Dictaduras online
Las dictaduras nunca han operado bajo las sombras. Sus crímenes han sido de pleno conocimiento desde el mismo momento que toman el poder a la fuerza. El carácter sombrío habita en el papel que juega la comunidad internacional y los medios de comunicación que hacen del discurso un dispositivo para justificar y normalizar el crimen. Convertir la injusticia y toda criminalidad en rituales de lo necesario, de lo inevitable, de lo justificable sin importar la sangre derramada, es función de publicistas y periodistas que operan como proxenetas que venden asesorías, estudios y estrategias propagandísticas del pánico y el odio, formas de colonización enfocadas a los territorios mentales de sociedades que ahora son regidas por libretos que la dictadura neoliberal reparte a gobiernos y medios de comunicación del capitalismo.
Alexander Escobar
La sociedad sometida a la domesticación emocional del statu quo se autorregula justificando bombardeos, masacres y leyes que secuestran la dignidad de pueblos y comunidades. Ya sea con discursos a nombre de la democracia, la seguridad, la libertad, la moral o Dios, la imposición del miedo, el odio y la ignorancia sobre la sensatez, llevan al poder a presidentes como Donald Trump en Estados Unidos e Iván Duque en Colombia.
Lo afirmado podrá sonar como un pesimismo sombrío, o desfasado ante el optimismo del horizonte de la protesta social que en el 2019 tomó realce en algunos países latinoamericanos, entre los que se destaca, principalmente, Chile. Sin embargo, la realidad demuestra que, a pesar de la aguerrida y ejemplar resistencia el pueblo chileno, el régimen se mantiene, no intacto, pero se mantiene. Y Sebastián Piñera, actual presidente, no será derrocado, será cambiado en su momento.
Alexander Escobar
La sociedad sometida a la domesticación emocional del statu quo se autorregula justificando bombardeos, masacres y leyes que secuestran la dignidad de pueblos y comunidades. Ya sea con discursos a nombre de la democracia, la seguridad, la libertad, la moral o Dios, la imposición del miedo, el odio y la ignorancia sobre la sensatez, llevan al poder a presidentes como Donald Trump en Estados Unidos e Iván Duque en Colombia.
Lo afirmado podrá sonar como un pesimismo sombrío, o desfasado ante el optimismo del horizonte de la protesta social que en el 2019 tomó realce en algunos países latinoamericanos, entre los que se destaca, principalmente, Chile. Sin embargo, la realidad demuestra que, a pesar de la aguerrida y ejemplar resistencia el pueblo chileno, el régimen se mantiene, no intacto, pero se mantiene. Y Sebastián Piñera, actual presidente, no será derrocado, será cambiado en su momento.
Por tanto lo anterior implica caracterizar este momento histórico para desarrollar una pedagogía política donde el despertar de un importante sector poblacional no sea solo para futuros trabajos de historia y sociología, sino que sirva para fortalecer procesos organizativos en una generación que, además de arrebatar el Gobierno a la derecha en las próximas contiendas electorales, sea testimonio de la derrota ideológica y física del neoliberalismo en su país, ahora y para siempre hasta llegar a ser poder.
En este sentido, analizando nuestros contextos, no es difícil contemplar que el afianzamiento de la protesta social contrasta con los dispositivos de control del statu quo que se despliegan para conservar una “base social” a su favor, al tiempo que el miedo sistemático autorregula a un sector poblacional que, aunque desea hacerlo, se abstiene de protestar.
Es claro que un sector importante ha despertado y está decidido a confrontar al sistema en las calles, pero de igual manera otro sector de importancia no está dispuesto a arriesgar la vida enfrentando al poder, ni sacrificar su cada vez más corroído estado de confort. Tal es el caso colombiano, donde a esto se suma el aniquilamiento sistemático de líderes y lideresas sociales, y exguerrilleros que firmaron la paz, a manos del paramilitarismo que no para de fortalecerse gracias a la ultraderecha que gobierna el país.
Mantener el statu quo no solo implica desarrollar e imponer discursos para controlar emotiva e ideológicamente a poblaciones y comunidades, sin el uso de la fuerza esto no tendría eficacia ni garantizaría la permanencia del neoliberalismo y sus verdugos en el poder. A medida que crece la protesta social, la represión también aumenta, o se hace visible, dejando al descubierto dictaduras cuya fachada son gobiernos que se autoproclaman “democráticos” a través del maquillaje electoral.
Represión, persecución, derramamiento de sangre, todo el horror que afrontan quienes protestan, son hechos que no requieren investigación alguna para llegar a conocer su crudeza y gravedad. Así como los crímenes de dictaduras militares eran de pleno conocimiento, estos hechos son tan visibles que aterran por el grado de descaro con que se realizan. Aunque existen diferencias: la criminalidad y represión del Estado, en muchos casos, ahora son verificables de forma más precisa y en tiempo real, con testigos, registro fotográfico, audiovisual, y consultable, al menos, en internet.
