Argentina: Feria de semillas de Catamarca… Rituales para posponer el fin del mundo

Fiambalá fue epicentro de un nuevo intercambio de semillas, alimentos y saberes. Allí se dio cita la diversidad conviviente de los territorios cultivados por familias campesinas y pueblos indígenas. Se reafirmó, una vez más, cuál es el modo de vida y proyecto de futuro que priorizan los pueblos arraigados. El cuidado del agua, la defensa de las culturas y el trabajo comunitario.

“Los ríos, esos seres que siempre habitaron los mundos en diferentes formas, son quienes sugieren que, si hay un futuro a ser pensado, ese futuro es ancestral”. (Ailton Krenac)


Por Horacio Machado Aráoz

La Feria de Semillas de Fiambalá, como coloquialmente se conoce al espacio de “intercambio de semillas, productos, artesanías, plantas, animales, experiencias y saberes”, cumplió su vigésimo primer encuentro. Se trata del espacio que organiza la Asociación Campesina del Abaucán (Acampa) para esta época del año. Por su magnitud, continuidad y trayectoria (más de dos décadas), es “la feria de semillas” en Catamarca.
Se trata de un espacio de familias agricultoras y criadoras, congregadas en torno a las experiencias arraigadas en la cuenca del río Abaucán, pero que, como ya es una sana costumbre, desde hace más de veinte años, viene siendo un motivo de encuentro para convocar también a sujetos agro-culturales de diversas localidades y territorios.
Esta vez, realizada el 9 de septiembre, además de las familias de las localidades de la Herradura (Medanitos, Tatón, Chuquisaca, Saujil, Palo Blanco, Antinaco), de Fiambalá, Tinogasta y Copacabana, todas regadas por las aguas del Abaucán, el encuentro estuvo animado por familias criadas por otras cuencas: vinieron agricultoras y agricultores del Norte de Belén, de Pozo de Piedra, de Anquincila y Ancasti, de la quebrada baja del Ambato, de Santa María, del (mal) llamado “valle central” (Capital y Valle Viejo), de Santiago del Estero, y hasta de Traslasierra (Córdoba), y de Chaco.
Para los viejos participantes (como las comunidades santiagueñas, la Unión de Pueblos de la Nación Diaguita santamariana) como para los recientes y/o eventuales, todos sabemos que la “feria de semillas” es así, sencillamente, de semillas nativas y criollas; es decir, las verdaderas y auténticas semillas; no hay otras.

Los organismos genéticamente modificados por empresas con fines de lucro, que intervienen y alteran la sabiduría y la potencia genética de entidades vegetales en estado germinal, no son propiamente semillas.
Aunque en apariencia y a simple vista sea imposible distinguir unas de otras, son entidades radicalmente distintas, incluso opuestas. En un caso tenemos entidades bioculturales; en el otro, se trata de un Artefacto-Germinal-Extractivista (AGE), algo creado, no para producir alimentos para seres vivos, sino para alimentar cuentas bancarias de “sociedades anónimas” (es decir sociedades políticamente constituidas para “ocultar su nombre”; para “no dar la cara”; lo que, en última instancia, quiere decir eludir todo tipo de responsabilidad ética y política frente a los efectos y consecuencias de sus actos).
Los modos de concepción y de producción, los usos y los fines para los que unas y otros fueron diseñadas son radicalmente distintos. Por tanto, los mundos que surgen y que se crean a partir de un tipo y modo de producción de semillas y de AGE, son no sólo distintos sino antagónicos. En última instancia, su coexistencia es imposible. Los mundos de vida que brotan de las semillas nativas y criollas se ven constante y continuamente amenazadas de extinción por los efectos sistémicos y las tendencias inconteniblemente expansionistas del mundo de los AGE. Como la sed de ganancias, su ambición es literalmente infinita; no reconoce ningún límite (ni físico, ni moral, ni ético, ni ecológico, ni político).
Los AGE son creados en entornos abstractos: los laboratorios. Lo que gusta en llamarse “biotecnología” no tienen nada que ver con el cultivo de la vida, sino con todo lo contrario. Allí, los flujos vitales, la propia dinámica de los procesos vivos y de las relaciones de convivencia entre organismos y ambiente deben ser completamente interrumpidos, cortados de cuajo, para ser sometidos al control de técnicas, herramientas y razonamientos puramente instrumentales, a fin de ser desviados al objetivo supremo: obtener la máxima rentabilidad.
Las semillas nativas, criollas, en cambio, como su propio nombre lo indica, son entidades nacidas y criadas en la maraña de relaciones (hidrológicas, mineralógicas, microbiológicas, atmosféricas, bioeconómicas, cosmosemióticas y biopolíticas) ancestralmente, geológicamente construidas en esos territorios concretos y específicos; sus propios territorios apropiados.
“Apropiados” (siempre en plural) no quiere decir “privatizado”, sino adecuados y adaptados como espacios aptos para la habitabilidad y la prosperidad de la vida-en-común transgeneracional y multiespecies.
Las semillas han sido nacidas y criadas allí. Su vivir es toda una historia de vida; una larga y compleja obra de co-creación de entornos de vida. Su aptitud vital es intrínsecamente dependiente de la trama colaborativa que ha sido urdida con otras especies (humanas y no humanas) que han querido vivir allí. Seres minerales, microbianos, vegetales y animales han con-fluido en un mismo espacio y —para subsistir— se han visto confrontadas al desafío de construir modos de coexistencia, de convivencia.
Esas semillas han debido lidiar con la amplitud térmica, los zondas, las lluvias escasas y las aguas profundas; con la hidrogeología compleja de lagunas, salares, aguas fósiles; con la comunidad arbustiva criada en torno a algarrobales, fuentes generosas de energía compartidas con el mundo animal, luego finalmente sintetizados y sedimentados en la fisiología particularísima, única de sus suelos.
Semillas, historias de vidas y territorios

