Las paradojas del crecimiento
Por Nieves y Miro Fuenzalida
En otras palabras, la continuación del capitalismo, como sistema de crecimiento o muerte, dedicado a la acumulación ilimitada de capital, es en si misma una imposibilidad absoluta. Los autores de «Los límites del crecimiento» de 1972, ya habían anunciado proféticamente que si se continúan las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y el agotamiento de los recursos, los límites de crecimiento se alcanzarán dentro de los próximos 100 años. El período antes de que se agoten los depósitos no renovables depende de su tamaño y de la tasa de extracción. Algunos pueden tardar cientos de años, mientras que otros, como el petróleo, los depósitos conocidos del fósforo -ingrediente fundamental de los fertilizantes- se agotarían en este siglo, al igual que algunos minerales. Y el declive bien documentado de muchas especies de peces oceánicos, hasta el punto de extinción, es un ejemplo de que incluso los recursos renovables pueden agotarse. El resultado más probable será una disminución repentina e incontrolable de la población y la capacidad industrial.
Desde hace algún tiempo los ambientalistas, o por lo menos el sector de ellos que no está en los bolsillos de las corporaciones, vienen diciendo que el capitalismo no es la solución, sino el problema, y si la humanidad tiene alguna posibilidad de sobrevivir la crisis lo hará creando todo un nuevo mundo en coevolución con el planeta.
Como es bien sabido, la acumulación de capitales es lo que distingue al capitalismo de un simple sistema de satisfacción de necesidades, que lo impulsa a la búsqueda interminable de ganancias y a la expansión económica que obliga a las empresa a competir continuamente entre ellas para aumentar las ventas, ganar participación en el mercados y evitar las crisis económicas. Las corporaciones, quieran o no, están sujetas a un mundo hobbesiano de guerra de todos en contra de todos y, a medida que los mercados nacionales se ven saturados, la expansión global es la solución para aumentar el crecimiento que inevitablemente crea problemas ecológicos y geopolíticos, que más temprano que tarde llevan a acciones militares que amenazan la supervivencia de todos.
La historia de siglos de saqueo y expansión de Europa y Estados Unidos está bien documentada. La penetración económica de las naciones más pobres del Sur global se produce en algunos casos pacíficamente a través de la interferencia política, mientras que en otros recurren a la guerra para obtener la dominación. La competencia actual por los recursos naturales está causando un creciente conflicto ambiental, especialmente en relación a las disputas entre países por el agua: India y Paquistán, Israel y Palestina, China e Indonesia, entre otros.
La lógica impuesta por la competencia es la de crecer o morir, que lleva inevitablemente a una concentración y control monopólico cada vez mayor. Una economía basada en la simple reproducción -digamos “un estado estacionario” como lo llama Marx-, viola la fuerza motivante básica del capitalismo que es su propia expansión. Los propietarios del capital están obligados a hacer todo lo que esté en su poder para maximizar las ganancias y mantenerse a flote el sistema que necesita un crecimiento mínimo indefinido entre el 2% y el 3% para reducir el desempleo y evitar la desestabilidad social.
La paradoja es que cuando mejor funciona el capitalismo, mayor destrucción causa al ambiente. Incluso cuando el crecimiento económico es más lento, lo que pareciera ser la línea de base para los países capitalistas maduros, todavía es demasiado para el planeta. El sistema es ecológicamente menos destructivo cuando entra en crisis económica y el crecimiento se detiene. Las recesiones, entonces, son buenas para el medio ambiente, pero causan un enorme sufrimiento a la clase trabajadora, por lo que no es de extrañar que el ambiente y el trabajo parezcan estar en campos opuestos.
Lo que actualmente está claro es que los simples retoques económicos y ajustes técnicos no serán suficientes para detener y disminuir los niveles de CO2. Los recientes cambios tecnológicos, por ejemplo, han sido más parte del problema que de la solución. La tecnología en el capitalismo está lejos de ser neutral e invariablemente favorece a aquellas que aumentan las ganancias, la acumulación y el crecimiento económico, a pesar de ser ecológicamente destructivas, como la promoción de tecnologías dependientes de combustibles fósiles, productos químicos sintéticos tóxicos y energía nuclear, que producen desechos en grandes cantidades que luego la industria externaliza en la naturaleza y la sociedad. Si el capitalismo se viera forzado a internalizar todos estos costos sociales y ambientales, quedaría fuera de negocio.
