Una mirada urgente al sistema alimentario industrial: Una investigación colectiva por abajo
En estos momentos en que desde múltiples espacios nos insisten en que debemos replantearlo todo y nos instan a seguir las plataformas de articulación plenas de “propuestas”, configuradas por núcleos de personajes públicos visibles, queremos presentar (ni siquiera proponer), una manera colectiva, de gran mutualidad, modesta pero no por eso descuidada o poco eficaz, con la que muchas personas, colectivos y organizaciones de varias regiones y países decidieron reunir su trabajo colectivo e individual de muchos años y configurar, con investigación de base, y mucho trabajo documental realizado por investigadoras e investigadores con gran compromiso social, una exhaustiva sistematización, un detallado perfil, del sistema agroindustrial en el Cono Sur. Se trata del Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur, y ya circula en su versión electrónica e impresa.
Por GRAIN
Aquí el gran logro, lo que realmente tenemos que celebrar, es que esta sistematización haya sida tejida por abajo, desde el centro mismo de los acontecimientos que el propio texto intenta aprehender.
Dicen sus autoras y autores: “El Atlas que estamos compartiendo es el fruto de más de treinta años de análisis, investigaciones y luchas desde los territorios de miles de luchadoras y luchadores, investigadoras e investigadores, comunicadoras y comunicadores que nunca se resignaron a ver sus territorios usurpados por un modelo de agricultura que olvidó su esencia y su sentido: producir alimentos saludables para los pueblos”.
El punto nodal del documento se centra en entender los motivos y razones de la transformación de los enclaves rurales que configuraron el devastador panorama que atestiguamos ahora.
Y el punto nodal del proceso es que no es el fruto académico de un grupo de investigadores que desde una plataforma interdisciplinaria hayan decidido allegarse información: este documento es el fruto de el tejido y la vinculación que como una hermosísimo tapiz, ha ido configurando el trabajo de base y articulación de comunidades, colectivos, redes, organizaciones que van contribuyendo en lo posible a hacer inteligibles los agravios, las amenazas, los ataques, las persecuciones que han venido sufriendo en sus localidades, en sus regiones, en sus territorios, en sus quehaceres, en su posibilidad de continuar la vida y encontrar salidas dignas y propuestas en común imaginando otro futuro.
Un Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur ofrece respuestas contundentes. Es el acaparamiento y la destrucción que se recrudecieron cuando la soja [soya] transgénica —y casi al mismo tiempo el maíz transgénico— se introdujeron por vez primera en Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Ésos son los países que el Atlas delimita geográficamente para la investigación.
Por GRAIN
Aquí el gran logro, lo que realmente tenemos que celebrar, es que esta sistematización haya sida tejida por abajo, desde el centro mismo de los acontecimientos que el propio texto intenta aprehender.
Dicen sus autoras y autores: “El Atlas que estamos compartiendo es el fruto de más de treinta años de análisis, investigaciones y luchas desde los territorios de miles de luchadoras y luchadores, investigadoras e investigadores, comunicadoras y comunicadores que nunca se resignaron a ver sus territorios usurpados por un modelo de agricultura que olvidó su esencia y su sentido: producir alimentos saludables para los pueblos”.
El punto nodal del documento se centra en entender los motivos y razones de la transformación de los enclaves rurales que configuraron el devastador panorama que atestiguamos ahora.
Y el punto nodal del proceso es que no es el fruto académico de un grupo de investigadores que desde una plataforma interdisciplinaria hayan decidido allegarse información: este documento es el fruto de el tejido y la vinculación que como una hermosísimo tapiz, ha ido configurando el trabajo de base y articulación de comunidades, colectivos, redes, organizaciones que van contribuyendo en lo posible a hacer inteligibles los agravios, las amenazas, los ataques, las persecuciones que han venido sufriendo en sus localidades, en sus regiones, en sus territorios, en sus quehaceres, en su posibilidad de continuar la vida y encontrar salidas dignas y propuestas en común imaginando otro futuro.
Un Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur ofrece respuestas contundentes. Es el acaparamiento y la destrucción que se recrudecieron cuando la soja [soya] transgénica —y casi al mismo tiempo el maíz transgénico— se introdujeron por vez primera en Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Ésos son los países que el Atlas delimita geográficamente para la investigación.