La capacidad productiva de la población humana que ha criado allí sus vidas por largas cadenas de generaciones, ha jugado también un rol fundamental, pero no exclusivo, ni mucho menos excluyente. Al contrario, esas capacidades creativas, semióticas, económicas y políticas, han debido primero crear un lenguaje de valoración apto para tratar y relacionarse con el resto de las entidades vivas allí coexistentes.
Como las demás especies, los humanos, para sobrevivir, han debido aprender a con-vivir: a desarrollar cada vez más sofisticadas aptitudes y destrezas para coordinar las complementariedades, sintonías y sincronías entre dinámicas hidroenergéticas que sustentan la vida de esa tierra. Al hacerlo, estos humanos, ya pobladores concretos, han hecho de esta región un territorio: una gea-grafía propia, una tierra marcada por una escritura singular, concreta. Al fin y al cabo, una agro-cultura también nativa y criada del lugar, emergente del arte de criar su propio hábitat, su útero de vida.
Así, la historia de vida de las semillas está enredada en la historia más general del propio territorio. Las semillas son entidades bioculturales porque no son estrictamente “biológicas”, sino que son biología culturalmente informada; políticamente criada.
Las culturas no son meras ni exclusivas “construcciones humanas mentales”, son semiosis bio-geológicamente arraigadas y nutridas. Tanto las semillas deben su forma a los pueblos que las criaron, como éstos le deben también la vida a la sabiduría sobreviviente de aquellas. No es que sólo es “difícil saber dónde termina lo puramente biológico y donde empieza la parte cultural de una semilla”; es que, en el mundo de la vida, no hay tal barrera ni separación entre biología y cultura. (En el mundo del laboratorio, lo que tenemos en un acto de barbarie donde se pretende producir un modo de vida en el que la cultura se concibe sobre el sometimiento y la explotación de la biología).
Feria de semillas, agroculturas y comunalidad

La feria de semillas de las agro-culturas nacidas y criadas por las aguas maternales del río Abaucán celebra esa biosabiduría ancestral condensada y resguardada en esas entidades diminutas y propiamente sagradas. Ellas guardan la sociobiodiversidad que hizo de esa cuenca un territorio habitado; lleno de vida y de aptitud vital. Socio-biodiversidad no es sólo ni principalmente un conjunto de elementos diferentes. Se trata, sobre todo, de capacidades desarrolladas para crear coordinaciones y relacionamientos de complementariedad, reciprocidad y mutualidad entre esas entidades diferentes. La biodiversidad existente en un territorio nos habla de esas experiencias ancestrales de co-laboración transgeneracional, transespecífica y multiespecies.
Lo que las semillas nativas resguardan es una historia de comunalidad: una historia de vida-propia-en-común, en este caso, entre salares, pacarinas, algarrobales, viñas, higueras, cabras, zorritos, gallinas, maizales, alfalfales, zapallos y habas; vicia, quinoa, huertas, olivos, nogales y mucho, pero mucho trabajo humano cuidadosamente cultivado en el arte de coordinar los flujos de hidroenergéticos que enhebran esos cuerpos a un territorio propio, habitado; a una vida-en-común.
Esa historia comunal está condensada en cada semilla que se dio cita en de esta feria. La feria es, como tal, un semillero de esperanza. Es la ancestralidad comunal que se nos presenta como otro futuro posible. Es, ya, un ritual de los pueblos para “adiar o fim do mundo” (postergar el fin del mundo).Esa expresión es del gran maestro Ailton Krenac, de la agro-cultura homónima nacida de la abuela Watu, como los Krenac llaman a la cuenca del Río Dulce (Brasil). Con ella, más que a “postergar el fin del mundo” nos quiere advertir e invitar a prepararnos para lo que se presiente como inevitable: el fin definitivo, no de todos los mundos reales y posibles, sino sólo el fin del mundo que se ha erigido sobre el imperio arrogante de la superioridad y la UNI-versalidad; el fin del mundo devenido capital. Ese mundo, que se empezó a gestar desde 1492 a partir del primer y más grave acontecimiento de ecogenocidio global, es el que hoy nos está asfixiando con los propios humos de su desarrollo.
Ese mundo nació de un acto de violencia radical que terminó operando lo que la historiadora ambiental Carolyn Merchant llamara “la muerte de la naturaleza”: el fin (para algunos grupos de humanos) de la concepción de la Tierra como entidad viviente y el inicio de la hegemonía de la creencia de que no es más que un mero reservorio de “recursos”.
A principios del siglo pasado, el sociólogo alemán Max Weber se refirió a ese drástico cambio como el de un proceso de “desencantamiento del mundo”. Hoy, con el escenario de la crisis climática y la acelerada degradación de las conexiones hidroenergéticas que está detonando la sexta gran extinción masiva de especies, sabemos que ese desencantamiento del mundo es el propio fin del mundo.
Frente a este escenario, ante un presente en ruinas y un futuro de colapsos, la Feria de Semillas de Fiambalá se reúne, hace ya décadas, para re-animar y re-encantar el mundo. Para seguir recreando el futuro ancestral que resguardan en cada variedad de semillas que cultivan/cuidan todos los días y que intercambian año a año. Semillas de esperanza; rituales para “adiar o fim do mundo”.

Horacio Machado Aráoz, Colectivo de Ecología Política del Sur (IRES, CONICET-UNCA).
Fuentes: Tierra viva [Foto: Julio Carrizo] https://agenciatierraviva.com.ar/feria-de-semillas-de-catamarca-rituales-para-posponer-el-fin-del-mundo/

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