En este sentido, analizando nuestros contextos, no es difícil contemplar que el afianzamiento de la protesta social contrasta con los dispositivos de control del statu quo que se despliegan para conservar una “base social” a su favor, al tiempo que el miedo sistemático autorregula a un sector poblacional que, aunque desea hacerlo, se abstiene de protestar.
Es claro que un sector importante ha despertado y está decidido a confrontar al sistema en las calles, pero de igual manera otro sector de importancia no está dispuesto a arriesgar la vida enfrentando al poder, ni sacrificar su cada vez más corroído estado de confort. Tal es el caso colombiano, donde a esto se suma el aniquilamiento sistemático de líderes y lideresas sociales, y exguerrilleros que firmaron la paz, a manos del paramilitarismo que no para de fortalecerse gracias a la ultraderecha que gobierna el país.
Mantener el statu quo no solo implica desarrollar e imponer discursos para controlar emotiva e ideológicamente a poblaciones y comunidades, sin el uso de la fuerza esto no tendría eficacia ni garantizaría la permanencia del neoliberalismo y sus verdugos en el poder. A medida que crece la protesta social, la represión también aumenta, o se hace visible, dejando al descubierto dictaduras cuya fachada son gobiernos que se autoproclaman “democráticos” a través del maquillaje electoral.
Represión, persecución, derramamiento de sangre, todo el horror que afrontan quienes protestan, son hechos que no requieren investigación alguna para llegar a conocer su crudeza y gravedad. Así como los crímenes de dictaduras militares eran de pleno conocimiento, estos hechos son tan visibles que aterran por el grado de descaro con que se realizan. Aunque existen diferencias: la criminalidad y represión del Estado, en muchos casos, ahora son verificables de forma más precisa y en tiempo real, con testigos, registro fotográfico, audiovisual, y consultable, al menos, en internet.
Bajo este contexto se percibe un tipo de dictaduras online que emergen para recordar que nunca hubo una retirada, en tanto que simplemente se instalaron en democracias que nacieron jubiladas. Jamás se fueron y operan mimetizadas, con menor o mayor crudeza, del mismo modo que el imperialismo norteamericano se mantiene oculto, negando su existencia, mientras invade y promueve golpes de Estado donde la fachada democrática se derrumba y pierde el poder en países como Bolivia y Venezuela.
Es claro que en Latinoamérica el impulso tomado por la protesta social en 2019 llenó de expectativas la lucha popular en países como Colombia donde no se es poder y ni siquiera se ha sido Gobierno, pero estas expectativas deben aterrizarse a los verdaderos alcances y dejar de pensar que todo despertar, necesariamente, debe culminar en un proceso insurreccional inmediatista.
Después de vivir un estado de aletargamiento prolongado, un sector importante del pueblo se ha sacudido, y trazarse objetivos puntuales para el involucramiento político en procesos organizativos de esa llama que arde de inconformidad y hastío, depende de la lectura acertada de este momento histórico que requiere de una pedagogía política basada en estrategias acordes a estas emotividades que buscan un cambio, y no la desilusión de encontrarse estructuras que quieren apropiarse de un estallido cuya llama les sobrepasa.
Asistimos a un momento decisivo donde, de no interpretar correctamente este avivamiento popular, terminaremos siendo simples almohadas que provocarán de nuevo el adormecimiento y extinción del fuego. Pero esto no está permitido, porque nos está dado ser el humo del café en las mañanas, la raíz que rompe el pavimento de las calles, el sol que sale mientras llueve para avivar el calor de una resistencia que no duerme.
Es claro que en Latinoamérica el impulso tomado por la protesta social en 2019 llenó de expectativas la lucha popular en países como Colombia donde no se es poder y ni siquiera se ha sido Gobierno, pero estas expectativas deben aterrizarse a los verdaderos alcances y dejar de pensar que todo despertar, necesariamente, debe culminar en un proceso insurreccional inmediatista.
Después de vivir un estado de aletargamiento prolongado, un sector importante del pueblo se ha sacudido, y trazarse objetivos puntuales para el involucramiento político en procesos organizativos de esa llama que arde de inconformidad y hastío, depende de la lectura acertada de este momento histórico que requiere de una pedagogía política basada en estrategias acordes a estas emotividades que buscan un cambio, y no la desilusión de encontrarse estructuras que quieren apropiarse de un estallido cuya llama les sobrepasa.
Asistimos a un momento decisivo donde, de no interpretar correctamente este avivamiento popular, terminaremos siendo simples almohadas que provocarán de nuevo el adormecimiento y extinción del fuego. Pero esto no está permitido, porque nos está dado ser el humo del café en las mañanas, la raíz que rompe el pavimento de las calles, el sol que sale mientras llueve para avivar el calor de una resistencia que no duerme.
El mejor truco realizado
por el Diablo fue convencer al mundo de que no existía y así...
desaparecer". (Los sospechosos de siempre 1995).
Fuente: Remap