Ecofeminismo: una reflexión inspirada en la lectura de «Alternativas Sistémicas»
El mito del varón: El ecofeminismo aborda dos tipos de relaciones de dominio sobre las que se construye la civilización occidental, la del hombre sobre la mujer y la de la cultura sobre la naturaleza.
Un artículo conjunto de Marian R. Gómez y Pepe Campana.
Respecto a la primera, durante un tiempo más o menos largo, la fuerza física pudo dotar de cierto sentido a esta jerarquía a favor del hombre, pero incluso este sentido tiende a desaparecer cuando tratas de encajar en él la otra dicotomía jerárquica de sentido inverso, la de cultura y naturaleza (E. Peredo), que podemos representar como mente y cuerpo, analogía más apropiada para mostrar la contradicción que hemos de asumir cuando planteamos la fuerza física como la cualidad que legitimó en tiempos duros esta relación de dominio, ya que la mente, donde radica la capacidad para conseguir los resultados esperados con el menor esfuerzo físico, es jerárquicamente superior al cuerpo, donde radica la fuerza.
En esta encrucijada de punto final, o cuando menos de reducción drástica y acelerada de la complejidad alcanzada como civilización, hay dos reflexiones que hacen referencia a esta doble relación de dominio, y se deben desarrollar de forma entrelazada. La primera la plantea Isabelle Stengers cuando dice “no se trata de combatir el enfoque económico ordinario, se trata de combatir lo que le da autoridad, lo que definió a la tierra como un recurso explotable a voluntad”. La segunda tiene que ver con la deconstruccion de la masculinidad “para que el hecho de ser hombre no implique el derecho a usar la violencia (..) para seguir desmontando la distinción entre lo público [lo político] y lo privado”.
Para trenzar esta doble reflexión necesitamos palabras que confieran “a lo nombrado el poder de hacernos sentir y pensar en el modo en que el nombre llama”. Así lo describe Stengers. Para ella, “objeción de conciencia al crecimiento”, y no decrecimiento, es el nombre que obliga a pensar en los límites y en la injusticia que conlleva la relación de dominio de la cultura sobre la naturaleza.
Un artículo conjunto de Marian R. Gómez y Pepe Campana.
Respecto a la primera, durante un tiempo más o menos largo, la fuerza física pudo dotar de cierto sentido a esta jerarquía a favor del hombre, pero incluso este sentido tiende a desaparecer cuando tratas de encajar en él la otra dicotomía jerárquica de sentido inverso, la de cultura y naturaleza (E. Peredo), que podemos representar como mente y cuerpo, analogía más apropiada para mostrar la contradicción que hemos de asumir cuando planteamos la fuerza física como la cualidad que legitimó en tiempos duros esta relación de dominio, ya que la mente, donde radica la capacidad para conseguir los resultados esperados con el menor esfuerzo físico, es jerárquicamente superior al cuerpo, donde radica la fuerza.
En esta encrucijada de punto final, o cuando menos de reducción drástica y acelerada de la complejidad alcanzada como civilización, hay dos reflexiones que hacen referencia a esta doble relación de dominio, y se deben desarrollar de forma entrelazada. La primera la plantea Isabelle Stengers cuando dice “no se trata de combatir el enfoque económico ordinario, se trata de combatir lo que le da autoridad, lo que definió a la tierra como un recurso explotable a voluntad”. La segunda tiene que ver con la deconstruccion de la masculinidad “para que el hecho de ser hombre no implique el derecho a usar la violencia (..) para seguir desmontando la distinción entre lo público [lo político] y lo privado”.
Para trenzar esta doble reflexión necesitamos palabras que confieran “a lo nombrado el poder de hacernos sentir y pensar en el modo en que el nombre llama”. Así lo describe Stengers. Para ella, “objeción de conciencia al crecimiento”, y no decrecimiento, es el nombre que obliga a pensar en los límites y en la injusticia que conlleva la relación de dominio de la cultura sobre la naturaleza.