Para que la especie humana sobreviva, según el ecologista John Bellamy, no sólo hay que disminuir las huellas de carbono, sino también las huellas ecológicas, lo que significa que la expansión económica a nivel mundial debe reducirse o, incluso, detenerse. ¿Es esto posible en una economía capitalista?
Supongamos, dice, que todas las ganancias que obtienen las corporaciones, después del reemplazo o reparación de equipos y edificios, sean gastados por los capitalistas en su propio consumo o entregados a los trabajadores como salarios y beneficios. A medida que capitalistas y trabajadores gasten ese dinero en bienes y servicios producidos, la economía podría permanece en un estado estacionario. Dado que no habría inversión en una nueva capacidad productiva, más allá del reemplazo, no habría crecimiento económico y no se generarían ganancias adicionales, es decir, no habría acumulación de capitales.
Pero, el problema con esta utopía capitalista de crecimiento nulo, es que viola la fuerza motriz básica del capitalismo. A lo que aspira el capital, digamos el propósito de su existencia, es su propia expansión. ¿Porqué, entonces, el capitalista gastaría el excedente económico en su propio consumo y en el salario y beneficio laboral? Por el contrario, es claro que los dueños del capital, mientras se mantengan las relaciones de propiedad actual, harán todo lo que esté a su alcance para maximizar la cantidad de ganancias que acumulan. Una economía de estado estacionario que todavía sirva a las necesidades básicas de la humanidad entra en contradicción con este interés capitalista. Este tipo de economía sólo sería posible si se separa de las relaciones sociales, económicas y de poder del propio capitalismo.
El problema es que, dado el poder que ejercen los intereses comerciales sobre la economía, el Estado y los medios, es extremadamente difícil efectuar cambios fundamentales a los que obviamente se oponen las corporaciones. Prácticamente es imposible tener una política energética, un sistema agrícola y alimentario, una política industrial y comercial ecológicamente racional. Aunque el sistema se incline a efectuar reformas limitadas en relación con el medio ambiente, éstas se restringen antes de que lleguen al punto de amenazar el sistema económico y político en su conjunto.
Como resultado, las reformas no logran abordar el problema y la crisis continúa empeorando. Según su cultura, el mundo es menos importante que el capitalismo industrial, el fin del mundo es menos temible que el fin del capitalismo corporativo. La verdad es que no hay nada en el sistema que le permita retroceder antes de que sea demasiado tarde. Para ello se requieren otras fuerzas, desde el interior de la sociedad, capaces de pensar y actuar de manera que sobrepasen la lógica vigente. En el momento en que el capitalismo global es completo y que los últimos espacios no mercantilizados empiezan a desaparecer, este cambio es difícil de contemplar. La historia muchas veces ha mostrado que la generación de nuevas formas y arreglos sociales no son el producto de proyectos completamente acabados -digamos “pret a porter”- sino que surgen desde dentro del mismo sistema cuando éste empieza a mostrar sus grietas.
Los pueblos indígenas, por ejemplo, están hoy reforzando una nueva ética de responsabilidad con la tierra. La base para la creación de un desarrollo humano ecológicamente sustentable y democrático puede surgir, por tanto, desde el interior del sistema dominado por el capital, sin ser parte de él, en la misma forma que la burguesía surgió de las grietas de la sociedad feudal. La creación y planificación de un sistema completamente diferente, por mas difícil y visionario que parezca, es una alternativa mas realista que la de los que se niegan a ver la conexión entre explotación social y ecológica. Ello requerirá, sin embargo, una movilización mundial masiva y, al parecer, la voluntad de los pueblos todavía no esta ahí. La otra alternativa es que cuando el sistema colapse la civilización tal como la conocemos entre en su etapa terminal y los humanos lentamente empiecen a desaparecer del escenario.
La crisis ecológica no puede resolverse dentro de la lógica del actual sistema económico, político y social. El único criterio realista para determinar si el sistema funciona en favor de la vida o no, es si aumenta o disminuye el CO2. Hasta el momento, la emisión continua aumentando en 5.3% en el 2021, comparado con el año anterior y nuevos depósitos de petróleo con subsidios de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá se agregan a los ya existentes.
La cosa, entonces, es capitalismo o humanidad. Si la humanidad quiere persistir el capitalismo tiene que irse. Si continuamos con el capitalismo la actual civilización humana desaparece.
Nieves y Miró Fuenzalida. Profesores de Filosofía chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboradores de surysur.net y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Fuentes: CLAE https://estrategia.la/2023/09/04/18885/