HidroAysén, paso fundamental en el camino sin retorno de la transformación social



Por Patricio Segura. 

El impacto social y cultural del proyecto más controversial presentado en Chile a evaluación ambiental. Sus efectos en el proceso de movilización que ha cambiado la agenda social y ambiental del país, y que ha golpeado de forma brutal a los dos conglomerados que desde hace 20 años se reparten el poder político nacional.
Si hubo un tema que en algún  momento rondó el imaginario colectivo en la eventualidad que una coalición de centro derecha llegara al gobierno en 2010, luego de dos décadas de hegemonía de centro izquierda, era el de la gobernabilidad producto del incremento de protestas y movilizaciones. La Central Unitaria de Trabajadores[1] y el Colegio de Profesores[2] hicieron sus anuncios en tal sentido, ad portas de la elección del 13 de diciembre de 2009.
Pero era abril de 2011, habían pasado 13 meses desde que Sebastián Piñera se instaló en el sillón de O’Higgins y no se percibía seña alguna de que los anuncios agoreros se llegaran algún día a cumplir.  El primer presidente de derecha en democracia luego de 48 años no tenía una oposición ciudadana como la que se pronosticaba, a pesar de la sintonía cierta de los movimientos sociales con los partidos y tendencias de izquierda.  Su inicio tuvo de dulce y agraz, pero nada irremontable.  Aunque partió con un nivel mediocre de popularidad producto de su estilo de gestión y la crisis post terremoto[3], su intervención para desechar la termoeléctrica Barrancones en Punta de Choros en agosto[4] y la arremetida final para el mediático rescate de los mineros en septiembre[5] le alzaron hasta niveles impensados en las encuestas, llegando a marcar 63 puntos[6] de aprobación cuando “los 33” resurgieron de las entrañas de la tierra.
Aunque en diciembre de 2010 el rechazo superó por primera vez el apoyo, hasta abril de 2011 ambas percepciones fluctuaron en torno al 45% para una y otra opción y en algunos círculos de oposición se rumoreaba, no sin desazón, que se veía muy difícil hundir ese portaviones en que se había convertido el primer gobierno de derecha que sí, se agitaba, pero se veía difícil que llegara, en un tiempo cercano, a zozobrar.  Se comenzaba a temer, incluso, la posibilidad de un segundo período de diestro signo político.
Y llegó el 9 de mayo de 2011.  El día que se votó el estudio de impacto ambiental de HidroAysén, ese proyecto que ya se calcula en los U$ 10 mil millones de inversión y que contempla cinco represas en los ríos Baker y Pascua en la región de Aysén.  Y en esos tiempos, unos dos mil kilómetros de torres de alta tensión desde la Patagonia a Santiago.
En el gobierno tenían claro que la decisión sería controversial.  Mal que mal “Patagonia Sin Represas” era la causa socioambiental más grande y transversal en la historia de Chile.  Síntoma de ello fue la discusión que se dio al interior de la administración sobre la conveniencia[7] de llamar a votación cerca del 21 de mayo, día en que el Presidente entregaría su segundo Mensaje a la Nación.  Aunque, en términos estrictos, el primero en que sometería a escrutinio público un período relevante de su gestión.
Sí, en el gobierno estaban claros[8] que no daba lo mismo la decisión que se adoptara sobre el proyecto, aunque se equivocaron rotundamente[9] al creer que el nivel de movilización sería menor o, en el peor de los casos, igual al de Barrancones, leit motiv de Piñera para meter una cuña en la institucionalidad ambiental.
Lo que ocurrió a partir del 9 de mayo no fue gratuito.  Aunque desde las organizaciones y comunidades se hizo un concienzudo trabajo preparatorio[10] en la antesala de la votación, que fue ampliado gracias a la esperable criminalización[11] de los principales medios de prensa escrita, la génesis se remontaba a mucho más atrás.  Fue la labor sistemática, de base, de compromiso y voluntariado que miles de personas -ayseninos, chilenos y extranjeros- realizaron día a día en los años previos buscando conquistar el corazón de todo un país lo que pavimentó el camino que se inició esa tarde.
Las mayores protestas simultáneas[12] en 20 años de democracia, congregando decenas de miles en Santiago y otras ciudades de todo el país,  fueron un punto de inflexión.  A ellas siguieron las estudiantiles, donde muchos de los líderes universitarios[13] protagonistas de ese permanente “Mayo del 68” en que se convirtió Chile durante todo 2011 habían sido partícipes de las manifestaciones previas contra las represas en la Patagonia.   Y qué decir del Movimiento Social por Aysén de principios de este año, nacido en el corazón del territorio que se pretende intervenir con mega proyectos hidroeléctricos y donde la causa socioambiental fue protagonista[14] junto a otros sectores regionales.
De mayo de 2011 Sebastián Piñera no repuntó más.  Es más, cayó hasta lo más hondo.  Según Adimark[15], los primeros 4 meses de ese año mantuvo su aprobación entre un 41 y 42%, pero ya en mayo bajó a un 36%, en junio a un 31%, en julio a un 30% para llegar en agosto a un 27%.  Hasta hoy el respaldo al gobierno no ha podido superar el 36%, incluso a pesar de importantes logros como la ley de post natal promulgada en octubre del año pasado.