Para nosotras es más adecuado decir “deconstruir el mito del varón” en lugar de “deconstruir la masculinidad”. Invita de mejor manera a sentir y pensar la desigualdad y la injusticia que la relación de dominio de género conlleva.
“El varón es varón en algunos instantes; la hembra es hembra durante toda su vida” escribe Rousseau en Emilio. No nombra al macho, ni tampoco Françoise d’Eaubonne nombra al hombre cuando plantea que se trata de arrebatarle el planeta al varón de hoy para restituirlo a la humanidad del mañana.
Tampoco el ecofeminismo cuando describe el perfil que encarna los privilegios nombra al macho o al hombre, sino que nombra al varón: “se ha impuesto un sujeto universal, varón, blanco y heterosexual que encarna la normatividad“.
Finalmente, María Eugenia R. Palop, sobre la diversidad que convive con la igualdad escribe “..cuando se subraya la feminidad y lo femenino como un hecho diferencial, lo que se pretende es poner de relieve que las mujeres son las que mayoritariamente generan y viven lo relacional, sin obviar que hay mujeres masculinizadas, como varones feminizados que se han despojado voluntariamente de su aprendida virilidad.”
Desde este marco de referencia queremos trenzar la reflexión de los dominios, en pos de un también doble horizonte, deconstruir el mito del varón y deshacer, a la vez, desde lo colectivo, el hechizo del capitalismo.
Las Edades de Ovidio
Si podemos imaginar un final para la humanidad, como para cualquier otra especie, también podemos imaginar los procesos importantes que la encauzaron por este rumbo, como son el proceso que consolida el predominio de lo individual sobre lo colectivo y el que secuestra lo femenino a la evolución de la humanidad como especie.
Escribió Juan Goytisolo, “se está y ya no se está (..) privilegio de ancestros sin ritos funerarios”. En ese tiempo ancestral, la humanidad no distingue la vida de la muerte. En ese tiempo ancestral transcurre la edad de oro, que cultiva la lealtad y la vida apacible del ocio, sin responsable alguno y libres de preocupaciones todos. La vida humana discurre en común con las otras especies y el medio natural que las conforma y a su vez transforman.
La conciencia de los antepasados
“El varón es varón en algunos instantes; la hembra es hembra durante toda su vida” escribe Rousseau en Emilio. No nombra al macho, ni tampoco Françoise d’Eaubonne nombra al hombre cuando plantea que se trata de arrebatarle el planeta al varón de hoy para restituirlo a la humanidad del mañana.
Tampoco el ecofeminismo cuando describe el perfil que encarna los privilegios nombra al macho o al hombre, sino que nombra al varón: “se ha impuesto un sujeto universal, varón, blanco y heterosexual que encarna la normatividad“.
Finalmente, María Eugenia R. Palop, sobre la diversidad que convive con la igualdad escribe “..cuando se subraya la feminidad y lo femenino como un hecho diferencial, lo que se pretende es poner de relieve que las mujeres son las que mayoritariamente generan y viven lo relacional, sin obviar que hay mujeres masculinizadas, como varones feminizados que se han despojado voluntariamente de su aprendida virilidad.”
Desde este marco de referencia queremos trenzar la reflexión de los dominios, en pos de un también doble horizonte, deconstruir el mito del varón y deshacer, a la vez, desde lo colectivo, el hechizo del capitalismo.
Las Edades de Ovidio
Si podemos imaginar un final para la humanidad, como para cualquier otra especie, también podemos imaginar los procesos importantes que la encauzaron por este rumbo, como son el proceso que consolida el predominio de lo individual sobre lo colectivo y el que secuestra lo femenino a la evolución de la humanidad como especie.
Escribió Juan Goytisolo, “se está y ya no se está (..) privilegio de ancestros sin ritos funerarios”. En ese tiempo ancestral, la humanidad no distingue la vida de la muerte. En ese tiempo ancestral transcurre la edad de oro, que cultiva la lealtad y la vida apacible del ocio, sin responsable alguno y libres de preocupaciones todos. La vida humana discurre en común con las otras especies y el medio natural que las conforma y a su vez transforman.
