la paradoja del desarrollismo volviera a su punto de inicio.
Si bien la radicalidad de la solución dada por Unabomber acepta como algo necesario la muerte de millones de personas con el objetivo de salvar el planeta para aquellos pocos que lograsen sobrevivir al colapso civilizatorio (lo cual la acerca peligrosamente a un ecofascismo), su argumentación sobre la fragilidad de las sociedades sostenibles frente a las desarrollistas constituye sin duda alguna uno de los problemas políticos más cruciales para el futuro de nuestra sociedad. Problema que es precisamente lo que la ideología oficial de los ODS invisibiliza, renunciando si quiera a plantearlo con cada nueva ocasión que se pronuncian las palabras “desarrollo sostenible”.
Enrique Cano
Profesor de Filosofía. Profesor de Ingeniería Mecánica. Universidad de Zaragoza
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/unabomber-y-la-fragilidad-de-las-sociedades-sostenibles - Imagen de portada: Captura del juego Age of Empires, ejemplo de sistemas auto-expansivos asociados a un desarrollismo ecocida por: Jorge León Casero