El adiós de las bacterias



Por Cristián Warnken. 
Cansa leer o escuchar las noticias "humanas" o de los humanos. Infidelidades, vanidades, crímenes, desfile de egos desatados, el horror y la tontería mezclados en proporciones iguales. 
A fin de cuentas, si pudiéramos buscar el común denominador de todo este carnaval mediático de insensatez y violencia, éste es el de la búsqueda desesperada por el poder, en todos los niveles. Ni el deporte -actividad noble y sublime cantada en sus orígenes en hermosas odas olímpicas por Píndaro el griego- se salva de esta fatalidad. No digamos nada de la política, que ya es un lugar común denostarla en estos días. Pero también en la cultura y las "bellas artes" asistimos al patético espectáculo de peleas de pandillas tan peligrosas como las peores bandas de los barrios bajos de una ciudad violenta.
Tal vez siempre fue así, sólo que hoy, en un mundo hipercomunicado, todo eso se amplifica y se disemina vertiginosamente por las redes virtuales, pero también neuronales, intoxicándonos de hastío y decepción. Por eso, en el último tiempo me gusta comenzar el día leyendo noticias del mundo animal. Pero lo más interesante es descender más allá de la frontera de lo que puede ser visto por el ojo humano, a un fascinante universo microscópico, que pocas veces tomamos en cuenta si no es por alguna infección hospitalaria.
Hoy, por ejemplo, leo que en 2.800 millones de años más la Tierra será quemada por el Sol, y los últimos seres vivos que resistirán esa catástrofe serán los microbios de las cuevas más profundas. Ellos serán los testigos finales de un sol transformándose en una gigante roja tan grande que nuestro planeta será atrapado por ella, que luego colapsará convirtiéndose en una enana blanca que se enfriará lentamente.
Quienes íbamos a tener un destino de gigantes en una tierra prometida, los que íbamos a ser los superhombres de un futuro de progreso y bienestar, no estaremos ni siquiera en algún recodo de la memoria microscópica de la única especie que nos sobrevivirá, las bacterias, adentro de una enana blanca. Y será un final frío, muy frío...
Esta noticia (mucho más relevante que el triunfo de Obama anteayer o el inicio de la carrera presidencial en nuestro país) me trae a la memoria una conversación memorable que tuviera hace unos años con Lynn Margulis, pionera de la biología planetaria y enamorada de las bacterias que el común de los norteamericanos tanto odian y temen. Lynn Margulis, al revés de sus higienistas compatriotas, vibraba explicando la danza de las bacterias adentro de nuestro propio organismo y en el origen de nuestro planeta.
Éste fue hace 3.000 millones de años, en la Era Arqueense, cuando los primeros microorganismos formaron capas rocosas en los océanos. Las despreciadas bacterias estuvieron solas en el comienzo y estarán solas en el final. Según Margulis, ellas han sobrevivido porque se han dedicado a colaborar en vez de competir encarnizadamente, al revés de lo que quisieran hacernos creer algunos darwinistas radicales. "La vida no ocupó la Tierra tras un combate, sino extendiendo una red de colaboración por su superficie", dice Margulis en su hermoso libro "Microcosmos". Y agrega que con lo que sabemos hoy en las llamadas "ciencias de la vida" se desnuda "la insensatez de considerar al ser humano como especial, totalmente distinto y supremo (...). El microscopio nos proporciona una visión sobrecogedora de nuestro verdadero lugar en la naturaleza".
Lamentablemente Lynn Margulis ya no está en esta Tierra que ella ayudó tanto a entender. Dentro de poco tampoco estaremos nosotros, y finalmente nada sobrevivirá de nuestros estrepitosos ruido y furia. Tal vez unas bacterias, provistas de una inteligencia y sensibilidad mucho más eficaz que la nuestra, se despedirán de la Tierra con un canto, una oda invisible y doliente que ya no podremos escuchar.
Imagenes: migueljara.com - alt1040.com - Fuente: El Mercurio - Publicado en el Boletin 233 de Ecosistemas.cl

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