Las protestas contra HidroAysén fueron también el inicio de un proceso que ha permitido cuajar el cuestionamiento al modelo socioeconómico vigente, incrustado en la Constitución del 80.  Lo paradójico es que llegó desde el flanco más impensado: el ambiental.  Porque para muchos este ámbito aún es tema de una elite, particularmente para cierta izquierda conservadora (como la de Osvaldo Andrade[16] y Camilo Escalona[17]), que se quedó pegada exclusivamente en los derechos de la revolución industrial y no ha sumado a estos los de tercera generación.  Y que por lo tanto peca de cierto analfabetismo para leer las aspiraciones del Chile de hoy.
De todas formas es necesario reconocer que HidroAysén (y su empresa hermana en el interés de represar la Patagonia, Energía Austral) para muchos incluye la intervención del mundo natural – uno excepcional como Aysén, pero natural al fin y al cabo- pero agrega otros ámbitos también.  El movimiento ciudadano “Patagonia Sin Represas” logró convertir a HidroAysén en el proyecto símbolo de lo que rechazamos, de lo que no queremos como país: concentración de la riqueza, duopolio eléctrico, mercantilización de los recursos naturales, centralismo.  Ha llegado a tal punto su relevancia, que incluso el CEP, a través de su reconocido Estudio Nacional de Opinión Pública entregado en agosto de 2011[18], lo ungió como un tema de política pública.  En la pregunta “Cómo lo ha hecho el gobierno en…” incluyó múltiples temas genéricos: economía, empleo, reconstrucción, transporte público, salud, inflación, medio ambiente, delincuencia, educación, pobreza y…. manejo del conflicto HidroAysén.  Todos generales, con excepción del proyecto específico que aún pretende intervenir los ecosistemas australes.
Esta conclusión, sostenida en un principio por los movilizados, luego por los centros de estudio y posteriormente por la clase política, ya la asumió también el empresariado.  Así se desprende de las declaraciones del presidente de Colbún a El Mercurio[19], Bernardo Larraín Matte: “Pensar que HidroAysén se convertiría en un tema mundial era algo difícil de anticipar”.
Con todo, la discusión hoy en Chile no es técnica, es política.  Tanto en HidroAysén como en muchos otros ámbitos, algo más claro aún cuando hablamos del sistema social, económico y político que nos merecemos como país y que está enquistado en la Constitución heredada de Pinochet.  Como me planteó un joven de la nueva forma de gobernar en marzo en La Moneda en el marco del Movimiento Social por Aysén (según confidenció, concepto hurtado a un tercero), el debate no es de Excel.  Es de Word.
Lamentablemente, si se observan detenidamente las decisiones que se están tomando en el ámbito de la matriz energética se cae en la cuenta que los controladores del poder no han entendido nada.  El 30 de mayo de este año Colbún exigió[20], mediante un hecho esencial enviado a la Superintendencia de Valores y Seguros, “política nacional” y “consenso” para llevar adelante su faraónico proyecto en sociedad con Endesa.  ¿Y cuál fue respuesta del gobierno?  Radicó la discusión en el Parlamento, con los proyectos de carretera eléctrica pública[21] y de fast track para concesiones eléctricas[22].  “Tenemos una estrategia (de energía), la elaboramos con consensos y ahora hay que seguir trabajando en los acuerdos a través de la legislación. El lugar para hacer eso es el Congreso”[23], fueron las palabras del ministro secretario general de la Presidencia, Cristián Larroulet, al día siguiente de la pataleta del grupo Matte.
El problema es que a ese “consenso país” solo están invitados[24] el gobierno, los empresarios, sus consultores y los políticos nacidos de un sistema electoral desprestigiado como el binominal.   No participan las comunidades eventualmente afectadas (directamente o a través de sus colectivos), quienes pagarán las tarifas (a través de las organizaciones de consumidores) y tampoco las agrupaciones que, en representación de millones, abogan por una matriz energética para un país sustentable.
Hoy, HidroAysén está en ansioso stand by.  Tensa espera que concluiría a fines de este año[25].  En diciembre, quizás, cuando el Comité de Ministros resuelva sobre las cientos de reclamaciones que tanto la empresa[26] como las comunidades y las organizaciones[27] presentaron cuestionando la resolución de calificación ambiental aprobatoria que en mayo de 2011 inició el camino de la revolución social en que estamos inmersos.  Esa que hoy nadie puede predecir en qué terminará.
Lo que algunos esperamos, eso sí, es que sea esta la marea que desemboque en una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución.  El único camino posible para transformar Chile a través de un proceso cubierto de legitimidad.
Fuente: Le Monde Diplomatique - Publicado en el Boletin de Ecosistemas 322 - Imagen: bligoo.com

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