“En estos países y a partir de 1996 se implantó el cultivo de la soja transgénica resistente al glifosato de manera masiva. Tal fue la contundencia de esta imposición que en 2003 Syngenta publicó un aviso publicitario de uno de sus servicios con un mapa de la región y un título emblemático: La República Unida de la Soja.” Lo que hoy está claro es que “los pueblos no se resignaron a ese sometimiento y que hoy buscan nuevos caminos para construir autonomía y soberanía”, declara en el prólogo el colectivo que armó el documento, y esa convicción es parte de las motivaciones para tejer esta sistematización.
Esta declaración es clave. Es crucial resistir a la República Unida de la Soja para que nunca se concrete su dominio. Sus ámbitos siguen y seguirán siendo un espacio en disputa conforme crece la comprensión de las condiciones impuestas por las corporaciones y gobiernos implicados, y al visibilizarse la lucha de las comunidades que habitan esos territorios a contrapelo de los designios de las corporaciones.
En su propio prólogo al Atlas, Marielle Palau, investigadora de la organización Base-IS de Paraguay, insiste en que se trata de “una lucha con un carácter propositivo, explícita o implícitamente, pues apunta a la soberanía alimentaria como propuesta no sólo de producir y consumir alimentos sanos, sino como la base de un modelo productivo y de consumo alternativo al impuesto por el capitalismo”. En esa propuesta la labor de las mujeres es centro de las acciones y los cuidados, y es valorada a plenitud.
El Atlas concluye algo que tal vez es obvio pero que hay que resaltar vez tras vez: La imposición de este modelo depredador no fue natural ni es el devenir lógico de la agricultura. Como dice Marielle, nos persuadieron del “mito del desarrollo”: “si seguíamos sus recetas en pos del progreso y rechazábamos los saberes ancestrales de nuestros pueblos originarios y campesinos, alcanzaríamos el nivel de vida —de consumo, en realidad— que ellos ostentan. El tiempo nos viene demostrando que fueron simples espejitos”.
El arrasamiento visible en los territorios, a treinta años de instaurarse, comenzó súbito y brutal, pero como modelo fue cobrando fuerza viral, apoderándose de más y más tierra, escindiendo a la gente de sus estrategias de sobrevivencia, extendiendo sus tentáculos en las comunidades y en los gobiernos locales, hasta convertirse no sólo en una fuerza devastadora y de acaparamiento, sino en un tinglado de autoridades públicas y privadas con poderes para disponer y desterrar, reprimir y asesinar.
La invasión de los agronegocios “significó la imposición masiva de un monocultivo en un extenso territorio que avanzó a una velocidad como nunca antes había ocurrido en la historia de la agricultura […], y con ésta el glifosato y otros tantos agrotóxicos con dramáticas consecuencias en la salud de las familias cercanas a las producciones, en los suelos, y una pérdida considerable de biodiversidad”, dicen en el prólogo.
Hay que resaltar una y otra vez que el acaparamiento de enormes extensiones de tierra para imponer estos monocultivos, nocivos en sí mismos, es un hito y le da una vuelta de tuerca a la historia económica y social del continente y del mundo.
En este periodo las corporaciones intentan borrar el recuerdo de los saberes y los cuidados ancestrales que las comunidades mantenían.
Esta declaración es clave. Es crucial resistir a la República Unida de la Soja para que nunca se concrete su dominio. Sus ámbitos siguen y seguirán siendo un espacio en disputa conforme crece la comprensión de las condiciones impuestas por las corporaciones y gobiernos implicados, y al visibilizarse la lucha de las comunidades que habitan esos territorios a contrapelo de los designios de las corporaciones.
En su propio prólogo al Atlas, Marielle Palau, investigadora de la organización Base-IS de Paraguay, insiste en que se trata de “una lucha con un carácter propositivo, explícita o implícitamente, pues apunta a la soberanía alimentaria como propuesta no sólo de producir y consumir alimentos sanos, sino como la base de un modelo productivo y de consumo alternativo al impuesto por el capitalismo”. En esa propuesta la labor de las mujeres es centro de las acciones y los cuidados, y es valorada a plenitud.
El Atlas concluye algo que tal vez es obvio pero que hay que resaltar vez tras vez: La imposición de este modelo depredador no fue natural ni es el devenir lógico de la agricultura. Como dice Marielle, nos persuadieron del “mito del desarrollo”: “si seguíamos sus recetas en pos del progreso y rechazábamos los saberes ancestrales de nuestros pueblos originarios y campesinos, alcanzaríamos el nivel de vida —de consumo, en realidad— que ellos ostentan. El tiempo nos viene demostrando que fueron simples espejitos”.
