Carne caliente

Las principales empresas de industria cárnica y de lácteos producen más emisiones de gases con efecto invernadero que potencias como Alemania, Canadá, Australia, Reino Unido o Francia


Como se ha informado masivamente, Bayer, recién compradora de la firma estadounidense Monsanto, ha recibido un fuerte revés. Solo un par de días después que un tribunal de San Francisco ordenara a Monsanto pagar 290 millones de dólares a un encargado de mantenimiento de un establecimiento educativo que argumentó que contrajo cáncer por culpa de su producto estrella, el glifosato, las acciones de Bayer retrocedieron un 10,8% y la corporación perdió más de 11.000 millones de euros de su capitalización.
Ante esta situación es evidente que Bayer no se quedará inmóvil. Las demandas que acumula Monsanto son muchísimas más (solo en en referencia al glifosato, en Estados Unidos, Monsanto debe hacer frente a más de cinco mil demandas) y el precedente de San Francisco puede acarrear nuevas multas y más desprestigio asociados a una marca tan devaluada y despreciada como Monsanto, que llevarán a nuevas pérdidas a la multinacional alemana. La compra (y beneficios) que le representará Monsanto, por sí sola, no sé hasta qué punto podrá permitirle a Bayer soportar estos nuevos escenarios. Más cuando el sector agrícola donde se mueve Monsanto con sus semillas, genética y pesticidas, como bien se sabe, ha llegado a un estancamiento. Es difícil crecer más en productividad, difícilmente habrán tendencias de crecimiento. Explotar la estabilidad, aunque sea mucha, es poco e impensable para cualquier empresa capitalista.
Entonces, ¿qué estrategia puede estar pensando Bayer? Me aventuro a pensar que que sea más de lo mismo, hacer la bola de nieve más grande, es decir seguir creciendo y creciendo hasta el infinito y más allá, en este caso, a base de nuevas adquisiciones. Pero eso sí, mucho más seguras. Sin dejar el campo de la alimentación, no hay duda que la gallina de los huevos de oro, nunca mejor dicho, está en el sector de la proteína animal, tanto carne como leche y sus derivados. Mientras otros sectores no tienen grandes perspectiva, si tenemos en cuenta las cifras que maneja la compañía más grande de carne del mundo, la brasileña JBS, el consumo de carne en el 2030 habrá aumentado un 30%, lo que equivaldrá al consumo de unos 48 kg. de carne por persona para esa fecha.
El patrón neoliberal y globalizador es el escenario perfecto para esta fórmula de crecimiento. Hemos visto cómo los tribunales de la competencia están permitiendo las megafusiones sin grandes problemas. Los múltiples tratados de libre comercio en marcha y por venir, como el recientemente aprobado entre la UE y Japón, ofrecen suficientes garantías para el negocio de producir carne y leche en los lugares más eficientes y distribuirlo libremente (sin aranceles) por todo el mundo. Y los cambios culturales alimentarios de nuestra sociedad, contagiados por el modelo de vida occidental o macdonaldiano, a nivel global, nadie los va a detener, están pensando los directivos de Bayer, aunque ellos mismos procuren para ellos y sus familias, dietas menos cárnicas, más vegetarianas y saludables.
De hecho todas las empresas del sector aspiran y proyectan crecimientos. El reciente informe “Emisiones imposibles. Cómo están calentando el planeta las grandes empresas de carne y lácteos” de la organización internacional GRAIN y el Institute for Agriculture and Trade Policy, ofrece datos concretos de 3 de las 20 empresas más grandes del sector. La estadounidense Tyson espera un crecimiento anual de 3 a 4% en las ventas de carne de vacuno y aves de corral. Arla, la gigante danesa de los lácteos, proyecta aumentar 2 millones de kg. de leche a su cadena de suministro europea entre 2015 y 2020, un incremento de 14%. Y Fonterra, de Nueva Zelanda y quinto gigante en este sector, proyecta un impresionante aumento del 40% en su volumen de leche procesada para el periodo 2015-2025.
La distopía de dos o tres empresas controlando todo el sector alimentario de la carne y la leche, sea Bayer comprando a JBS y Danone, sea Nestlé comprando a Bayer y Cargill, o finalmente Amazon comiéndoselas a todas, es, a mi entender, perfectamente posible. Verlas así, todas ellas convertidas en una sola tiene una gran virtud. Es una buena fotografía del drama. Es un aplauso a la capacidad profética de Huxley, Orwell o Harry Harrinson con su libro ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! que inspiró la película Cuando el Destino Nos Alcance, donde toda la comida (galletas) las producía la empresa Soylent. Es una fórmula que, como explica el informe mencionado de Grain y el IATP, asusta climatológicamente hablando. A día de hoy, las emisiones combinadas de las cinco principales compañías de proteína animal son responsables de un número de emisiones anuales de gases con efecto de invernadero igual al de la supercontaminante Exxon, y superiores a otras petroleras como Shell o BP. Si el cálculo lo hacemos sumando las emisiones de las 20 principales empresas de industria cárnica y de lácteos (donde está la española Coren Group con casi 7 mil millones de toneladas de CO2 equivalentes), entonces vemos que ellas solas producen más emisiones que potencias como Alemania, Canadá, Australia, Reino Unido o Francia.
Lo terrible será que, si no hacemos nada, ese destino sí nos alcanzará. Todas las ficciones se quedarán cortas. Si volvemos al informe, éste hace otra extrapolación estremecedora. El consenso científico dice con rotundidad que para evitar un cambio climático “peligroso” - evitar el cambio ya es imposible - tenemos que mantenerlo por debajo de dos grados centígrados, por lo que los “Acuerdos de París” del 2015 fijaron limitar el objetivo en 1’5 grados. Pero si el crecimiento que desean estas empresas cárnicas y lecheras se cumple, en el año 2030, ellas solas [o ella sola si las profecías se cumplen] generarían unas emisiones que representarían aproximadamente el 30% del total de gases permisibles para mantenernos por debajo del adjetivo “peligroso”. Y en el año 2050, este porcentaje sumaría el 81% del total. Por lo que bien podemos decir que, si no hay cambios positivos, el beneficioso negocio de una o dos empresas de alimentar mundialmente a la población con galletitas de carne de pollo, de ternera o de cerdo hará que sea imposible impedir que el destino sea morir grasos y obesos en cualquiera de las ya constantes oleadas de calor
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Gustavo Duch es escritor y veterinario. Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas y autor de libros como Mucha Gente Pequeña y Lo Que Hay Que Tragar.


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