La conciencia de los antepasados
A medida que el yo individual y mortal va desplazando al nosotros inmortal y colectivo, emerge la conciencia de los antepasados y los descendientes. Se consolida el predominio de lo individual sobre lo colectivo y la especie humana entra en la edad de plata. Descosiendo la unidad de los opuestos sobre la que asienta el equilibrio universal, arrogante e ingenua, la humanidad comienza a domesticar la naturaleza, sin embargo, permanece la igualdad entre el macho y la hembra en su huella.
La conciencia del linaje
El macho que observa su cara reflejada en el espejo del agua descubre otras caras más jóvenes; algunas se le parecen como dos gotas de agua y otras nada. La hembra y la prole se zambullen en el agua; desaparece el reflejo, pero el pensamiento avanza, y descubre que el poder para que su imagen sobreviva después de él, no está en él.
El apareamiento, tan perfectamente acoplado al placer del macho, no da para muchas elucubraciones y probablemente la hembra humana, con un encaje más complejo del placer, es la primera que asocia la reproducción de la especie, que periódicamente se instala en su cuerpo, con el apareamiento.
La conciencia del linaje
El macho que observa su cara reflejada en el espejo del agua descubre otras caras más jóvenes; algunas se le parecen como dos gotas de agua y otras nada. La hembra y la prole se zambullen en el agua; desaparece el reflejo, pero el pensamiento avanza, y descubre que el poder para que su imagen sobreviva después de él, no está en él.
El apareamiento, tan perfectamente acoplado al placer del macho, no da para muchas elucubraciones y probablemente la hembra humana, con un encaje más complejo del placer, es la primera que asocia la reproducción de la especie, que periódicamente se instala en su cuerpo, con el apareamiento.
El hombre contempla cómo toda la prole que alumbra la mujer da continuidad a su imagen, pues con mayor o menor fidelidad, toda refleja sus rasgos. Para sacarlo de este ensimismamiento, ella le habla de su participación en el apareamiento cuando la prole se le parece, pero el regalo de su participación en el poder del linaje no es suficiente; el hombre ansía para sí la seguridad, la garantía de que su imagen sobrevive después de él.
Bajo lo que María Laffitte denomina la hegemonía viril se construye el mito del varón, investido del poder del linaje, y se oculta a quien lo ostenta detrás de los velos, los niños, los jardines y los guisos, confinada en lo privado como hembra del macho y puntualmente mostrada en sociedad como esposa y madre.
El varón campa a sus anchas por el territorio público de la sociedad. Ni hombre ni mujer, ni macho ni hembra, el mito del varón es la construcción cultural que sostiene la sociedad patriarcal, dentro de la cual se modela el ansia de poseer la certeza sobre antepasados y descendientes y se consuma un linaje extraño para la especie.
“El hombre, en el patriarcado, ejerce personalmente, atormentado por la inseguridad de su descendencia, el derecho de vida y muerte sobre los suyos”, escribe Laffitte. Su mente en tensión configura el desplazamiento a la edad de bronce, más cruel y proclive a las armas. Encarnada en Faetón, Ovidio construye el relato de esta duda atormentada: “concédeme garantías, padre mío, mediante las cuales pueda ser considerado auténtica descendencia tuya y aleja de mi ánimo esta zozobra”.
Para Laffitte es la “potencia reguladora de la feminidad” lo que se pierde entonces, y es entonces, “como si lo masculino careciera de instinto de reproducción (..) cuando, fecundados por la ciencia, gestan innumerables series de monstruos mecánicos (..) una fecundidad mecánica que impone sus normas, en plena rebeldía contra su inventor (..) una potencia extraña, poderosa y peligrosa amenaza.”
En los surcos del patriarcado profundiza sin ninguna dificultad la raíz del capitalismo, que cuando accede a la energía fósil traslada a la humanidad a la última de las edades de Ovidio, la del peor metal, cuando la justicia abandona “las tierras humedecidas de matanza”.