El arrasamiento visible en los territorios, a treinta años de instaurarse, comenzó súbito y brutal, pero como modelo fue cobrando fuerza viral, apoderándose de más y más tierra, escindiendo a la gente de sus estrategias de sobrevivencia, extendiendo sus tentáculos en las comunidades y en los gobiernos locales, hasta convertirse no sólo en una fuerza devastadora y de acaparamiento, sino en un tinglado de autoridades públicas y privadas con poderes para disponer y desterrar, reprimir y asesinar.
La invasión de los agronegocios “significó la imposición masiva de un monocultivo en un extenso territorio que avanzó a una velocidad como nunca antes había ocurrido en la historia de la agricultura […], y con ésta el glifosato y otros tantos agrotóxicos con dramáticas consecuencias en la salud de las familias cercanas a las producciones, en los suelos, y una pérdida considerable de biodiversidad”, dicen en el prólogo.
Hay que resaltar una y otra vez que el acaparamiento de enormes extensiones de tierra para imponer estos monocultivos, nocivos en sí mismos, es un hito y le da una vuelta de tuerca a la historia económica y social del continente y del mundo.
En este periodo las corporaciones intentan borrar el recuerdo de los saberes y los cuidados ancestrales que las comunidades mantenían.
Tales corporaciones, y los gobiernos cómplices, intentan normalizar que la agricultura sea industrial, con sus paquetes tecnológicos de semillas de laboratorio con devastadoras implicaciones para la biodiversidad, e insumos químicos bestiales, verdaderos agrotóxicos que envenenaron y siguen envenenando la vida entera de las regiones donde ocurre toda esta normalización y este experimento de olvido.
Dice Damián Verzeñassi, epidemiólogo promotor de la llamada “epidemiología popular y de los campamentos de observación e intervención sanitaria por abajo, “éstos son territorios que han sufrido la invasión del modelo agroindustrial de transgénicos dependientes de venenos. Un modelo que se impuso sin consultas a los pueblos, a fuerza de falacias, desalojos compulsivos de comunidades, destruyendo nuestros montes nativos, entre otras prácticas, con la voracidad característica del neoliberalismo. De la mano de los OGMs, el incremento en el uso de venenos trajo aparejado el desarrollo de especies resistentes a los agrotóxicos, y la aparición de problemas de salud en las comunidades cercanas a los territorios fumigados”.
Entonces, en treinta años, el cultivo de los transgénicos pudo alterar diametralmente el destino de una vasta región. “Se incrementó el uso de agrotóxicos”, se expulsó de sus territorios a pueblos indígenas, a poblaciones campesinas y productoras, “violando sistemáticamente derechos humanos”. También se comenzó a criminalizar “el uso de semillas nativas y criollas, destruyendo suelos y economías regionales”.
El arrasamiento impulsó el afianzamiento de los negocios de la mano de lo que en el Atlas se le llama, con gran tino, “andamiaje institucional”.
Por fortuna, las sociedades campesinas, y segmentos de las sociedades urbanas que no producen alimentos, han emprendido un proceso para reconstituir su condición y sistematizar sus agravios, haciendo conciencia de lo urgente de la resistencia contra ese sistema. Este Atlas es una parte fundamental de ese largo proceso de toma de conciencia.
Así, descubrieron la letalidad y el desprecio de tales sistemas agroindustriales (anclados en el patriarcado y el colonialismo) hacia las comunidades, hacia las personas —en especial hacia las mujeres y los niños—, pero también hacia los animales, las plantas, los seres vivos, el entorno, los bienes comunes —el agua, el bosque, los suelos, el aire—, pues arrasan con todo, lo envenenan todo, sin asumir su responsabilidad en lo absoluto.
Estamos ante una renovada voluntad de las comunidades y las organizaciones por denunciar tal violencia, por establecer y mantener las luchas y a la par forjar una nueva mirada que abreve de los saberes ancestrales y los conjunte con los conocimientos de una ciencia digna y responsable que acompañe más visiones alternativas, una agricultura ecológica con raíz campesina.
Marielle Palau apunta el rasgo fundamental del documento: “el Atlas nos ayuda a superar la mirada fragmentada de la realidad”. Sólo reuniendo desde muchas puntas podemos conjuntar una mirada más abarcadora.
Hoy miramos el panorama completo gracias a que el Atlas nos reconfigura el proceso histórico, los motivos y las condiciones del acaparamiento: verdadero reordenamiento territorial que desplaza poblaciones y las somete a las precarias condiciones de vida que promueven los monocultivos industriales.
Este Atlas cubre la ausencia de un informe abarcador que sistematice la información disponible y que la vuelva “accesible a las comunidades locales y a las organizaciones que trabajan en los territorios”, pero también sirve de herramienta detallada para sistematizar la información de tantos años. Arroja luces sobre los puntos cruciales para mantener, profundizar y hacer efectivas las luchas.