Pero, ¡es tan difícil de obviar al varón cuando se tiene empapada de varonismo hasta la médula!
Ovidio describe esta dificultad con la metamorfosis de Cicno, quien abandonando el poder para llorar a su amigo Faetón, terminó convirtiéndose en el ave que, no conocida antes, lleva ahora su nombre.
En esta última encrucijada de crisis sistémica, la humanidad cuenta todavía con la “potencia reguladora de la feminidad” (Laffitte). Vencida por la cultura varonil en su ciega ambición de ejercer el poder del linaje, ahora emerge como “alianza entre el feminismo y la ecología” (Peredo), como “amalgama” (Isabelle Stengers) para aprender desde lo heterogéneo a crear una respuesta que no sea salvaje.
Una respuesta en sintonía con la teoría de Gaia (Carlos de Castro), donde no es la competición sino la simbiosis entre las alternativas sistémicas reseñadas, y otras más, el terreno para la viabilidad ecosistémica de la especie.
Bajo lo que María Laffitte denomina la hegemonía viril se construye el mito del varón, investido del poder del linaje, y se oculta a quien lo ostenta detrás de los velos, los niños, los jardines y los guisos, confinada en lo privado como hembra del macho y puntualmente mostrada en sociedad como esposa y madre.
El varón campa a sus anchas por el territorio público de la sociedad. Ni hombre ni mujer, ni macho ni hembra, el mito del varón es la construcción cultural que sostiene la sociedad patriarcal, dentro de la cual se modela el ansia de poseer la certeza sobre antepasados y descendientes y se consuma un linaje extraño para la especie.
“El hombre, en el patriarcado, ejerce personalmente, atormentado por la inseguridad de su descendencia, el derecho de vida y muerte sobre los suyos”, escribe Laffitte. Su mente en tensión configura el desplazamiento a la edad de bronce, más cruel y proclive a las armas. Encarnada en Faetón, Ovidio construye el relato de esta duda atormentada: “concédeme garantías, padre mío, mediante las cuales pueda ser considerado auténtica descendencia tuya y aleja de mi ánimo esta zozobra”.
Para Laffitte es la “potencia reguladora de la feminidad” lo que se pierde entonces, y es entonces, “como si lo masculino careciera de instinto de reproducción (..) cuando, fecundados por la ciencia, gestan innumerables series de monstruos mecánicos (..) una fecundidad mecánica que impone sus normas, en plena rebeldía contra su inventor (..) una potencia extraña, poderosa y peligrosa amenaza.”
En los surcos del patriarcado profundiza sin ninguna dificultad la raíz del capitalismo, que cuando accede a la energía fósil traslada a la humanidad a la última de las edades de Ovidio, la del peor metal, cuando la justicia abandona “las tierras humedecidas de matanza”.
Pero, ¡es tan difícil de obviar al varón cuando se tiene empapada de varonismo hasta la médula!
Ovidio describe esta dificultad con la metamorfosis de Cicno, quien abandonando el poder para llorar a su amigo Faetón, terminó convirtiéndose en el ave que, no conocida antes, lleva ahora su nombre.
En esta última encrucijada de crisis sistémica, la humanidad cuenta todavía con la “potencia reguladora de la feminidad” (Laffitte). Vencida por la cultura varonil en su ciega ambición de ejercer el poder del linaje, ahora emerge como “alianza entre el feminismo y la ecología” (Peredo), como “amalgama” (Isabelle Stengers) para aprender desde lo heterogéneo a crear una respuesta que no sea salvaje.
Una respuesta en sintonía con la teoría de Gaia (Carlos de Castro), donde no es la competición sino la simbiosis entre las alternativas sistémicas reseñadas, y otras más, el terreno para la viabilidad ecosistémica de la especie.
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2019/02/02/ecofeminismo-una-reflexion-inspirada-en-la-lectura-de-alternativas-sistemicas/
Imagenes: Pepe Campana - galla.seelenfluegel.info - imagenesmy.com - El País
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