Éste es el fruto de un trabajo colectivo y respetuoso entre la gente de las localidades, las comunidades, las organizaciones y las personas que desde la academia sistematizaron, aportaron evidencias y establecieron conexiones, sopesando los datos, las experiencias, los testimonios y las visiones de las condiciones de cada región. Su proceso de creación y elaboración, y la herramienta sintetizadora que lograron es algo que nos inspira para el trabajo futuro.
Dice Damián Verzeñassi, epidemiólogo promotor de la llamada “epidemiología popular y de los campamentos de observación e intervención sanitaria por abajo, “éstos son territorios que han sufrido la invasión del modelo agroindustrial de transgénicos dependientes de venenos. Un modelo que se impuso sin consultas a los pueblos, a fuerza de falacias, desalojos compulsivos de comunidades, destruyendo nuestros montes nativos, entre otras prácticas, con la voracidad característica del neoliberalismo. De la mano de los OGMs, el incremento en el uso de venenos trajo aparejado el desarrollo de especies resistentes a los agrotóxicos, y la aparición de problemas de salud en las comunidades cercanas a los territorios fumigados”.
Entonces, en treinta años, el cultivo de los transgénicos pudo alterar diametralmente el destino de una vasta región. “Se incrementó el uso de agrotóxicos”, se expulsó de sus territorios a pueblos indígenas, a poblaciones campesinas y productoras, “violando sistemáticamente derechos humanos”. También se comenzó a criminalizar “el uso de semillas nativas y criollas, destruyendo suelos y economías regionales”.
El arrasamiento impulsó el afianzamiento de los negocios de la mano de lo que en el Atlas se le llama, con gran tino, “andamiaje institucional”.
Por fortuna, las sociedades campesinas, y segmentos de las sociedades urbanas que no producen alimentos, han emprendido un proceso para reconstituir su condición y sistematizar sus agravios, haciendo conciencia de lo urgente de la resistencia contra ese sistema. Este Atlas es una parte fundamental de ese largo proceso de toma de conciencia.
Así, descubrieron la letalidad y el desprecio de tales sistemas agroindustriales (anclados en el patriarcado y el colonialismo) hacia las comunidades, hacia las personas —en especial hacia las mujeres y los niños—, pero también hacia los animales, las plantas, los seres vivos, el entorno, los bienes comunes —el agua, el bosque, los suelos, el aire—, pues arrasan con todo, lo envenenan todo, sin asumir su responsabilidad en lo absoluto.
Estamos ante una renovada voluntad de las comunidades y las organizaciones por denunciar tal violencia, por establecer y mantener las luchas y a la par forjar una nueva mirada que abreve de los saberes ancestrales y los conjunte con los conocimientos de una ciencia digna y responsable que acompañe más visiones alternativas, una agricultura ecológica con raíz campesina.
Marielle Palau apunta el rasgo fundamental del documento: “el Atlas nos ayuda a superar la mirada fragmentada de la realidad”. Sólo reuniendo desde muchas puntas podemos conjuntar una mirada más abarcadora.
Hoy miramos el panorama completo gracias a que el Atlas nos reconfigura el proceso histórico, los motivos y las condiciones del acaparamiento: verdadero reordenamiento territorial que desplaza poblaciones y las somete a las precarias condiciones de vida que promueven los monocultivos industriales.
Este Atlas cubre la ausencia de un informe abarcador que sistematice la información disponible y que la vuelva “accesible a las comunidades locales y a las organizaciones que trabajan en los territorios”, pero también sirve de herramienta detallada para sistematizar la información de tantos años. Arroja luces sobre los puntos cruciales para mantener, profundizar y hacer efectivas las luchas.
Éste es el fruto de un trabajo colectivo y respetuoso entre la gente de las localidades, las comunidades, las organizaciones y las personas que desde la academia sistematizaron, aportaron evidencias y establecieron conexiones, sopesando los datos, las experiencias, los testimonios y las visiones de las condiciones de cada región. Su proceso de creación y elaboración, y la herramienta sintetizadora que lograron es algo que nos inspira para el trabajo futuro.
Pueden descargar desde aquí el Atlas del Agronegocio Transgénico en el Cono Sur. Monocultivos, resistencias y propuestas de los pueblos
Fuente: https://grain.org/es/article/6475-una-mirada-urgente-al-sistema-alimentario-industrial-una-investigacion-colectiva-por-abajo